Serena observó cómo Leo hailaha en mitad del salón con tina guapa rubia.
– Creo que es un tipo arrogante, presumido y muy prepotente.
– ¿De veras? -dijo Candace, mirando a su amiga con sorpresa-. Yo creo que es encantador y debes admitir que tiene una conversación muy entretenida -explicó Candace.
– Bueno, no está mal -concedió Serena-. La verdad es que no esperaba que viniera a la boda -añadió-. ¿No se suponía que estaba muy ocupado y que, inmediatamente después de la ceremonia, tomaría de nuevo el avión a Nueva York?
– Ése era su primer plan, pero parece ser que le ha dicho a Richard que se queda para no perderse los bailes.
– Y adivino bien la razón -señaló Serena al verle abrazado a la rubia.
– Es muy atractivo, ¿verdad? -dijo Candace, observando la misma escena que Serena.
Serena se dio media vuelta para no delatar el interés que Leo había despertado en ella.
– Es un poco creído -replicó tratando de no dar importancia a sus palabras.
– Vaya, vaya, ¡por lo que veo te parece atractivo! -exclamó Candace, que conocía bien a su amiga.
– De acuerdo, es bastante guapo -admitió Serena-, pero eso no significa que me guste.
– Qué pena -dijo Candace-. Nosotros creímos que iba a gustarte. De hecho -dijo confidencialmente-, Richard y yo pensábamos que podías llegar a salir juntos.
– ¿Cómo? -exclamó Serena-. No lo dirás en serio, ¿verdad?
– ¿Por qué no? -protestó Candace-. Yo creo que sois una pareja perfecta. Richard dice que, desde que Leo heredó su fortuna, ha estado rodeado de mujeres, pero que lo que realmente necesita es alguien fuerte que le apoye, y tú necesitas un hombre al que no intimides, como es el caso de Leo.
– Yo no necesito a nadie -dijo Serena con énfasis.
– Sí, claro que sí -protestó de nuevo Candace-. No todos los hombres son como Alex. No puedes dejar que una experiencia negativa arruine tu vida sentimental.
– No ha sido sólo una experiencia -puntualizó Serena-. Mi hermana también creía que necesitaba a un hombre y fíjate lo que le ha pasado. Se marchó a Florida para seguir a Chris y él la deja sola con tres hijos que criar. ¡Tienes un marido y se te va con su secretaria!
– Madeleine tuvo mala suerte -dijo Candace-. Pero a ti no tiene por qué pasarte lo mismo. Richard y yo somos felices, aunque a ti te parezca que nos conocemos desde hace poco. Estoy segura de que encontrarás al hombre de tu vida, Serena. Tú siempre has apoyado a tu familia, apoyaste a tu madre y a tu hermana después. Ya es hora de que encuentres a alguien en quien apoyarte y que descubra lo divertida y cariñosa que eres.
– Leo no me parece el hombre más indicado para descubrir esas virtudes -dijo Serena con cierta amargura.
Leo había desaparecido con la rubia y Serena no dudó un instante en que se habrían marchado a algún lugar más íntimo.
– ¡Y aunque tuviera interés por mí, no me interesa lo más mínimo! -exclamó-. Tendrás que encontrarme otra pareja, Candace. ¡Leo Kerslake es el último hombre del que me enamoraría!
– ¿Por qué dice eso? -preguntó un voz detrás de ella.
Candace y Serena se dieron media vuelta, las dos demudadas y pálidas, al comprobar que Leo estaba detrás de ellas y que había escuchado lo que habían hablado. El nuevo sobresalto hizo que Serena derramara champán sobre su vestido y lo intentó limpiar rápidamente.
– ¡Ésta es la segunda vez que me hace esto hoy! -exclamó disgustada.
– No es culpa mía que estuvierais tan concentradas en la conversación que no me vierais llegar.
– No he nacido con ojos en la espalda -señaló Serena con ironía-. Y además, no pensaba volver a verlo. No es de buena educación escuchar las conversaciones ajenas.
– Lo único que he oído es que no te enamorarías de mí por nada del mundo -dijo él, tuteándola.
Leo miró significativamente a Candace, que le sonreía con expresión de culpabilidad. Más tarde, Candace ayudó a su amiga a terminar de limpiarse el vestido. El pelo de Serena caía por sus hombros, ya liberado de los lazos y la guirnalda de flores que había exigido la ceremonia.
Su cabello era su única vanidad. Era largo, denso y brillante; su color era cobrizo.
– La verdad es que no te había reconocido -dijo él-. Sólo cuando te oí mostrar tus opiniones en voz tan alta, me di cuenta de que eras tú.
Serena alzó la cabeza y se encontró con los ojos de Leo admirando su nuevo traje. Había cambiado de atuendo y ya no llevaba el traje de dama de honor, sino un vestido pegado al cuerpo de color fuego. El corte y el color enfatizaban la delgadez de su cuerpo y la originalidad de sus facciones.
La extraña de expresión de Leo hizo que Serena perdiera la noción de la realidad durante unos instantes.
– Estás tan distinta -dijo él por fin después de una tensa pausa.
– Lo único que he hecho ha sido cambiarme de vestido -dijo ella-. ¿Es algo tan asombroso?
Serena vio cómo su amiga levantaba las cejas por el tono con el que se dirigía a Leo, pero Leo parecía estar divirtiéndose.
– El cambio es considerable -respondió él.
– ¿Por qué no bailáis? -sugirió Candace de pronto-. Hay mucha gente con la que todavía no he hablado, así que debo dejaros solos -señaló sin hacer caso de la mirada de angustia que su amiga le dirigía.
Candace se marchó y Serena se quedó paralizada mirando el salón de baile y aislada en una burbuja de nerviosismo. Entonces, se atrevió a mirarlo y lo hizo directamente a sus ojos grises. Eran fríos y de un color claro que contrastaba con el moreno de su piel y, durante unos instantes, Serena sintió un estremecimiento placentero y aterrorizador al mismo tiempo.
– ¿Y bien? -dijo Leo-. ¿Bailamos como ha sugerido Candace?
– Sería mejor que se lo pidieras a otra -dijo ella con beligerancia, pues creía que Leo quería burlarse de ella-. No sé bailar…
Sin decir una palabra, Leo le quitó la copa de la mano y la dejó en una mesa cercana.
– Entonces, sólo tendremos que abrazarnos -dijo él y la agarró la de la mano antes de que ella pudiera protestar.
Otras parejas bailaban al ritmo de la música, unos agarrados y otros sueltos, pero Leo no la soltó, sino que, colocando una mano en.su cintura, la atrajo hacia él. Instintivamente, Serena trató de apartarse, aunque sólo consiguió que él aumentara la fuerza con que la agarraba.
– Relájate -ordenó él.
– No puedo -murmuró Serena-. Ya te lo he dicho, no sé bailar.
– No te estoy pidiendo que te comportes como una campeona de baile -señaló él con la misma ironía-. Todo lo que tienes que hacer es dejarte llevar por el ritmo de la música. No te estoy pidiendo algo tan difícil, ¿verdad?
Con aquel comentario, Leo la atrajo hacia él sin ceremonias y la agarró tan fuerte que ella no tuvo más remedio que dejarse balancear al ritmo de su vigoroso cuerpo.
CAPÍTULO 2
SFRENA no podía respirar. Su corazón latía al ritmo que tocaba la banda. Quizás, Leo pudiera escuchar los latidos; se encontraban tan cerca el uno del otro. que Serena tuvo que cerrar los ojos para no mirar constantemente el rostro de Leo. Si se acercaba un poco más, su sien se apoyaría contra la mejilla de Leo; un poco más, y podría descansar la cabeza en su cuello.
– Todavía no me has dicho por qué no podrías enamorarte de mí -dijo Leo al oído de Serena.
Serena alzó la vista sobresaltada.
– ¿Por qué habría de enamorarme de ti? -preguntó volviendo a la realidad.
– Por nada; sólo quiero saber por qué te gusta tan poco la idea.
Serena miró por encima del hombro de Leo.
– Candace está intentando hacer de casamentera; ahora que ella está casada, quiere que los demás lo hagamos también. Richard y ella piensan que tú y yo haríamos una buena pareja.
– Intuyo por el tono irónico de tu voz que la idea no te parece muy buena -preguntó Leo, mientras seguía dirigiendo a Serena a lo largo del salón de baile.
– ¡Por supuesto que no! Aparte de que no eres el tipo de hombre que me parece atractivo. Yo tampoco soy tu tipo de todas formas.
– ¿Oh? ¿Y qué te hace decir eso?
– La observación -dijo Serena-. Me he fijado que te gustan las rubias explosivas.
Leo la miró con satisfacción.
– Me siento halagado al ver que me has estado observando, pero creo que te equivocas. No hay nadie entre las personas con las que he bailado esta tarde que concuerden con esa descripción. Ni siquiera tú y, ya me ves, aquí bailando contigo.
– Porque te has visto forzado. Si Candace no lo llega a decir, no estaríamos aquí los dos.
– De nuevo te equivocas, Serena. Quería ver si estás a la altura del vestido que llevas.
Serena lo miró confusa.
– ¿Qué quieres decir?
– Te has vestido así como un reto -dijo Leo-. Quieres ver si existe algún hombre que se atreva a descubrir si eres tan fiera como aparentas. Así los cobardes no se atreven a acercarse a ti, ¿verdad?
Serena quiso decirle que se equivocaba, que era a los hombres valientes a los que quería evitar. Su aspecto agresivo y fiero era tan sólo una coraza, una máscara que la protegía. Había dejado caer sus defensas con Alex y Alex la había engañado y herido. No iba a dejarse herir una vez más.
– Pues yo creo que es obvio -señaló mientras se recuperaba-. Apenas te conozco.
– Me conoces lo suficiente corno para decir que nunca te enarnorarías de mí -señaló él con una lógica aplastante.
– No puedo ir por ahí besando a desconocidos. Es demasiado peligroso; además, aquí hay mucha gente.
– Podemos ir a la terraza -sugirió él-. ¿O es que verdaderamente me tienes miedo?
– Eres muy bueno confundiendo a ¡agente con las palabras -dijo ella al verse perdida-. Yo creo que el cobarde eres tú; tú eres el que has dicho que no te arriesgarías a casarte.
– No estarnos hablando de matrimonio. Serena. Igual que tú, soy demasiado sensato como para casarme. pero eso no quiere decir que tenga miedo de mis propios sentimientos.
– ¡Ni yo tampoco!
– No puedes esperar que crea algo que no me has demostrado -insistió él.
– ¡De acuerdo! -exclamó ella por fin-. Te lo demostrare.
– Vamos -dijo él y la soltó.
– ¿Ahora?
A su alrededor varias parejas los observaban pues habían dejado de bailar y se miraban el uno al otro sin moverse.
– Vamos a la terraza -dijo él.
– No puedo creer lo que estoy haciendo -dijo Serena, una vez que salieron de salón de baile.
– ¿Y bien? -preguntó él.
Serena tragó saliva y se reprochó el haber caído fácilmente en una situación tan ridícula. Sin embargo, suspiró y decidió acabar con aquel trance lo antes posible. Caminó hacia él y, dejando sus manos sobre los hombros de Leo, lo besó furtivamente en la comisura de la boca.
– Ya está. ¿Contento?
Leo sacudió la cabeza lentamente.
– Cobarde.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó ella-. ¡Me has obligado a besarte y lo he hecho!
– ¿A esto le llamas un beso? Por un momento, creí que me besarías como es debido, pero veo que me he equivocado.
– De acuerdo -dijo ella furiosa-. ¡Veamos si esto te convence más!
Serena se acercó de nuevo a él y tomó su rostro entre las manos. Se sentía demasiado enfadada como para estar nerviosa; Leo, por su parte, no hizo ningún esfuerzo por atraerla hacia sí y dejó sus brazos relajados a ambos lados del cuerpo. Serena lo miró a los ojos con el rostro iluminado por la luz de la luna y unió sus labios a los de Leo.
Y entonces, se produjo una transformación en Serena; sintió que lo conocía desde hacía mucho tiempo y que lo había besado cientos de veces. La sensualidad de su beso fue tal que Leo la agarró por la cintura y la apretó contra él.
Estaba perdida. había olvidado que acababa de conocerlo, que, en realidad, no le gustaba y que él la había provocado deliberadamente. Caía en un océano de placer y su cuerpo respondía descontrolado ante la llama que Leo había encendido en ella.
– Estoy convencido -murmuró Leo, cuando Serena se apartó de él lentamente.
– ¿Convencido? -repitió ella, que había olvidado la causa de aquel beso.
– Retiro todo lo que he dicho antes -añadió Leo y acarició el cabello de Serena-. Creo que me has demostrado con creces que no me tienes miedo y que tampoco te asustan tus sentimientos.
La realidad golpeó a Serena de pronto como un jarro de agua fría. Se sintió ridícula por haber besado a un extraño y estar aún abrazada a él en aquella terraza.
– Tú… tú -tartamudeó de forma incoherente.
– Yo, ¿qué?
– Espero que estés satisfecho ahora -pudo decir al fin.
– Oh, lo estoy, lo estoy -dijo Leo-. Prefiero mil veces más tu pasión que tu mal humor, Serena.
– Esto no ha sido pasión -corrigió ella no muy segura de sus palabras-. Te he besado tan sólo para hacerte callar.
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