Serena levantó la barbilla en un gesto de testa rudez.
– Yo decidiré cómo voy a trabajar -afirmó.
– No, Serena -dijo Leo con una expresión im placable-. Éste es mi banco y tú trabajas para mí Si quieres el puesto, tendrás que aceptar que soN yo el que toma las decisiones y, aunque te parezcÍ mentira, sé distinguir entre un buen paté y comid, para perros, así que quiero que me muestres lo menús que vas planificando para cada semana.
– ¿Es que no tienes cosas más importantes quf hacer? -preguntó ella con impaciencia-. No tiene sentido que me hayas contratado para planificar menús, si quieres hacerlo conmigo. ¿Acaso vas preparar la comida tú también?
– Espero no tener que cambiar nada de tus plainificaciones -dijo Leo con frialdad-Pero me gusta saber qué es lo que sucede en el banco desde la cocina hasta la sala de operaciones. Eso significa que sabré en todo momento cómo trabaja mi personal.
– Me pagan por cocinar, no por hacer la vida agradable a la gente -dijo Serena-. Si no te gusta mi forma de cocinar, sólo tienes que decírmelo y encontrar a alguien que me sustituya.
Leo suspiró.
– De verdad, debes aprender a no ser tan brusca, Serena. ¿Dejarías un trabajo en el que se te paga estupendamente sólo por salirte con la tuya?
Serena deseó decirle lo que podía hacer con su maravilloso trabajo, pero se acordó de Madeleine. Le había prometido mandarle algo de dinero para que los niños pudieran ir a un campamento de verano.
– No -dijo-, pero lo hago porque necesito el dinero. ¡No sabía que pelotear al presidente fuera parte de mis obligaciones!
– ¿Quieres que te pague un poco más por ser amable?
– Me vendría bien -dijo ella, ignorando deliberadamente el sarcasmo en el tono de Leo-. ¿Cuánto me ofreces?
Serena se arrepintió inmediatamente de sus palabras.
– Eso depende de lo amable que estés preparada a ser -dijo Leo y Serena se acaloró en pocos segundos.
Se arrepentía de lo que había dicho y se reprochaba el no pensar dos veces las cosas que decía.
De pronto, apartó la vista de Leo y se levantó una vez más.
– Debo volver a la cocina.
– Por supuesto -dijo él sin perder la compostura-. Oh, puede que necesites esto -añadió y abrió un cajón del que sacó la diadema que Serena llevaba el día de la boda de Candace.
Serena tomó la diadema como si estuviera al rojo vivo.
– ,De dónde la has sacado? -preguntó al reconocer que era la suya.
Sin embargo, antes de que él pudiera contestar, Serena supo la respuesta.
– Te la dejaste en la terraza. Se te cayó mientras…bueno mientras estaba ocupada.
– ¿Mientras me besabas? -continuó ella, mirándolo a los ojos con firmeza.
– Tal y como yo lo recuerdo, tú eras la que me besabas.
– ¡Claro, porque me provocaste!
– Y fue muy agradable -señaló Leo sonriendo y se acercó a ella para limpiarle el rastro de la harina de su mejilla-. Eso sí que valdría un aumento.
Serena se sintió horrorizada ante la reacción de su cuerpo a la caricia de Leo. Su rostro se estremeció y tuvo que dar un paso atrás para no caer en el juego de su cercanía.
– Puede que esté desesperada por el dinero, pero no tanto -dijo ella, conservando su dignidad-. ¡Puedes quedarte con tu maravilloso trabajo si eso significa que tengo que ser amable contigo! -exclamó.
Serena se dio media vuelta y salió del despacho con un fuerte portazo.
La expresión de incredulidad en el rostro de Lindy cuando vio salir a Serena como una exhalación del despacho se tornó en compasión. La gente que osaba enfadar a Leo Kerslake no duraba mucho en el banco Erskine Brookes y, cuando Serena se calmó, se dio cuenta de que recibiría la notificación del despido en cualquier momento.
Sin embargo, no sucedió nada ni aquella tarde, ni al día siguiente y, poco a poco, Serena se fue relajando. Al fin y al cabo, Leo no la había tomado en serio y habría pensado que no iba a dejar su trabajo por un absurdo pique entre los dos.
Durante las dos siguientes semanas, Serena no vio mucho a Leo. De vez en cuando, lo veía en el comedor, pero estaba tan ocupado hablando con los directivos, que apenas advertía su presencia. Otras veces, lo veía de refilón montando en el ascensor y, cuando sucedía, su corazón latía con fuerza.
Un martes por la tarde, Serena esperaba en su furgoneta para salir del aparcamiento, cuando vio a Leo abandonando el banco acompañado por una bella jovencita rubia que le llevaba del brazo. La joven le sonreía y sus cabellos brillaban como el
oro bajo el sol del atardecer. Vestía un elegante traje de color rosa y unos zapatos de tacón; toda ella irradiaba riqueza y glamour.
Súbitamente, se dio cuenta su propio aspecto, vestida con vaqueros y una camiseta vieja y apretó el volante al verlos cruzar la calle, charlando animadamente y riendo.
Tan sólo el claxon del coche que se encontraba detrás, hizo que Serena volviera a la realidad. Salió en dirección contraria a la de Leo y la joven, diciéndose una y otra vez que no era asunto suyo con quién saliera Leo. Sin embargo, aquella tarde tampoco pudo olvidar la imagen de Kerslake acompañado de la joven rubia. Afortunadamente, Candace la llamó y, de aquella forma, distrajo su atención.
– Vente a cenar mañana por la noche -dijo Candace que acaba de volver de su luna de miel en las Maldivas-. Podremos hablar y verás las fotos de la boda.
Serena no estaba segura de querer pasar la noche viendo fotos que le recordarían a Leo, pero el plan era más alentador que una velada sola en su casa y pensando en lo mismo.
– Me encantaría -contestó.
Al día siguiente, Serena se encontraba de mejor humor y contenta de salir de casa aquella noche. Sin embargo, su buen humor se vio empañado cuando vio a Leo y a su novia rubia en el comedor del banco. Aunque la mesa en la que estaban sentados estaba ocupada también por otros ejecutivos, la joven no tenía ojos más que para Leo.
Como no le habían dado la orden de que sirviera un menú especial, se dispuso a servir el menú del día. Se acercó a la mesa para colocar unos rollitos de aperitivo y su nerviosismo le jugó una mala pasada. Consciente de que Leo la observaba, a Serena se le cayó la cesta en la que llevaba el aperitivo, que se desparramó por toda la mesa. Ante el desastre, se apresuró a limpiarlo, pero tiró un vaso de agua y tuvo que deshacerse en disculpas.
Roja de vergüenza, Serena arregló el desastre y se retiró, advirtiendo que Leo no apartaba la vista de ella. Podía imaginar la sonrisa de sarcasmo que cruzaría su rostro al ver que él era la causa de su turbación.
Fue un alivio cuando su jornada laboral terminó y pudo montar en un taxi con dirección a la nueva casa de Richard y Candace. Lo único que necesitaba era una copa que la animara y la hiciera olvidar la vergüenza que había pasado por la mañana.
Candace estaba guapa y morena y, cuando vio a Serena, la abrazó rebosante de felicidad.
– ¡No sabes lo maravillosa que es la vida de casada! -exclamó mientras la dirigía al salón.
Pero Serena se quedó paralizada en la misma puerta al ver que Leo se encontraba en la misma habitación hablando con Richard. En cuanto se
percató de la presencia de Serena, guardó silenc y la miró.
– ¡No sabía que ibas a estar aquí! -dijo ella s pensar.
– Para mí también es una sorpresa tu presenc en esta casa -señaló él con frialdad.
Sus ojos grises mostraban una extraña expr sión, una mezcla de diversión, irritación ante constante antagonismo de Serena e, incluso, apr cio ante el aspecto de Serena. Llevaba, como sier pre, sus vaqueros, pero, en aquella ocasión, los h bía conjuntado con una camiseta de color ver, esmeralda que contrastaba con el cobre de su pel
– Nos pareció una buena idea el que estuviera los dos aquí -dijo Richard con cierto nervi sismo-. El padrino y la dama de honor junte Además, supongo que querréis ver el vídeo de boda.
Serena no pudo imaginar ni una sola cosa q le apeteciera menos.
– Estábamos allí, Richard -señaló-. Ya sabemos lo que pasó. ¿Podemos ver las fotos de las Mato vas?
– Puedes verlas después -señaló Candace, q ya estaba acostumbrada a la forma de ser de amiga-. El vídeo es muy divertido -añadió y tendió a Serena una copa de vino-. Ponlo, cariño.
Leo Y Serena fueron colocados juntos en frente de la television mientras Richard preparaba el video.
– Te encantará -dijo Richard a Serena.
Richard conectó el vídeo y se fueron sucediendo las imágenes de la ceremonia y de la recepción posterior. Apareció en él, Leo con su expresión ausente y Serena, con su horrible vestido y su aspecto de encontrarse fuera de lugar. Más tarde se sucedieron las escenas del baile y Serena tembló ante la idea de que la hubieran filmado bailando con Leo. Desgraciadamente, así había sido y se vio en brazos de Leo, como si se encontrara en los del hombre de su vida, relajada y con los ojos cerrados. El rostro de Leo no podía verse, pues el cabello de Serena lo tapaba.
Serena sintió que no sabía si pegar a Richard, a Leo o marcharse de allí inmediatamente. ¿Y si habían filmado el beso?
– Vaya forma de bailar -señaló Richard, mirando pícaramente a Leo.
Leo no se inmutó, sentado en el sofá y tan sólo una sonrisa irónica apareció su rostro.
– ¿Pero qué dices, Richard? ¡Sólo es un baile! -se apresuró a decir Serena, abochornada.
Por fin, el vídeo terminó y Serena pudo respirar aliviada. Candace se aclaró la garganta, decidiendo que había que cambiar de tema.
– Cuéntanos algo sobre tu nuevo trabajo, Serena. ¿Estás trabajando para alguien agradable?
Serena miró de reojo a Leo y se enfureció al ver que él parecía estar divirtiéndose con todo aquello.
– No creo que «amable» sea la palabra mas adecuada para describirle -dijo ella.
– Serena está trabajando para mí -desveló Leo.
– ¿De veras? -preguntó Candace, sorprendida-.¡Qué coincidencia tan alucinante!
– Alucinante -repitió Serena.
Richard miró a Leo con complicidad. -¡Apuesto a que no es la empleada más fácil de llevar! ¿Cómo demonios puedes dominarla?
Leo miró a Serena, que le devolvió la mirada con la agresividad de sus ojos verdes.
– Con mucho cuidado -señaló él.
A Serena la velada le pareció interminable y, cuando por fin terminaron de ver las fotos y de contar lo sucedido en la luna de miel, respiró aliviada. Apreciaba mucho a su amiga Candace, pero todo aquel revuelo de recién casados la aburría.
Cuando Leo explicó que, a la mañana siguiente, tenía que trabajar temprano y que debía retirarse, se ofreció para llevar a Serena a su casa y tal era su agotamiento, que aceptó.
– Gracias -dijo una vez en el coche-. Lo único que saco en claro de estas cosas es que no quiero casarme.
– Desde luego, no tenías aspecto de divertirte mucho -dijo Leo, mientras ponía en marcha el coche.
– La boda ya fue suficiente como para aguantar encima un vídeo -protestó ella-. ¡Qué raro que no hayan hecho camisetas de la boda! -bromeó-. ¿Y por qué Candace empieza ahora todas sus frases con «Richard dice», «Richard piensa»'? ¡Ella solía pensar por sí misma antes!
– Ésa no es la razón por la que estás en contra del matrimonio, ¿verdad? -dijo Leo, mirándola de vez en cuando.
– ¿Qué quieres decir?
– He hablado con Candace antes de que llegaras y me ha contado lo de Alex -explicó él-. Dice que te rompió el corazón.
– Lo hizo en su momento, pero ahora, cuando vuelvo la vista atrás, creo que recibí una buena lección -señaló ella sin dejar de mirar al frente-. ¿Te dijo que era un hombre casado?
– Sí, y que tú eras muy joven.
– Tenía veintiún años y era demasiado tonta como para darme cuenta de por qué era tan poco claro en algunas respuestas. Más tarde, su mujer se enteró y vino a verme. Fue horrible -explicó Serena-. La mujer se encontraba destrozada por el engaño de Alex y, además, él la hizo creer que yo era la que le había manipulado y la que le estaba obligando a abandonarla para que se casara conmigo.
Durante unos instantes, Serena guardó silencio y pensó en lo mucho que la mujer de Alex le recordaba a su propia madre. Su padre nunca la había engañado, pero sí humillado de otras maneras.
Le hubiera gustado recordarlo antes de conocer a Alex, pero no lo olvidaría nunca más.
– No sé por qué Candace tiene que hablar de mí contigo -señaló con cierto disgusto Serena.
– Se preocupa por ti -dijo Leo inesperadamente-. Me ha contado que tú la ayudaste con otros problemas en el pasado y que nunca le has reprochado el haber tenido que vender el negocio, aunque sabe lo mucho que representaba para ti.
– Oh, bueno -comenzó ella un poco avergonzada de lo mucho que Candace le había contado-… Supongo que todo ha sido para bien. Por lo menos, eso me ha dado la oportunidad de poder ahorrar para mi propio restaurante. Es lo que en realidad deseo.
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