Con cada timbre del teléfono, se le rompía un poco más el corazón, pero ya no había marcha atrás.
– Eh, ¿princesa? -dijo Sally acercándose-. No sé si estarás llamando a… no sé… Siberia, me parece que has marcado demasiados números.
– Grunberg no es Siberia -contestó Natalia deseando oír la voz de alguien de su familia.
Al oír la voz de Amelia, estuvo a punto de ponerse a llorar.
– ¿A… A… Amelia?
– ¡Natalia, cariño!
– Yo… -se interrumpió, miró a Tim y tragó saliva.
– Me necesitas.
– Sí.
– Estoy muy cerca. No tardaré en llegar.
Y colgó. Natalia se quedó mirando el teléfono. ¿Cómo que estaba cerca? Desde luego, Amelia era mejor que un hada madrina.
Todos la estaban mirando como si estuviera loca menos Tim, que se acercó, le tomó la cara entre las manos y la besó hasta casi hacerla perder la consciencia.
– No sé qué decir -le dijo entrelazando sus dedos con los de Natalia.
«Dime que no me vaya, dime que me quede contigo para siempre, dime que me quieres aunque sea la mitad de lo que yo te quiero a ti».
– Dime adiós -contestó fingiendo tranquilidad.
– No me gusta decir adiós -dijo Tim besándole la mano- y, menos, a ti.
– Bueno -dijo Natalia encogiéndose de hombros y tragando saliva-. Siempre supimos que llegaría el momento -sonrió.
– Exactamente -intervino Sally-. Ahora, podremos contratar a Josh, que cocina de maravilla -suspiró.
– Todos fuera -dijo Tim señalando la puerta.
– ¿Ahora que se estaba poniendo interesante? -protestó Pete.
– Vas a necesitar nuestra ayuda para convencerla para que se quede -apuntó Red.
Sally estuvo a punto de atragantarse con el burrito.
Natalia consiguió sonreír de nuevo.
– No digáis tonterías. Os mataría de hambre a todos.
– Fuera -repitió Tim-. Tú, no -añadió agarrando a Natalia de la mano.
Natalia no sabía si besarlo o pegarle una bofetada.
– ¿Y ahora? -dijo Tim-. ¿Te montas en un autobús y te vas?
Natalia lo miró fijamente.
– ¿No me has oído llamar por teléfono?
– Sí, pero quiero saber dónde te vas.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué? Bueno, por si… eh… porque quizás…
– ¿Porqué, Tim?
A lo lejos, oyeron un ruido inconfundible.
– ¿Te tienen que traer algo en helicóptero? -le preguntó Natalia.
– No.
– ¿Amigos que tengan helicópteros?
– No.
– Entonces, vienen a buscarme -dijo saliendo de las cuadras.
Tim la siguió sintiendo pánico, miedo, frustración y un montón de cosas más, pero, sobre todo, pánico.
Se iba de verdad. Siempre había sabido que llegaría ese momento, pero no creía que le fuera a doler tanto.
Le dolía demasiado. Tanto que se tocó el corazón esperando que le estuviera sangrando. Menos mal que no era así.
Vio aterrizar un helicóptero con un escudo real en las puertas.
La señora Cerdo y Pickles estaban como locos ante el ruido. Su hermana estaba muda, algo muy raro.
– Soy Amelia Grundy -dijo una voz autoritaria-. Apártense -ordenó.
Tim se quedó con la boca abierta mirando a aquella mujer de pelo cano y penetrantes ojos azules que acababa de bajarse del helicóptero y estaba abrazando a su Natalia. La mujer sacó una sombrillita para protegerse del sol.
– ¿Cómo sabías dónde estaba? -le preguntó Natalia confundida.
– ¿Te he fallado alguna vez? -dijo Amelia poniéndose unas gafas de sol.
– Claro que no, pero…
– ¿Una semana en Estados Unidos y ya has olvidado los buenos modales? Nada de peros, ya sabes.
Natalia se mordió el labio inferior y sonrió.
– Me alegro mucho de verte, Amelia -dijo abrazándola de nuevo-. Mucho.
La mujer miró detrás de Natalia y vio a Tim, a quien dirigió una mirada poco amigable. Tim sintió como si lo hubieran clavado al suelo. Reunió fuerzas para echar los hombros hacia atrás y acercarse a ellas.
– Tim Banning -dijo estrechándole la mano-. Un amigo de Natalia.
Amelia frunció el ceño.
– ¿Se refiere usted a Su Alteza Real? Un poquito más de educación, jovencito. ¿No sabe usted cómo hay que hablar con un miembro de la familia real?
– Eh…
– Amelia -dijo Natalia apretándole la mano a su niñera-. En Texas, no hay familias reales. Vas a tener que perdonarlos.
– ¿Cómo dices? ¡Ay, querida, me parece que has estado demasiado tiempo con ellos!
Dos hombres vestidos de negro salieron del helicóptero e hicieron una reverencia al ver a Natalia.
La señora Cerdo dejó de gruñir y Pickles dejó de balar. Sally se quedó de piedra y Tim se sintió la persona más tonta del mundo. Dios mío, era cierto. Natalia era una princesa e iba a salir de su vida tan rápido como había entrado.
No podía ser. Necesitaba tocarla, saber que era de verdad.
Los dos hombres de negro se lo impidieron.
Con un imperceptible gesto de la cabeza, Natalia les indicó que se apartaran. Obedecieron, pero no se alejaron lo suficiente. Estaban rodeados. Tim se dio cuenta de que, si quería decir algo, iba a tener que ser delante de todos ellos.
– Adiós -dijo Natalia con los ojos brillantes-. Sé que para ti no ha sido nada del otro mundo, pero quiero que sepas que para mí ha sido… impresionante.
– Natalia, no puedo decirte adiós -dijo Tim.
– Aparta -intervino Sally acercándose con una gran sonrisa-. Así que es verdad, no estás loca.
Natalia miró a Tim.
– Yo no diría tanto.
Sally vio la mirada cómplice entre ellos y sintió pena.
– Mira, quiero que sepas que me he portado mal contigo y lo siento.
– No es cierto, pero da igual -sonrió Natalia.
– Tienes razón -sonrió Sally-. Soy un poco bestia con todo el mundo, no solo contigo. Nunca he querido hacerte daño, pero me daba miedo cómo mirabas a mi hermano porque es fácil hacerlo sufrir -añadió encogiéndose de hombros-. Te has esforzado, te has superado, has aguantado de todo y has sabido ganarte el cariño de todos… incluido el mío, Natalia.
– En el fondo, eres una sentimental -rió Natalia.
– Sí -carraspeó Sally con un nudo en la garganta-. Tu comida es un poco rara y, la verdad, no me gusta, pero me caes bien -añadió abrazándola por sorpresa.
Tim observó la cara de Natalia. Estaba confusa y emocionada, a punto de llorar. Sus hombres estaban exactamente igual.
Red lo miró.
– No dejes que se vaya -le dijo con los labios.
¿Cómo?
– Deja de comer chocolatinas y comida basura -dijo Natalia abrazando a Sally.
– Lo haré -le prometió la chica apartándose para dejarle el turno a su hermano.
Tim miró a Natalia a los ojos. Sabía que, si se iba, princesa o mujer, su vida no iba a volver a ser la misma. No tendría su sonrisa, su risa, sus desafíos. Natalia le había hecho ser mejor persona, le había abierto el corazón y no podía permitir que se fuera.
– Natalia.
Se acercó y los dos guardaespaldas se acercaron.
– ¿Podrían dejarnos un momento a solas?
– No -contestó uno de ellos.
– Bien -dijo Tim agarrando a Natalia de las manos-. Quiero decirte una cosa.
Natalia parecía impaciente por irse. No paraba de mirar al helicóptero.
– ¿Sí?
– No te vayas.
Natalia lo miró con los ojos muy abiertos.
– ¿Cómo?
– No te vayas -repitió Tim.
– Pero… el trabajo era temporal, solo hasta que me repusiera -dijo Natalia tragando saliva-. Ya estoy bien, Tim, y esta gente cuidará de mí.
Tim no le soltó las manos.
– Esto no tiene nada que ver con el trabajo.
– ¿Entonces?
Quería saberlo en ese preciso instante, delante de todos.
– Venga -lo animó Red.
– Vamos -jaleó Seth-. Díselo.
– Entonces, tiene que ver con nosotros… Porque te quiero.
A aquella confesión siguió un coro de silbidos y gritos de júbilo.
Cuando terminó, el silencio de Natalia cayó como una bomba.
Capítulo 13
– ME quieres -dijo Natalia lentamente. No se podía creer que aquella voz tranquila y calmada fuera la suya. Nadie se había dado cuenta de que le temblaban las piernas.
– Sí -dijo Tim sonriendo desarmado mirando a su público-. ¿Podríamos entrar en casa y hablarlo?
– Claro que no, joven -intervino Amelia-. Siempre tiene que haber una carabina con Su Alteza.
– Amelia, por favor -sonrió Natalia-. Llevo con él toda la semana.
– ¿Qué? -gritó la niñera horrorizada.
– No es lo que tú te crees -mintió Natalia para tranquilizarla-. Quiero decir que he estado trabajando, cocinando, ayudando… Oh, Amelia, si supieras lo bien que me he sentido ganándome el sueldo -dijo abrazando a la mujer de nuevo.
– Tú no necesitas ganarte ningún sueldo.
– Ya lo sé, pero…
– Perdón -intervino Tim-. ¿Hola? Estábamos hablando de algo muy importante, ¿recuerdas? -añadió saludando con la mano y tomando a Natalia de los hombros. Al demonio con los guardaespaldas.
Natalia lo miró a los ojos y vio lo que había soñado toda la vida con ver.
– Me quieres -dijo-. A mí, a la mujer.
– Te quiero, sí, a ti, a la mujer que me hace reír, a la mujer que alegra mis días, a la mujer con la quiero envejecer.
– Pero no sé cocinar comida americana.
– No, pero siempre habrá chocolatinas y comida basura. Natalia, cásate conmigo.
– ¿Y mi lado de princesa? -preguntó ella aguantando la respiración. Amelia hizo un movimiento a sus espaldas y temió que fuera a golpear a Tim con la sombrilla antes de que le diera tiempo de contestar-. ¿Tim? Me quieres, sí, a la mujer, pero, ¿qué hacemos con la princesa?
– Que se quede también -contestó Tim agarrándole la cara con aquellas manos tan grandes que tanto le gustaban-. Lo quiero todo, el lote completo, Natalia. El cuero, los vaqueros y hasta los pintalabios azules. Quiero todo de ti… -se interrumpió y miró a los guardaespaldas-. Supongo que ellos no vendrán con nosotros de luna de miel, ¿no?
Natalia se quedó sin respiración.
– ¿Luna de miel?
Tim le apartó un mechón de pelo de la cara y le acarició la cara.
– ¿Te quieres casar conmigo? Así, me vigilarás para que no recoja más animales de geriátrico y no coma demasiado chocolate.
– Me encantan tus animales de geriátrico -contestó Natalia con lágrimas en los ojos-, pero…
– De peros nada, ya has oído a Amelia.
– No puedo pedirte que dejes esto -susurró-. Sé que significa mucho para ti y mi casa, mi familia, significan mucho para mí también.
– Tiene que haber una manera de combinarlos -dijo Tim desesperado-. Podría dejar a Sally la mitad del año con el rancho.
– No hay problema -dijo su hermana.
Natalia lo agarró de las muñecas y lo miró sinceramente sorprendida.
– ¿Estarías dispuesto a dejar el rancho? ¿Te vendrías a vivir conmigo a un país que nunca has visto?
Tim se acercó y la besó.
– Natalia, me iría a la luna si tú me lo pidieras. Lo único que quiero es estar contigo.
Natalia no quería ni parpadear por miedo a que aquel hombre perfecto, fuerte, bueno y sorprendente desapareciera.
– Quiero vivir en Texas.
Amelia carraspeó.
– Es cierto -dijo Natalia sin dejar de mirar a Tim-. Lo siento, Amelia, pero estoy enamorada de él.
Amelia gimió, sacó un pañuelo del bolso y se puso a llorar a todo llorar.
– ¿Amelia? ¿Estás llorando? -preguntó Natalia anonadada. No había visto llorar a su niñera en la vida.
– Cariño -dijo Amelia entrecortadamente.
Estaba llorando tan fuerte que la señora Cerdo se puso a gruñir y Pickle no tardó en unirse.
– Me estás asustando -dijo Natalia.
– No te puedes ni imaginar cuánto tiempo llevaba esperando algo así -dijo Amelia-. Es amor de verdad. Es lo más bonito que he visto en mi vida. Vas a ser tremendamente feliz.
– Todavía no ha dicho que sí -apuntó Tim.
– No -dijo Amelia secándose las lágrimas-, es cierto.
– Quiero oírtelo decir.
– Te quiero -dijo Natalia con convicción-. Te quiero, Timothy Banning, y no quiero que abandones nada por mí. De verdad, quiero vivir aquí -le aseguró-. Vendrás a verme a menudo, ¿verdad? -añadió mirando a su niñera.
– Claro que sí.
Tim estaba pasmado.
– Solo una cosa -dijo Natalia.
– Lo que quieras.
– Si no me he quedado embarazada después de lo del preservativo roto…
Amelia gritó horrorizada y golpeó a Tim con la sombrilla.
– ¡Eh! -exclamó él cubriéndose con el brazo.
– No fue culpa suya, Amelia -le aseguró Natalia-. Es que no le cabía…
Los allí reunidos comenzaron a gritar de nuevo.
Tim sintió que se sonrojaba como en su vida.
– Se lo está inventando -dijo cerrando los ojos.
– Como iba diciendo… -dijo Natalia-. Si no estoy embarazada, me gustaría estarlo. ¿Te parece bien?
Tim abrió los ojos y la estrechó entre sus brazos.
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