Al ver los platos vacíos, Natalia sonrió orgullosa. Tim sintió una punzada de dolor en el corazón, pero consiguió sonreír. Sus hombres lo imitaron.

Sally puso los ojos en blanco.

– Estáis muertos -sentenció.


El desayuno del día siguiente fue muy parecido. Una cosa pequeña con mucha salsa y nombre francés que todos alabaron por miedo a herir sus sentimientos.

Natalia, con vaqueros, camiseta y labios verdes, sonrió encantada. En cuanto se giró, todos hicieron muecas de horror y buscaron en vano a Grumpster, que por primera vez en su vida no había entrado en la cocina a las horas de las comidas.

Estaban solos.


Después de desayunar, Tim entró en la cuadra y se encontró a Seth vendiendo chocolatinas a cinco dólares. Un robo, pero Ryan, Pete y Red estaban rebuscándose en los bolsillos para pagar.

Sally, que estaba cepillando a su caballo, levantó la cabeza y miró a su hermano disgustada.

– ¿Por qué no le dices que cocina fatal?

– Ni se te ocurra -contestó Tim comprando dos chocolatinas del hambre que tenía.

– Esto es increíble -dijo Sally-. ¿Ha llamado ya a papá el rey?

– No -admitió su hermano.

– ¿Porqué?

– ¿Qué más da?

– Claro que da -protestó Sally-. No llama a casa porque no tiene casa.

– No podía dejarla en la parada del autobús, Sally. Tú tampoco habrías podido.

– Eso es lo que tú te crees -contestó su hermana-. Tim, no puedes hacerte cargo de todo el mundo -añadió mirándolo con cariño.

Tim suspiró y dio buena cuenta de la primera chocolatina.

– Mira, ya sé que cocina un poco raro.

– Está claro que te ha mentido. No sabe cocinar para mucha gente.

– Nunca dijo que supiera.

– ¿Me estás diciendo que la contrataste sin preguntar? -dijo Sally con la boca abierta-. Maldita sea, Tim.

– Se está esforzando, que es lo que cuenta. Además, solo se va a quedar unos días…

– ¿Entonces no le vas a decir lo mal que cocina? -suspiró su hermana-. Menudos días nos esperan. Chicos, ¿queda alguna chocolatina?

Cuando se la terminó, se la llevó a un aparte.

– Sally, ¿te importaría ir a hacer la compra? -preguntó sabiendo que la respuesta sería no.

– No.

– Si vas…

– ¿Qué? ¿Me dejarás salir con Josh?

– ¿Te gusta de verdad?

– Me gusta cómo le quedan los pantalones y, de momento, con eso basta.

Tim hizo una mueca.

– No quiero detalles.

– Pues no preguntes.

– ¿Irás, por favor?

– ¿Y por qué no mandas a tu nueva cocinera? ¿Qué pasa? ¿No sabe conducir?

– No es eso, pero ya tiene bastante con lo que tiene. Hay que darle un poco de tiempo. No quiero cargarla con demasiadas cosas.

– Y a mí no te importa hacérmelo, ¿no? -protestó Sally poniendo los ojos en blanco-. Muy bien, iré yo, pero que sepas que voy a salir con Josh el viernes por la noche.

– ¿Y si no te lo pide?

– Eso déjalo de mi cuenta.

– ¿Estás teniendo cuidado? -preguntó Tim dándole un mordisco a la chocolatina?

– ¿Me estás preguntando si tomamos precauciones cuando nos acostamos? -sonrió Sally-. No te preocupes, me quedó todo muy claro con la charla aquella que me diste sobre los pájaros y las abejas. ¡Pues claro que tomamos precauciones! Se pone una goma y ya está.

Tim hizo una mueca.

– ¿Prefieres que diga condón? No, seguro que te gusta más preservativo…

Tim cerró los ojos y se tapó los oídos, lo que hizo reír a Sally.

En ese momento, se abrió la puerta de la cuadra. Tim miró en aquella dirección, pero el sol de la mañana no le permitía ver bien. Solo vio un escultural cuerpo femenino en vaqueros y camiseta de algodón. Un cuerpo de locura, con buenos pechos, piernas largas y caderas de ensueño. Cuando sus pupilas se acostumbraron a tanta luz, vio que era Natalia con cara de estupefacción.

– Bueno -dijo acercándose a ellos y mirando fijamente las chocolatinas.

– ¿Esto? -dijo confuso-. Es un ritual diario que tenemos, ¿verdad, chicos? Sí, verás… tenemos la costumbre de tomarnos unas chocolatinas todos juntos antes de empezar el día… para rendir más, ¿sabes?

Seth, Pete, Ryan y Red asintieron y sonrieron al unísono.

– Es el postre perfecto después de tu riquísimo desayuno -dijo Red.

Natalia sonrió encantada.

– ¿De verdad?

Tim se quedó absorto con sus labios y, de repente, sintió deseos de besarlos.

– ¿Por qué no me habéis dicho que os quedabais con hambre? -les reprendió Natalia-. Bueno, no pasa nada, a partir de ahora haré más cantidad y ya está -sonrió.

– ¿Más cantidad? -tartamudeó Seth mirando a Tim horrorizado.

– Claro -dijo Natalia-. ¡No puede ser que os quedéis de hambre! -exclamó saliendo de la cuadra.

– No puede ser -dijo Sally apretando los dientes y dedicando a su hermano una mirada asesina.

Capítulo 5

A ÚLTIMA hora de la tarde, Tim volvió a caballo a la cuadra. Desmontó de Jake y el caballo se puso a olfatearle los bolsillo en busca de su azucarillo.

– Para -le dijo-. Hoy ya te he dado lo tuyo.

En ese momento, oyó una risa a sus espaldas que lo hizo sonreír.

– Qué fácil parece todo cuando tú lo haces – dijo Natalia-. Quiero decir, que te veo montar y desmontar, cabalgar y parece tan fácil…

Así que lo había estado observando. Tim se preguntó si Natalia lo observaría tanto como él a ella.

– A mi madre le encantaban los caballos -continuó ella con pena sin acercarse a Jake-. Murió en… una avalancha hace doce años.

– Lo siento.

– Fue hace mucho.

– Sí -dijo Tim acariciando al caballo-. Supongo que si te hubieran dado un centavo cada vez que te han dicho que todo se iba a arreglar, que la volverías a ver algún día, que siempre vivirá en tu corazón serías rica, ¿verdad?

– ¿A ti también se te ha muerto alguien?

– Sí, mis padres… En un accidente de coche.

– Así que me entiendes.

– Perfectamente -sonrió.

Cada vez le gustaba más aquella mujer.

Demasiado.

– Por eso te haces cargo de tu hermana, ¿no?

– Alguien tenía que hacerlo.

– La quieres.

Tim suspiró y sonrió. -Claro.

Natalia sonrió también.

– ¿Qué pasa? -dijo cuando vio que la miraba fijamente.

– Estaba pensando que no te pareces en nada a la mujer que conocí en el avión.

Natalia se tocó el pelo.

– Ya, es que…

– Me gustas así.

– ¿No te gustaba más vestida de cuero?

– No -sonrió-. Me gustas así, sin maquillaje.

– Es la primera vez que no me maquillo, ¿sabes?

– ¿Por qué? ¿Te gusta esconderte tras una buena capa?

– Sí, me he dado cuenta de que así era. También me he dado cuenta de que aquí no tengo que esconderme de nada.

Se quedaron mirándose y sonriéndose como tontos hasta que Jake pasó entre ellos para meterse en su cuadra ya que no había azucarillo.

Natalia estuvo a punto de caerse de espaldas en su prisa por apartarse del animal.

Jake se giró hacia ella ante el repentino movimiento y movió la cabeza frente a Natalia creyendo que le iba a dar algo de comer.

Natalia dio otro paso atrás y Tim tuvo que agarrarla para que no se cayera.

– ¿Estás bien?

– Sí, sí… -contestó logrando esbozar una sonrisa.

Jake siguió mirándola y acercándose cada vez más.

– Es muy grande, ¿no? -dijo Natalia apartándose hasta darse con la pared en la espalda.

Tim se dio cuenta de que estaba temblando.

– No te gustan los caballos, ¿no?

Jake alargó el cuello y se puso a olfatearle los bolsillos. Natalia ni se movía.

Tim apartó al animal con cariño.

– Debes de oler bien -rió-. No te preocupes, jamás te haría daño.

– Estoy bien… No me da miedo -contestó aguantando la respiración.

Tim le acarició el brazo.

– Natalia, bonita, respira.

– Sí, claro, respiro -dijo ella.

Tim sonrió.

– ¿No tenéis caballos en tu país?

– Claro que sí -contestó Natalia-. Tenemos caballos y todo tipo de animales. No son ellos, soy yo. Es una absurda fobia mía.

– No tengas miedo de Jake. Solo quiere un azucarillo. Cree que todos llevamos cosas para él en los bolsillos. Mira -dijo girándose hacia el caballo y emitiendo un sonido parecido a un relincho.

Jake lo imitó y se frotó contra su brazo con cariño. Tim miró a Natalia.

– ¿Quieres hacerlo tú?

No le dio tiempo ni a contestar porque Tim la agarró del brazo y la colocó a su lado frente a Jake.

Repitió el relincho y Jake emitió el mismo sonido y volvió a frotar la cabeza, pero contra el brazo de Natalia, que sintió tremendos deseos de gritar. No podía porque el cerebro no le respondía. Estaba apoyada contra Tim y…

Estaba apoyada contra Tim. Punto. Calor, confusión, más calor.

– ¿Estás bien? -dijo Tim mirándola a los ojos.

Natalia estaba acostumbrada a estar rodeada de cientos de personas, pero nunca en su vida se había sentido más observada. Nunca en su vida nadie se había preocupado tanto por ella.

Aquello era embriagador. Aquel hombre era embriagador.

– No estoy segura -susurró.

Tim le miró la boca y la vio tomar aire a bocanadas. La abrazó y la miró más intensamente.

– ¿Y ahora? -murmuró rozándole la mejilla con los labios.

Natalia se apretó contra él. No podía evitar desear aquel cuerpo grande y sólido, que la abrazaba y la protegía.

– ¿Natalia?

Sintió que le temblaba todo el cuerpo. Se pasó la lengua por los labios y…

Oyó que Tim emitía un pequeño gemido y cerró los ojos.

Un beso… un beso… un beso perfecto… sí, por favor…

Pero no fue el beso de un hombre sino de un animal porque Jake metió la cabeza entre ellos. Tim intentó apartarlo, pero el animal era tozudo e insistió.

Tim acabó riéndose.

– Muy oportuno, amigo -le dijo-. Perdona, Natalia, pero este tonto se cree que es mi novio.

Natalia se apartó con el corazón latiéndole aceleradamente.

– Claro -dijo-. Tengo que volver al trabajo.

Tim se quedó mirándola sonriente, como si estar tan cerca y hacerla desearlo tanto fuera lo más normal del mundo. ¿O es que no se había dado cuenta?

No, no se había dado cuenta.

– Nos vemos en la cena -dijo Natalia saliendo de la cuadra con fingida tranquilidad.

Al llegar a la cocina, se apoyó en el fregadero y tomó aire.

Maldito caballo.


Al día siguiente, después de desayunar, Natalia salió al sol de la mañana. Todos se habían tomado el delicioso desayuno que había hecho: pan, huevos y salchichas revueltos. «Muy creativo», pensó encantada. Se lo habían comido todo en un abrir y cerrar de ojos.

Entendía que se hubieran ido corriendo a trabajar porque debían de tener un montón de cosas que hacer. Qué bien se lo estaba pasando. No quería que aquella experiencia se terminara.

Se apoyó en una columna del porche y se puso la mano en los ojos. No lo habría reconocido jamás, pero esperaba ver a Tim.

No había podido dejar de pensar en él desde que habían estado a punto de besarse el día anterior.

Sí, por favor, aunque fuera un momento… Se moría por verlo. ¿Sería demasiado pedir que se hubiera quitado la camisa por el calor?

Se sorprendió ante el rumbo que estaban tomando sus pensamientos y se apartó del porche. Entonces, se fijó en los animales del redil, los desvalidos.

Se le paró el corazón y notó que le sudaban las palmas de las manos. Sabía que aquel terror era ridículo, pero no lo podía evitar.

Y todo porque, con cinco años, su padre la había montado en un pony para la cabalgata de Navidad y, al soltar las riendas para saludar a todo el mundo, se había caído. Hasta ahí, bueno. Lo peor había llegado cuando el animal le había tirado encima todo lo que había comido durante una semana.

La ciudad entera se había reído. Había sido el hazmerreír y veinte años después seguía teniendo pánico de los animales por eso.

Se acercó a ellos como si tuvieran un imán. El cerdito de tres patas fue hacia ella cojeando. Se paró en la valla y gruñó varias veces.

Natalia sentía el miedo, pero dio un paso más.

También se acercaron la cabra y el caballo.

Natalia se encontró con seis ojos, cuatro sanos y dos, no, que la miraban con insistencia y tres hocicos que olisqueaban en busca de comida evidentemente.

– No tengo nada -les dijo con tristeza-. Lo siento.

Los animales sacaron la cabeza por la valla.

– No tengo comida -dijo riendo-. Esperad un momento -añadió al ver sus caritas de pena.

Corrió a la cocina y tomó lo primero que vio. Volvió con tres zanahorias. Al olerías, los animales se pusieron como locos. Estaban armando una buena.

Aun así, Natalia tuvo el valor para tirarle la primera zanahoria al caballo. El animal era tan viejo que, por supuesto, no la agarró al vuelo.