En cuanto la hortaliza tocó el suelo, y para consternación del equino, el cerdo fue hacia ella corriendo.

– En, que eso no es tuyo… -dijo Natalia arrodillándose y metiendo la mano por la valla para ayudar al caballo.

La cabra le agarró la manga de la camisa y empezó a comérsela.

– No -gritó horrorizada.

Intentó apartar el brazo, pero la cabra no la dejaba.

El cerdo se apresuró a babosearle el brazo en busca de más zanahorias. A Natalia casi roto le dio un ataque al corazón al imaginarse sin brazo. Tiró con fuerza y consiguió soltarse… aunque cayó de espaldas en el barro.

Se miró bien y vio que no le faltaba ninguna extremidad.

– Podría haber sido peor -dijo viendo que se le había roto la camiseta-. Menos mal que no me ha visto nadie.

– ¿Cómo que no? -dijo una voz a sus espaldas.

Sally. Estupendo. Natalia suspiró y se giró hacia ella.

– Hola, estaba…

– ¿Dándole de comer a la cabra? -sonrió la hermana de Tim-. Ya lo he visto -añadió pasando de largo.

Natalia se puso en pie y se dijo que daba igual. A Sally no le iba a caer bien de ninguna manera, así que…

Mientras se cambiaba de ropa, se dio cuenta de que había estado tan entretenida que no había pensado en Nuevo México en las últimas horas.

Al recordar que aquello era solo temporal, la invadió la tristeza mientras se dirigía a la cocina.

De hecho, solo le quedaban un par de días allí, así que haría mejor en no encariñarse con nada. Sin embargo, tenía la sensación de que ya era demasiado tarde.

– Nunca es demasiado tarde.

Al oír la voz de Amelia, dio un respingo y miró a su alrededor, pero estaba sola en la cocina.

– ¿Amelia? -susurró sintiéndose ridícula.

Nadie contestó.

Se rió de sí misma y se puso a hacer la comida.

«Nunca es demasiado tarde». ¿Qué quería decir aquello, que se podía quedar un poco más si quería? Tocó el teléfono móvil que llevaba en el bolsillo. Podía llamar a Nuevo México e inventarse una excusa para no ir. Al fin y al cabo, no tenía que volver a Grunberg hasta el lunes.

Sin pensárselo dos veces, llamó al hotel de Taos y dejó encargo de que les dijeran a sus hermanas que no podía ir. Sabía que se estaba comportando como una cobarde, pero no podía evitarlo.

– Dígales que tengo… -intentó buscar algo que no fuera demasiado alarmante-… peste equina -añadió encantada-. Con eso la gente no se te acerca, ¿verdad?

– ¿Me está tomando usted el pelo? -dijo la recepcionista.

– No, claro que no -contestó Natalia pidiendo perdón a sus hermanas mentalmente-. Dígales que tengo la piel fatal y que huelo peor -añadió colgando muy satisfecha de sí misma.

Volvió a hacer la comida aunque estaba prácticamente hecha porque, extrañamente, habían sobrado unos entremeses de la cena. No era cuestión de desperdiciar comida, ¿no?

Mientras hacía el té con hielo, se distrajo mirando por la ventana. Amenazaba tormenta y el cielo estaba precioso. Dejó el té demasiado tiempo, pero supuso que daba igual porque a los vaqueros les gustaban las cosas fuertes, ¿verdad?

Más que el cielo la distrajo Tim, que estaba trabajando cerca de la casa. En cuanto lo vio, se le aceleró el corazón.

Se quitó el sombrero, se secó el sudor de la frente con el puño de la camisa y se la arremangó dejando al descubierto unos antebrazos fornidos y musculosos.

A pesar de lo fuerte que era, era un hombre bueno y delicado, que le estaba diciendo tonterías al oído a su caballo. El animal le dio con la cabeza haciéndolo reír.

El sonido de su risa cruzó la pradera y llegó a los oídos de Natalia.

– Ridículo -murmuró.

Sin embargo, no apartó la nariz de la ventana. No fuera a ser que tuviera calor y se quitara la camisa de una vez. Aquello no se lo quería perder por nada del mundo.

«Ten calor, ten calor›, le dijo mentalmente.

Tim se agachó y le agarró al caballo una pata para mirarle la herradura. Natalia también se puso a mirar, pero su trasero.

– Pero, bueno -dijo Sally-, ¿qué demonios estás haciendo ahora?

Capítulo 6

NATALIA se giró intentando mostrarse tranquila.

– Estoy… -se interrumpió sin saber qué contestar y se quedó mirando el cuchillo que tenía en la mano-… eh… Sally esperaba una respuesta.

– Haciendo la comida.

– Querrás decir la bazofia.

– No, eh… ¿qué?

– Nada, nada -contestó Sally apoyándose en la encimera y cruzándose de brazos-. Límpiate la barbilla, anda.

– ¿Porqué?

– Porque tienes la baba colgando de mirarle el trasero a mi hermano.

Natalia se rió sin convencimiento.

– No digas tonterías. Eso sería… insultante.

– Te he pillado.

Natalia no dijo nada más. Se limitó a poner los entremeses en una bandeja.

– ¿Todo el mundo listo para comer?

– Claro.

Lo había dicho de forma tan sarcástica que Natalia se giró hacia ella. Sally tomó un champiñón, lo miró y lo probó.

– Hum -dijo en lugar de gracias.

Aquello fue la gota que colmó el vaso.

– ¿Eso quiere decir que está bueno o que está malo?

– Sin comentarios.

– ¿Cómo que sin comentarios?

– No puedo hacerlos.

– Me estoy esforzando, ¿sabes?

– Sí -contestó Sally limpiándose las manos en los pantalones-. Lo que me pregunto es por qué.

– ¿Por qué me esfuerzo?

– ¿Por qué no recurres a la ayuda social, te vas a un albergue o te buscas un trabajo de cocinera para gente que le guste comer comida rara?

– Para empezar, no necesito en absoluto recurrir a la ayuda social.

– Ya.

Natalia dejó el cuchillo en la encimera para no tener tentaciones.

– Y, para seguir, no soy una ciudadana normal. Como ya te ha dicho tu hermano, soy una princesa. Supongo que te perdonaré que no lo creas porque, claro, aquí en mitad de la nada… En fin, en cuanto a por qué estoy aquí y al trabajo que hago… -se interrumpió al darse cuenta de que Sally, que hacía lo que quería cuando quería, no iba a entender que ella necesitara sentirse una mujer normal-… bueno, no es asunto tuyo.

– Bien, pero te advierto que no te va a resultar fácil ligarte a mi hermano porque no le gustan los piercings ni los pelos disparados.

No, pero el cuero, sí.

– ¿Ligarme a tu hermano? -repitió Natalia sorprendida. Nunca nadie había osado hablar así en su presencia.

– Como le toques un solo pelo de la cabeza, te arranco las uñas de una en una, así que deja de mirarle el trasero.

Natalia ahogó un grito de sorpresa. ¿Lo diría en serio?

– Estás de broma, ¿no?

Sally ni parpadeó.

– Guau -dijo Natalia-. La verdad es que no sé por qué los estadounidenses tenéis fama de maleducados porque tú, por ejemplo, eres todo dulzura.

– Ten presente lo que te acabo de decir.

– Tim ya es mayorcito, ¿no crees?

– Sí, pero tiene un corazón puro y bueno fácil de romper -contestó Sally tomando otro champiñón y yendo hacia la puerta-. Te pienso vigilar y, a la mínima, te echo -añadió cerrando la puerta.

– Supongo que eso quiere decir que no somos amigas -gritó Natalia dándole una patada a la nevera.


Tim se obligó a tragar, pero solo porque Natalia lo estaba mirando con expresión preocupada.

– ¿Qué es? -preguntó intentando sonreír.

– Una antigua receta familiar. ¿Te gusta?

– Eh… bueno, nunca había probado nada parecido.

Sally soltó una carcajada.

Natalia se mordió el labio.

– Nick habría hecho chile -dijo Sally dejando su plato a un lado.

– Sally…

– Y, encima, es guapo.

– ¿Nick? -dijo Natalia.

– El tipo al que yo habría contratado -contestó Sally.

Natalia miró su plato.

– Chile. No se me había ocurrido. Tampoco que le había quitado el trabajo a otra persona que lo necesitaba.

– Nick tiene otro trabajo -le aclaró Tim.

– Ah, bueno.

Seth se echó hacia delante.

– Natalia, hacer chile es muy fácil, ¿sabes? Seguro que tú lo harías fenomenal.

– Seguro -dijo Pete esperanzado.

– Bueno, no es que sea de gourmets, pero…

Tim miró el contenido de su plato.

– ¿Esto es de gourmets? -preguntó.

– Claro -contestó Natalia indignada-. ¿Qué creías que era?

Eso. ¿Qué creía que era? Tim lo único que sabía era que Natalia no era tan fuerte como quería aparentar y que estaba guapísima cuando lo miraba así de fijamente. No podía decirle que lo que cocinaba era incomible.

– Eh…

Natalia dejó su plato a un lado.

– No lo sabes -dijo confundida-. Dios mío, no sabes lo que estás comiendo. ¿Creías que no sé cocinar?

– Bueno…

– No -dijo Natalia mortificada-. Creías… que estoy loca, ¿no? Dejad a la pobre Natalia, que está como una cabra, se cree que es una princesa y no tiene ni idea de cocinar… ¿Es eso? -sacudió la cabeza y se tapó la boca-. Perdón -dijo levantándose y saliendo de la cocina.

Los chicos se giraron hacia Tim con miradas acusadoras.

– La has hecho buena -dijo Pete-. Has herido sus sentimientos.

– Sí, haz el favor de ir a arreglarlo -lo instó Red-. Dile que solo eres tú, que a nosotros nos encanta lo que cocina.

Sally puso los ojos en blanco.

– Dios mío, chicos, sois tan patéticos como ella.

– Eh, Sally, que a ti no te ha hecho nada -la defendió Pete.

Tim suspiró, dejó la servilleta sobre la mesa y se levantó.

– Sí, vete a hablar con ella -dijo Pete.

Todos asintieron excepto Sally. A Tim le entraron ganas de reír, pero la actitud de sus chicos era conmovedora. Estaban dispuestos a seguir comiendo aquella bazofia con tal de no hacerle daño.

– Menudos peleles -se quejó Sally.

Tim estaba de acuerdo, pero el más pelele era él porque cuando Natalia estaba cerca se le reblandecía el cerebro. En realidad, se le reblandecía todo menos cierta parte de su cuerpo.


Estaba en el porche trasero mirando la luna. Solo llevaba unos vaqueros, una camiseta y una camisa suya de franela. Tendría que haber estado normal y corriente, pero no. Había algo especial en ella que lo dejaba sin aliento.

– ¿Estás bien?

– Claro. ¿No ves que estoy loca?

– Natalia…

– Sé lo que pensáis de mí -dijo sin mirarlo.

Tim se colocó delante de ella para que no tuviera más remedio que dejar de mirar la luna y mirarlo a él.

– Los chicos se preocupan por ti y yo, también.

– Como te preocupas por la cabra ciega, ¿no?

– Tú no eres una cabra ciega, Natalia.

Natalia se giró, pero Tim vio el brillo de una lágrima en sus ojos.

– Yo… no… Creía que…

– Que soy un cerdo de tres patas que necesito un sitio donde vivir -dijo Natalia intentando irse.

Pero Tim la agarró del brazo y no se lo permitió.

– Me tengo que ir -susurró.

– Espera -le dijo abrazándola para consolarla.

¿Solo para consolarla? Allí había más sentimientos implicados. No sabía si era un error pero Tim no pudo evitar acariciarle el pelo.

«Te la estás buscando», se advirtió a sí mismo.

Pero, en ese momento, Natalia dejó de luchar y se apretó contra él al tiempo que le ponía la cabeza en el hombro.

– Supongo que me he pasado -murmuró- Habríais preferido mantequilla de cacahuete; con mermelada, ¿no?

– No -contestó Tim muriendo de deseo a sentir sus labios en el cuello-. Lo que pasa es que no sabíamos qué estabas cocinando.

– Lo siento -suspiró Natalia-. He hecho el tonto, pero me lo estaba pasando estupenda mente, ¿sabes? Sentirme necesitada es nueve para mí. En mi casa, soy importante, pero nadie me necesita -suspiró de nuevo apretándose todavía más contra él. Tim sintió que le flaqueaban las piernas-. No te puedes imaginar lo maravilloso que es sentirse necesitada.

Necesitada.

Guau. Gran paso atrás.

¿Desde cuándo era él quien la necesitaba a ella y no al revés?

Sorprendido, levantó la cabeza.

Natalia, también. Se quedaron mirándose a los ojos a pocos milímetros de distancia. Entonces, uno de los dos, Tim nunca supo quién, recorrió aquella mínima distancia y se besaron como si les fuera la vida en ello.

Capítulo 7

NATALIA se separó un milímetro para tomar aire. Tenía la boca mojada, los ojos soñolientos y los dedos enredados en el pelo de la nuca de Tim. Su cara le llegó al alma.

– No me malinterpretes -le dijo acariciándole el cuello-, pero llevaba tiempo preguntándome cómo sería esto.

Aquella confesión fue tan natural como su beso.

– ¿De verdad?

– ¿Tú también?

No. La verdad es que había estado demasiado ocupado.

– Después de besarte, me cuesta pensar. ¿Podríamos repetirlo?

– Por supuesto.

Sonrió al besarla. Jamás había besado a una mujer mientras sonreía. Le encantaba sentir su cuerpo tan cerca. Deslizó las manos bajo la camisa de franela y se adentró en aquel mundo de curvas con el que había estado soñando todo el día…