– Es imposible ir…
Pero no pudo continuar, porque Mac había llegado allí. Otra vez. Sam cerró los ojos y se recostó en la tumbona. No sabía que la sensación podía ser así, tan increíble, pero Mac la estaba enseñando y, al parecer, su cuerpo aprendía rápido.
Oleadas de placer la asaltaban cada vez que él movía la lengua, y la necesidad contrajo todos sus músculos y arqueó la espalda, buscando más, llegar más alto, tener más…
– Mac…
Él la miró a los ojos y el deseo que leyó en su mirada la llegó a lo más hondo. Entonces volvió a sorprenderla apoyando la palma de la mano entre sus piernas y moviéndola suavemente. Ella gimió ante el asalto y temblando se dio cuenta de que él no dejaba de mirarla, y aunque debería haber sentido vergüenza, saberse bajo su mirada la excitó aún más.
Con cada movimiento de su mano, con cada convulsión de sus caderas, sus ojos se oscurecían más y más. El placer la estaba arrollando cuando ella quería esperar, esperarlo a él, a sentirlo dentro para… para gritar… como hizo en aquel momento al alcanzar el orgasmo más espectacular que había sentido jamás. Las sacudidas que siguieron se prolongaron hasta bastante después de haber alcanzado el éxtasis.
En algún momento debió cerrar los ojos, y cuando volvió a abrirlos, él estaba junto a la tumbona y la tomaba en brazos.
– ¿Adónde vamos? -le preguntó.
– Dentro. Has despertado a la fauna de los alrededores y no quiero arriesgarme a que despiertes también a los vecinos.
Ella sonrió, y fue la sonrisa de una mujer satisfecha.
– ¿A qué distancia están?
– A casi dos kilómetros -contestó mientras la dejaba sobre la cama-. Pero confío en tus posibilidades -añadió, guiñándole un ojo.
Antes de que pudiese contestar, él se había quitado la ropa y Sam quedó muda, lo cual, teniendo en cuenta los nervios que se estaban apoderando de ella, era mucho decir. Lo que estaba a punto de ocurrir…
Aquella no era su primera vez, así que, ¿por qué tanto nerviosismo? Pero sí que lo era con Mac, le advirtió su voz interior. Y le había dado ya tanto de sí misma que no quedaba nada por dar. Pero dejó a un lado ese pensamiento en cuanto él se metió en la cama a su lado, porque él iba a darle todo lo que necesitaba de aquella semana.
Y más, insistió la voz.
Mac la hizo tumbarse boca arriba y le sujetó ambas manos por encima de la cabeza, y al mirarlo a los ojos, el deseo brotó de nuevo. Él tenía también la respiración alterada, como si hubiera sido suyo el éxtasis… ¿Sería rara tal pasión entre dos personas?
No si la química funcionaba. Y eso era lo que había entre ambos: química.
Rozó con sus labios la base de su cuello y no pudo seguir pensando. Luego deslizó una mano hasta la unión de sus piernas y la encontró húmeda y preparada. Levantó las caderas y él hundió un dedo dentro de ella. Un gemido se escapó de sus labios y un segundo dedo se unió al primero.
– Me gustaría tomarme mi tiempo -dijo él con voz ronca-. Esperar.
– ¿Por qué?
Él se echó a reír.
– Porque quiero que lo recuerdes bien.
Era como si se hubiera dado cuenta de que el final estaba cerca, y la risa cesó.
El corazón se le encogió ante las señales de alarma que se disparaban en su cabeza. Debía ignorarlas. Tenía que hacerlo. Pero, en aquella ocasión, no le resultó tan fácil, aunque sabía que ahondar en lo inevitable no serviría para nada.
Se soltó de él y cubrió su erección con la mano, moviéndola de arriba abajo despacio. Una pequeña gota de líquido humedeció su palma.
Entonces ya no pudo controlar sus pensamientos. Vida, amor, hijos… la vida de Mac, su amor, sus hijos. Todo posible, pero no para ella. Si aquel fuera otro momento, otro lugar, se olvidaría de las precauciones y de ser razonable y se dejaría llevar por los sentimientos. Pero no podía hacerlo. Si no los reconocía, no existirían.
¿No? No hubo voz interior que contestase. ¿No? Silencio.
Su gemido pareció reverberar en la habitación y la devolvió al presente.
– ¿Mac?
El sudor humedeció su frente.
– Lo siento, cariño, pero no voy a poder esperar.
– No recuerdo haberte pedido que esperases -con una sonrisa, le dejó volver a capturar su mano sobre la cabeza-. Pero vas a tener que confiar en mí y dejarme alcanzar esa caja que hay ahí.
Él sonrió.
– ¿Me prometes no tocar?
– A menos que sea necesario, lo prometo.
Soltó sus manos para poder alcanzar el preservativo, pero ella se lo arrebató.
– Me habías prometido no tocar -se quejó con una sonrisa.
– Sólo si era necesario. Y lo es.
Porque si no lo tocaba, podía morir sin haberlo sentido dentro.
Cubrió su erección con un movimiento lánguido y juguetón. Pero en cuanto él volvió a colocarse sobre ella, supo que el juego se había terminado.
Levantó la pelvis al mismo tiempo que él la sujetaba por las caderas y unía sus cuerpos con un movimiento suave y perfecto que provocó un gemido en él, profundo y masculino. Después se quedó inmóvil un momento, pensando en ella, en darle tiempo para acostumbrarse a él. Pero Sam no lo necesitó, porque su cuerpo le había aceptado como si fuese una parte perdida que hubiese vuelto a él. Todos sus músculos lo sintieron dentro, ahíto de vida, llenándola, completándola.
Oh, Dios… estaba metida en un buen lío. Los ojos se le humedecieron. ¿Era una lágrima lo que le rodaba por la mejilla? Ay, no. ¡No, no, no!
– ¿Sam?
Tuvo que abrir los ojos e intentar sonreír.
– ¿Sí?
Con el pulgar, recogió la lágrima y se la llevó a los labios.
– Salada -dijo-. Te he hecho daño.
– No, no… -eso, al menos, era sincero, y levantó las caderas, invitándolo, gimiendo ante la perfección que había encontrado-. ¿Cómo podrías hacerme daño?
¿Cómo podía hacerle daño nada de lo que hiciera aquel hombre?
Y entonces entró en ella completamente, perdiéndose en sus profundidades.
Y Sam decidió que, ya que había llegado hasta allí, lo mejor sería disfrutar de todo el viaje. Pero al empezar a moverse, a fundirse en su ritmo, se dio cuenta de que aquello era mucho más que unas vacaciones que salían bien. Aquello era más que diversión y juegos. Más que sexo.
Ya no podía retener nada para sí misma, y cuando él se quedó inmóvil y musitó su nombre, su último empujón la lanzó al éxtasis que tan desesperadamente había buscado.
Con la respiración alterada y temblando, abrió los ojos para encontrarse con que el mundo seguía esperándola. El mundo que no podía tener… con el hombre que seguía estando dentro de ella. El hombre con quien había hecho el amor.
– Eres tan… hermosa.
Sabía que no se estaba refiriendo sólo al exterior y guardó aquellas palabras en un rincón de su corazón. Pero tenía que parar antes de que las cosas se pusieran demasiado serias entre ellos. Antes de hacer una estupidez. Antes de enamorarse de él.
– Seguro que le dices lo mismo a todas las mujeres con las que haces el amor -se rió.
Él arqueó las cejas.
– Ya -murmuró-. Y todas las mujeres con las que he estado pensaban en las demás mientras yo seguía estando dentro de ellas.
Vaya por Dios… ella sólo pretendía protegerse y lo que había conseguido era herirle, e iba a retirarse de ella cuando se dio cuenta de que no podía dejarle marchar. Así, no.
– Mac, espera -le detuvo-. Lo siento. Por favor… olvida lo que acabo de decir. Sigamos donde… -y miró hacia abajo. Sus cuerpos aún estaban unidos y le sintió dentro de ella. Una ola de calor y deseo la sofocó, junto con unas cuantas emociones más que prefirió no analizar-. No sé ni lo que digo. Sólo quiero que no te vayas.
– Vuelves a atascarte -sonrió, y Sam se tranquilizó-. Es un buen síntoma -dijo él, trazando sus labios con un dedo. Sam sacó la lengua para saborear su piel y los ojos de él se oscurecieron aún más.
– ¿Y eso? -le preguntó.
– Porque, según tú, sólo te pones nerviosa cuando estás conmigo… así. De modo que te perdono lo que has dicho.
En parte se sintió aliviada porque estuviera dispuesto a olvidarse del tema, pero por otro le hubiera gustado que le asegurase que no había ninguna otra mujer… importante, por lo menos. Pero no tenía derecho a querer algo que no podía ofrecer.
– Relájate, cariño, que no voy a guardarte rencor.
Y como para demostrárselo la besó lenta y largamente.
– Enseguida vuelvo -dijo, cuando ya no podían respirar-, y podremos continuar donde lo dejamos.
Sam se hizo una bola para esperarlo y, cuando volvió, a pesar de los avisos de su corazón, se acurrucó junto a él.
– Gracias -murmuró.
– ¿Por qué?
– Por no estar enfadado, por seguir aquí… y por ser tú.
Mac volvió a besarla.
– Yo podría decir lo mismo. Eres muy especial, ¿lo sabías?
– No, yo…
– Sí que lo eres. Nunca había conocido a nadie como tú.
– No, Mac. No te das cuenta de que estás…
– Ya lo sé. Cada vez que me acerco a ti, das un respingo, y no me refiero a físicamente. Pero esta vez…
Sam le hizo callar apoyando un dedo sobre sus labios.
Su corazón estaba en lucha con su cabeza. Quería dejarle terminar, oír lo que tuviera que decirle y disfrutar de la unión que estaban empezando a encontrar. Pero eso sería egoísta, porque ¿cómo permitir que las cosas progresaran emocionalmente cuando tendría que marcharse al final? Si sólo dependiera de sí misma, se quedaría en aquella cama para siempre.
Pero su vida no era la única en juego. El bienestar de su padre y su recuperación dependían de ella. Necesitaba pagar sus facturas, ayudarlo a rehacerse, asegurarse de que tenía una forma de vida. Casarse con Tom era la única solución a todo aquello… a pesar de querer a Mac. Oh, Dios…
Dejarle entrar en su vida ahora sólo sería herirle más tarde. Mantenerlo apartado era la única forma honesta de comportarse con él, así que hundió la mano bajo las sábanas y lo encontró de nuevo excitado.
– Antes has dicho no se qué sobre esta vez, ¿no? -ronroneó.
El deseo llenó sus ojos, al igual que el desmayo, y le impidió contestar acariciando su pene hasta que Mac gimió y la colocó sobre él.
– Te deseo -le dijo ella, mirándolo a los ojos y sintiendo la necesidad de volver a tenerle dentro.
Él sonrió.
– No sé por qué te sorprende.
Había pretendido distraerle y lo había conseguido, pero en lugar de sentirse bien, un dolor sordo le había subido por la garganta al darse cuenta de todo lo que quería y nunca podría tener.
Sam se perdió en el hombre al que amaba, pero que nunca podría ser suyo.
Capítulo 7
Mac se despertó con el sol, lo que significaba que había dormido bastante poco. Y no es que se quejara, porque la mujer que se ovillaba a su lado merecía la pérdida de un poco de sueño y mucho más. Con cuidado se separó de ella y, tras ponerse los vaqueros, bajó y salió al sol, pero el calor que éste le ofreció no era igual. Aun así, no le importó. Lo que necesitaba era espacios abiertos y despejados.
Se sentó en el banco de madera que había a la puerta del bar y contempló la carretera desierta. ¿Una mujer podía completar a un hombre? Él siempre había pensado que no, al menos hasta conocer a Samantha. Pero después de que ella le tuviese dentro de su cuerpo, no había tenido más remedio que cambiar de opinión. Y no es que tuviera la más remota idea de qué debía hacer, aparte de disfrutar del momento, pero al mirarla a los ojos hubiera querido ver pasión y satisfacción, en lugar de inquietud.
Maldita fuera… la primera vez que conocía a una mujer diferente a las demás, que no fingía, que no quería nada de él, que le gustaba por el hombre que era y no por el dinero que poseía, no quería saber nada de él más allá del…
Miércoles. Sólo unos cuantos días más.
Conociéndola como la conocía, sabía que las barreras que había erigido entre ellos, como por ejemplo el hecho de que le hubiera recordado deliberadamente que había más mujeres, le servían para sentirse segura, sobre todo cada vez que él amenazaba su otro mundo, algo que parecía ocurrir con frecuencia creciente.
Y no se había engañado en ningún momento. Desde el principio había presentido que había algo especial, pero se había dejado arrastrar a una relación puramente sexual con la esperanza de construir algo más. Y así había sido, y ambos habían llegado mucho más allá de lo que se imaginaban. Por primera vez en su vida, estaba preparado para enfrentarse a lo que todo aquello pudiese implicar.
Pero ella no. En lugar de intentar saber de sus sentimientos, como harían y habían hecho las demás mujeres, ella se escondía en el sexo, lo cual no era necesariamente malo. La mayoría de hombres estarían encantados con tener la posibilidad de hacer el amor con Samantha. Y él también, por supuesto, pero su disfrute se veía frustrado cuando ella lo evitaba en otros terrenos.
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