Se recostó en el respaldo del banco con las manos bajo la nuca. Desde aquella posición podía ver la parte inferior del balcón y la camiseta de Samantha volando hasta el suelo se le apareció ante los ojos. Inmediatamente se levantó, pero ya sabía que no se había tropezado con ella al bajar.
– ¿Qué clase de alimaña estaría interesada en una camiseta? -se preguntó en voz alta.
– ¿Buscas esto, chico? -irrumpió la risa de Zee.
– Debería habérmelo imaginado -Mac le arrebató la camiseta-. ¿Es que nunca duermes?
– Bah. Sobre todo sabiendo que ibas a necesitar ayuda para limpiar lo de anoche. Por cierto, ¿qué tal está ella?
Levantó la mirada hacia la ventana e intentó no imaginarse a Samantha como la última vez que la había visto, una pierna y algo más asomando desnudas bajo la sábana.
– Sigue durmiendo.
– La has cansado mucho, ¿eh?
– Ahora no, Zee.
– Así que por fin te has enamorado -dijo el viejo, siguiéndole al porche y apoyándose en la barandilla-. ¿Cómo te sientes?
– Fatal -murmuró, aliviado por poder hablar de ello.
– Bienvenido al mundo real, chico -sonrió Zee-. Pero no se lo digas a Bear. Cuando tenga por fin a la mujer que busca, quiero tener unos cuantos nietos dando saltos a mi alrededor. Y que los tuvieras tú sería igual para mí, así que dile a esa señorita la verdad y que seáis felices y comáis perdices.
– No consigo que se relaje lo suficiente ni para decirle mi nombre de pila -se quejó.
Zee hizo un gesto de resignación y colocó una mano en el hombro de Mac.
– Puede que no lo hayas intentado con suficiente insistencia. Si quieres algo de verdad, no debes parar hasta conseguirlo, y si lo haces, es porque no lo deseabas tanto como creías.
Mac se quedó pensativo mientras dejaba la camiseta dentro del bar y volvía al lado de Zee.
– ¿Has limpiado lo de anoche? -le preguntó.
– Todavía no.
– Pues haz el favor de largarte. He avisado a Hardy y a Earl, y van a venir. No tienen nada mejor que hacer y están encantados de poder echar una mano.
– No puedo permitir que me hagáis el trabajo.
– Hazlo y le diré a Bear que te dedicas a dejar lencería femenina por todo el bar. Si yo tuviera una mujer como ésa esperándome, no estaría aquí disfrutando del sol, sino arriba disfrutando de otra cosa.
Y se echó a reír.
– Vale, pero te debo una.
– Pues preséntame a la próxima mujer que conozcas en The R…
– Dilo, Zee. ¿De dónde saca Mac sus mujeres?
Era Samantha. Había bajado y estaba apoyada en el marco de la puerta.
– Hola, Sammy Jo -la saludó Zee, pero después guardó silencio. Era algo poco corriente en él y Mac se dio cuenta de que estaba protegiendo su secreto.
– Quiero detalles -dijo Samantha con un brillo en los ojos-. Quiero saber dónde y cuándo.
Mezcla de determinación y celos… o, al menos, eso esperaba.
– ¿Sobre qué? -preguntó Zee.
No era propio de él hacerse el tonto, así que Mac acudió en su ayuda.
– Quiere que le presente a la primera chica guapa que conozcamos en la salida de hoy.
– ¿Salida?
Se había puesto un vestido de punto amarillo que se colgaba de sus curvas con todo detalle. Iba a ser un día muy largo, viendo pero sin tocar, y eso era exactamente lo que tenía pensado.
No tenía otra opción.
– ¿Adonde vamos?
– A algún sitio tranquilo en el que alejarnos del bar y disfrutar del buen tiempo.
Sabía exactamente dónde iba a llevarla.
Tras la sugerencia de Zee, había llegado a la conclusión de que Samantha necesitaba poner tierra de por medio con la intensidad que habían compartido.
Estaba de vacaciones y tenía que sentirlo.
Sam no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba salir de allí hasta que Mac se lo sugirió. Se había despertado sola y un montón de incertidumbres se habían apoderado de su cabeza. De que lo de la noche anterior también había sido bueno para él, no tenía dudas, pero quizás se había cansado. Eso entraba dentro de lo posible. ¿Cuántos hombres querían despertarse al lado de una mujer una vez habían… consumado su relación? Quizás aquella ocurrencia fuese para alejarse de allí y no tener que…
Sam movió enérgicamente la cabeza para deshacerse de esa horrible imagen.
– ¿Qué tengo que llevar? -preguntó.
– Nada. Sólo tu persona.
Estaba muy serio. No había ningún rastro del brillo sensual de su mirada, ni de los tonos cálidos de su voz. Algo había cambiado entre ellos.
– De acuerdo -la garganta se le quedó de pronto seca-. ¿Cuándo nos marchamos? ¿Después de limpiar el bar? Porque yo he empezado mientras estabas hablando con Zee y sólo me ha dado tiempo a…
– Zee se va a ocupar hoy de todo.
Zee también estaba muy callado, lo cual no era corriente. Qué sensaciones más extrañas…
– Decidme, ¿qué es lo que pasa? -les preguntó a ambos.
– Nada. Demasiada actividad ayer, eso es todo -contestó Mac, y en aquella ocasión sí que vio brillar una luz inconfundible en el fondo de sus ojos.
Eso quería decir que lo que fuera que le había hecho cambiar de humor nada tenía que ver con lo ocurrido la noche anterior, y Sam soltó la respiración que había estado conteniendo sin darse cuenta. No se había dado cuenta de lo mucho que temía que fuese a darle la espalda hasta aquel momento. En cualquier caso, y hasta que no le hubiera oído decir de sus propios labios qué sentía, no estaría completamente tranquila.
Zee carraspeó.
– Vosotros preparaos para marchar, que Earl, Hardy y yo nos ocuparemos de lo que haya que hacer aquí -les dijo, y señaló a la camioneta que entraba en el aparcamiento del Hungry Bear.
– ¿Estás seguro de que no sería mejor que nos quedásemos a echarles una mano? Podríamos salir un poco más tarde.
– Seguro que no. Zee y yo tenemos un acuerdo, y en cualquier caso, así se pagarán las copas que se toman -contestó Mac con una sonrisa, y con un gesto la invitó a precederle al interior del bar.
Apenas había entrado cuando tropezó con la camiseta que al salir no había visto. Se agachó a recogerla.
– No debes acostumbrarte a ir dejando por ahí tu ropa, Sammy Jo.
Su aliento le acarició la mejilla, y la risa había vuelto a su acento.
– No, no debemos -corroboró, y se dio la vuelta para mirarlo-. Mira, Mac, si te sientes obligado a estar conmigo o a llevarme por ahí hasta que me marche, no tienes por qué. Puedo cuidarme sola y encontrar cosas que hacer. Incluso puedo irme al hotel un par de días antes, si es que hay habitación. O si no, podría buscarme un motel…
Mac le puso una mano sobre la boca. Sabía a sal.
– No pasa nada, ¿me oyes? Nada. Y no vas a irte a esa conferencia hasta el último minuto.
Sam sintió un alivio inconmensurable.
– Es que tú… -«Vamos, díselo. Ya hay bastantes mentiras entre vosotros, al menos por tu lado»-. Es que parecías tan distante cuando he bajado que he pensado que… bueno, ya sabes qué.
Le quitó la mano de la boca y apoyó las palmas en sus hombros.
– No sabía cómo ibas a reaccionar esta mañana, así que decidí darte aire.
– ¿Y si no lo necesito?
Ya habría el suficiente dentro de muy poco, pensó, intentando deshacerse del nudo en la garganta.
– Entonces, no te lo daré -y la besó en los labios-. Ahora, ¿estás preparada para salir hacia el oeste?
Ella lo miró a los ojos y sonrió.
– Sí -cualquier cosa que él le sugiriera le parecería bien-. No sé qué has planeado, pero al entrar antes en la trastienda, he visto una vieja cesta de picnic. Podría meter unas cuantas cosas y comer en el camino.
– ¿Seguro que no preferirías comer en un restaurante?
– Espacio abierto contra una habitación repleta de gente. ¿Un montón de individuos por encima de estar solos los dos? Pues sí, creo que un restaurante es lo que más me apetece.
Él se echó a reír y tomó su mano.
– Anda, vamos. Será mejor que salgamos ya si no queremos tener que comer con todo el calor.
Sam lo siguió para prepararlo todo, decidida a disfrutar al máximo del tiempo que les quedara juntos. Un tiempo que corría ya demasiado deprisa.
Tras localizar un lugar a la sombra de un árbol, Mac sacó las cosas de comer mientras Sam extendía una manta sobre la hierba. Una suave brisa mecía el aire seco. Un menú compuesto por sándwiches de pavo, patatas y coca cola consumido en silencio le confirmó por fin que se había relajado. En la quietud del desierto, Mac disfrutó de algo que hasta aquel momento le había sido extraño: un cómodo silencio con una mujer al lado. No sabía que algo así pudiera llegar a sucederle a él.
– ¿Te apetece beber algo más? -le preguntó, sacando de la cesta otro bote de coca cola.
– No, gracias. Aunque, con este calor…
A pesar de la sombra tupida de aquel árbol, el calor de Arizona se dejaba sentir y Sam se colocó un sombrero de ala ancha que se había comprado en Cave Code.
Con la barbilla apoyada en las rodillas, elevó la mirada al cielo y sonrió.
– ¿Quién ha dicho que no se ve el cielo desde la tierra?
Él se acercó un poco.
– ¿Te gusta este lugar?
– ¿Por qué no iba a gustarme?
Se tumbó de espaldas y contempló el cielo. Mac hizo lo mismo y sus brazos se rozaron. Ninguno de los dos se apartó.
– Bastaría para hacerme considerar un cambio geográfico -murmuró ella.
– ¿De verdad?
– No, pero también se puede soñar, ¿no?
– Desde luego.
Siempre y cuando pudiese convencerla de que ese sueño podía llegar a convertirse en realidad. Pero, para conseguirlo, tenía que comprender qué le hacía sentirse tan inquieta.
– ¿Dónde estamos exactamente? -preguntó.
– En un trozo de desierto -un desierto que era suyo, pero no le parecía que estuviese preparada aún para conocer su secreto-. Se extiende kilómetros y kilómetros hacia cada lado.
Sam se hizo sombra con una mano sobre los ojos.
– ¿Y ese hotel que se ve en la distancia?
– Se llama The Resort.
– ¿Estás de broma?
– No, ¿por qué?
– Es donde se celebra la conferencia -murmuró en voz tan baja que apenas pudo oírla.
Era evidente que la perspectiva no la entusiasmaba.
Y eso le alegró. El lugar en el que iba a celebrarse la conferencia era harina de otro costal. Él estaba siempre presente en los eventos más importantes que se celebraban en el hotel, y sin lugar a dudas ella se enteraría de que él era el dueño, lo cual, bien mirado, no estaba tan mal, porque una vez se hubiera marchado del Hungry Bear, no desaparecería por completo de su vida. Como propietario, tenía acceso a las direcciones particulares de sus clientes, y sabría dónde encontrarla, ya que no tenía intención de perderla.
– Vamos a ver si adivino a qué te dedicas -dijo, retomando la conversación-. Eres vendedora de seguros.
Ella se echó a reír, y se pegó a su costado.
– Ya sabes que soy analista financiero. Voy a asistir a varios talleres sobre riesgos e inversiones.
– Ya sabía yo que había algo dentro de esa preciosa cabeza. Entonces, ¿vas a reunirte con clientes, o con superiores?
– Con ambos. Los seminarios me ayudarán a hacer inversiones más seguras y rentables para mis clientes. Luego llevaré a algunos clientes a comer y mi… jefe nos invitará a mí y a algunos de los clientes más importantes a cenar.
El apartó unos mechones de su pelo y apoyó la barbilla sobre su hombro.
– ¿Soñabas ya con ser analista financiero cuando eras pequeña?
Sam volvió a reír.
– Soñaba con ser bailarina, pero cuando llegué a la conclusión de que eso sería imposible, empecé a soñar con casarme. Con tener una de esas bodas de cuento de hadas y ser feliz para siempre.
– ¿Y de dónde sale lo de financiera, entonces?
– Pues del momento en que me di cuenta de que una mujer inteligente no tiene que confiar en encontrar un hombre que la mantenga. Y porque mis notas en la universidad confirmaban mi habilidad con los números. Invertí parte del capital que mi padre había puesto a mi nombre cuando era joven, y gané una buena cantidad de dinero, de modo que resultó que también era buena calculando riesgos.
Él sonrió pensando en lo mucho que tenían en común. Él también había arriesgado todo el dinero de su familia invirtiéndolo en transformar un pequeño hostal en un hotel de primera clase. Podría haberlo perdido todo.
El mayor riesgo de Samantha parecía ser acercarse a él. Al menos, había empezado a abrirse. Ahora que sabía que podía sorprenderla en el hotel y contárselo todo allí, se había comprado más tiempo.
Su instinto le decía que se había ganado su corazón, pero aún tenía que ganarse su confianza.
– Ahora te toca a ti, Mac. ¿Con qué sueñas tú?
– Creía que no querías saberlo.
– Yo te he contado los míos, así que es justo que ahora te toque a ti. Además, ¿qué son los sueños sino fantasías? Y en cuanto a fantasías, ya hemos compartido unas cuantas.
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