Había una nota y una flor.


Mac, me habría gustado que hubiera un «para siempre» entre nosotros, aunque hubiera sido en un pequeño apartamento sobre un bar.


No podía habérselo dejado más claro. Quería al hombre que ella creía que era, y no al propietario de The Resort, o al imbécil en que se había convertido.


– No tiene usted buen aspecto, señor Mackenzie. Tiene cara de cansado.

Mac miró a su empleado, siempre entusiasta, pero aquella mañana más apesadumbrado.

– No poder dormir te deja con esta cara, Joe.

– Ah.

– ¿Has visto al hombre aquél que acompañaba anoche a la señorita Reed?

– Esta mañana. Iba a desayunar al restaurante.

Esperó. Joe guardó silencio. Había elegido un momento estupendo para volverse discreto.

– ¿Iba solo?

– No, señor. Llevaba a una preciosa joven del brazo.

¿Rubia y preciosa? ¿Morena y preciosa? ¿Preciosa Samantha? ¿Qué? Mac hubiera querido retorcerle el pescuezo.

– Están todavía en el comedor si quiere usted… pasarse por allí.

Mac caminó hacia el restaurante con el corazón en la garganta, pero antes de que hubiera podido entrar, le llamaron por megafonía y se dirigió al teléfono más cercano.

– Mackenzie.

– Hola, Mac.

Su hermana sólo quería hablar un momento con él tras haber cancelado los planes que tenían para el fin de semana y Mac intentó tranquilizarla sin dejar de ojear el restaurante.

Poco después de colgar, encontró lo que andaba buscando. El tipo salía del restaurante con una preciosa… Mac estiró el cuello. Con una preciosa pelirroja del brazo. Suspiró. No era Samantha.

Pero de aquel modo, no tenía ni idea de dónde encontrarla. En su casa, seguramente.

Mac volvió a recepción en un instante. Ser el jefe acarreaba muchos dolores de cabeza, pero también alguna que otra compensación, que se cobró en aquel momento al abrir el registro de reservas y buscar los datos personales de una preciosa morena de ojos violeta.

Capítulo 12

Sam dejó la caja con sus cosas personales y material de oficina en un rincón de su apartamento. Menos mal que la conferencia seguía celebrándose. Así había podido recoger sus cosas y marcharse de la oficina sin otra confrontación con Tom.

El borboteo de la cafetera llamó su atención y se sirvió una taza de humeante cafeína. Necesitaba contar con toda su energía para tomar unas cuantas decisiones que afectaban directamente a su vida, y quería tomarlas aquella misma noche. Tomó la sección de ofertas de empleo del periódico sin demasiado entusiasmo por buscar en Nueva York, ya que su corazón seguía en Arizona, con Mac.

A pesar de lo que había ocurrido en su último encuentro, todo lo que deseaba de la vida la conducía a la semana que habían pasado juntos. Pero lo había echado todo a perder por no ser honesta desde el principio, o al menos tan pronto como se había dado cuenta de sus verdaderos sentimientos. ¿Qué habría ocurrido de haberlo sido?

El timbre la sobresaltó tanto que derramó parte del café en el plato y sobre su mesa blanca. Seguramente era su padre. Le había hecho varias sugerencias y él le había prometido considerarlas y pasarse después por su casa para discutirlas.

Presionó el botón que abría la puerta de abajo y dijo a través del interfono:

– Sube, papá.

Y dejó abierta la puerta.

Unos segundos más tarde, llamaban con los nudillos.

– No tienes por qué ser tan formal -protestó mientras la puerta se abría.

– Hola, Sammy Jo.

Aquella voz le disparó el corazón, y levantó la mirada. Como no estaba dormida, no podía estar soñando, así que tenía que ser Mac quien estaba en el umbral de su puerta… y menuda aparición. Vestido con pantalones tostados y camisa de lino blanco, resultaba imponente, refinado y extremadamente sexy, como siempre.

Se alegraba tanto de verlo que hubiera querido echarse en sus brazos, pero aquella apariencia fue precisamente un recordatorio de por qué debía guardar las distancias. Aquel no era su Mac. El hombre que la miraba desde la puerta parecía tan fuera de sitio en su pequeño apartamento como en su vida.

– ¿Cómo me has encontrado? -le preguntó.

El se encogió de hombros.

– Ser el jefe tiene sus ventajas.

Sam parecía confusa y él sonrió.

– He buscado tu dirección en el registro del hotel.

– Ya. ¿Y para qué has venido?

– Para explicarme.

– ¿Del mismo modo que me permitiste explicarme a mí?

Mac hizo una mueca.

– Sé que me lo merezco, pero no he venido hasta aquí para marcharme con las manos vacías, Sammy Jo.

El sonido de su voz le provocaba una terrible angustia, pero no por eso pudo dejar de preguntarle:

– ¿Y qué has venido a buscar?

– A ti.

Se acercó a ella, tanto que todo lo demás se le borró. Los pitidos de los coches, el ronroneo de su aire acondicionado… lo único que percibía por sus sentidos era su imagen y su perfume.

– Me hice una promesa y no la he mantenido.

– ¿Qué promesa?

– Me dije que usaríamos todo el paquete, pero aún nos quedan unos cuantos.

Y le dedicó una sonrisa con la intención de desarmarla. Pero desgraciadamente ya no estaban en disposición de que una insinuación sexual pudiese aliviar la tensión.

– Resulta interesante que elijas hacer un comentario así, Mac. Yo tenía razón: el sexo ha sido lo único honesto que hemos compartido. Todo lo demás ha sido una mentira.

Aquello le dolió.

– Puede que te hayas convencido de ello, pero no es cierto.

– ¿Ah, no? Ni siquiera te reconozco vestido así -rozó el cuello de su camisa de diseño-. Y sin el bigote, eres un extraño.

– Eso no son más que signos externos, Sammy Jo, y una excusa que puedes utilizar para protegerte de mí -y le rodeó la cintura con tanta suavidad que Sam sintió ganas de llorar-. Pero tú sabes que no necesitas hacerlo.

¿Tendría razón? ¿Estaría protegiéndose de aquel hombre que, hasta descubrir su engaño, no había hecho más que darle placer y hacerla feliz? Pues sí. Porque tenía miedo. ¿Cómo podía distinguir lo que había sido real entre ellos de lo que no? ¿Cómo distinguir la verdad de las fachadas que los dos habían presentado para suplantarla?

Mac le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja que debía haberse soltado de su cola de caballo. Sus dedos le rozaron el cuello y Sam tembló y cerró los ojos. Aquella reacción hizo renacer la esperanza en Mac.

Había tardado más de lo que quería en arreglar las cosas en casa, y tres días habían pasado antes de que pudiera ir en su busca.

– Has venido a buscarme -repitió al fin, mirándolo sorprendida.

Cómo quería a aquella mujer, y le debía mucho más de lo que le había dado hasta aquel momento. Le debía una explicación, y lo que pasase después sería cosa suya.

Tomó su mano y entrelazó sus dedos.

– The Resort empezó siendo un pequeño hostal.

– ¿Ah, sí?

Mac asintió.

– Era de mi padre, junto con un montón de terreno alrededor de él. The Resort es un sueño suyo, pero por culpa de un infarto, no vivió para verlo. Crecimos siendo una familia que vivía con holgura. El dinero llegó después, cuando vendí parte de la tierra para construir el hotel y transformarlo en algo grande. Por supuesto, los tiempos y la bonanza de la economía han tenido mucho que ver con su éxito.

– Estoy segura de que estás siendo modesto, lo mismo que estoy segura de que tu padre se habría sentido muy orgulloso.

– Del negocio, seguramente sí. De cómo me dediqué a pavonear por ahí mi dinero, no.

Era humillante reconocer cómo se había dejado llevar por el dinero y lo rápidamente que había olvidado sus raíces.

Ella siguió guardando silencio y él continuó.

– Yo soy el único culpable de que muchas de las clientas del hotel comenzasen a echarse en mis brazos, y supongo que eso se me subió a la cabeza. Para cuando me di cuenta de que no era yo quien las atraía sino mi posición social y mi cuenta corriente, el daño ya estaba hecho.

Sam lo miró a los ojos.

– ¿Quién te hizo daño, Mac?

– Eso es lo más raro. No fue ninguna mujer en particular, porque ninguna ha significado lo suficiente para mí como para hacerme daño. -«Hasta que apareciste tú»-. Fue la vida en sí misma y el hecho de que esas mujeres pudieran estar corriendo una aventura estando sus maridos en el mismo hotel lo que me puso el estómago patas arriba. Entonces te conocí a ti, y como te gusté siendo lo que tú creías que era, no quise sacarte del error. Y cuando quise sincerarme contigo, tú te replegaste sobre ti misma.

Ella siguió en silencio, esperando a que terminase de explicarse, pero se acercó su mano a la mejilla.

– Supongo que mi visión estaba distorsionada, y no me había dado cuenta de cuánto hasta que te conocí. Has pagado por algo que no has hecho, Samantha.

Soltó su mano y se acercó a la ventana. Ya había dicho todo lo que tenía que decir. El resto dependía de ella. Como en la primera ocasión, tendría que ir a él.


Sam estaba mirando por la ventana que daba al parque. Se equivocaba. Él no era el único culpable. Ella había sido egoísta e injusta. Al llegar a él con un plan predeterminado, no había tenido en cuenta el equipaje que él podía aportar a aquella relación.

Porque sí, había sido una relación. A pesar de lo que le había dicho, no había conseguido convencerse de que lo único que habían tenido era un sexo apasionado.

– Yo también soy culpable, Mac.

Él se volvió a mirarla, apoyado en la ventana.

– Y ahora que lo comprendo todo mejor, supongo que eso también te absuelve a ti.

– ¿Y ahora qué, Sammy Jo?

La distancia entre ellos no podía ser más de un metro, pero para Sam era el Gran Cañón. Aquello no era propio de ellos, que siempre se habían sentido muy cómodos el uno con el otro.

Había ido hasta allí a buscarla. Ella tenía que recorrer la otra mitad del camino, y tendió los brazos hacia él.

– Podríamos recorrer el resto del camino -susurró.

Si la abrazaba, sabría que todo estaba bien, pero se limitó a mirarla con seriedad.

– Una pregunta.

Sam se cruzó de brazos, clavándose las uñas en la carne.

– ¿Sí?

– ¿Confías en mí?

Era una pregunta que se habían hecho muchas veces durante aquella semana, pero nunca había tenido tanto significado como en aquel momento, porque lo que le estaba preguntando era si, a pesar de las mentiras y las omisiones, a pesar de las cosas horribles que le había dicho, confiaba en él.

– ¿Que si confío en ti? -repitió-. Te confiaría mi propia vida.

En cuanto oyó su respuesta, Mac abrió los brazos y ella acudió a él inmediatamente.

Aquél era el lugar al que pertenecía.

Así era como estaban bien, juntos.

Sellaron las palabras con un beso que ambos prodigaron con una urgencia absoluta.

– ¿Significa esto que me has perdonado? -preguntó él un momento después.

Ella lo miró a los ojos.

– Creo que los dos tenemos cosas que perdonar.

– ¿Quieres decir que nuestras mentiras se compensan?

– Quiero decir que no eran mentiras, que eran omisiones.

– Que cobraron vida propia por lo que sentíamos el uno por el otro.

– ¿Y qué es lo que tú sientes? -le preguntó, porque todavía no le había oído pronunciar las palabras.

– Te quiero -sus palabras le llenaron por completo el corazón-. Te quiero, Sammy Jo. Y si por ello he de ayudar a tu padre a recuperarse económicamente, lo haré.

– Mi padre…

– Era la razón por la que ibas a casarte con un hombre al que no querías.

– ¿Cómo lo sabes?

Él sonrió.

– Pues porque te conozco, preciosa -replicó, y al tomar su mano notó el anillo que seguía llevando en la mano izquierda. Su anillo-. Lo que pasa es que me ha costado un poco recuperarme de la sorpresa y empezar a pensar como un ser racional.

– Gracias -susurró. Teniendo en cuenta lo que pensaba de las mujeres y su dinero, aquello demostraba lo mucho que la quería-, pero mi padre y yo hemos llegado a un acuerdo. He conseguido que le viera un médico y físicamente está bien. Además, ha admitido la magnitud de lo que ha hecho y está dispuesto a hacer lo que sea por recuperarse.

– Me parece que has hecho muchos progresos en muy poco tiempo.

– Gracias a ti. Me hiciste ver que no podía renunciar a mi vida por él… y, por otro lado, después de reconocerlo, yo tampoco quería hacerlo.

– Puedo ayudar a tu padre a pagar sus deudas, si tú me lo permites.

Ella negó con la cabeza,

– No estarás diciendo que no porque temes que piense que andas detrás de mi dinero.

– Te estoy diciendo que no porque nuestra vida y nuestro amor no tienen nada que ver con sus problemas, pero para que conste te diré que no pienso meterle mano a tu cartera.