– ¡El vestido que te gustaba! -exclamó su madre-. Estás muy guapa, hija. ¿Ves lo que puedes conseguir haciendo un pequeño esfuerzo?

Cuando entraron en el salón, la conversación se interrumpió bruscamente. Sabiendo que nadie lo miraba a él, Bram pudo estudiar las expresiones de los demás mientras admiraban a Sophie.

Joe Beckwith parecía asombrado y orgulloso; Melissa, sorprendida y encantada; y Nick, sencillamente estupefacto.

– Estás preciosa, hija -Joe Beckwith fue el primero en hablar, mientras se inclinaba para darle un beso en la mejilla-. ¿De dónde has sacado ese vestido de princesa?

– Me lo ha regalado Bram -contestó ella, sorprendida por lo normal que sonaba su voz.

Luego se volvió hacia su hermana, tan exquisita como siempre con un vestido negro de corte clásico… el tipo de vestido que Sophie jamás podría ponerse.

– Hola, Mel.

– ¡Sophie, estoy tan contenta de verte! -Melissa la abrazó con cariño-. Papá tiene razón, estás guapísima.

Sophie rió, un poco avergonzada por tanta admiración.

– No creo que nadie dijera eso si me viera a tu lado.

– Claro que lo dirían -insistió su hermana.

Tenía razón, pensó Bram. Sophie nunca tendría la perfecta belleza de su hermana, pero era mucho más viva, más alegre. En realidad, Melissa palidecía a su lado.

Melissa se acercó a él entonces.

– ¡Bram! Qué alegría verte -exclamó, abrazándolo-. No sabes cuánto me alegro de que vayáis a casaros.

Sophie observaba la escena, nerviosa. Debía de ser terriblemente difícil para él abrazar a la mujer de sus sueños pero no poder besarla más que como un hermano. Era lógico que estuviera tan tenso en York. Seguramente temía ver a Melissa tanto como ella ver a Nick.

– Y aquí está Nick -dijo entonces su padre, sorprendido por cómo Sophie ignoraba a su cuñado.

Ella se volvió para saludarlo.

Nick, el amor de su vida. Nick, por quien su corazón había latido tanto tiempo.

¿Durante cuántos meses había temido ese momento, esperando sentirse desolada, derrotada? Y ahora que estaba allí, su corazón no hacía nada en absoluto. Nada. Su atención estaba centrada en Bram y Melissa. Y en lo que podrían estar diciéndose.

– Hola, Nick.

Capítulo 8

SOPHIE, estás increíble! -exclamó Nick con esa voz que antes hacía que le temblasen las rodillas. Luego la besó…demasiado cerca de los labios para gusto de Sophie, que se apartó de inmediato.

Estaba igual que siempre. El mismo pelo oscuro, la misma arrogancia, los mismos ojos, la misma postura de hombre que lo controla todo. El macho Alfa, desde luego. Su corazón debía estar latiendo como loco, su pulso acelerado… pero no era así.

Sophie no podía creerlo. Cuando lo miraba sólo sentía cierta curiosidad porque el recuerdo de Nick era mucho más intenso que el propio Nick.

– Cuando has entrado me he quedado de una pieza -estaba diciendo él, mirándola de arriba abajo-. Desde luego no pareces la mujer de un granjero…

– Aún no nos hemos casado.

– Bueno, la prometida de un granjero. En fin, creo que debo felicitaros a los dos.

– Gracias -sonrió Sophie, un poco insegura.

Era una sensación extraña. Nick parecía el mismo y ella creía ser la misma. Sin embargo, todo era absolutamente diferente.

No entendía cómo había pasado, pero sus músculos, tensos por la anticipación, empezaban a relajarse. Y el amor, la pasión, el deseo que había sentido una vez por aquel hombre se evaporó al enfrentarse con él.

Entonces miró a Bram, pero él estaba hablando con Melissa y no le prestaba atención.

– Bram es un hombre muy afortunado -dijo Nick-. Y, evidentemente, le gustan las hermanas Beckwith. Tengo entendido que quiso casarse con Melissa hace algún tiempo.

– Sí, estuvieron prometidos hace muchos años -contestó Sophie, preguntándose de qué hablarían Bram y su hermana. Melissa apretaba su brazo, pero estaban de espaldas y Sophie no podía ver sus expresiones.

En parte, se alegraba. No quería ver anhelo en los ojos de Bram. No quería descubrir que seguía enamorado de su hermana.

– Pero fue hace mucho tiempo -siguió, distraída-. Eran muy jóvenes.

Su madre había decorado la casa por Navidad y todo tenía un aspecto estupendo y acogedor, con velas sobre la chimenea y el árbol lleno de luces y bolas de colores. Incluso había una rama de acebo colgando de la lámpara en el centro de la habitación. Bram y Melissa estaban justo debajo… y Sophie esperó que no se dieran cuenta porque la tradición mandaba que las parejas se besaran bajo la rama de acebo.

– ¿Y a ti no te importa?

– ¿Eh? ¿Perdona?

– ¿No te importa que Bram y Melissa hayan estado prometidos? -preguntó Nick-. No quiero decir que se case contigo de rebote, eso sería muy grosero… pero… bueno, ya sabes a qué me refiero.

Sophie se puso colorada. ¿Cómo podía ser tan grosero?, se preguntó.

– Pues no, no creo que se case conmigo de rebote.

– No, claro, siempre os habéis llevado muy bien -dijo Nick, condescendiente-. Pero debo confesar que me sorprendió un poco la noticia.

– ¿Por qué? -preguntó Sophie.

– Porque no pensé que Bram fuera tu tipo. Es un hombre normal y corriente, y tú eras tan apasionada…

La miraba a los ojos, y Sophie supo sin lugar a dudas que Nick estaba recordando lo apasionadamente enamorada que había estado de él.

– No creo que un sencillo granjero pueda darte lo que tú necesitas.

– ¿Y tú sí? Pues me parece que te falta imaginación -Sophie empezaba a enfadarse-. Bram me da todo lo que necesito y es exactamente mi tipo de hombre… además, yo lo encuentro muy excitante.

– Perdona entonces -se disculpó Nick con una sonrisa de incredulidad-. Me alegro mucho por ti, naturalmente. Melissa y yo estábamos preocupados porque tardabas tanto en superar nuestra ruptura… sé que no ha sido fácil para ti.

– ¿Ah, sí? -replicó ella.

Todas las agonías que había sufrido por aquel hombre, por aquel engreído insoportable…


Había temido ese momento durante tanto tiempo y ahora se sentía como una tonta. Y un poco triste… porque el sueño al que se había agarrado durante más de un año no era más que una mentira.

– Supongo que Bram también tardó mucho en superar que Melissa cortase con él, de modo que tenéis eso en común -siguió Nick-. Hay cierta simetría en todo esto, ¿no? Es estupendo, todo queda en la familia.

– No te entiendo -dijo ella, muy seria.

– Yo creo que es muy sensato por vuestra parte haber decidido no perder el tiempo. A veces no se puede elegir y es mejor conformarse.

A Sophie se le encogió el corazón. Eso era lo que Bram y ella iban a hacer, no perder del tiempo y aprovechar que eran amigos para no vivir solos el resto de sus vidas, pero no pensaba decírselo a Nick. Lo único que le preocupaba era que le contase sus sospechas a Melissa.

– ¿Mi hermana piensa como tú?

– No, Melissa esta convenida de que Bram y tú os habéis querido siempre sin saberlo, como en las películas. Lo cree porque eso es lo que desea creer.

– ¿Y no podría ser porque Melissa nos conoce a Bram y a mí mucho mejor que tú? -sugirió Sophie, irónica.

Nick le pasó una mano por los hombros, riendo.

– No te pongas así, mujer. Tu secreto está a salvo conmigo.

– ¿De qué secretos estáis hablando? -intervino Melissa entonces, acercándose.

– De nada -contestó Sophie, mirando a Bram para ver si la había visto apartarse de Nick, pero su expresión era indescifrable.

– Es un secreto que tenemos Sophie y yo -dijo Nick entonces-. Y no sirve de nada preguntar, querida. Por eso son secretos, porque no se pueden contar.

A Sophie le pareció que había algo mecánico en la sonrisa de su hermana, pero Nick no le dio tiempo a replicar porque se volvió hacia Bram para estrechar su mano.

– Me alegro de volver a verte. Enhorabuena, eres un hombre muy afortunado.

– Lo sé -asintió él, mirando a Sophie.

– La afortunada soy yo -dijo ella, decidida a demostrarle a Nick que estaba completamente equivocado.

Aunque no lo estuviera.

Sonriendo, abrazó a Bram y apoyó la cara en su hombro. Tenía miedo de que se apartase, dejándola en ridículo delante de todo el mundo, pero no lo hizo. Todo lo contrario, le pasó un brazo por la cintura e inclinó la cabeza para darle un beso.

Pero estaba tenso. Se había dado cuenta de que Sophie estaba nerviosa y no le gustaba nada la mirada de Nick. ¿Qué estaba pasando?, se preguntó.

Los cuatro se quedaron en silencio, mientras al fondo oían a Joe y Harriet hablando en la cocina.

– Bueno, enséñame el anillo que te ha regalado Bram -dijo su hermana. Y Sophie levantó la mano, alegrándose infinitamente por el cambio de tema.

– Es precioso, cariño. Y como tú, poco convencional, original y lleno de color. ¡Bram, qué bien conoces a mi hermana!

– A veces me pregunto si es verdad -murmuró él.

– Mamá, ven a ver el anillo de Sophie -dijo Melissa cuando Joe y Harriet entraron en el salón con una bandeja llena de copas.

– Muy bonito -dijo su madre con cara de satisfacción.

Nick tomó su mano e inspeccionó el anillo detenidamente. Sophie sintió entonces que acariciaba su palma con un dedo y apartó la mano, nerviosa.

¿Qué estaba haciendo? ¿A qué estaba jugando?

– Muy inusual, desde luego.

– Sophie es una persona inusual -dijo Bram, a quien no le había pasado desapercibido su nerviosismo.

– Desde luego que sí. ¿No habrías preferido un diamante? Después de todo, un anillo de compromiso debe ser de diamantes.

– No -contestó Sophie, mirándolo a los ojos con un silencioso reto-. Me gustan más los rubíes y las perlas.

– Pues debe haberte costado un dineral -comentó Joe Beckwith-. Por lo que vale este anillo podrías haber comprado un par de terneros por lo menos.

– ¡Papá! -rió ella.

– Espero que le hayas dado las gracias, hija -sonrió su padre.

– Claro que sí. Pero no me importa volver a dárselas. Ven aquí, Bram, ponte debajo de la rama de acebo.

– ¿Para qué?

– ¿Cómo que para qué? Para darte las gracias otra vez -rió Sophie, tomando su cara entre las manos.

Y entonces ocurrió algo curioso. Se le olvidó que Nick estaba mirando, se olvidó de Melissa, de sus padres…

Sólo veía los ojos azules de Bram y el deseo de besarlo era tan poderoso que le echó los brazos al cuello. Bram le devolvió el beso con una pasión inesperada también. Y con una ternura… le habría gustado que el beso no terminara nunca. Le habría gustado que estuvieran solos para quitarle esa estúpida corbata, desabrochar su camisa, bajarse la cremallera de] vestido…

Con el corazón acelerado, Sophie dejó escapar un gemido y se abrazó a él, como si buscase un ancla. Su ancla, su roca. Bram la miraba, sorprendido, pero no podría decir si se sentía feliz o estaba sencillamente aturdido.

Bram miró a Nick entonces. Estaba serio, pero podría jurar que por dentro se estaba riendo. ¿Era por eso por lo que Sophie lo había besado? ¿Para que él lo viera? Sophie se había puesto colorada y estaba mirando a su antiguo amor…

De modo que sí, era por eso. La desilusión era como un cuchillo clavándose en lo más profundo de su alma. ¿Qué había esperado? Sin darse cuenta, se había enamorado de Sophie, pero ella seguía enamorada de Nick. Y eso no iba a cambiar nunca.

Para Sophie, emocionada por aquel beso, la mirada irónica de Nick fue como una bofetada. Había decidido besar a Bram para demostrarle que era el hombre de su vida… y recordar eso la hizo sentir avergonzada.

Ni siquiera había logrado convencerlo, eso era evidente.

No era verdad, le habría gustado gritar. Ella quería besar a Bram y le daba igual quién estuviera mirando.

Pero nadie parecía notar nada extraño. Todo parecía absolutamente normal.

O quizá no.

Sophie revisó su opinión cuando se sentaron a cenar. Sus padres se portaban como siempre, pero había cierta tensión en el centro de la mesa.

Bram charlaba con su madre y con su hermana, pero parecía un poco incómodo. Quizá no le había hecho gracia que lo besara delante de todo el mundo. Quizá lo estaba pasando peor que ella, teniendo que disimular que con quien habría querido celebrar una cena de compromiso era con Melissa y no con ella.

Y también Melissa parecía un poco alterada. Además, su madre le había dicho que Nick y ella siempre estaban como dos tortolitos, pero esa noche apenas se habían dirigido la palabra.

Quizá Nick encontraba más divertido reírse de ella que atender a su esposa, pensó. Desde luego, no dejaba de mirarla y hacerle cumplidos que a Sophie empezaban a parecerle exagerados.

«Piensa que sigo enamorada de él. Piensa que me he arreglado tanto para él».

Pero no era verdad. Un año antes se habría emocionado por sus atenciones, pero ahora la hacían sentir incómoda y le parecían absolutamente inapropiadas.