– Me han dicho que habéis estado de vacaciones. ¿Dónde habéis ido? -preguntó, desesperada por encontrar un tema de conversación.

– A Marruecos -contestó Nick-, Hemos estado de excursión en el Atlas.

– ¿Mi hermana de excursión en la montaña? Pero si a Melissa le gusta la playa.

– La verdad, yo habría preferido pasar unos días en el mar, pero ya conoces a Nick y su pasión por la montaña -dijo Melissa entonces, haciendo una mueca. Y Sophie vio con toda claridad que ocurría algo entre ellos.

– Es mejor hacer algo cuando uno está de vacaciones, querida. Tumbarse en la playa todo el día es muy aburrido -replicó su marido.

Por primera vez, Sophie se percató de que el matrimonio de su hermana no era tan perfecto como había imaginado.

– Bueno, ¿y qué tal lo habéis pasado?

– Bien… Había un grupo de gente muy agradable.

– Ovejas -dijo Nick, despreciativo.

– ¿Ovejas? Entonces sería como estar en Askerby -bromeó Bram.

– Lo que quiero decir es que eran como ovejas. Hacían todo lo que se les decía.

– Para eso se tiene un guía, ¿no? -sonrió Sophie-. A veces es necesario que alguien te dé indicaciones. Especialmente cuando estás en un país extranjero.

Nick no parecía impresionado.

– La verdad es que el viaje ha sido una pesadez. A mí me gusta viajar de forma independiente, pero he estado tan ocupado con la empresa, que no tenía tiempo de planear la ruta. Eso sí, te aseguro que no vuelvo a hacer un viaje organizado.

– ¿Por qué? ¿Qué pasó?

– El guía no sabía de qué estaba hablando y tuve que llamarle la atención varias veces -contestó su cuñado, que a Sophie nunca le había parecido más engreído-. A los turistas es fácil intimidarlos, pero a mí no me intimida nadie. Estuve en el Himalaya en una ocasión…

Sophie dejó de escuchar en ese momento. ¿Cómo podía haberse creído enamorada de un hombre tan aburrido y tan irritante?, se preguntaba, sorprendida.

Mientras tanto, al otro lado de la mesa, Bram no dejaba de observarla. ¿Le gustaba escuchar las historias de Nick? ¿Estaría impresionada? ¿Desearía que hubiera sido él a quien había besado antes?

El beso, ese dulce beso, había sido un mensaje para Nick. No tenía nada que ver con él, pensaba amargamente. Y también había sido un mensaje para él. Le había regalado un anillo, pero era en Nick con quien soñaba. Nick al que seguía amando.

Después de la cena, mientras estaban despidiéndose de todo el mundo, Sophie y Melissa se apartaron un poco.

– ¿Va todo bien, Mel?

Su hermana intentó sonreír, pero la sonrisa se convirtió en una mueca.

– Sí, bueno, ya sabes que Nick a veces es un poco… en fin, pero todo va bien, no te preocupes. Y estoy muy contenta por ti y por Bram. Bram es un hombre tan maravilloso, tan comprensivo, tan bueno…

– Oye, que tú tuviste tu oportunidad con él -intentó bromear Sophie-. Espero que no hayas cambiado de opinión. Ahora es mío.

– No, claro que no, tonta. Sólo espero que sepas lo afortunada que eres por tener un hombre como Bram. Es maravilloso.

– Lo sé, Mel. Lo sé muy bien.

– ¡Menos mal que se ha terminado! -exclamó Sophie en el Land Rover.

– Sí, desde luego -murmuró Bram sin mirarla.

– ¿Tú también lo has pasado mal?

Algo había ocurrido esa noche, seguro. Bram apenas la había mirado durante la cena y no la había llevado en brazos hasta el Land Rover, aunque el suelo seguía lleno de barro. Aparentemente, ya no le preocupaban sus zapatos. A Sophie le entraron ganas de llorar. Porque, tontamente, esos zapatos que habían elegido juntos le parecían un símbolo.

– No ha sido la mejor noche de mi vida -contestó él-. Nick no dejaba de mirarte.

Sophie se puso colorada, pero Bram no pudo verlo en la oscuridad.

– Yo creo que Nick es la clase de hombre que sólo se interesa por alguien cuando no puede tenerlo -admitió en voz baja.

– ¿Por eso has hecho todo lo posible para hacerle creer que estás enamorada de mí?

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Por eso me has besado, Sophie? Querías hacerle ver que ya no estás interesada en él, ¿no?

Sophie vaciló y Bram pensó que ahí estaba la respuesta.

– En parte, pero…

– No tienes que darme explicaciones -la interrumpió él.

– No, no lo entiendes… -empezó a decir Sophie. Había querido demostrarle a Nick que no era lo que él pensaba, que no iba a casarse con Bram porque no tuviese a nadie más.

Pero Bram no estaba dispuesto a escucharla.

– Mira, es mejor que no hablemos de ello. Tanto tú como yo conocíamos la situación y nada ha cambiado para ninguno de los dos.

«Ha cambiado para mí», habría querido decir Sophie. Pero no sabía cómo o por qué.

Sólo sabía que había cambiado.

Capítulo 9

BRAM entró en la cocina frotándose las manos para entrar en calor. -No me gusta el color del cielo. Voy a traer a las ovejas del páramo, así que no creo que vuelva a la hora de comer.

Sophie miró el cielo. Tenía un color más oscuro del habitual. Seguramente iba a nevar, y sería una buena nevada.

– ¿Quieres que te eche una mano?

– No, Bess y yo nos arreglaremos.

Ella se mordió los labios. Nada había sido lo mismo desde la cena en casa de sus padres. Habían pasado dos semanas y apenas se dirigían la palabra.

Mientras Sophie se preocupaba por su relación con Bram, la organización de la boda seguía adelante. El vestido de novia estaba en la granja de sus padres, las invitaciones habían sido enviadas y las flores llegarían el día de Nochebuena a primera hora.

– Pero no encuentro a nadie para que te arregle el pelo y te maquille -se lamentaba su madre-. Es el día de Nochebuena y todo el mundo tiene otros planes. Tendrás que hacerlo tú misma, Sophie. Harás un esfuerzo, ¿verdad, hija?

– Claro que sí -contestó ella. Pero la boda le parecía algo ajeno, extraño.

Cada vez que intentaba hablar con Bram sobre lo que había pasado en la cena, él cambiaba de conversación. Y si insistía, le pedía por favor que lo dejase.

Sophie empezaba a temer que Bram lamentaba haberle pedido que se casara con él.

Y eso hizo que se diera cuenta de que realmente deseaba casarse con él. Lo echaría de menos, echaría de menos la granja, su aislada y cómoda vida-Marcharse ahora sería muy duro, pero no podía quedarse si iba a hacer infeliz a Bram.

Y tarde o temprano tendrían que hablar de ello. Aquel día era el veinte de diciembre y no podía esperar más. Sophie había estado ensayando cómo iba a decírselo mientras preparaba el desayuno, pero se alegró de poder esperar unas horas.

Además, no tendría sentido intentar hablar con Bram si él estaba pensando en las ovejas. Lo haría por la noche.

– Al menos toma un café antes de irte. Te haré un bocadillo para que te lo lleves. No puedes estar ahí arriba sin nada de alimento. Hace un frío terrible.

– Muy bien, gracias -contestó él, calentándose las manos en la estufa.

Ojalá no hubieran ido a aquella cena, pensaba mirando a Sophie, que llevaba un mandil de su madre y estaba tan bonita que le dolía hasta mirarla.

Ese beso, especialmente ese beso, lo tenía torturado desde aquella noche. Ese beso que debería haber sido para él había sido para Nick. Y siempre sería para Nick.

Los besos de Sophie siempre serían para Nick.

La única manera de lidiar con ese hecho era encerrarse en sí mismo. Sabía que Sophie intuía que pasaba algo y quería hablar de ello, pero ¿qué podía decirle además de que la amaba y que no quería conformarse con ser un segundón?

– Está empezando a nevar.

– Sí, será mejor que me vaya -murmuró Bram.

– A lo mejor nieva estas navidades -sonrió Sophie.

– Es posible.

– He pensado sacar los adornos de tu madre esta tarde. Ella siempre decoraba la casa y… me gustaría hacerlo, si no te importa.

– No, claro que no -contestó Bram-. ¿Quieres que te traiga un árbol?

– Ah, eso sería maravilloso -el rostro de Sophie se iluminó-. ¿Cuánto tardarás en reunir a todas las ovejas?

– No lo sé. Si están esperando por la cerca, no tardaré mucho, pero si están desperdigadas…

– Ten cuidado, ¿eh? -murmuró Sophie, abrazándolo.

– No te preocupes, Bess cuida de mí -sonrió él, devolviéndole el abrazo-. Volveré en cuanto pueda.

Cuando se marchó, Sophie se quedó mirando por la ventana. Cada vez nevaba con más fuerza. Lo que antes eran copos como plumas, se había convertido en una tormenta de nieve que apenas la dejaba ver el paisaje.

Aunque, por otro lado, si nevaba tanto que no podían bajar al pueblo, sería maravilloso. Nada le gustaría más que pasar las navidades encerrada en la granja con Bram. Que los demás celebrasen la boda por ellos.

Pero a medida que pasaba el tiempo y la tormenta arreciaba, empezó a preocuparse. Fuera hacía un frío terrible y el viento helado sacudía las contraventanas. Pero Bram sabía lo que hacía, pensó. Llevaba haciendo ese mismo trabajo desde que era un niño.

Sin embargo, pasaban las horas y la tormenta de nieve era cada vez más fuerte. No tenía por qué asustarse, se dijo. Pero estaba asustada. No dejaba de mirar por la ventana, aunque no podía ver nada más que nieve y más nieve.

Cuando por fin oyó el ruido de la puerta, Sophie se levantó de un salto y se lanzó sobre Bram, abrazándolo con todas sus fuerzas.

– ¡Por fin estás aquí!

Bram sonrió, pero no le devolvió el abrazo. Quizá estaba demasiado cansado… o quizá avergonzado por tan apasionada bienvenida.

Temiendo que fuera esto último, Sophie tomó un paño y se inclinó para secar a Bess, que estaba empapada.

– Empezaba a pensar que os había perdido.

– Casi me pierdo. Las ovejas se habían ido al otro lado del páramo, y cuando he podido reunirías a todas, nevaba tanto que no veía ni dónde estaba. Pero Bess ha hecho un buen trabajo.

– Bess es una chica estupenda -sonrió Sophie-. Y hoy hace demasiado frío para estar en la perrera. Será mejor que se tumbe frente a la chimenea.

De modo que Bess, por fin, pudo hacer realidad sus sueños mientras Sophie preparaba un té y ayudaba a Bram a quitarse la pelliza, el jersey y las botas.

– Apenas veía por dónde iba, pero venía soñando con estar aquí, delante del fuego -murmuró él-. Me animaba pensar que tú estarías aquí. Que tú estuvieras aquí era lo más importante.


– Yo también me alegro de estar aquí, Bram -dijo Sophie, mirándolo a los ojos.

Quizá era el momento de hablar, pensó. Pero cuando iba a hacerlo sonó el teléfono.

– Si es mi madre para hablar de las flores otra vez…

Pero no era su madre. Era Melissa, al borde de la histeria.

– Nick se ha perdido.

– ¿Qué?

– Salió a dar un paseo por el páramo esta tarde y aún no ha vuelto.

– ¿Que salió a dar un paseo con esta tormenta? -exclamó Sophie-. Pero Melissa…

– Quería probar unas nuevas botas que ha comprado -le explicó su hermana-. Dijo que iba a pasar por la granja de Bram para saludaros y luego volvería por la carretera.

– ¿Has llamado al equipo de rescate?

– ¡No! Nick me mataría si hiciera eso.

– Pero tienes que hacerlo -exclamó Sophie-. Nick podría estar herido en alguna parte, Mel.

– No se habrá apartado de la carretera, seguro -insistió su hermana-. No hace falta que llamemos a nadie. Si pudieras pedirle a Bram que vaya a buscarlo…

– Mel, está nevando más que nunca…

– Por favor, Sophie, tiene que ir a buscarlo. Estoy muy preocupada. Sé que no le ha pasado nada grave, pero podría haber resbalado o algo así…

O podría estar seriamente herido en alguna parte, pensó Sophie, mirando a Bram. El pobre estaba agotado. Lo último que quería era tener que decirle que volviera a vestirse… Pero Bram se levantó sin decir nada y tomó el teléfono.

– Melissa, dime dónde crees que puede estar… -Bram se quedó escuchando un momento-. Muy bien, llama al equipo de rescate ahora mismo y diles lo que me has dicho a mí… Si no lo haces tú, lo haré yo. Diles que voy a Pike Fe». No te preocupes, Melissa, lo encontraremos.

Sophie estaba pálida y Bram vio el miedo en sus ojos mientras colgaba el teléfono. Temía por la vida de Nick.

– No voy a decirte que no te preocupes, pero intenta calmarte. Melissa dice que va bien equipado.

Sophie tenía miedo por él, no por Nick, pero sabía que no tenía sentido decirle eso ahora.

– Voy a ponerme algo de abrigo.

– Tú no tienes que venir.

– Sí tengo que ir -replicó ella-. Tú estás agotado y es entonces cuando ocurren los accidentes. Y quiero hacer algo, además.

Una vez equipados y con linternas, Bram le puso una bufanda en la cabeza como si fuera una niña a la que mandaba al colegio. Y se colocó una mochila con un botiquín de primeros auxilios a la espalda.