– ¡No te separes de mí! -gritó cuando salieron de la casa, para hacerse oír sobre el ruido del viento.
Sophie asintió con la cabeza. Hacía tanto frío que apenas podía respirar y la nieve golpeaba su cara casi haciéndole daño. Ya no eran los bonitos copos de nieve de las estampas navideñas, sino agujas heladas que herían su rostro sin misericordia.
Cuando llegaron a la verja no pudieron abrirla porque estaba medio tapada por la nieve. Gritando, Bram le dijo que fuese por el otro lado.
– ¡Pégate al muro! ¡Aunque te cueste andar! Si te pierdes o te desorientas, nos vemos en la verja que hay al otro lado.
Sophie se abrió camino por la nieve, moviendo la linterna de lado a lado y gritando el nombre de Nick, aunque era imposible que nadie oyese nada con la tormenta soplando de esa forma.
Con Bram a su lado no tenía miedo, pero sola empezó a asustarse. El viento era demasiado fuerte, la nieve demasiado cegadora. Tenía las manos congeladas a pesar de llevar gruesos guantes y la falta de visibilidad la tenía desorientada.
El muro de piedra parecía interminable, pero por fin dio la vuelta hacia la verja y vio la luz de la linterna de Bram.
Sin embargo, después de encontrarse, tuvieron que separarse de nuevo. Él iría por un lado del muro y ella por el otro para encontrarse en la verja que daba a la carretera. Sophie caminaba inclinada para protegerse del viento, y cuando tropezaba le costaba mucho volver a levantarse. En esas condiciones no podrían encontrar a Nick, pensaba, angustiada. Ni siquiera sabía si sería capaz de llegar a la carretera.
Entonces recordó que había un atajo cerca de allí, pero para llegar a él había que bajar por un terraplén que ahora estaría cubierto de nieve… ¿habría ido Nick por el atajo?
Haciendo un último esfuerzo, se apartó del muro y caminó muy despacio, apuntando al suelo con la linterna para no rodar ella misma por el terraplén. Enseguida le pareció ver una luz al fondo… ¿Debería ir a buscar a Bram? ¿O bajar para sacar a Nick?
Confiando en que Bram, al ver que no estaba en la verja, fuese a buscarla, se quitó la bufanda y la colocó bajo una piedra, dejando que flotase locamente al viento. Bram tenía que verla, pensó.
Con cuidado, agarrándose a las ramas que sobresalían de la nieve, fue bajando por el terraplén. Y allí encontró a Nick, envuelto en una capa de supervivencia de color naranja ya medio cubierta por la nieve.
– Me he caído -consiguió decir él, con los labios amoratados-. Me duele mucho la rodilla. No podía volver a subir ni seguir andando…
– ¿Cómo se te ha ocurrido salir por el páramo con esta tormenta? -lo interrumpió Sophie, furiosa-. Voy a ver si encuentro a Bram.
Acababa de llegar a la cima del terraplén cuando una sombra oscura se le echó encima. Era Bess, ladrando de alegría. Bram apareció unos segundos después, y Sophie se dejó caer en sus brazos, aliviada.
– ¿Qué demonios estabas haciendo? -le espetó él, sin embargo-. ¡Te dije que te pegases al muro! -Nick… está ahí abajo.
– ¡Me da igual dónde esté Nick! No deberías haberte apartado del muro. Podrías haberte caído… ¿y cómo te habría encontrado entonces? -He dejado la bufanda…
– ¿Dónde? Yo no veo ninguna bufanda. Sólo he venido hasta aquí porque Bess no dejaba de ladrar.
– ¡Oh, Bess! Eres un perro de rescate -sonrió Sophie.
– ¡Esto no tiene ninguna gracia! -exclamó Bram, furioso.
– No te enfades, es que tuve la intuición de que Nick podría estar en el fondo del terraplén y… -Vamos a buscarlo -la interrumpió Bram. Después, Sophie no recordaba cómo lo habían sacado de allí ni como lo habían llevado a la granja. Tenía las manos y los pies congelados, y llevar a Nick entre los dos no fue tarea fácil.
Pero allí estaban, en la cocina, intentando entrar en calor después de la experiencia.
– La carretera está bloqueada -dijo Bram, colgando el teléfono-. Parece que vas a tener que quedarte aquí unos días.
– Vaya, siento mucho tener que molestaros -se disculpó su cuñado.
– Y no creo que podamos hacer nada por esa rodilla. Intenta no apoyarte en ella.
La valentía de Nick, el excursionista que amaba la atención de los guías, había desaparecido y estaba demasiado cansado como para poner objeciones, de modo que Bram lo ayudó a subir a la habitación.
– Ponlo en mi cama -sugirió Sophie-. Luego le subiré una bolsa de agua caliente.
– Quítate la ropa -dijo Bram.
– Bram, por favor, no es momento para esas cosas -intentó bromear Nick-. Debo decir que tus técnicas de seducción dejan mucho que desear.
Él sonrió, cansado.
– Bueno, iré mejorando con el tiempo.
Luego, cuando Nick estuvo cómodamente instalado, Sophie y él bajaron a la cocina. Ella intentó disimular un bostezo mientras cenaban algo, aunque ninguno de los dos tenía hambre.
– Venga, es hora de irse a la cama.
– Estoy demasiado cansada para moverme.
– Yo te ayudaré -sonrió Bram, tomando su mano y llevándola así por la escalera.
– Tengo que hacer la cama en la habitación de tu madre…
– Ninguno de los dos está para hacer camas, Sophie. Será mejor que te acuestes conmigo esta noche -dijo Bram-. Te juro que estoy demasiado cansado como para intentar nada.
– Y yo estoy demasiado cansada como para darme cuenta si lo intentases -contestó ella.
Las sábanas estaban frías, y Sophie se colocó en posición fetal para entrar en calor.
– Debería haber subido una bolsa de agua cliente.
– Ven aquí -dijo él entonces, abrazándola.
El calor de su cuerpo era justo lo que necesitaba. Con un suspiro, Sophie cerró los ojos y puso un brazo sobre su pecho, sintiendo cómo subía y bajaba pausadamente… y se quedó dormida de inmediato.
Bram despertó muy temprano, como siempre. Sophie estaba dormida, a su lado, y la miró un momento. Era tan preciosa… con el pelo extendido por la almohada y aquellas pestañas tan largas…
¿Cómo iba a dormir con ella cuando estuvieran casados sin hacerle el amor?, se preguntó, angustiado.
La tormenta había pasado, pero cuando abrió las cortinas y vio la luz supo que había estado nevando toda la noche. De modo que Nick tendría que seguir siendo su «invitado».
Bram estaba dando de comer al ganado cuando Sophie despertó. Las sábanas aún estaban calientes y recordó lo bien que había dormido, lo familiar que le resultaba el calor del cuerpo de Bram aunque era la primera vez que dormían juntos. Nunca había dormido mejor, nunca se había sentido más segura-Una hora después, Bram le preguntó si quería que cortase un árbol para ponerlo en el salón y ella asintió, encantada.
Una vez fuera, Sophie respiró profundamente el aire limpio del campo. Todo estaba cubierto de nieve y los pájaros se apartaban al oírlos llegar.
– ¿Te gusta éste? -preguntó Bram.
– Sí, ése está bien.
Bram sacó el hacha y empezó a talar el tronco. Sophie se fijó en sus hombros, tan anchos, en sus manos, tan seguras, tan poderosas. Mientras lo veía golpear el tronco con el hacha se dio cuenta de algo: estaba enamorada de Bram.
¿Cómo podía no haberlo visto antes? Siempre lo había querido… pero no de esa manera, no con esa certeza. Lo había querido como amigo durante tanto tiempo que no se dio cuenta de cuándo el afecto dio paso al deseo. Pero lo deseaba. Deseaba que la tocase, que la acariciase.
No era el amor dramático y desesperado que había sentido por Nick. En su corazón, sabía que el amor que sentía por Bram era más fuerte, más poderoso, más auténtico.
Era amor para toda la vida. Pero le había hablado tanto de lo que sentía por Nick…
¿Qué pensaría si le dijera que ahora estaba enamorada de él? ¿La creería?
Quizá no. Además, nada había cambiado. Bram no le había dicho que ya no estuviera enamorado de Melissa. Y si le decía que lo amaba, podría sentirse incómodo.
Pero iban a casarse. Habría tiempo para decírselo, pensó, apretando la mano para tocar el anillo.
«Estoy dispuesto a esperar hasta que tú me digas», le había dicho Bram. «Cuando quieras mantener una relación sólo tendrás que decírmelo».
Esa noche, cuando estuvieran juntos en la cama, se lo diría.
Al final, no fue así. Porque cuando Nick se cansó de contarles sus aventuras por todo lo largo y ancho de este mundo y por fin pudieron subir a la habitación, Bram le dijo:
– He hecho la cama para ti en el cuarto de mi madre. He pensado que estarías más cómoda allí.
De modo que no iba a poder ser, pensó Sophie. -Genial. Gracias.
Pero iban a casarse, se dijo a sí misma mientras intentaba conciliar el sueño en la soledad de su habitación. La nieve se derretiría, Nick se marcharía y entonces… entonces estarían solos y podría decirle a Bram lo que sentía por él.
Había llegado la hora de la verdad.
Capítulo 10
AL DÍA siguiente seguía nevando. Bram andaba de un sitio a otro, atendiendo a los animales y reparando las cercas que se habían caído con la tormenta.
Y Nick decidió quedarse en la cama. Sophie se pasó el día subiéndole tazas de café, té, bocadillos…
– Eres un ángel. Pero me siento un poco solo.
– Yo tengo cosas que hacer, lo siento.
– Vamos… siéntate un ratito conmigo -sonrió Nick.
– De verdad, no puedo…
– ¿Estás nerviosa, Sophie?
– ¡No! ¿Por qué iba estar nerviosa?
– No deberías estarlo. No voy a hacerte nada. Yo nunca te haría daño.
«No, tú nunca me harías daño», pensó ella. «Sólo me rompiste el corazón».
– Has perdido el fuego, Sophie -dijo Nick entonces-. Antes eras tan apasionada…
– Nick, por favor…
– Melissa es preciosa, como un sueño, pero sigo pensando en ti. Estoy enamorado de Melissa, por supuesto, pero ella no es como tú. Le falta pasión. Cuando te vi la otra noche, con aquel vestido, y ayer, en la nieve… tenías los ojos brillantes y no pude dejar de recordar los buenos tiempos. Tú también piensas en ello, ¿verdad? -sonrió Nick, tomando su mano.
– Estás casado con mi hermana -le recordó ella, intentado apartarse. Pero Nick la sujetó con fuerza.
– Pero piensas en mí, lo sé. Ésta es tu habitación, ¿verdad? De modo que Bram y tú no dormís juntos. Y sé que es porque sigues sintiendo algo por mí, no lo niegues. Te entiendo, Sophie.
– No, tú no entiendes nada -suspiró ella.
– ¿Interrumpo? -Bram acababa de entrar en la habitación, y Nick soltó su mano.
¿Cuánto tiempo habría estado ahí?, se preguntó Sophie.
– No, qué va.
– No hacíamos nada. Absolutamente nada -suspiró Nick con una sonrisa en los labios.
Bram tuvo que hacer un esfuerzo para no borrarle la sonrisa de un puñetazo.
– He subido para ver si querías algo de la cocina.
– Muy amable, pero Sophie me atiende muy bien.
Sophie miró a Bram, pero él apartó la mirada.
Al día siguiente salió el sol y con él las palas quitanieves. Bram pudo sacar el tractor, y estaba limpiando el camino que llevaba a la carretera cuando Melissa apareció en un cuatro por cuatro para llevar a Nick al hospital.
– No quiero ir al hospital. Sólo me duele un poco la rodilla -protestó su marido.
Melissa tardó siglos en convencerlo para que subiera al coche, pero cuando por fin lo consiguió volvió a entrar en casa para despedirse de Sophie y de Bram y para darles las gracias de nuevo.
– Te dije que lo encontraríamos, ¿no? -sonrió él, abrazándola.
– Sí, es verdad. Eso es lo bueno de ti, que siempre cumples tu palabra.
Bram había dicho que amaría a Melissa para siempre, pensó Sophie. ¿Iba a decir eso ahora?
Iba a pasar otra vez. Sophie quería mucho a su hermana y sabía que Melissa nunca le haría daño a propósito, pero otra vez iba a robarle al amor de su vida. No era culpa suya que los dos únicos hombres a los que había amado se quedasen prendados de ella, pero…
– Gracias por todo, Sophie. Nick me ha dicho que fuiste una heroína.
– Yo no, Bess. Bess fue la heroína de la noche.
– Bess no ha estado cuidando de él todos los días desde que lo trajisteis aquí. Os lo agradezco muchísimo. Bueno, me voy, nos vemos esta noche.
– ¿Esta noche?
– Es el cumpleaños de papá.
– ¡Ah, es verdad!
– Y te casas mañana. No habrás olvidado eso también, ¿no?
– No, claro que no -contestó Sophie. Aunque, en realidad, desde la tormenta había perdido la noción del tiempo. Era un poco como el jet lag, que uno no sabía dónde estaba.
– Contigo nunca se sabe, Sophie. Vives en tu propio mundo. Pero mamá espera que duermas en casa esta noche.
– ¿Por qué?
– Ya sabes que es la tradición. Tienes que vestirte en casa de mamá para ir a la iglesia, así que lo mejor es que duermas allí esta noche -contestó Melissa-. El novio y la novia no pueden dormir juntos un día antes de la boda.
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