– Cariño mío…

Se besaron, como no se había besado nunca, a solas, mezclando las risas con las lágrimas, los besos con las caricias… arrugando el vestido de novia sin darse cuenta.

– Bram…

– ¿Sí?

– ¿Recuerdas que me dijiste que cuando estuviera preparada para mantener una relación de verdad te lo dijera?

– Sí, claro que me acuerdo.

– ¿Puedo colar eso en medio de esta conversación? -sonrió Sophie.

Bram soltó una carcajada.

– Me parece que antes tenemos que pasar por la iglesia.

– ¡La boda! -exclamó Sophie entonces-. ¡Mi madre me va a matar! ¿Qué haces sin vestir? ¡Sube ahora mismo a vestirte! Ponte lo que sea…

– No te preocupes, aún tenemos veinticinco minutos. Me da tiempo.

Sus padres estaban esperando en la puerta de la iglesia cuando aparecieron en el Land Rover. Joe sonrió, aliviado, al verlos, pero Harriet estaba de los nervios.

– Aquí está el ramo, hija. ¡Ay, Dios mío, mira cómo llevas el pelo! ¿Alguien tiene un cepillo…? ¿Qué es eso que llevas en los pies? ¿Unas botas de agua? ¿Has venido a tu boda con unas botas de agua?

– Es que lo es lo primero que encontré -intentó explicarle Sophie, contrita, aunque le dio la risa al ver las botas manchadas de barro asomando por debajo del elegante vestido de seda.

– ¡Ay, Dios mío, alguien tiene que ir a casa a buscar tus zapatos! -exclamó Harriet.

– No, ya es demasiado tarde. Iré así.

– ¡Ninguna hija mía va a casarse con unas botas de agua! -gritó su madre, escandalizada.

– Entonces, me las quitaré -dijo Sophie tranquilamente-. Me casaré descalza -sonrió, tomando el brazo de su padre-. Ya estoy lista, papá.

Bram estaba esperándola frente al altar, y su expresión le dijo todo lo que tenía que saber. Con el corazón aleteando de felicidad, Sophie se colocó a su lado. ¿Qué más podía pedir por Navidad? Bram era todo lo que necesitaba.

Su mejor amigo. Su amante.

Su marido.

Jessica Hart

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