Sophie no había dicho una palabra mientras se acercaba y Bess corría hacia ella con su habitual entusiasmo, pero cuando levantó la cara su expresión de desamparo hizo que a Bram se le encogiera el corazón.

Sin decir una palabra, se apartó para que ella se sentara a su lado en el tractor y durante un rato se quedaron así, en silencio, mientras el sol iba escondiéndose tras las colinas. Bess jadeaba al lado del tractor, pero aparte de eso todo era silencio.

– Siempre pensé que era demasiado bonito para ser verdad -dijo Sophie después. Y para Bram lo peor fue oír su voz. Siempre había sido tan alegre, tan viva… pero ahora no había en ella emoción alguna, ninguna entonación. Nada que ver con Sophie.

– ¿Quieres contármelo?

– No debería. Prometí no contárselo a nadie.

– ¿Ni siquiera a tu mejor amigo?

Ella lo miró, sus ojos del color del agua de un río empañados por el sufrimiento.

– Creo que, al menos, tú me entenderías.

– Cuéntamelo. ¿Es Nick?

Sophie asintió con la cabeza.

– Ya no me quiere.

– ¿Qué ha pasado?

– Ha conocido a Melissa. La vio y se enamoró por completo de ella. Yo me di cuenta -empezó a decir Sophie con la voz llena de dolor-. Le vi la cara y supe lo que estaba pasando.

Bram no sabía qué decir.

– Sophie…

– Debería haberlo imaginado. Ya sabes cómo es Melissa.

Bram lo sabía bien, sí. La hermana de Sophie era la chica más guapa que había visto nunca, con una belleza etérea que no pegaba nada en un pueblo de Yorkshire, al contrario que Sophie.

Era difícil creer que fuesen hermanas. Melissa no se parecía nada a Sophie. Era dulce, frágil, una chica de pelo rubio como una especie de halo dorado a su alrededor. Pocos hombres eran inmunes a su atractivo y Bram tampoco lo había sido. A veces pensaba que su breve compromiso diez años atrás no había sido más que un sueño. ¿Cómo podía un hombre tan normal como él haber interesado a un tesoro como Melissa?

Entendía que Nick se hubiese enamorado de ella, pero lo odiaba por haberle hecho daño a Sophie.

– ¿Y qué hiciste?

– ¿Qué podía hacer? No tenía sentido fingir que no pasaba nada. Le he devuelto su anillo de compromiso. Le dije que era absurdo que los tres fuéramos infelices -Sophie sonrió un poco, con una amargura imposible de disimular-. Mi compañera de piso, Ella, dice que debería haber luchado por él, pero ¿cómo voy a competir con Melissa?

– Pero Nick podría haberla olvidado con el tiempo, podría haber sido algo pasajero -sugirió Bram-. A él mismo le había pasado. Cuando estaba a tu lado era imposible mirar a nadie más, pero una vez que se había ido resulta difícil recordar cómo era exactamente o lo que había dicho o lo que uno había sentido… además de quedarse impresionado por su belleza y su dulzura.

Sophie no era así, pensó entonces. No era tan guapa como Melissa y, sin embargo, la recordaba perfectamente; sus expresiones, su risa, cómo movía las manos cuando hablaba. Siempre podía ver a Sophie en su cabeza cuando pensaba en ella.

– Podría haberla olvidado -asintió ella-. Y yo lo habría intentado de no ser por Melissa. También vi su cara, Bram. Ya sabes que está acostumbrada a que los hombres se enamoren de ella, pero no creo que ella haya estado verdaderamente enamorada de nadie.

Luego se detuvo abruptamente, recordando demasiado tarde que Bram había estado enamorado de su hermana. Y lo último que deseaba era hacerle daño.

– Lo siento -murmuró, contrita.

– No pasa nada. Te entiendo -sonrió Bram. Sophie tenía razón. Melissa estaba acostumbrada a que la quisieran más que a querer a nadie. Con su belleza, era lógico.

– Yo creo que Melissa se enamoró de Nick nada más verlo -siguió Sophie-. No podía dejar de mirarlo y, aunque intentó disimular por mí, me di cuenta enseguida. ¿Quién iba a entenderlo mejor que yo? Así que era demasiado tarde. Supe entonces que Nick no podría volver a mirarme de la misma forma. Si intentaba fingir que no pasaba nada, los tres acabaríamos sufriendo. Al menos así, Melissa y Nick tendrán la oportunidad de ser felices.

– ¿Melissa sabe lo que has hecho por ella? -preguntó Bram, pensando que pocas hermanas habrían hecho el sacrificio que había hecho Sophie.

Ella asintió.

– La pobre lo pasó fatal. Se puso a llorar cuando le dije que no iba a casarme con Nick. Decía que no podía hacerme eso, pero yo le expliqué que ella no había hecho nada. No fue culpa suya. No ha podido evitar enamorarse de Nick y él no ha podido evitar enamorarse de ella. Así es la vida.

– Entonces, ¿Melissa y Nick están juntos?

– Sí -contestó Sophie, mirándose las manos. No lloraría más, no podía llorar más-. Nick y ella quieren abrir una empresa de confección. Van a casarse en septiembre. Por eso estoy aquí. Mi madre quiere que me pruebe el vestido de dama de honor.

– ¿Vas a ser dama de honor de Melissa? -exclamó Bram, incrédulo-, Sophie, no tienes por qué hacerlo. Eso es pedirte demasiado.

– Pero sería muy raro que la hermana de la novia no fuese una de las damas de honor. Mis padres no sabían que Nick y yo estábamos prometidos… de hecho, no conocían a Nick, así que no les he contado nada. No sabrían qué hacer si supieran la verdad, de modo que le pedí a mi hermana que no dijese nada.

– ¿Tus padres no saben lo que ha pasado?

– No, ellos creen que se conocieron en Londres, cuando Melissa fue a visitarme. Sabían que yo salía con un chico, pero no les había dicho su nombre, así que les he contado que hemos roto. Eso, al menos, explicará que esté tan mustia -Sophie consiguió sonreír de nuevo-. MÍ madre piensa que estoy celosa de Melissa porque ella va a casarse y yo no.

Bram frunció el ceño.

– Eso no es justo.

Sophie se encogió de hombros.

– Si quieres que te sea sincera, estoy tan triste que me da igual. Melissa y Nick van a casarse y no tiene sentido ponérselo más difícil. Ni a mis padres. Yo creo que es mejor para todos que sólo nosotros tres sepamos lo que ha pasado. Había prometido no contárselo a nadie, pero es que a veces me siento tan sola… Estoy tan triste, tan desolada… y me odio a mí misma por no ser capaz de controlarme. Voy a estropear la boda de mi hermana, como dice mi madre, y no puedo hablar con nadie -dijo entonces con voz trémula-. No puedo hablar con Melissa porque no quiero que se sienta culpable, y nadie más sabe la verdad.

Bram le pasó un brazo por los hombros, apretándola contra su costado.

– Pero ahora yo sé la verdad y me alegro de que me la hayas contado. Puedes hablar conmigo cuando quieras.

El deseo de llorar para soltar todo el dolor que sentía era tan fuerte que Sophie tuvo que hacer un esfuerzo para calmarse.

– Gracias, Bram. Me siento mejor hablando contigo.

– ¿Puedo hacer algo por ti?

Sophie vaciló.

– ¿Te importaría… venir a la boda? Sé que para ti tampoco será fácil ver a Melissa casándose con otro y me da vergüenza pedírtelo, pero sería muy importante para mí. Así no me sentiría tan sola.

De modo que Bram había ido a la boda. Por Sophie. Fue a la iglesia del pueblo y vio a Melissa, más guapa que nunca, mirando con expresión enamorada a Nick y, curiosamente, no le dolió tanto como había pensado.

Quizá estaba tan preocupado por Sophie que se olvidó de sus propios sentimientos. No entendía cómo había podido soportarlo, charlando y riendo con todo el mundo en el banquete. Seguramente él era el único que veía el desconsuelo en sus ojos, el único que sabía lo que le estaba costando hacer ese papel, el único que se daba cuenta de lo valiente y lo fuerte que era.

Cuando Melissa y Nick partieron de luna de miel, Sophie se despidió de su hermana y del hombre del que estaba enamorada y volvió a Londres. No había vuelto a verlos desde entonces y sólo iba a Yorkshire cuando ellos no estaban. Inventaba todo tipo de excusas para que sus padres no sospechasen nada y Bram era el único que sabía la verdad.

Sophie se movió entonces, devolviéndolo al presente. Mientras la miraba, apoyada amistosamente en su hombro, se dio cuenta de que sentía algo por ella que no había sentido antes. Nunca se había fijado en lo suave que era o en lo agradable que le resultaba el peso de su cuerpo.

Tenía la altura perfecta, además. Tampoco se había dado cuenta de eso. Le llegaba por la barbilla y le hacía cosquillas con el pelo. Un pelo que olía a limpio, a coco y flores silvestres.

Le gustaba más esto último. Bram nunca se había tumbado en una playa tropical para comer cocos y no tenía intención de hacerlo. Él prefería los valles, las montañas y el brezo. Las flores silvestres, de suave aroma, resistentes a la lluvia y el viento, le recordaban a Sophie.

– Ha pasado más de un año -estaba diciendo, sin percatarse de que Bram estaba perdido en sus pensamientos-. Debería haber olvidado a Nick, pero creo que sigo tan enamorada de él como cuando estábamos prometidos. Nunca había sentido algo así por nadie y no creo que vuelva a hacerlo. No sé qué voy a hacer para olvidarme de él.

– ¿Tan perfecto es? -preguntó Bram. Había conocido a Nick en la boda y no le había impresionado demasiado. El marido de Melissa le parecía condescendiente y bastante presuntuoso. Pero, claro, seguramente también él se habría mostrado presuntuoso si hubiese conquistado el corazón de Melissa.

– No, Nick no es perfecto -contestó Sophie-. A veces puede ser arrogante y creo que es un poco egocéntrico, pero había algo tan excitante en él… no sé. Supongo que es química. No puedo explicar lo que sentía estando con él. Y ahora no puedo soportar la idea de que otro hombre me toque.

Bram no sabía qué pensar. Porque, de repente, empezaba a preguntarse por primera vez en su vida cómo sería besar a Sophie.

– He intentado salir con otros hombres, pero lo único que hago es acordarme de Nick. Intento creer que se me pasaría si volviese a verlo, pero tengo miedo. ¿Y si no es diferente? ¿Y si sigo sintiendo lo mismo? Melissa se daría cuenta de que sigo enamorada de él y eso sería horrible.

– ¿Por eso te quedas en Londres?

Sophie asintió con la cabeza.

– No me gusta Londres y echo de menos mi casa desesperadamente, pero si vuelvo, tendré que ver a Nick todo el tiempo y no podría soportarlo. Melissa lo pasa fatal. Me llama muchas veces por teléfono para pedirme que venga, pero no puedo hacerlo. Y luego me siento mal por darle un disgusto. Quizá sería diferente si tuviese un novio… De ese modo, Melissa y Nick creerían que se me ha pasado… pero no puedo sacarme un hombre de la chistera. Mi madre cree que es culpa mía y está deseando que me case.

– ¿Por qué? -preguntó Bram.

– Porque le encantó la boda de mi hermana y está deseando organizar otra. Se llevó un disgusto cuando Susan Jackson se casó el verano pasado. ¡Ya sabes que Maggie Jackson y ella son rivales de toda la vida! Mi madre está enfadadísima porque Maggie ha conseguido casar nada menos que a tres hijas y organizar tres bodas como Dios manda, por la iglesia, con vestidos blancos y una carpa en el jardín -Sophie sacudió la cabeza tristemente-. Me temo que siempre he sido una decepción para ella.

– ¿Por qué?

– Mi madre cree que si hago un esfuerzo por adelgazar y me arreglo un poco, encontraré marido enseguida. Siempre me está preguntando si he conocido a alguien.

– ¿Y tú qué le dices?

– Le llevo la corriente. Por ejemplo, si estoy saliendo con alguien le hago creer que es más serio de lo que es en realidad. Salí con un chico que se llamaba Rob durante unas semanas y mi madre se volvió loca de alegría cuando le dije que era profesor de universidad. Pero luego tuve que decirle que ya no salía con él y no se lo tomó nada bien -Sophie se apartó el pelo de la cara-. Mi madre dice que no me esfuerzo de verdad.

Bram prácticamente podía oír la voz de Harriet Beckwith diciendo eso.

– ¿Por qué cortaste con él?

– Rob era un chico agradable, pero…

– ¿Pero no es Nick?

– No -asintió ella, suspirando-. No lo es. El problema es que nadie va a ser Nick, pero no puedo contarle eso a mi madre. Se disgustó mucho porque pensaba que iba a conocerlo en Navidad y, por supuesto, quiso saber por qué habíamos cortado.

– ¿Y qué le dijiste?

Sophie hizo una mueca.

– No sabía qué decir, así que le conté que me había enamorado de otro chico… pero que era demasiado pronto para presentárselo. Es lo primero que se me ocurrió -contestó, poniendo cara de pena-. Y ahora se pasa el día interrogándome. Me acusa de no querer contarle nada y me pregunta por qué no puedo ser tan buena y tan dulce como Melissa, que la llama por teléfono y va a verla continuamente. En fin, que al final hemos acabado teniendo una bronca y por eso me he ido a dar un paseo. Es como volver a la adolescencia.

Y, como siempre, había buscado refugio en la granja de Bram. Sophie lo miró entonces, preguntándose si sabría lo importante que era para ella. Era tan buen amigo, tan reposado, tan sólido. Sólo con verlo se sentía mejor.