– Pero los chismosos lo van a pasar en grande -siguió Bram-. Anoche todos vieron que Vicky y yo salíamos juntos del pub y esta mañana se han enterado de que tú y yo estamos comprometidos… Espero que Vicky no se lleve un disgusto. Es lo que le faltaba.

– ¿Y cómo iba a saber yo que invitas a cualquiera a tomar café? -le espetó Sophie, dolida y enfadada, aunque era incapaz de justificar ninguna de esas emociones-. El fin de semana pasado tú mismo sugeriste que nos casáramos. No es culpa mía si, de repente y sin decirme nada, has decidido ponerte a buscar novia.

– No fue así -suspiró Bram.

– ¿Ah, no? ¿Y entonces cómo fue?

– Supongo que cuando tú me dijiste que no, me di cuenta de que había llegado la hora de ponerse serio. De verdad quiero buscar una esposa y tener una familia, Sophie. Así que decidí ir al pub. Ir al pub del pueblo no es precisamente soltarse el pelo, pero no suelo ir durante la semana. Y resulta que Vicky estaba allí. Estaba sola y nos pusimos a hablar… Y también estaba allí al día siguiente. No estoy diciendo que me haya enamorado, pero pensé: ¿para qué voy a perder el tiempo? Si quieres mantener una relación con alguien, tienes que empezar por algún sitio, ¿no? Y uno no puede conocer a una persona tomando copas en el pub.

– Ah, claro.

– Así que le pregunté si quería tomar un café en mi casa… pero la pobre sólo podía hablar de su novio. Ya sabes que la dejó plantada…

– Lo sé, lo sé.

– Me dio pena, la verdad. Hacerle eso a alguien es una canallada.

Sophie no dijo nada. Debería ser más comprensiva, pensaba. Si alguien podía entender por lo que estaba pasando esa chica era ella. Ella sabía cuánto se sufre cuando se pierde a alguien, lo horrible que era descubrir que tus sueños jamás se harían realidad. Pero se había mostrado antipática en lugar de amable, celosa en lugar de comprensiva.

Era una idiota. Y era lógico que Bram estuviese enfadado con ella.

A su lado, Bram la miró de reojo y, al ver su triste expresión, se sintió fatal. Había hablado sin pensar. No debería haberle dicho que Vicky lo estaba pasando fatal porque sabía que también ella lo estaba pasando mal. Y lo único que había conseguido era recordarle a Nick.

«Eres un idiota, Bram».

No estaba preparado para la decepción que sintió cuando Sophie rechazó su proposición de matrimonio. Cuanto más lo pensaba, más convencido estaba de que podría funcionar. Podrían ser una buena pareja. Sophie y él eran tan amigos… eso tenía que compensar que no estuvieran locamente enamorados.

Pero estaba decidido a no perder el tiempo. Sophie había dicho que no, de modo que tenía que tomar una decisión. Hasta entonces sólo había hablado de rehacer su vida, pero eso lo convenció de que tenía que hacer algo. Por eso había ido al pub. Cuando se encontró con Vicky, intentó animarla y ver si aquella chica podría ser su alma gemela, pero desde el primer momento supo que no iba a funcionar.

Y entonces llamó Sophie. Y al oír su voz se dio cuenta de que la mera idea de casarse con otra persona era absurda.

Allí estaba, enfadada, su pelo tan indómito como siempre, los labios apretados. Y él se alegraba tanto de verla, que la presión que había sentido en el pecho durante toda la semana desapareció.

Estaban llegando a la carretera de Askerby. Allí había poco tráfico, pero Bram giró el volante y detuvo el Land Rover en el arcén.

– ¿Qué pasa? -preguntó Sophie, sorprendida.

– Sophie, lo siento.

– Yo también lo siento -dijo ella entonces, con un nudo en la garganta-. No debería haberte metido en este lío.

– Si tengo que meterme en un lío con alguien, prefiero que seas tú -sonrió Bram-. Al menos estamos en esto juntos. Venga, dime qué quieres hacer.

– Lo que quiero es rebobinar -contestó Sophie-. Preferiblemente hasta llegar al día de ayer a las nueve de la noche, cuando empecé a contarle mentiras a mi hermana.

– ¿Por qué lo hiciste?

– No lo sé… supongo que había estado pensando en nuestra conversación y… estaba cansada de decirle que no debía sentirse culpable por lo que pasó, que Nick ya no me importaba… Melissa se mostró tan entusiasmada cuando le dije que iba a casarme contigo, que no tuve valor para contarle que todo era mentira -suspiró Sophie-. Lo siento, Bram. En ese momento, me pareció que era lo único que podía hacer.

Capítulo 5

¿Y SIGUES pensando lo mismo? -preguntó Bram. -Sí… yo creo que sí -contestó ella. Después de haberse lanzado de cabeza sin pensar, como diría su madre, Sophie empezaba a creer que, al final, todo iba a salir bien-. Por lo menos, mi madre y Melissa pasarían unas navidades felices.

– Olvídate de ellas -dijo Bram. En privado, siempre había pensado que Sophie protegía demasiado a su hermana pequeña y le perdonaba demasiadas cosas, pero no podía decírselo-. ¿Qué piensas tú?

– Desde luego, para mí sería más fácil enfrentarme con Nick si tú estuvieras allí. Pero eso no resuelve tu problema, claro. Fingir que estamos comprometidos no te ayuda a encontrar esposa.

Él se encogió de hombros, resignado.

– Eso puede esperar unas semanas.

– Entonces, ¿estás de acuerdo?

Bram se volvió. Sophie se había quitado el cinturón de seguridad y estaba mirándolo con los ojos brillantes. ¿Cómo no iba a estar de acuerdo? ¿Cómo no iba a ayudarla? Era Sophie.

– Claro que sí.

– ¡Gracias, gracias, gracias! -Sophie se sentía tan aliviada, que se inclinó para darle un beso en la mejilla.

Por un momento, el olor de su pelo hizo que Bram parpadease, desorientado.

– Eres maravilloso -siguió Sophie, emocionada. Y Bess, que no quería perderse aquel momento de emoción general, empezó a lamer sus caras indiscriminadamente-. Te compensaré, te lo prometo.

Bram deseaba que volviera a besarlo. Más que eso. Por un momento, había sentido el deseo de abrazarla y… ¿qué habría pasado después?

Aclarándose la garganta, intentó recuperar el sentido común.

– Si queremos convencer a todo el mundo de que estamos prometidos, tendremos que hacerlo bien.

– Pero no tenemos que hacer nada, ¿no? -sonrió ella, abrazando a Bess para calmarla un poco.

«Afortunada Bess», pensó Bram involuntariamente.

¿De dónde había salido eso?

– Sólo tenemos que decir que estamos comprometidos, y ya está.

– Creo recordar que para estar comprometido con alguien hay que hacer algo más -contestó él, recordando brevemente su compromiso con Melissa. Le parecía como si eso hubiera ocurrido en otra vida-. Tendré que ir a ver a tus padres para hacerlo oficial.

– Sí, es verdad -murmuró Sophie-. Y la verdad es que no me hace mucha gracia.

– ¿Has hablado con tu madre?

– No -contestó ella-. Antes quería hablar contigo.

He tenido el móvil apagado todo el día, por si acaso. ¿Te ha llamado a ti?

– No lo sé. He dejado puesto el contestador. Y he estado trabajando en el establo todo el día, por si acaso. No es que la tema ni nada, pero…

– ¡No, seguro! -rió Sophie, imaginando a Bram escondido en el establo por miedo a Harriet Beckwith.

– Es que pensé que sería mejor que hablásemos con ella los dos juntos -dijo Bram, poniéndose digno-. ¿Tú qué crees que dirá?

– Seguro que me criticará por ir con esta pinta -suspiró Sophie-. Pero se pondrá muy contenta, seguro. Por fin podrá mirar a Maggie Jackson a los ojos. Lo que me preocupa es que empiece a hacer muchas preguntas. Ya sabes cómo es. Seguro que nos pilla en alguna mentira.

– Tendremos que decirle lo que tú le dijiste a Melissa. Que, de pronto, nos dimos cuenta de que estábamos enamorados -suspiró Bram, pensativo-. Por teléfono habría sido más fácil. Lo difícil será hacerlo creíble cuando estemos juntos.

– ¿Por qué?

– Porque siempre nos hemos portado como amigos, no como novios. Los novios se portan de otra manera, se dan la mano, se tocan… ya sabes, esas cosas.

– Bueno, pero sólo tendremos que abrazarnos o darnos un besito de vez en cuando, ¿no? -sugirió Sophie-. Nadie esperará que nos revolquemos sobre la mesa mientras cortan el pavo. Y a mí no me importa darte un abrazo y llamarte «cariño». Tú también puedes hacerlo, ¿verdad?

Una vivida imagen apareció en la mente de Bram al mencionar el revolcón sobre la mesa, y tuvo que sacudir la cabeza, perplejo. No sabía por qué, de repente, pensaba esas cosas. Él nunca había pensado así con Sophie.

– Sí, supongo que sí -murmuró, arrancando el Land Rover-. Bueno, vamos a ver a tus padres para darles la noticia.

– Sí, cuanto antes acabemos con esto, mejor -suspiró ella, poniéndose el cinturón de seguridad.

– ¿Y luego qué? -preguntó Bram-, ¿Tienes que volver a Londres?

– No, ya te he dicho que me han despedido.

– Vaya por Dios.

– Estaba cantado. Han despedido a casi todo el mundo. Y me da igual, pero no creo que pudiese encontrar un trabajo ahora, en estas fecha. El problema es que tampoco creo que pueda soportar a mi madre más de dos días sin asesinarla. La quiero mucho, pero ya sabes que me vuelve loca… y viceversa. Además, Nick y Melissa están todo el día en la granja.

– ¿Por qué no te quedas en mi casa? -sugirió él-. Además de convencer a tus padres de que somos novios, podrías ayudarme en la granja.

Sophie sonrió, encantada.

– ¡Eso sería maravilloso! Así sólo tendría que ir a casa en el cumpleaños de mi padre y el día de Navidad y…

No terminó la frase porque se dio cuenta de que ahí se acababan los planes. ¿Y después qué?

– Es verdad. ¿Y luego qué? -preguntó Bram.

– Bueno, luego tendremos que romper el compromiso -contestó ella-. Siempre podemos culpar a las navidades. Todo el mundo sabe que las fiestas y las reuniones familiares siempre provocan conflictos…

– ¿Y qué vamos a decir, que no nos entendemos?

– Nadie se creería eso -suspiró Sophie-, No, tendremos que decir… no lo sé… que nos hemos dado cuenta de que casarnos sería un error porque sólo somos amigos… algo así.

– Eso es un poquito impreciso.

– Sí, ya, pero seguro que se nos ocurre algo dentro de unos días. Ahora mismo tenemos que pensar en darles la noticia a mis padres y todo lo demás. Luego encontraremos el modo de romper, y tú podrás ponerte a buscar una novia de verdad… y a lo mejor yo encuentro un trabajo aquí. La verdad es que no me apetece nada volver a Londres, y quizá cuando me haya enfrentado a Nick todo será más fácil -suspiró Sophie-. Ya pensaré en eso más tarde. Por ahora, lo importante es convencer a mi madre. Si podemos convencer a Harriet Beckwith, podremos convencer a cualquiera.

Como Sophie había imaginado, la reacción de su madre fue ambigua. Harriet estaba encantada con la idea de la boda, irritada porque no se lo habían contado antes y enfadada porque Sophie había ido a darles la noticia con unos vaqueros rotos y un jersey viejo.

– ¿No podrías haberte puesto una falda? -le espetó-. Una no se compromete todos los días.

– ¡Mamá, hace un frío horrible!

– Yo quiero a Sophie tal como es -intervino Bram, pasándole un brazo por los hombros-. No tiene que arreglarse para mí.

Harriet dejó escapar un suspiro.

– ¡Sólo espero que haga un esfuerzo el día de la boda! En fin, de todas maneras estamos encantados -dijo entonces, dándole un beso a Sophie y otro a su futuro yerno-. Venid, tu padre está en el salón.

Joe Beckwith estaba leyendo frente a la chimenea, pero al verlos se quitó las gafas, dobló el periódico y se levantó del sillón.

– De modo que Melissa estaba diciendo la verdad -sonrió, besando a su hija y estrechando la mano de Bram-. Me alegro mucho, de verdad.

– Gracias, papá.

– Mucho mejor casarte con Bram que con ese chico de Londres que te rompió el corazón el año pasado. Tiene suerte de que no haya podido ponerle las manos encima -suspiró su padre-. Pero tú -dijo entones, clavando un dedo en el pecho de Bram- a ti sé dónde encontrarte, así que será mejor que me la cuides.

– Lo haré -sonrió Bram, a quien siempre le había gustado su «futuro suegro».

– Esta vez es diferente, papá -dijo Sophie, esperando que nunca supiera lo «diferente» que era.

Joe no sabía que el chico de Londres que le había roto el corazón era Nick, y Sophie rezaba para que no se enterase nunca. Su padre no podría soportar que su yerno hubiera roto el corazón de una de sus hijas para hacer feliz a la otra. Y tanto su madre como su padre se llevarían un disgusto al descubrir que les habían ocultado la verdad durante tanto tiempo.

– Eso espero -dijo Joe.

Harriet apareció entonces con una botella de champán en la mano y cuatro elegantes copas de cristal.

– Ha sido una sorpresa maravillosa -dijo, dándole la botella a su marido-. Cuando Melissa me llamó para darme la noticia, no me lo podía creer. ¿Cuándo ha ocurrido?