– Anchura perfecta y ángulo perfecto -declaró él.

– ¿Pero? -preguntó ella.

– No la profundidad suficiente.

– No la profundidad suficiente -repitió ella con rebeldía mientras Gil se alejaba-. No la profundidad suficiente. Perry, ¿qué te parece si cavamos un agujero lo suficientemente grande para enterrarle? A ver qué dice entonces. Aunque, probablemente, diría: «no es el ángulo correcto». ¿Para qué me he molestado en venir? ¡Vaya un romance a la luz de la luna! ¡Pua¡ ¡Y Sarah creía que iba a ser un viaje memorable! ¡Sí, menudo! De lo único que me voy a acordar es del dolor de riñones y de un hombre que se transformó en Genghis Khan delante de mis propios ojos. Sí, Gil; como tú quieras, Gil… ¡Vete, perro!

Después de cavar venía el relleno. Dentro de cada agujero iba una bolsa de plástico, y dentro se metía la cubierta de cartón del cohete que contenía el casquillo. El plástico era para evitar que el cartón se humedeciera con la tierra mojada.

Cuando Jane terminó veinte agujeros, volvió a sentirse rebelde.

Sin embargo, al mismo tiempo, no le quedaba más remedio que admirar en Gil su obsesión por la seguridad mientras le enseñaba cómo encenderlos.

– Que no se te ocurra nunca inclinarte sobre el cohete mientras lo estás encendiendo -le dijo una y otra vez-, hazlo con los brazos estirados. Y si no prende al momento, échate para atrás. No te asomes para ver lo que pasa porque es justo entonces cuando se dispara. ¿Está claro?

– Por supuesto que está claro -dijo ella mareada-. Cuando alguien me repite algo diez veces seguidas, me queda claro. Soy tonta, pero no tanto.

Gil sonrió maliciosamente.

– Estoy un poco insoportable hoy, ¿verdad?

– Sí -pero su sentido de la justicia no le permitió dejarlo así-, pero te comprendo.

– La seguridad es importante -declaró Gil-, no quiero que arriesgues tu vida ni tu vista. Y ahora, sigamos con el trabajo.

La besó brevemente, pero Jane tuvo la sensación de que estaba pensando en otras cosas. Mientras se alejaba, Jane se preguntó cómo se le había ocurrido pensar que ese hombre era irresponsable.

Por fin, Gil se declaró satisfecho.

– Y ahora, a cenar. Y creo que deberíamos cenar como es debido, tenemos que estar fuertes para el trabajo que nos espera.

– En ese caso, ¿qué te parece si vamos al restaurante que vimos anoche al pasar? -sugirió Jane con imágenes de una romántica cena para dos.

Pero Gil sacudió la cabeza.

– No quiero dejar todo esto así -Gil indicó a su alrededor-. Nunca se sabe si a alguien no se le ocurrirá la idea de jugar con esto. Lo mejor es que vaya a comprar unos filetes. Podemos comer fuera, así no perderé de vista esto. ¿No te parece una buena idea?

– Maravillosa -contestó Jane sin entusiasmo.

Pero no le quedó más remedio que admitir que Gil tenía razón cuando vio que algunos chiquillos de la localidad habían traspasado la cuerda de seguridad y se estaban subiendo al andamio. Gil se deshizo de ellos con firmeza y acabó el resto de la comida sin quitarle los ojos al campo. No quiso el vino que Jane le ofreció, se conformó con agua mineral.

– Nunca bebo antes de los fuegos -explicó él; pero, al instante siguiente, le dedicó a Jane una sonrisa que la dejó sin habla-. Perdona, he hablado como un pedante, ¿verdad? Lo que pasa es que esto es muy importante para mí.

– Y yo que creía que eras un vivalavirgen -dijo ella burlándose de sí misma.

– Lo soy para muchas cosas, pero no para esto. Esto es terriblemente serio. Tengo que salir adelante. Tengo que…

Jane vio que su mirada estaba perdida y que parecía haberse olvidado de ella.

– Gil…

Él volvió a la tierra.

– Bueno, voy a echar una última mirada a todo -dijo Gil.

Agarró la linterna, porque ya había oscurecido, y se marchó. Jane se lo quedó mirando mientras se alejaba, sorprendida por lo que acababa de ver. Sabía que Gil tenía un temperamento artístico y la habilidad de un artesano, pero había visto otra cosa en sus ojos: una determinación de increíble intensidad.

Llegó el momento del espectáculo. Jane estaba nerviosa, quena hacerlo bien. No era su primer espectáculo juntos, pero si el primero en el que había contribuido. No podía soportar la idea de desilusionarle.

Gil se colocó en la parte de atrás, dejando a Jane a cargo del equipo de música. En la oscuridad, lo único que ella veía era la linterna de Gil. Por fin, Gil encendió y apagó dos veces, la señal para que Jane pusiera en marcha la música.

En el momento en que sonaron los primeros acordes de Handel, Gil se acercó a un interruptor. Jane corrió a colocarse en su sitio, lista para encender el siguiente grupo de cohetes cuando los primeros casi se habían apagado. Calculó el tiempo perfectamente, enviando lluvias de colores al cielo en el momento justo, y fue premiada con un «bien hecho» de Gil mientras pasaba corriendo por su lado.

Más cohetes, más explosiones. En una ocasión, Jane no encontró el sitio y miró confusa a su alrededor, pero Gil le agarró el brazo y le señaló un punto.

– ¡Allí!

Y Jane volvió a estar donde tenía que estar.

Diez minutos más. Cinco. Jane estaba entusiasmada. Quería que aquello durase toda la vida. La cacofonía del final fue ensordecedora y las explosiones interminables.

El último cohete se apagó. La multitud exclamó un largo «Ahhhhh!» de satisfacción, seguido de aplausos. El espectáculo había concluido y la gente comenzó a marcharse.

– ¡Lo hemos conseguido! -gritó Gil-. Nuestro primer espectáculo juntos.

– ¿Ha salido todo bien? -preguntó ella.

– Todo un éxito. Eres maravillosa.

Gil la estrechó en sus brazos y la besó. A Jane le dio vueltas la cabeza cuando se dio cuenta de que «su» momento había llegado. Los labios de Gil eran cálidos y firmes, y la llenaron de placer. A pesar del cansancio su cuerpo respondió ansioso. Lo amaba y lo deseaba con locura.

Gil se apartó de ella y lanzó un suspiro.

– Bueno, creo que tenemos que ponernos a trabajar. El hermoso sueño se desvaneció Jane abrió los ojos.

– ¿A trabajar? ¿Es que hemos hecho otra cosa en todo el día?

– Tenemos que ir a recoger los cohetes que no han estallado, siempre hay alguno que otro.

– ¿Y tenemos que hacerlo ahora? -gritó ella.

– Sí, me temo que sí.

– Pero si es de noche…

– Lo haremos con linternas.

Gil se subió a la caravana y, al momento, salió con dos cubos llenos de agua.

– Si encuentras algo, agárralo con cuidado y mételo en el cubo. Toma, tu linterna.

Pasó media hora antes de que Gil dijese:

– Está bien, creo que ya los hemos recogido todos. Vamos a dejarlo.

Sacó a Perry de la caravana, donde lo había dejado por motivos de seguridad, y se lo llevó a dar un paseo mientras Jane preparaba algo de comer. Mientras cocinaba, Jane preparó un discurso que creía que debía dar lo antes posible. Era necesario dejar algunas cosas claras.

– Gil, creo que es hora de que aclaremos qué estoy haciendo aquí… -no, así no-. No he venido a este viaje para ser tu ayudante. He venido porque te quiero, pero podría haberme quedado en casa.

Esos eran sus verdaderos sentimientos, pero a Jane le pareció que el enfoque era algo agresivo. Además, no sabía si era conveniente confesarle su amor debido a que ya no estaba segura de lo que Gil sentía por ella.

Se preguntó si Gil se arrepentía de haberla invitado, pero se sentía incapaz de echarse atrás. ¿Le parecería excesiva aquella intimidad?

Gil regresó bastante tarde y casi sin respiración.

– Es culpa de éste -dijo señalando a Perry-. Tiene un año de edad y acaba de descubrir que la vida no se reduce a intentar darles caza a los gatos. Ha visto a una bonita perra, pero ella no estaba interesada en él.

Después, miró a Perry que tenía expresión inocente.

– Sinvergüenza. Cuando una chica te dice que no, es que no. ¿Está la comida lista?

– Sí -respondió Jane.

A Jane se le ocurrió que hablar del amor, en cualquiera de sus formas y con independencia de la especie, podía ofrecerle la oportunidad que necesitaba. Así pues, decidió preguntar sobre la actitud amorosa de Perry. Gil rió mientras le contaba la anécdota.

– El muy tonto ha intentado ligar, pero no le ha servido de nada el esfuerzo. La dama en cuestión se llama Fifi la Luna, según su dueña.

– ¿Os habéis puesto a hablar?

– Sí, me he puesto a hablar con ella para evitar que me denunciara por daños, aunque te aseguro que Fifi no necesita que la protejan mucho. Es la mitad que Perry, pero le ha dado un mordisco de muerte. La próxima vez que vayas detrás de una chica tendrás más cuidado, ¿verdad, hijo?

– Si se enamora, no creo que tenga más cuidado -comentó Jane, llenando el vaso de Gil de vino-. ¿Quién se preocupa cuando se trata del amor?

Gil sonrió maliciosamente.

– En este caso, no ha habido nada de amor, sino un bofetón. Y ha sido Perry el que ha recibido el bofetón.

Era inútil. Gil había adoptado su tono burlón y bromista. Jane estaba segura de que utilizaba el humor para mantener una distancia emocional entre ambos.

Jane se obligó a reír, aunque no le apetecía. Fregaron y recogieron entre los dos, y ella hizo las camas mientras Gil preparaba a Perry para pasar la noche. Cuando Gil regresó, Jane había decidido que, si no le hablaba esa noche, no lo haría nunca. Así que esperó a que él se metiera en la cama y la luz estuviera apagada.

– Gil…

– Mmmm.

– ¿No te parece que…? Verás, quería decirte que… Antes de que empezáramos el viaje… Bueno, ya sé que no nos conocíamos muy bien, pero… me parece que… ¿Gil? ¿Gil?

Gil se había quedado dormido.

Capitulo 7

Dos noches después, el espectáculo final fue un triunfo. Para entonces, Jane ya no tenía problemas para colocar los cohetes y se subía por el andamio como un chimpancé. Todo salió a la perfección, y cuando la última luz se apagó en el cielo, el público gritó y aplaudió.

El trabajo de recogerlo todo fue pesado; principalmente, por el tiempo. El cielo estaba encapotado y había mucha humedad en el ambiente. Jane llevaba pantalones cortos y una camiseta muy pequeña y escotada; tanto, que el sentido de la decencia no le permitía moverse más. Gil tenía más suerte, llevaba también pantalones cortos, pero él podía quedarse con el pecho desnudo sin problemas.

– Se está preparando una tormenta de las buenas -anunció Gil-, hemos tenido suerte de que no se haya puesto a llover aún. En fin, creo que ya hemos recogido todo.

– Estoy agotada -declaró Jane-. ¿No podríamos quedarnos aquí esta noche hasta que pase la tormenta?

– Me parece que no. Tenemos que salir de este campo antes de media noche, tiene que ver con el seguro del ayuntamiento. En fin; después de esto, tenemos un descanso. El espectáculo siguiente es en la costa, pero empezará el sábado, así que contamos con dos días de playa y mar.

– Maravilloso -dijo ella.

Ya estaba, pensó Jane. La luna, el mar, románticos paseos por la playa y nada de trabajo que pudiera distraer a Gil. La situación perfecta.

Cuando estaban casi listos para marcharse, volvieron a encontrarse con que Perry había desaparecido.

– Sabes lo que está haciendo, ¿verdad? -dijo Gil con un gruñido-. Está zampando los restos del puesto de salchichas mientras todo el mundo dice: «pobre perro, su dueño no debe darle de comer».

Gil se dirigió a los puestos a buscar a Perry Jane bostezó y cerró los ojos imaginando los días románticos y maravillosos que estaban por llegar.

– Perdone…

Jane abrió los ojos y se encontró con un hombre delgado de mediana edad y expresión angustiada.

– Me llamo David Shaw -dijo él-. Me ha gustado mucho su espectáculo, es uno de los mejores que he visto.

– Gracias. Se lo diré al señor Wakeman.

– ¿Es… muy caro?

– No. En el negocio de los fuegos artificiales, es un precio medio. ¿Quería una exhibición grande?

– Oh, no, nada de eso. Se trata del cumpleaños de mi hija, cumple diez años. Iba a venir un payaso, pero nos ha dejado en el último momento y la cría está muy desilusionada. Sin embargo, le encantan los fuegos artificiales y he pensado que quizás…

Sonriendo, Jane agarró la tarifa de los precios de Gil y se la enseñó al hombre. El rostro de él se iluminó,

– Esto sí que puedo permitírmelo -dijo él, señalando los más baratos-. Es estupendo.

Gil apareció con Perry en ese momento. El señor volvió a felicitarle y Jane le explicó lo que quería. Gil le explicó cómo eran los más baratos y el señor Shaw asintió encantado.

– Es justo lo que quería -declaró el hombre-. El único problema es que es mañana por la noche y no sé si ustedes podrán… Significa mucho para mi hija.

– Claro que podemos -le aseguró Gil-. Estamos libres hasta el sábado. ¿Dónde es?