– Como directora de una sucursal bancaria, deberías saber que cualquier hombre respetable tiene papeles, una cuenta corriente y una dirección… ¡Por el amor de Dios! Enfréntate a los hechos, está utilizando un nombre falso. Lo más seguro es que haya salido de la cárcel.
– Eso no me lo creo -dijo Jane violentamente.
– Jane, es un delincuente. Así es como esos hombres actúan. Vas a tener problemas con el banco cuando se enteren de que le has prestado dinero.
– En el banco no se van a enterar -dijo Jane-. Le he prestado mi dinero.
– ¿Lo ves? -dijo Kenneth en tono arrogante-. Consigue engatusar a las mujeres sin sentido para que le den dinero. Y después de sacarte todo lo que pueda, te dejará y se irá a engañar a otra.
Durante un momento, Jane estuvo a punto de perder los nervios, pero consiguió controlarse. Kenneth no tenía mala intención, lo que ocurría era que no sabía nada de los fuegos artificiales que estallaban dentro de ella cuando estaba en los brazos de Gil, ni tampoco sabía nada de la belleza que había en que a ella le resultara imposible pensar nada malo de su amante.
– Por favor, no te preocupes por mí -le dijo Jane-. Conozco a Gil mejor que tú y tengo plena confianza en él.
– ¿Y qué sabes de él?
– Sé lo que realmente importa -respondió ella con decisión.
– ¿Cómo de dónde viene y qué familia tiene? Creo que de eso no sabes nada. ¿Está casado?
– ¡Claro que no!
– ¿Te ha dicho que no está casado?
– No se lo he preguntado.
– ¡Dios mío, dame paciencia! Y, naturalmente, como utiliza un nombre falso, no puedes averiguarlo. ¿Y qué me dices de esa bestia salvaje que vi en el asiento de atrás de su coche? ¿También te fías de ese animal?
Jane se echó a reír.
– Perry no es una bestia salvaje, sino un perro de caza, un basset, con pedigrí y, además, de muy buen carácter.
– ¡Sí, ya, pedigrí!
– Es verdad, pedigrí. Su nombre completo es Prince Pendes Heyroth Talleyrand de Moxworth, IV.
Kenneth lanzó un gruñido.
– ¿Y qué hace un tipo como Gil Wakeman con un perro de pedigrí? Lo más seguro es que lo haya robado.
– No lo ha robado, Gil tiene los papeles del perro.
– ¿Y a nombre de quién está la propiedad del perro?
– No lo sé, supongo que a su nombre.
– ¿Has visto los papeles?
– No los he mirado…
– ¿Lo ves?
– Adiós, Kenneth -dijo Jane con firmeza y colgó. Cuando regresó a la caravana encontró a Gil preparando la cena.
– ¿Está todo bien? Has estado mucho tiempo fuera.
– Sí, todo bien. He tenido que llamar a Kenneth y aguantar sus advertencias contra ti.
Gil sonrió maliciosamente.
– ¿Qué ha dicho?
– Cree que acabas de salir de la cárcel y que Perry es robado.
Gil estalló en carcajadas y casi se le cayó la sartén.
– ¿Y lo crees?
– Por supuesto que no -respondió Jane inmediatamente, aunque reconsideró sus palabras-. Supongo que puedes haberte escapado de la cárcel.
Gil sacudió la cabeza.
– Eso es una tontería.
– Cierto, pero es verdad que eres muy misterioso. Jamás hablas de tu familia ni de nada de esas cosas.
Gil la besó.
– Sabes sobre mí lo que realmente importa.
– Sí, lo sé.
Pero sus palabras carecieron de convicción.
Al día siguiente, ocurrió algo que a Jane le hizo volver a pensar en lo poco que sabía realmente a cerca de Gil. Mientras buscaba un destornillador en un cajón, se encontró con un cuaderno en el que Gil anotaba los detalles de sus transacciones financieras, incluyendo el préstamo que ella le había dado. Sin ninguna intención en particular, Jane pasó las hojas, fijándose en la claridad y profesionalidad de las anotaciones, que no concordaba con el carácter despreocupado de Gil.
Estaba a punto de dejar el cuaderno cuando descubrió algo que llamó su atención. Hacía un año, Gil había tomado otro préstamo por tres mil libras; lo había devuelto ya, aunque los pagos no habían sido realizados a intervalos regulares. La cifra final incluía el pago de un interés por el dinero que la hizo silbar.
El silbido atrajo la atención de Gil, que entró en la caravana.
– No era mi intención cotillear, pero supongo que eso era lo que estaba haciendo -dijo Jane, incómoda.
– No tiene importancia. ¿Qué te parece?
– Me parece que el que te prestó dinero te robó descaradamente. ¿Cómo pudiste ser tan inocente para ir a pedirle dinero a él?
– Es el único que se dignó a hacerme caso.
– Es un ladrón -dijo Jane directamente.
Gil rió al ver su expresión indignada.
– En realidad, es un respetable agente de bolsa, y muy conocido en los medios financieros.
– Has escrito Dane arriba, en la hoja. He oído hablar de una compañía de agentes de bolsa que se llama Dane & Son.
– Es el hijo.
Ella se lo quedó mirando.
– ¿Tú conoces aun agente de bolsa? ¿Eres amigo suyo? Gil vaciló unos momentos.
– Lo conozco. Amigos es una palabra algo fuerte. No me gusta ese hombre.
– No me extraña. Es un ladrón -repitió Jane obstinadamente.
– No es un ladrón, es un hombre que en todo ve una oportunidad de ganar dinero.
– ¿Y no se conforma con la bolsa? Al margen, presta dinero a un interés vergonzoso.
– Bueno, la verdad es que yo soy la única persona a la que ha prestado dinero, y él ni siquiera quería hacerlo por mí, me costó mucho convencerlo. Yo no le gusto, no nos ponemos de acuerdo en lo que es importante y lo que no lo es. Es un depredador. Se crió en la jungla financiera, y me temo que eso tiene sus desventajas en lo que respecta al carácter. En fin, ahora ya me he librado de él.
– Eso espero. ¿Cómo es que le conociste?
– Ibamos al mismo colegio -respondió Gil brevemente.
Jane se sintió como si acabaran de darle una clave más que enfatizaba las contradicciones de Gil. Sarah decía que tenía un gusto muy sofisticado. Al parecer, sus padres habían tenido dinero suficiente para enviarle a un colegio caro, pero debían haber sufrido un revés económico posteriormente. Eso explicaría muchas cosas. Jane miró a su alrededor con intención de hacerle más preguntas, pero Gil se había ido ya a trabajar.
La función ahora era más elaborada. Gil le había prometido que el espectáculo que iban a dar esa noche causaría sensación. No le había dicho cómo iba a ser, y Jane no podía imaginar cómo seria.
Con el nuevo espectáculo había trabajo doble y, una vez que empezó a trabajar, Jane no pudo parar ni un momento. Ahora no dudaba de que la decisión de Gil de invertir dinero en mejor material en vez de en un ordenador había sido la adecuada, pero correr de un lado para otro la dejó sin respiración.
Por fin, llegó el momento.
– Vete ahí delante y dime cómo se ven.
– ¿No necesitas que te ayude con esto?
– Es más importante que lo veas.
Jane se colocó delante justo en el momento en que Gil lanzó su figura principal. Al principio, la gente no sabia lo que era; luego, cuando se hizo claro, todos comenzaron a gritar y a aplaudir. Jane se quedó con la boca abierta.
Era la figura de una mujer tumbada y desnuda. Era una figura encantadora que despertó la ira de Jane al darse cuenta de que era como un dibujo que le había hecho Gil una mañana cuando ella estaba dormida.
– Deberían pegarte un tiro, Gil Wakeman -le dijo tan pronto como estuvieron a solas.
– ¿Por pagarte un tributo? -preguntó él con inocencia.
– ¡Ya, menudo tributo!
– Eso es lo que ha sido. Estabas tan bonita dormida… quería que el mundo entero viera lo hermosa que eres.
Jane intentó seguir enfadada, pero no pudo resistir el brillo de los ojos de Gil.
– ¿Por qué no puedo enfadarme contigo? -preguntó ella dándose por vencida.
– Porque me adoras -bromeó él.
– ¿Ah, sí? Estás muy seguro de ti mismo, ¿no?
– No me queda más remedio, ¿no te parece? -Gil le rodeó la cintura con un brazo.
Ella se abrazó a él, pero en ese momento alguien llamó su atención.
– ¿Hay alguien ahí?
Volvieron la cabeza y encontraron a un hombre de mediana edad en la puerta de la caravana.
– Joe Stebbins -dijo mientras ofrecía a Gil su tarjeta. La tarjeta le identificaba como organizador de espectáculos.
– Han sido unos fuegos artificiales francamente buenos -declaró el hombre-. Estoy montando unos espectáculos a los que no les vendría mal algo así. Nunca he presentado fuegos artificiales, pero me parece el broche final perfecto para un espectáculo.
– ¿Quiere decir que tiene trabajo para mí? -preguntó Gil, encantado.
– Sí, y a montones. Tiene usted talento, me ha gustado mucho el último lanzamiento, el de la mujer. Realmente original. Escuche, necesito volver a verlo antes de hacer un contrato, y ahora voy a estar dos semanas fuera. Escríbame a esta dirección y dígame dónde va a estar. Si la próxima función que vea suya es tan buena como la de hoy, haremos grandes negocios. Y pago bien; pregunte por ahí si quiere, cualquier se lo podrá decir. Buenas noches.
El hombre desapareció dejándoles con los ojos fijos en la tarjeta.
– ¡Lo he conseguido! -gritó Gil-. La oportunidad que estaba esperando. Si consigo un contrato, lo habré conseguido. Y luego…
Gil miró a Jane como si tratara de decidir si decirle algo o no.
– ¿Y luego?
– Y luego… ocurrirán muchas cosas. Haremos que ocurran. Vamos a crear la mejor función hasta ahora, y la vamos a preparar juntos.
– Juntos -susurró ella, sonriendo.
Capítulo 10
Era por la noche, un jueves, cuando por fin llegaron delante de la casa de Jane.
– No puedo creer que se haya acabado -dijo ella tristemente-. Ha sido tan maravilloso.
– Sí, lo ha sido. No volveré hasta dentro de una semana, pero te llamaré.
– Sube para saludar a Sarah.
– No, dale un beso de mi parte. Tengo que marcharme.
– ¿Adónde?
– Te lo diré en otro momento.
Perry le lamió una oreja e, inmediatamente, Jane le abrazó.
– Adiós, amor de mi vida -murmuró junto a su cabeza.
– Creía que el amor de tu vida era yo -protestó Gil.
– Perry primero, luego tú.
– Bueno, tendremos que cambiar eso.
Con firmeza, Gil apartó a Perry y estrechó a Jane en sus brazos. El beso que siguió la hizo olvidarse del mundo.
Gil le llevó las bolsas hasta el ascensor, la dio otro beso y se marchó. Jane se quedó allí, viendo como se alejaba, con un peso en el corazón.
Su abuela la estaba esperando.
– No tengo que preguntarte cómo te ha ido, lo veo en tus ojos -declaró Sarah cuando vio a Jane.
Durante la cena, Jane no dejó de hablar. Sarah rió con las anécdotas de Perry y escuchó atentamente los comentarios sobre Gil.
– ¿Qué llevas en el dedo? -preguntó Sarah.
Jane le enseñó el anillo de plástico y Sarah sonrió.
– Es perfecto. Y ahora, ¿qué?
– No lo sé. El futuro está lleno de problemas; pero cuando estoy con Gil, se me olvidan inmediatamente -confesó Jane.
– No pienses en ello. Confía en Gil y todo saldrá bien.
Le costó un enorme esfuerzo volver al trabajo y a aquella atmósfera que, en otro tiempo, le gustaba tanto.
Una mañana, a la semana de su regreso, Jane llegó al trabajo y encontró una nota encima del escritorio que su secretaria le había dejado:
El señor Morgan viene a verte a las once.
Jane respiró profundamente. Henry Morgan era el jefe de la oficina central que siempre conseguía ponerla nerviosa. A las once en punto, se presentó en su despacho. Era un hombre de unos cincuenta años de rostro enjuto que, con frecuencia, mostraba un aire de superioridad. Sin embargo, aquel día, para sorpresa de Jane, era todo sonrisas.
– Bienvenida de nuevo, señorita Landers. ¿O debería decir felicidades?
– ¿Felicidades?
– Desde luego, sus métodos puede que sean poco convencionales, pero incluso un banco tan tradicional como éste debe cambiar con los tiempos. Su forma de pescar un pez gordo ha sido vista con gran admiración por la oficina central.
– Señor Morgan, realmente no sé de qué está hablando. ¿Qué pez gordo?
– Estoy hablando de Dane & Son. Y no me diga que no ha oído hablar de ellos.
– Claro que no se lo voy a decir. Es una de las compañía de agentes de bolsa más importantes de Londres, pero… ¿qué tiene eso que ver conmigo?
– ¿Y me lo pregunta a mí después de haber pasado un mes entero con el hijo?
– ¿Qué?
– Gilbert Dane, el «hijo» de Dane & Son.
– Yo no conozco a Gilbert Dane. He pasado un mes con Gil Wakeman…
– Wakeman es el nombre de soltera de la madre de Gilbert Dane. ¿Ha estado utilizando ese nombre? Curioso. Tengo entendido que es bastante excéntrico.
– Debe tratarse de un error -dijo Jane con firmeza-. No hay motivos para suponer que se trate de la misma persona.
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