– ¿Quieres decir un trabajo de actor? -le preguntó Jane.

– Sí, eso es. Se trata de una serie policíaca de televisión. Quieren a alguien para el papel de compañero del protagonista. Jim dice que la cara que tengo es perfecta. Me he presentado a las pruebas y me han dicho que el papel es mío si lo acepto. Pero eso significa que tengo que dejar el banco, y la serie son sólo doce episodios. Y después…

Tony se encogió de hombros con gesto elocuente.

– Es tu oportunidad -le dijo Jane-. Llevas mucho tiempo esperando algo así.

– Sí, pero ojalá se me hubiera presentado antes -Tony suspiró-. Soñaba con ser un gran actor y representar a Shakespeare, pero eso ya no va a ocurrir; con esta cara que tengo, es imposible. Pero Jim piensa que si hago la serie me empezarán a conocer y me seguirá entrando trabajo.

– ¿Y qué dice Delia de todo esto?

Tony volvió a suspirar.

– Delia se subió por las paredes cuando se enteró de que había ido a las pruebas. Dice que voy a desilusionar a su padre con mi falta de responsabilidad. No sé qué hacer.

– Sí, claro que lo sabes -dijo Sarah enérgicamente-. Sabes perfectamente lo que debes hacer. Acepta ese trabajo y dile al padre de Delia que se vaya a freír espárragos, y a ella también si no te apoya. Si no te quiere lo suficiente para ponerse de tu parte, estarás mejor sin ella.

Tony se quedó mirando a su abuela con la boca abierta.

– ¿Que es lo que estoy oyendo?

– Sarah ha cambiado -le dijo Jane-, ¿no te habías enterado todavía?

– Algo había oído, pero…

– Decidas lo que decidas, no te pases la vida preguntándote qué habría ocurrido si no lo hubieras hecho -continuó Sarah-, Sigue tu instinto, haz lo que tu instinto te dice que hagas. Y no hagas caso a nadie que te diga lo contrario.

– Lo haré -dijo Tony con repentina decisión.

– Llama ahora mismo a Jim -le dijo Sarah.

Tony hizo la llamada al instante y las dos mujeres lo miraron entusiasmadas. Era maravilloso volverle a ver feliz, pensó Jane.

Por fin, Tony colgó el teléfono y lanzó un grito de alegría.

– Jim dice que tengo que ir a verlo inmediatamente. Gracias a las dos. Dentro de cinco años, cuando todas las revistas quieran hacerme entrevistas, le diré al mundo entero que os lo debo a las dos. ¡Yupiiii!

Tony besó a su abuela y a su hermana y desapareció. Jane y Sarah se miraron y sonrieron.

Mientras Jane preparaba la cena, preguntó:

– ¿as salido hoy?

Aunque esperaba una respuesta negativa, le parecía que, últimamente, Sarah estaba saliendo menos.

– Sí, sí he salido -contestó Sarah-. He almorzado con un joven encantador y hemos tenido una charla muy interesante.

Jane la miró y se quedó en silencio un momento.

– ¿Gil, verdad? ¿Cómo has podido ir con él?

– Porque me gusta y porque creo que estás siendo muy dura con él. Puede que debiera haberte dicho antes la verdad, pero ahora veo por qué le resultó tan difícil. ¿Te acuerdas de la primera vez que le trajiste aquí y que representó su papel tan mal? Dije que no estaba acostumbrado a actuar y es verdad. No estaba actuando en lo que a ti respecta, estaba intentando ser diferente.

Sarah respiró profundamente y continuó.

– Creo que es una de las personas más honestas que he conocido en mi vida, y también muy valiente. Hay que ser muy valiente para hacer lo que él ha hecho y para mirarse a sí mismo y decidir que no se gustaba y que quería cambiar…

Sarah se interrumpió y miró a su nieta con preocupación.

– Jane, cariño, ¿no te pasó a ti lo mismo? ¿No cambiaste tú también cuando estabas con él y te transformaste en una persona mucho más feliz? ¿Es que vas a echarlo todo por la borda?

– No puedo evitarlo -contestó Jane con voz ronca-. Hay algo dentro de mí que no me deja perdonarle. Por favor, Sarah, no sigas hablando. No…

– Cariño, perdona que te haya disgustado. Es sólo que quiero verte feliz y… Vamos, hija, no llores. Vamos, ven con la abuela. No llores…, no llores…

Capitulo 12

Faltaban cuatro días para los fuegos artificiales de Gil… tres… dos… uno.

Jane intentó no prestar atención al paso del tiempo, pero el cerebro insistía en recordárselo. Cada vez le costaba más trabajar, dormir o no llorar. Pero como le había dicho a Sarah, algo dentro de ella no le permitía perdonarle.

La única alegría fue una llamada de Tony para decir que había firmado el contrato.

– Delia se ha portado de maravilla. Nos vamos a casar inmediatamente para así poder irnos de luna de miel antes de que empiece a rodar.

Sarah parecía más cansada que de costumbre. No salía mucho y, a veces, Jane la sorprendía sentada con expresión triste.

El día de la función por la tarde Sarah no dejaba de mirar el reloj.

– Sé qué día es -declaró Jane-, no se me ha olvidado.

– En ese caso, ¿no deberías estar allí? -le preguntó Sarah con cariño.

– No, es en el último sitio en el que quiero estar.

– Significa mucho para él -le imploró Sarah-. Necesita que le ayudes en le lanzamiento de los fuegos y necesita ese contrato.

– Se te está olvidando que es un agente de bolsa. Hablas como si el negocio de los fuegos fuera de vital importancia para él.

– ¡Claro que lo es! -respondió Sarah casi enfadada-. Está poniéndose a prueba como hombre y te ha pedido ayuda. No la de Connie, sino la tuya. Y en mi opinión eso es un verdadero halago. Tuvo el valor de cortar sus ataduras y de mostrarse tal y como era. ¿Vas a echárselo en cara y a decirle que no es suficientemente bueno para ti?

– Somos demasiado diferentes.

– Yo diría que demasiado parecidos. Me ha dicho que, sin ti, tiene miedo a convertirse otra vez en Gilbert Dane. Y sin él, lo más seguro es que tú vuelvas a ser la señorita Landers, la directora de una sucursal bancaria, y nada más.

Dieron las nueve de la noche y pasaron. Jane sabía que Gil estaría con los últimos preparativos, nervioso antes de la función.

Se negó a pensar en el sin embargo, las palabras de su abuela no dejaban de martillearle la cabeza: «la señorita Landers, la directora de una sucursal bancaria, y nada más».

Sarah se acostó temprano y dejó a Jane trabajando en un informe. Jane se preparó un té y se dio cuenta de que se les había acabado la leche. Aún tenía tiempo para llegar a la tienda de la esquina, que cerraba tarde. Tomó el bolso y abrió la puerta.

Se quedó de piedra al encontrarse con lo que se encontró delante.

– ¡Andrew! ¿Qué estás haciendo aquí?

Su abuelo la miró detrás del ramo de rosas rojas más grande que había visto en su vida. Por primera vez también en su vida, le vio con expresión bobalicona.

– Llevo aquí media hora -confesó su abuelo-. Quería llamar no me atrevía.

– Entra. Sarah se ha ido a la cama, pero voy a llamarla.

– No, no lo hagas. No sé si estoy preparado todavía. ¿Podríamos hablar un momento primero?

Jane le hizo sentarse en el sofá y dejaron las rosas a un lado. El ramo hablaba con más elocuencia que cualquier explicación que pidiera dar.

– ¿Cómo está? -preguntó Andrew con angustia.

– Va tirando -respondió Jane-. Pero últimamente, no la veo muy bien.

– Cuando hemos hablado por teléfono me ha dado la impresión de que estaba estupendamente.

– Al principio, sí. Pero creo que ya no tanto. Pero, por favor, no le digas que te lo he dicho -añadió Jane, sintiéndose culpable.

– No, no se lo diré. Tu abuela es una mujer muy difícil.

– ¿Sólo ella?

Andrew sonrió como un niño travieso, pero no contestó.

– ¿Y tú, cómo estás? -le preguntó Jane-. ¿Muchas jóvenes últimamente?

– ¡Jóvenes! ¿Qué saben ellas de nada? Bueno, las dos primeras semanas hice un poco el tono, también hice el ridículo y luego me harté enseguida. La echo mucho de menos, ¿sabes, Jane? La echo horriblemente de menos.

– Deberías haber venido antes -contestó Jane con ternura.

– ¿Cómo? ¿A pesar de lo claro que había dejado que no quería verme? -Andrew lanzó un profundo suspiro-. Siempre ha sido así.

– ¿Qué?

– La verdad es que tu abuela nunca ha estado enamorada de mí, sino de otro, de un actor.

Jane se lo quedó mirando.

– Creía que no sabías nada de eso.

– Claro que lo sabía. Cuando le estaba haciendo la corte, un día fui a verla a casa de sus padres. Tu abuela había salido, pero volvió pronto a casa. Iba con él, los vi cruzando la puerta del jardín juntos. Era un hombre guapo y seguro de sí mismo, todo lo que yo no era. Llegaron a la puerta, pero no entraron. Se hizo un largo silencio y me di cuenta de que se estaban besando. Siempre había creído que eso de que a uno se le rompe él corazón era una tontería, pero te aseguro que aquel día se me rompió cuando supe que estaba besándolo a él. Andrew volvió a suspirar y continuó.

– Entonces, tu abuela entró en la casa con una rosa en la mano. Tu abuela estaba enamorada de él, no de mí. Me di cuenta de que debía marcharme y dejarla, pero no podía. La quería mucho. Era una chica preciosa, diminuta, y con unos ojos azules enormes… Habría hecho cualquier cosa por ella.

Andrew miró a Jane, que le sonreía con comprensión.

– En fin, se casó conmigo, pero sólo porque no pudo casarse con el otro. Yo intenté convencerme a mí mismo de que acabaría enamorada de mí, pero un día…

Andrew se interrumpió, el recuerdo era demasiado doloroso.

– ¿Un día qué? -Jane le instó a que continuase.

Por el rabillo del ojo, vio que la puerta de la habitación de Sarah se había abierto un poco.

– Era su cumpleaños -dijo Andrew perdido en el recuerdo-, y yo le había preparado una fiesta. Al final de la tarde, iba a darle el ramo de rosas rojas más grande que te puedas imaginar. Fue una tarde maravillosa y yo creí que, por fin, todo se iba a solucionar. Pero entonces, de repente, alguien mencionó el nombre del otro por casualidad y tu abuela puso una cara que… fue cuando me di cuenta de que todavía seguía enamorada de él. Me marché y tiré las rosas en la calle.

– ¿Y no has vuelto a darle rosas en todos estos años? -preguntó Jane, sufriendo por aquel hombre al que, durante años, le había creído aburrido y falto de imaginación.

– ¿Para qué? No tenía sentido hacerlo -contestó Andrew-. Sabía que nunca sería más que un segundo plato como quien dice.

Se oyó algo a sus espaldas, mitad gemido y mitad sollozo. Andrew se volvió rápidamente y vio a Sarah con las mejillas llenas de lágrimas. Sin mediar palabra, abrió los brazos a su esposo y éste corrió hacia ella.

– Andrew, cariño, no eres un segundo plato -le dijo Sarah con voz ahogada-. No lo eres, no lo eres.

– He pasado la vida esperando que vinieras a mí… todos estos años…

– No sabía que lo sabías… Oh, qué idiota he sido.

Sarah abrazó a su esposo como si su vida dependiera de ello.

Jane salió sigilosamente de la habitación, ahora no la necesitaban. Bajó un momento a comprar leche y, cuando volvió, encontró a sus abuelos sentados en el sofá agarrados de la mano.

– ¿Todo bien? -preguntó Jane, sonriendo.

– Todo maravilloso -respondió Sarah con una radiante sonrisa-. Tan maravilloso como puede ser.

Acarició el rostro de su esposo antes de decir:

– Ahora sé que tomé la decisión acertada hace años. Cariño, tus rosas significan más para mí que las que nadie pueda darme -después, miró a Jane-. Una necesita a un hombre que te pueda dar las dos cosas: la libertad, pero también la seguridad. Y podrías tenerlas, si no estuvieras empeñada en ponerte cabezota. Vamos, vete antes de que sea demasiado tarde.

De repente, Jane se vio presa del pánico. Fue como si le hubieran retirado una venda de los ojos. Gil le había rogado que le comprendiese y le ayudase a lograr su sueño, pero ella se había negado.

Se miró el reloj. Eran las nueve y media. No tenía mucho tiempo para…

– Conduce con cuidado -gritó Sarah cuando Jane echó a correr hacia la puerta.

En el momento que se cerró tras ella, los dos ancianos volvieron a abrazarse.

Cuando aparcó el coche en el descampado destinado a estacionamiento, oyó anunciar por los altavoces que los fuegos artificiales iban a comenzar Jane comenzó a correr.

En su carrera, se chocó con Joe Stebbins.

– Creí que no iba a venir -dijo él-. Es una pena que no haya llegado antes, Gil ha tenido muchos problemas para montarlo todo él solo.

– ¿Dónde está? -preguntó ella con frenesí.

– Allí, preparándose para lanzar los fuegos.

Jane siguió la dirección que Joe Stebbins le dio y vio a Gil subiéndose al andamio.

– ¡Gil! -gritó Jane- ¡Gil, te quiero!

El volvió la cabeza. Al verla, el rostro se le iluminó de felicidad e, instintivamente, extendió un brazo hacia ella.

Fue entonces cuando ocurrió la desgracia. No se había sujetado bien con el otro brazo, perdió el equilibrio y cayó al suelo con un ruido horrible.