Jane lanzó un grito de terror y corrió hasta él. Gil tenía el rostro contorsionado por el dolor y jadeaba. Ella extendió las manos para tocarlo, pero las volvió atrás al darse cuenta de que podía hacerle más daño.

– Cariño, mi vida -dijo Jane-. Lo siento, lo siento, debería haber venido antes.

Gil consiguió sonreír a pesar del dolor.

– No importa, ahora ya estás aquí. Dame un beso.

Ella se inclinó sobre él y lo envolvió en sus brazos con gentileza.

– Ha sido una mala caída -dijo Joe Stebbins acercándose-. Se ha oído el golpe aun kilómetro de distancia. Me da la impresión de que se ha debido romper algún hueso.

– Sí, creo que me he roto la clavícula -contestó Gil jadeando.

– Voy a ir a buscar al equipo médico -dijo Joe.

– ¡No! -gritó Gil-. Todavía no. Después, cuando termine la función.

– No puede hacerlo en este estado -protestó Joe.

– ¿Me va a hacer el contrato sin ver la función? -preguntó Gil.

– Bueno, no. Necesito ver una función mayor que la del otro día, pero quizás el año que viene…

– El año que viene será demasiado tarde -contestó Gil-. Es ahora o nunca.

– Cariño, no importa-le rogó Jane.

– Sí importa -insistió Gil-. ¿Es que no comprendes por qué importa?

De repente, Jane sintió como si un estallido de luz le hubiera revelado todo claramente. El orgullo y el sueño de Gil estaban en juego, y la única que podía ayudarle era ella.

– Está bien, lo haremos juntos -dijo Jane-. Tú me das las órdenes y yo los lanzo.

Jane sintió que él se relajaba en sus brazos. Después, Gil alzó la cabeza y la miró con adoración.

– Ayúdame a incorporarme.

Gil le enseñó dónde estaban los interruptores.

– Ese va primero, es el de las estrellas. Los siguientes son cohetes; después van las velas silbantes…

Jane se concentró en todo lo que decía y, rápidamente empezó a trabajar con naturalidad para preparar el comienzo.

Se besaron una última vez antes de empezar la función. Gil puso en marcha la música y Jane apretó el primer interruptor.

Continuó apretando interruptores mientras el cielo se iluminaba de belleza. Y lo estaban haciendo juntos. Gil había encendido una linterna de mucha potencia y, mientras Jane iba y venía, lo vio mirándola de vez en cuando, animándola con su sonrisa. Y Jane sabia lo que estaba pensando, que formaban un equipo fantástico y que siempre sería así.

Ya no faltaba mucho, sólo la pieza final.

– ¿Dónde está el interruptor? -gritó ella-. Ilumínalo con la linterna.

Sin embargo, vio a Gil levantarse con gesto dolorido.

– Yo lo haré, quiero que te vayas ahí delante a verlo.

Jane reprimió su protesta instintiva. Vio en él una determinación que le indicó que aquello le importaba más que el dolor que pudiera causarle. Jane comenzó a retroceder, sin dejarle de mirar angustiada, viéndole avanzar dolorosamente hacia los interruptores.

Gil lanzó los últimos. Eran de color rojo y formaban pétalos. Un pétalo y otro y otro… hasta que la figura apareció perfecta en el cielo oscuro.

Era una rosa roja, tal y como Gil le había prometido. Jane la contempló con reverencia y deleite, y su corazón rebosaba felicidad.

Cuando el público rompió en aplausos, Jane corrió hacia él. La frente de Gil estaba bañada en sudor tras el esfuerzo, pero había un brillo de triunfo en sus ojos.

– Te lo había prometido -jadeó él-. Ese era el mensaje que quería que vieras. Significa…

– Sé lo que significa. Oh, cariño, te quiero tanto…

– ¿Listo para irnos, señor? -un enfermero señaló la ambulancia.

– Todavía no -contestó Gil-. ¿Dónde está Joe?

Joe Stebbins apareció.

– ¡Maravillosos! -declaró Joe-. Tan pronto como se recupere, firmaremos el contrato.

Las puertas de la ambulancia se cerraron con Gil y Jane dentro. Al instante, él la besó.

– Tenía tanto miedo de que no vinieras… Pero luego me dije que lo que había entre los dos era demasiado especial para perderlo. Siento haber cometido tantas equivocaciones, y siento que te enterases de esa manera…

– No te preocupes -dijo ella apasionadamente-. Debería haberlo comprendido. Tienes razón, lo nuestro es algo muy especial. Oh, Gil, he estado a punto de dejarlo escapar.

– No te habría dejado -contestó él-. Te habría seguido hasta…

– Pero si no hubiera venido esta noche, ¿habría sido lo mismo?

El sacudió la cabeza.

– No -respondió Gil-. Te habría querido igual porque siempre te querré, pero no habría sido lo mismo. De todos modos, has venido, tenias que hacerlo. Queriéndonos como nos queremos, no podría haber sido de otra manera. Y a partir de ahora, no volveré a dejar que te me escapes.

– Así que… ¿de vuelta a la carretera los dos? -preguntó ella.

– No. Tengo que volver a la compañía. Ahora ya puedo hacerlo. Los fuegos artificiales de Wakeman han sido un éxito y eso es algo que siempre tendré. Y tú necesitas ser directora de un banco y seguir con tu trabajo.

– ¿,Quieres decir que los fuegos artificiales se han terminado? gritó ella-. Oh, no, no es posible que hables en serio.

– Claro que no se han terminado. Cuando Tommy vuelva, voy a prepararle para que ocupe mi puesto. El se encargará de las cuestiones prácticas, pero tú y yo planearemos las funciones y tú, además, llevarás el aspecto financiero de la empresa. Y, de vez en cuando, durante las vacaciones y los fines de semana, volveremos a la carretera.

– Y en nuestra luna de miel -dijo ella animada.

– ¿No quieres ir a una playa tropical?

Jane negó con la cabeza.

– Tú, yo y Perry -contestó Jane-. Esa es mi luna de miel perfecta.

– Y la mía -declaró él satisfecho-. La verdad es que es mi idea de perfección… siempre.

Jane bajó el rostro y, con suavidad, le cubrió los labios con los suyos. Dentro de ella, los fuegos artificiales comenzaron a estallar. No un cohete, sino algo lento y brillante que ardería toda la vida.

Lucy Gordon

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