– ¿Qué es lo que pasa?

– ¿Conoces a David Cranston?

– Hablas del novio de Katie McKinley? Sí, claro que lo conozco.

– Estoy investigándolo.

– ¿Por qué?

– Aún no lo sé, pero me da mala espina. ¿Sabías que la empresa McKinley acaba de contratarle?

– ¿En serio? ¿Para que se encargue de qué?

– Marketing exterior y proyectos especiales.

– ¿Proyectos especiales? -repitió Ryan con incredulidad.

– Patético, ¿verdad?

– ¿Qué experiencia tiene?

No entendía por qué Emma habría hecho algo así.

– Era directivo en Leon Gage Consulting, pero nunca destacó.

– ¿Lo echaron?

– No, se fue él -les dijo Nathaniel.

– Entonces, ¿McKinley fue tras él?

– Sí, le ofrecieron mejor salario.

– ¡Menudo vago! -exclamó Ryan-. Acepta un trabajo cómodo en la empresa de su novia…

A Alex le irritaba la idea de que la cadena McKinley mantuviera a un ejecutivo sin talento, sobre todo si lo habían hecho por ser el novio de Katie. Pero decidió no meterse en ese asunto.

– Eso es todo lo que quería contarte -le dijo Nathaniel, poniéndose de pie.

– Es algo que te ofende por su falta de ética, ¿no? -contestó Alex.

– No me gusta la gente que se aprovecha de la situación. Deberías hablar con la tal Katie y decirle que lo plante.

– Sí, claro, como que va a hacerlo -repuso Alex, riendo.

– Tiene un gusto pésimo con los hombres.

– Pero también tiene cincuenta hectáreas en primera línea de playa en la isla de Kayven. Puede casarse con quien quiera. Por cierto, ¿qué tal va ese proyecto?

– Tuvimos un pequeño problema con el sindicato, pero está solucionado. ¿Qué tal llevas tú tu parte del trato?

– Muy bien.

Emma llevaba su anillo en el dedo y tres importantes periódicos hablaban del evento.

– Bueno, caballeros, entonces os dejo.

– Gracias por la información privilegiada.

– De nada. Hasta la próxima.

– Que tengas buen viaje -le dijo Ryan.

El miércoles por la noche, Katie vio el anillo de su hermana.

– ¡Es fabuloso!

– Ya lo sé -repuso Emma.

– ¿Y es un conde de verdad?

– El título está en su familia desde hace cuatro generaciones.

– ¿Y te ha dado esta reliquia?

– No te pongas tan contenta -repuso Emma, sentándose de nuevo en el sofá-. Sólo es un préstamo. Además, tiene una historia bastante dudosa.

– Cuéntame.

– Todas las novias de la familia se casaron por dinero con este anillo.

– ¿Eso es todo?

– Eso es todo.

– Pensé que me ibas a contar una historia sobre sexo, escándalos y asesinatos.

– Lo siento. Nada de asesinatos. Aunque la señora Nash, el ama de llaves, creo que sería capaz de matar.

No podía creérselo.

– ¡Vaya! ¿La has disgustado de alguna forma?

– Yo no, pero Philippe debería tener cuidado. Sabía que ella también debería tener cuidado, pero con Alex, no con su ama de llaves. No podía quitárselo de la cabeza.

– ¿Qué ha pasado en la oficina? -dijo, cambiando de tema-. ¿Me he perdido algo?

– He conseguido que David venga a trabajar para nosotras.

– ¿Tu David? Pero ¿no trabaja para Leon Gage Consulting?

– Le convencí para que lo dejara.

A Emma no le gustaba nada lo que estaba oyendo.

– ¿Por qué?

– Porque lo necesitamos.

Sabía que Katie lo quería, pero no estaba segura de que fuera buena idea que trabajaran juntos. Además, le hubiera gustado que Katie se lo consultara.

– Bueno, ¿les pediste al menos a los de recursos humanos que te ayudaran?

– ¿Para qué? ¿Puedo casarme con él, pero no puedo contratarlo?

– Katie…

– ¡Emma!

Se calló, no quería discutir, pero tenía miedo de que David no valiera para el puesto encomendado. Las cosas se complicarían mucho entonces.

– ¿Qué es lo que va a hacer?

Katie tardó en contestar.

– Será el vicepresidente de proyectos especiales en el extranjero.

– Ya…

– Tiene muchos contactos en Europa y también en el Caribe.

Emma asintió.

– Intentará conseguir grupos grandes y convenciones.

– ¿No crees que puede ser un problema que estéis tanto tiempo juntos?

Quería que Katie fuese feliz, pero algo en toda esa situación le inquietaba.

– Bueno, tú y Alex también trabajaréis juntos.

– Pero Alex y yo no…

– Vais a casaros.

– Iba a decir que no estamos enamorados.

– ¿Y qué? Como David y yo sí lo estamos nos será más fácil trabajar juntos. Deberías preocuparte por cómo vas a trabajar con Alex al lado, no por nosotros dos.

Y le preocupaba de verdad. Alex y ella no podían estar juntos sin discutir o sin que pasara algo aún peor.

Capítulo 7

Emma se preparó para la entrada de Alex. Se arregló el traje y respiró profundamente, sabía que su presencia podía despertar muchas emociones.

Decidió que no se movería de su lado de la mesa, eso les daría distancia profesional. No iba a tocarlo, olerlo ni mirarlo directamente a los ojos. También se prometió dejar de tocar el anillo mientras estuviera en su despacho.

Se abrió la puerta de roble y entró él.

– Hola, cariño -dijo en voz alta para que lo oyera la secretaria.

– ¿En qué puedo ayudarte? -preguntó ella en cuanto Alex cerró la puerta.

No habían quedado para verse, aunque Emma sabía que había muchos asuntos que tenían que tratar.

– Te he traído un regalo.

Ella rezó para que no se tratase de ninguna joya. Pero Alex dejó un sobre encima de la mesa.

– Nuestro acuerdo prematrimonial -anunció.

– ¿Lo has escrito sin consultarme?

– Confia en mí.

– ¡Ya! -replicó ella.

Era una única hoja, ya firmada frente a un notario. Alex se quedaría con la mitad de McKinley tras su boda. Si alguno de los dos se divorciaba antes de que pasaran dos años, el otro se quedaría con un diez por ciento de sus propiedades.

Emma levantó la vista y sonrió. No tenía ninguna queja. No iba a poder tener ninguna relación durante dos años, pero eso ya lo esperaba. El acuerdo le favorecía más a ella que a él.

– ¿Y cuánto vales exactamente?

– Menos que Nathaniel y más que tú.

– ¿Quién es Nathaniel?

– Mi primo. Será el padrino de la boda.

– Ya has firmado.

– Así es.

– Entonces, no tienes planes para divorciarte de mí, ¿verdad?

– De ninguna manera.

Emma descolgó el teléfono para hablar con Jenny, la secretaria.

– ¿Puedes traer a alguien del departamento legal? Gracias. Tendremos que esperar cinco minutos -le dijo a Alex en cuanto colgó.

– Muy bien -repuso él, asintiendo-. He oído que habéis contratado a David Cranston.

– ¿Cómo lo sabes?

– Ya te dije que en este negocio no hay secretos.

– Katie lo ha contratado.

Se arrepintió al instante de haber confesado.

– ¿Sin comentártelo antes?

Emma vaciló un segundo.

– No, ya lo habíamos hablado.

– Estás mintiendo.

– No. ¿Cómo te atreves a…?

Pero se quedó callada. El le miró a los ojos.

– Te lo dijo después de hacerlo, ¿verdad?

– Sí, pero no la hubiera detenido aunque me lo hubiera comentado antes.

– Pero no te gusta lo que ha hecho.

Emma se puso de pie.

– No -admitió-. Pero es su relación y su decisión. Además, no es asunto tuyo.

– Sí que lo es -repuso, poniéndose también en pie.

– ¿Vas a controlar a los empleados de Katie?

– ¿Trabaja directamente para ella?

– ¡Alex!

El se acercó a Emma.

– Entre tú y yo…

– Ni siquiera sabes lo que iba a decir.

– Sí que lo sé -le dijo mientras le pinchaba el torso con el dedo índice-. Y no pienses que voy a aliarme contigo para ir en contra de mi hermana. Esta empresa no funciona así y no me importa quién eres.

El le sujetó la mano.

– Es una mala decisión.

– Es su decisión.

– ¿Y vas a quedarte parada sin intervenir?

– Sí. Y tú también.

El se acercó un poco más.

– Yo que tú no me diría lo que tengo que hacer o dejar de hacer.

Emma se quedó callada. No podía forzarlo a hacer nada, ni tampoco él a ella. No sonrió, pero se acercó más a él y de repente se dio cuenta de que él le sujetaba la mano. Sintió la calidez de su piel recorrerle el cuerpo como si fuera una corriente eléctrica. El deseo y la pasión reprimidos volvieron de repente a la vida.

– Vamos a tener que hacer algo con esto -le dijo él en voz baja.

– ¿Hablas de Katie? -preguntó ella, esperanzada.

– Hablo del deseo primitivo que despertamos el uno en el otro.

– No es verdad -mintió ella.

– ¿Quieres que te lo demuestre?

Ella intentó apartarse, pero él no le soltó la mano.

– Tienes que dejar de mentirme, ¿de acuerdo? -le dijo él, sonriendo.

– Y tú tienes que tratarme con más educación.

– ¿Sí? ¿Qué te parece esto? ¿Harías el favor de acompañarme a una fiesta hawaiana?

– ¿Una fiesta hawaiana?

– La empresa de cruceros Kessex va a inaugurar un nuevo barco que se especializa en viajes a esas islas. Nos han invitado a la fiesta, y pensé que podrías llevar la gargantilla de diamantes y rubíes.

Emma ya había aceptado la idea de que tendría que salir con él en público. Era parte del acuerdo. Además, empezaba a darse cuenta de que era más seguro estar con él en público que en privado. En público podía hablar, reír y tocarlo sin examinar las razones, todo era parte de una actuación. Cuando lo hacía en privado se daba cuenta de que ese hombre empezaba a gustarle. Hasta le divertía discutir con él.

Por otro lado, confiaba en él. A lo mejor no era lo más inteligente, pero tenía que confiar en alguien.

– ¿Crees que esa gargantilla va a ir bien con un vestido de estampado tropical?

– ¿Quieres tener buen aspecto o hacer feliz a tu futuro marido?

– ¿No puedo hacer las dos cosas a la vez?

– En este caso, no.

Se quedaron mirando largo rato.

– ¿Y bien?

Ella inclinó la cabeza a un lado antes de hablar.

– ¿No te arrepientes a veces de no haber elegido a la guapa?

– Cuidado con lo que dices.

– ¿Cuidado con qué?

Creía que era una verdad objetiva, Katie era la más guapa de las dos.

– Métete conmigo y haré que admitas que te excito.

– ¿Cómo vas a…?

Vio la mirada en los ojos de Alex y se echó atrás.

– Olvídalo -repuso ella, respirando profundamente-. Vivo para hacer feliz a mi marido -añadió con edulcorada suavidad.

El sonrió y le apartó el pelo de la cara.

– Así me gusta, no es tan dificil. Te recojo el viernes a las siete. Traeré la gargantilla.

Mientras subían las escalerillas hasta el barco, Alex intentó calmarse. No le extrañó que Emma estuviera preciosa con su vestido hawaiano rojo. Tampoco le sorprendió que la gargantilla resultara tan deslumbrante contra la suave y cremosa piel de su garganta. Hasta se había acostumbrado a la sensación que sentía en el estómago cada vez que estaba a su lado.

Lo que le había dejado atónito era darse cuenta de que quería tenerla para él solo toda la noche.

Esa noche iban a pasear su amor frente a la prensa, consolidando su relación y estableciendo lazos con otros peces gordos de la industria del turismo. Pero nada de eso le importaba. Una orquesta tocaba al lado de la piscina, y sólo podía pensar en bailar con ella allí bajo las estrellas.

Sabía que Emma odiaba todo aquello, pero lo estaba haciendo de todas formas. Estaba cumpliendo su parte del trato. Seguramente lo odiaba, pero no dejaba de mirarlo sonriente mientras andaban de la mano y posaban frente a innumerables fotógrafos.

Hasta ese instante, no se había dado cuenta de hasta que punto estaba sacrificándose ella. Por supuesto, era por el bien de la empresa y los trabajos de su hermana y el resto de los empleados, pero todo recaía sobre los hombros de Emma.

Se había quejado, pero siempre argumentando otras opciones que podían ser mejores. Al no encontrarlas, gracias a las artimañas de Alex, ella había aceptado la única solución.

Admiraba lo que había hecho. La admiraba a ella.

Fueron hacia los ascensores de cristal.

– ¿Lista para subir? -le susurró al oído mientras aspiraba el aroma de su champú y se fijaba en los pendientes de rubí que le colgaban de las orejas.

Apretó con más fuerza su mano, dejando que el anillo de pedida se le clavara en la palma.

– ¿Crees que ya nos han hecho suficientes fotos? -preguntó ella.

– Por supuesto. Además, habrá más fotógrafos en la cubierta.

– Bueno, vamos entonces.

– Estás siendo de lo más simpática y razonable esta noche.

Ella sonrió mientras saludaba con la mano a unas mujeres.

– Eso es porque vivo para hacerte feliz.