– ¿Quieres apostar?

– ¡Alex!

– Sólo digo que podríamos hacerlo si quisiéramos.

– Sí, pero no queremos.

– ¿Estás segura?

– Sí, lo estoy. Fue una estupidez y una locura.

– Yo creo que fue excitante y gratificante.

Ella no podía estar más de acuerdo, pero eso no quería decir que fuera a dejar que pasara de nuevo.

– Sólo por curiosidad, ¿por qué no quieres que pase de nuevo? -le preguntó él.

– Esto es sólo un acuerdo comercial.

– También es un matrimonio.

Ella negó con la cabeza. Lo que hacían no tenía nada que ver con el matrimonio. Cada uno miraba por sus propios intereses.

– Si mezclamos las cosas, uno de nosotros podría acabar sufriendo. Y me refiero a mí.

La brisa revolvió su melena, y él se acercó para apartarle un mechón de la cara.

– No voy a hacerte daño, Emma.

Pero sabía que estaba mintiendo.

– Sí que lo harás -repuso ella-. No te casas conmigo porque sea la única mujer de Nueva York con la que quieres pasar tiempo. De hecho, hasta cuando tuviste que elegir entre las mujeres McKinley de Nueva York, yo era la última de tu lista.

– No es verdad.

– Alex, no digas que no. Al menos sé honesto. Quieres mis hoteles. Muy bien, los tienes. Y eso quiere decir que también me tienes a mí durante un tiempo.

Estaba enamorándose de él, no podía seguir negándolo. Pero sabía que nunca sería correspondida. Podía tener a cualquier mujer de la ciudad, o incluso a cualquiera del país. Y estaba claro que le gustaban elegantes, glamurosas y sofisticadas. Estaba siendo amable con ella porque muy en su interior era un buen hombre y a veces parecía que incluso le gustaba. Pero no iba a seguir engañándose. No iba a dejar que le rompiera el corazón.

– Pero no intentes convencerme de que es algo más que un acuerdo comercial -añadió ella.

El se quedó callado un minuto, con una expresión indescifrable en el rostro.

– Muy bien. Yo pago la boda. Vivirás en mi casa un tiempo y los dos llevaremos nuestros ordenadores a la luna de miel -repuso antes de volver a entrar en la casa.

Emma estaba contenta. Le había dicho lo que tenía que decirle. Era lo mejor. Tenían que aclarar las cosas entre ellos.


Alex sabía que tenía que apartase, que estaba presionándola demasiado. Pero tenía la necesidad de saber qué era lo que había entre ellos. Se había dado cuenta de que elegiría a Emma sobre cualquier otra mujer, y eso le asustaba.

Supo que las cosas habían ido más allá de los negocios cuando hicieron el amor. Había algo entre los dos y tenía que saber de qué se trataba. Para eso tenía que hablar con ella, pero Emma no quería hacerlo. De lo último de lo que quería hablar era de ellos.

Ellos.

Sólo era una palabra, pero le asustaba. No creía que pudiera haber nada serio. Ella le gustaba, la admiraba y, desde luego, le excitaba. Pero no sabía qué significaba todo aquello.

No sabía si pensar que era buena idea darle una oportunidad a su matrimonio o si simplemente estaba dejándose llevar por la farsa que protagonizaban.

Miró al balcón desde donde ella miraba el océano. La brisa movía su pelo, y el corazón le dio un vuelco. Lo que sabía era que no podría aclarar sus ideas mientras ella estuviera allí.

Se imaginó que sería buena idea separarse un poco. Ya habían conseguido toda la publicidad necesaria y sólo faltaba que se casaran.

Después pasarían un tiempo juntos durante la luna de miel y a lo mejor entonces comenzaba a entender las cosas. Al menos tendrían la oportunidad de hablar. Emma le había dejado claro que no harían nada más.


Unos días antes de la boda, Emma tuvo que refugiarse en sus negocios para poder respirar y evitar a la señora Nash y a Philippe. Estaban volviéndola loca.

Esa misma noche iba a ser la cena previa a la boda. Una limusina las recogerían a ella y a Katie.

A Emma se le hizo un nudo en el estómago cuando llegaron y vio la mansión. Estaba todo organizado, menos su relación con Alex.

– ¿Vas a vivir aquí?

– Sólo los fines de semana. Y sólo durante algunos meses.

– ¿Puedo venir a verte?

– Por supuesto.

Le sorprendió que no incluyera a su novio en sus planes.

– ¿Y David?

– Ha estado trabajando mucho últimamente.

No podía creérselo.

– Pero trabaja para ti.

– Sí, no pasa nada. Algunas veces se queda hasta tarde con los otros chicos en el club.

– ¿Va todo bien?

– ¡Por supuesto. ¡Todo es genial! Esta noche cenamos en el Cavendish y mañana será la boda del año. Venga, saca tus maletas y entremos.

Emma asintió. Se convenció de que podía hacer aquello.

Capítulo 9

Alex observaba los preparativos desde las escaleras de la mansión. Todos parecían nerviosos. Emma era la única que permanecía tranquila.

Se casaban al día siguiente y estaba ocupada hablando por teléfono con alguien en París, asegurándose de que todo estuviera listo para una reunión que tenía allí la empresa. Su interlocutor dijo algo que la hizo reír y su sonrisa iluminó el vestíbulo.

Hacía mucho que esa casa no estaba tan llena de vida, no desde que muriera su madre. A su padre no le gustaban las fiestas, pero ella las organizaba de todas formas. Recordaba sus discusiones. Creía que esa casa necesitaba una mujer en ella y sintió un calor especial en su interior cuando pensó en que Emma iba a quedarse allí una temporada.

Ella levantó los ojos en ese instante y lo sonrió mientras seguía hablando en francés.

Su propio teléfono móvil sonó en ese momento.

– Diga -saludó.

– Hola, soy Nathaniel.

– ¿Dónde estás?

– Acabo de llegar. Te veo en un minuto.

– Muy bien, hasta ahora.

Colgó y fue en busca de la señora Nash. Casi tropezó con Katie.

– ¿Puedes ayudarme a convencer a Emma para se bañe ya?

– Está hablando por teléfono -contestó él.

– Sí, ése es el problema. Que no puedo hacer que cuelgue.

– No puedo ayudarte, tengo que solucionar otra cosa.

Fue a la cocina, era un auténtico caos. Docenas de cocineros se afanaban allí por preparar el banquete. Vio a la señora Nash, pero no se atrevió a acercarse y salió de allí.

Se encontró de nuevo con Katie.

– ¡El peluquero estará aquí en menos de una hora!

Desesperado, volvió al vestíbulo y le arrancó a Emma el teléfono de las manos.

– ¡Eh! -exclamó ella.

– Tú, a la bañera -ordenó.

– ¡Alex!

– Déjalo para luego, tengo que organizar el tráfico en la parte de atrás de la casa. La furgoneta de la carnicería está atascada y con los solomillos dentro.

– ¡Primo! -exclamó Nathaniel tras él.

– Hola.

Nathaniel no le hizo caso y se acercó a Katie.

– Tú debes de ser Emma.

– No, soy Katie.

– ¡Ah! -repuso Nathaniel, mirando de reojo a Alex.

– ¿Qué pasa? -preguntó Katie.

– Yo soy Emma -dijo, dándole la mano-. Sólo he oído cosas buenas de ti.

– Eres más bonita de lo que me había imaginado. Y una mentirosa encantadora.

– ¿Podrías hacer algo por mí? -le preguntó ella con voz dulce.

– Por ti, cualquier cosa.

– Convence a Alex para que me devuelva el teléfono.

Alex la agarró por los hombros y llevó hasta la escalera.

– Al baño.

Después se dirigió a su primo.

– Y tú, quítale las manos de encima a mi prometida.

– Es preciosa -le dijo.


Después del ensayo de la ceremonia y de la cena en Cavendish, volvieron a casa, y Alex salió a la terraza para respirar aire fresco.

– No es demasiado tarde para echarse atrás -le dijo Nathaniel, saliendo con dos copas de whisky.

– No voy a hacerlo.

En el peor de los casos, ganaría una fortuna. En el mejor de los casos… Tomó el whisky que le ofrecía su primo y se lo bebió de un trago. En el mejor de los casos, Emma a lo mejor decidía darle una oportunidad a su matrimonio.

– La hermana es más guapa -le dijo Nathaniel.

Alex se incorporó y fulminó a su primo con la mirada.

– ¿Cómo?

Nathaniel se rió.

– Creo que Emma es preciosa -le dijo Alex.

– Y yo creo que te estás enamorando de tu futura esposa.

– Sólo digo lo que es obvio.

– ¿Que ella es preciosa?

– Así es.

No podía creerse que hubiera pensado en un principio que Katie era la más guapa de las dos. Ahora pensaba que no había color entre ellas. Emma era una de esas mujeres que parecían más bellas cuanto más las conocía. Tenía una sonrisa maravillosa y brillante y un resplandor interior que nadie podía imitar.

– ¿Pero, recuerdas que tiene una razón para aceptar esto, verdad?

– Conozco todos los motivos de Emma para hacer esto, sí.

– Alex…

– Déjalo ya, Nathaniel.

– Sólo digo que…

– Pues deja de hacerlo. Mi esposa no está conspirando contra nosotros.

– Todo el mundo está conspirando contra nosotros.

– Estás loco -le dijo Alex.

– Se casa contigo por dinero.

– Porque yo la he forzado a hacerlo.

– Sólo digo que tengas cuidado.

– Ocúpate de tus asuntos.

Nathaniel sonrió misteriosamente.

– ¿Qué pasa?

– Es irónico que te hayas enamorado de ella.

– No es verdad -repuso Alex.

Pero era cierto y no tenía sentido seguir discutiendo. Aunque estuviera enamorado de ella, podía pensar con claridad. Iba a casarse con Emma al día siguiente y sabía que era lo que tenía que hacer.


Emma se repitió infinidad de veces que no era una boda real. Aun así, le dolía sentir la ausencia de su padre. Aunque fuera un matrimonio de conveniencia, él tenía que haber estado allí para llevarla al altar.

Hacía buen tiempo y la ceremonia sería en el jardín. La orquesta comenzó a interpretar la marcha nupcial, y Katie caminó por el pasillo hasta la pérgola. Todo estaba espectaculai; cubierto de bellas flores.

Emma llevaba el pelo recogido y la tiara de diamantes de la familia. Quedaba muy elegante con su vestido de época.

Era su turno. Respiró profundamente y comenzó a andar entre los sonrientes invitados. Ella también sonreía, pero no podía mirarlos a los ojos. Tampoco quería mirar a Alex, así que clavó la vista en las flores de la pérgola. No podía dejar de pensar en su padre.

Cuando llegó a su puesto, tenía los ojos humedecidos por la emoción. Estaba llena de recuerdos y remordimientos.

Alex estaba guapísimo con su esmoquin. Tomó sus manos entre las de él y le preguntó sin palabras si estaba bien. Ella sonrió. Sólo quería que todo aquello pasara y poder seguir con su vida normal, O casi normal.

El también la sonrió y el pastor comenzó a hablarles de las obligaciones y los votos del matrimonio. Cada vez estaba más incómoda. Estaba deseando que llegara la parte de los anillos y pudieran acabar cuanto antes.

Cuando llegaron a los votos, la profunda voz de Alex la envolvió. Sintió un cosquilleo en su interior cuando le prometió amarla y respetarla para siempre.

Sabía que no era real. No dejaba de repetírselo en su interior, pero cuando le tocó el turno a ella, algo cambió en su interior. Después, Alex colocó en su dedo la alianza y Emma sintió sobre sus hombros el peso de muchas generaciones. De verdad o no, se acaba de convertir en una Garrinson.

El pastor los declaró marido y mujer. Los invitados aplaudieron espontáneamente y él se inclinó para besarla.

– Sólo para que no haya ninguna duda -le susurró al oído-. Me he casado con la más bella.

Se abrazaron y, durante un segundo, ella se dejó llevar por el momento y quiso pensar que todo era cierto. Pero entonces oyó los helicópteros en la lejanía y recordó que todo era por el bien de los paparazzis.

Alex la miraba, sonriente. La besó de nuevo, esa vez en la frente, y se dieron la mano para dar sus primeros pasos como marido y mujer. Sonó la música de nuevo y todos se acercaron a felicitarlos.

De vuelta en la terraza, Katie llegó para darle un abrazo. Después se dispusieron a saludar a una fila interminable de embajadores, políticos y empresarios.


– Lo has hecho fenomenal -le dijo Alex dos horas más tarde mientras paseaban por el jardín.

Ya estaba atardeciendo. Todo el mundo bebía champán y los aromas del banquete lo llenaban todo.

– Me muero de ganas de ir corriendo a cualquier mesa y confesarlo todo.

– No creo que sea buena idea.

– ¿Temes que empañe el apellido Garrison?

– Me temo que pensarían que estás loca, y yo tendría que decirles que simplemente estás borracha. Las cosas se pondrían muy feas.

– No he bebido nada.

– Vaya, entonces supongo que la mentira sería aún mayor.

– ¿Es que no te sientes culpable?

– Lo que creo es que lo que hagamos no es asunto suyo.

– Bueno, los has invitado a nuestra boda.