– Para que se diviertan, no para que juzguen mi vida.

– Son tus amigos y tu familia.

– Tú eres ahora mi familia.

Su respuesta hizo que se le encogiera el corazón.

– No digas eso.

El le tomó la mano y le besó todos y cada uno de los nudillos.

– No, Alex…

– Emma. Ahora estamos solo tú y yo y tomaremos las decisiones que nos parezcan.

– ¿Y qué pasa con Katie, con Ryan y con Nathaniel?

– ¿Siempre me vas a llevar la contraria? -preguntó él, suspirando.

– ¿Te sorprende?

La señora Nash se les acercó en ese instante.

– Os necesitan en la mesa central -les dijo.

– Creo que Nathaniel ha preparado un brindis excepcional -comentó.

Emma sintió que no iba a poder soportar más sonrisas y felicitaciones.

– Pero él sabe la verdad, ¿no?

– No le he dicho nada.

– Entonces su brindis será sincero…

– Dirá que yo soy muy afortunado y que tú eres preciosa. Las dos cosas son verdad. Créetelo, Emma.

Pero ella seguía convencida de que Katie era la más bonita de las dos. A pesar de estar con David, todos los hombres la miraban, incluso Nathaniel, aunque él lo hacía con el ceño fruncido. No sabía por qué.

Se acercaron a su mesa en el banquete.

– Tienes una actitud muy negativa -le dijo él al oído.

– Y tú muy pocos principios.

– Emma, Emma -susurró mientras le acariciaba los hombros-. No me falles ahora.

Terminaron los brindis y tomaron la tarta. El banquete fue maravilloso, y Emma seguía viva.

Llegó el momento de bailar el primer vals juntos, y Alex aprovechó la ocasión para tenerla cerca.

– Ya queda menos -le dijo al oído.

Ella se relajó entre sus brazos. Tenía mucho que agradecerle. A lo mejor no la quería, pero ella había traído alegría y color a su vida y a su casa.

Todos los miraban, pero Alex se concentró en la bella y sensual mujer que tenía frente a él. La besó en la frente y no lo hizo por las fotos. Había estado genial ese día. No habían dejado de sorprenderle la gracia y el encanto con los que departía con todo el mundo.

– ¿Vamos a pasar aquí la noche? -le preguntó ella con voz cansada.

– No, Chuck nos llevará en helicóptero hasta el aeropuerto.

– ¿Desde tu jardín al aeropuerto? -preguntó, riendo-. No voy a quejarme.

– ¿No?

– No, esta noche no. Puedes mimarme tanto como quieras.

– Eso está hecho -repuso él, riendo. Terminó la canción y empezó otra. Katie y Nathaniel se unieron a ellos en la pista de baile.

Alex miró a David, tenía el ceño fruncido. Se alegraba de la situación, así podría pensar en lo que estaba haciendo, aprovechándose de su novia para no hacer nada en el trabajo.

Nathaniel se acercó a ellos.

– ¿Me permite? -le preguntó a Emma con cortesía.

Automáticamente la estrechó con más fuerza. No quería dejar de bailar con ella, pero no podía negarse.

– Por supuesto -repuso, soltando a Emma.

Después se giró para comenzar a bailar con Katie.

– Una fiesta estupenda -le dijo ella.

– Gracias.

– ¿Podría celebrar mi boda aquí?

– Claro.

– Bueno, ¿qué es lo que pasa con tu primo?

– ¿Qué quieres decir?

– Es muy curioso.

– ¿Te ha preguntado por Emma?

– ¿Estás celoso? -preguntó ella con una sonrisa.

– No digas tonterías -repuso él mientras miraba de nuevo a Emma y a Nathaniel.

– Eres tan absurdo como ella.

– ¿Perdón?

– No podéis dejar de miraros y tocaros.

– ¿Qué dices?

Se preguntó si Emma le había contado que habían hecho el amor.

– Ríndete, Alex. No engañas a nadie.

No entendía sus palabras. A lo mejor sabía más de la cuenta. Pero no podía saber cómo se sentía si ni siquiera él lo entendía.

– Bueno, no tuvo importancia. Lo que pasó en el barco sólo fue…

– ¿Qué es lo que pasó en el barco?

– Eh… Tuvimos una pelea.

– Os peleáis cada dos por tres. Eso no es noticia -repuso Katie con suspicacia-. ¿Qué es lo que pasó en el barco?

– Nada.

Pudo ver en sus ojos el momento en el que se dio cuenta de lo que hablaba.

– ¡Dios mío!

– No es nada.

– ¿Y no me lo ha contado? Voy a matarla.

– ¡No! -repuso, agarrándola con fuerza-. No digas nada.

– Pero ¿por qué no me ha dicho nada? No lo entiendo. Sólo hay una razón para que no lo hiciera.

– Porque se arrepiente.

Katie sacudió la cabeza.

– No, no puede ser eso.

Alex la llevó bailando hasta donde estaban Emma y Nathaniel.

– No, no me dejes con él de nuevo.

– Es el padrino, tienes que estar con él. Y no le digas a Emma nada de lo del crucero. Fue un error. Los dos cometimos un error.

Ella abrió la boca para protestar, pero no dijo nada.

Cambiaron de nuevo de pareja.

– ¡Vaya! De nuevo tengo entre mis brazos a la encantadora Katie -dijo Nathaniel-. ¿Por dónde íbamos?

– Deja que te ahorre un poco de tiempo -repuso ella-. No. No es asunto tuyo, Y nunca.

Nathaniel sonrió y la atrajo hacia sí.

– No deberías hacer promesas que no puedes cumplir.

Emma se quedó muy sorprendida al oírlos.

– ¿De qué hablaban? -le preguntó a Alex.

– Creo que a Nathaniel no le gusta David.

– Bueno, a ti tampoco.

– Porque se está aprovechando de tu hermana.

– Tiene experiencia en su trabajo y es un director de proyectos muy respetado.

– Entonces, ¿por qué acepta trabajar para Katie en vez de valerse por sí mismo?

– Estoy demasiado cansada para tener esta discusión.

Alex se sintió fatal.

– Lo siento.

– Por cierto, ¿cuándo sale el vuelo para Kayven?

– Podemos ir cuando queramos.

– ¿Es que aún no has comprado los billetes?

– No los necesitamos, tengo un avión.

– ¡Claro! ¡Qué tonta! Hoy tampoco voy a quejarme por eso -repuso ella, apoyando la mejilla sobre su torso.

El le acarició la espalda con ternura.

– La verdad es que me gusta mucho tu actitud de hoy.

– No te acostumbres, sólo necesito dormir un poco para poder recuperarme.

Capítulo 10

Alex se portó como un caballero durante el viaje a la isla de Kayven.

Pararon en Los Angeles para cenar. Emma durmió y descansó durante el siguiente vuelo sobre el pacífico. Llegaron a la isla de madrugada.

Estaba a medio camino entre Hawai y Fiji. Llena de playas de fina arena blanca, arrecifes de coral y aguas color esmeralda. En el complejo hotelero McKinley había un edificio principal con habitaciones y restaurantes y una docena de cabañas esparcidas bajo las palmeras.

La que habían reservado tenía una terraza que daba directamente a la playa.

No tardaron en darse cuenta de que sus teléfonos móviles no funcionaban. Tampoco tenían conexión a Internet en la cabaña, sólo en el edificio principal y no durante todo el día.

Así que, después de un delicioso desayuno, Alex le sugirió que se olvidaran de sus obligaciones por un día y salieran al mar en catamarán. Emma no le llevó la contraria, estaba dejándose llevar por el ambiente lánguido y tranquilo de la isla.

Así que a las diez de la mañana, cuando normalmente tenía su primera reunión de trabajo, estaba sentada en el catamarán con un bikini lila y dejando que las olas la meciesen.

– ¡Delfines! -exclamó Alex desde el otro lado del barco.

Emma se giró a tiempo de ver una docena de aletas deslizándose entre el agua esmeralda.

– ¿Cómo sabes que no son tiburones? -repuso ella, algo preocupada.

– ¡Acerquémonos más! -sugirió Alex.

– Cobarde.

– Me gustaría conservar mis piernas, gracias.

– Son delfines.

– No quiero ofenderte, pero no creo que seas un experto.

– Suelo ver documentales de naturaleza.

– Un argumento más a mi favor. Sólo los has visto por televisión.

– Tienes que aprender a confiar en mí.

– Te estoy dejando conducir, ¿no?

– ¿Dejando?

– Vale, yo me encargo de manejar el timón a la vuelta.

– ¡De eso nada!

– Alex, tienes que aprender a confiar en mí -repitió ella en tono burlón.

– Te dejaré decorar la planta principal de mi casa.

– ¿Vamos a redecorar tu casa?

El se quedó ensimismado, mirando las olas. Le resultaba muy dificil no observar su cuerpo, húmedo y bronceado. Sus gemelos eran puro músculo y su torso parecía el de un modelo. Estaba más guapo que nunca. Le gustaba ver su pelo revuelto. Le intimidaba menos que en Nueva York.

De repente se dio cuenta de que iban a pasar el día solos en una playa desierta. Se había prometido que no volvería a hacer el amor con él, pero ya no se acordaba de las razones que había tenido para hacerse tal promesa. No sabía por qué era tan importante que se mantuviera alejada de él.

– He pensado en redecorarla antes de la fiesta -le dijo él.

– ¿Qué fiesta? -preguntó ella, volviendo a la realidad.

– Se me ha ocurrido que estaría bien hacer una fiesta de presentación.

– ¿Otra fiesta? ¿No tuviste bastante con la de ayer? ¿O fue anteayer?

– Lo cierto es que creo que hoy es aún el día de la boda.

– No me tomes el pelo.

– No, es verdad. Hemos viajado hacia el este y sigue siendo el mismo día. Hay muchas horas de diferencia.

– Bueno, aún es mediodía, así que todavía no estamos casados -bromeó ella.

– Entonces aún estoy a tiempo de tener una última aventura.

Ella miró a su alrededor con teatralidad. Estaban en medio del océano.

– ¿Con quién?

Alex levantó las cejas insinuante.

– Ni lo sueñes -repuso ella.

Aunque lo cierto era que Emma tenía las mismas fantasías.

– ¡Mira! -exclamó él de repente-. Allí está la palmera torcida de la que nos hablaron.

Giró el timón y se dirigieron hacia una playa con forma de media luna y rodeada de acantilados.

– ¡Vaya! Es precioso. Creo que ya no estamos en Manhattan.

– Al diablo con los teléfonos móviles -repuso Alex-. El mundo puede vivir sin nosotros durante un día.

Dejaron el catamarán sobre la arena blanca y lo amarraron. Hacía mucho calor.

– ¿Nadamos o buceamos?

– Cualquiera de las dos cosas, con tal de refrescarme.

Nadaron en sus aguas cristalinas y bucearon cerca de los arrecifes durante horas. Había miles de peces de todos los colores, cangrejos, estrellas de mar y preciosos corales.

Sedientos y hambrientos, volvieron por fin a la superficie. El sol se había alejado lo suficiente como para que encontraran sombra al lado de uno de los acandlados. Esparcieron la manta que traían en la arena. Estaban junto a una cascada que refrescaba mucho el ambiente.

Emma se tumbó, cerró los ojos e inspiró el dulce aroma de las flores tropicales.

– ¿De verdad tenemos que volver? -dijo, suspirando.

– No, no tenemos que hacerlo -contestó él con una voz llena de promesas.

Abrió los ojos y lo miró. El también se había tumbado.

– Tarde o temprano nos moriríamos de hambre.

– Podemos sobrevivir con cocos y pescado.

– ¿Vas a ponerte a pescar?

– Soy un tipo muy versátil.

– ¿Y cómo los vas a cocinar?

– Recogeré leña para hacer un fuego -dijo él, quitándole las gafas de sol a Emma.

Apenas la rozó, pero fue suficiente para acelerar su pulso.

– ¿Y cómo harás el fuego? ¿Frotando dos palitos hasta conseguir una chispa?

– Lo haré si tengo que hacerlo. No me he hecho rico rindiéndome pronto.

– Pensé que te habías hecho rico heredando montones de dinero.

El se acercó un poco más.

– Sí, también así. Pero eso no quiere decir que no sea un tipo con muchos recursos -repuso él mientras deslizaba la mirada hacía su escote.

– Alex…

– No pasa nada -le dijo él mientras metía el dedo bajo el tirante del bikini y lo bajaba por el brazo.

Su movimiento reveló la mitad de su pecho y parte del pezón. A Alex se le oscureció la mirada, y ella pudo sentir la sensualidad que le transmitía. Después, se inclinó sobre ella y le besó el hombro. Sus labios estaban fríos contra su piel calentada por el sol.

Sabía que lo mejor era parar aquello, pero estaba en una playa tropical, con un hombre sexy y atractivo que estaba haciendo que se sintiera la mujer más deseable del planeta. Hubiera sido una locura detenerlo.

Alex comenzó a besarle el pecho mientras le acariciaba el estómago. Ella trató de respirar con calma, pero le faltaba el aire.

– Te deseo -le dijo Alex.

Y ella también lo deseaba. Tanto que no podía respirar. Sentía presión en el pecho y estaba temblando.

– ¡Oh, Alex!

El se inclinó sobre ella y la besó en la comisura de los labios.

– No pasa nada. Son más de las tres, ya estamos casados -le dijo él.

La besó en la boca antes de que Emma tuviera tiempo de sonreír, agarrando su trasero con fuerza para presionarla contra su cuerpo.