Ella abrió la boca y dejó que su lengua se enredara con la de Alex. Tomó su cara entre las manos, sujetándolo cerca e intentando fundirse con él y ser sólo uno.

Emma le besó en la mejilla, en los hombros y en sus bíceps, saboreando su piel salada por el mar.

El le desabrochó la parte de arriba del bikini, dejando sus pechos al aire.

– La más guapa -murmuró él-. La hermana bonita, sexy y encantadora. Estoy tan contento de que entraras aquel día en mi despacho hecha una furia…

Emma intentó entender sus palabras, pero no le encontró el sentido. Alex comenzó a lamer sus pezones y no pudo seguir pensando. Estaba con Alex. Estaban casados y estaba enamorándose más y más de él.

Las caricias de Alex hicieron que se estremeciera. Arqueó la espalda y echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y dejándose llevar por las sensaciones.

Emma acanció sus brazos, fuertes y musculosos, y siguió hasta los hombros. Enredó después los dedos en su pelo, agarrando con fuerza la cabeza de Alex contra su pecho sin poder sofocar los gemidos.

El se concentró en el otro pecho y ella le acarició la espalda, moviéndose para sentir todo el peso de la excitación de Alex entre sus muslos.

El se separó unos centímetros.

– ¿Estás segura?

– Sí -espetó ella sin pensárselo dos veces-. Estoy segura. Te deseo. Dime qué es lo que tengo que decir…

El rió y la besó de nuevo.

– Sólo preguntaba si estabas segura de que querías ir tan deprisa…

– Sí. Ahora. ¡Ahora mismo!

Alex le acarició el estómago y descendió hasta las braguitas de su bikini, bajándoselas muy despacio. Emma había dejado ya de respirar y lo miraba extasiada. El se desnudó rápidamente y volvió a acariciarla. Ella se estremeció, sin poder esperar más. Alex deslizó un dedo en su interior sin dejar de mirarla a los ojos.

Emma respiró con dificultad y cubrió la mano de Alex con las suyas, controlando el ritmo de sus caricias, controlando su propio placer.

El maldijo entre dientes. Apartó las manos de Emma y le separó las rodillas, forzando su masculinidad en su interior. Se deslizó dentro muy despacio, desesperados los dos con la urgencia de su deseo, hasta llegar a lo más profundo y fundirse de nuevo en un ardoroso beso.

Y se dejaron llevar por la pasión más primitiva.

Alex se movía en su interior al ritmo de las olas del mar, torturándola de placer. Después aceleró los movimientos y ella arqueó su cuerpo para encontrarse con el de él, para forzar su ritmo.

Después el mundo se detuvo a su alrededor y Emma dejó de respirar. Ya no había playa, mar ni cascada allí, sólo ellos dos. Ella gritó su nombre mientras alcanzaba las cotas más altas de placer una y otra vez.

El también gritó, con un gruñido casi animal, espantando a un grupo de papagayos de un árbol cercano. Se dejó caer sobre ella, envolviéndola con su peso, sus brazos, su aliento y el latido de su corazón.


Estaba atardeciendo ya cuando volvieron a su cabaña y el cielo se había cubierto de nubes.

Comenzó a llover en cuanto se sentaron a cenar en el restaurante del hotel. Vieron los relámpagos en la distancia y oyeron el agua golpeando con fuerza el tejado del local.

La tormenta refrescó el ambiente, y Emma se relajó en su cómoda silla de teca. Estaba disfrutando mucho del momento.

La lamparita de la mesa resaltaba las apuestas facciones de Alex. No podía creerse que hubieran consumado su matrimonio. Había sido increíble.

– ¿En qué estás pensando? -le preguntó él.

Ella sonrió.

– Pensaba que estoy casada con el hombre más guapo de todo el restaurante.

El miró a su alrededor.

– Muy bien. Pero el resto de los hombres son, en su mayoría, jubilados.

Llegó un camarero en ese instante.

– Señores Garrison, soy Peter, el director del restaurante. El chef quiere saber si les gustaría conocer sus sugerencias para esta noche.

– Encantado, Peter. Por favor, dígale al chef que estaremos encantados de oírlas.

– Muy bien -replicó Peter, alejándose.

– ¿Champán? -le preguntó Alex al ver que se acercaba el camarero.

– Por supuesto, es nuestra noche de bodas -contestó ella con una gran sonrisa.

No podía evitarlo. Aún era sábado, y la mirada de Alex le prometía una noche de pasión.

El camarero se alejó, yAlex le acarició una mano.

– Entonces, ¿quieres hablar de esto o prefieres que simplemente ocurra y no analizarlo?

– ¿Hablas del champán? -preguntó ella con cara de inocente.

– No. Pero como veo que cambias de tema, me imagino que no quieres hablar de ello.

– Aún no sé a qué te refieres.

– Yo creo que sí -repuso él con seriedad. Peter los interrumpió en ese instante.

– Señores Garrison, les presentó al chef Olivier.

– Encantado -contestó Alex, levantándose. La brisa era cada más fuerte.

– ¿Tiene frío? ¿Quiere que cierre las ventanas? -le preguntó Peter a Emma.

– No, por favor.

Le encantaba ver, oír y sentir la tormenta tropical. Había algo excitante y salvaje en ella. Le recordaba a la tormenta que estaba formándose en su interior.

Capítulo 11

– Déjame decirlo -insistió Alex, incorporándose en su enorme cama con dosel.

– No, por favor -respondió Emma.

– Pero es verdad.

Hacía horas que se había dado cuenta de que estaba enamorado de su mujer. De una forma apasionada y loca.

Ella le colocó un dedo sobre los labios.

– Lo prometiste.

– Seguro que puedo hacer que tú también lo digas -repuso él, besándole el dedo.

Ella negó con la cabeza, pero Alex sabía que podía conseguirlo. Una caricia, un beso y un mordisco en los lugares apropiados y podía conseguir todos los secretos de Emma.

Le acarició el muslo.

– No hagas eso -le dijo Emma.

– Entonces, dilo.

– Así no vale.

– Todo vale en la guerra y en el…

– ¡Alex! -lo interrumpió ella.

– Sólo estoy bromeando -le dijo él, besándole la punta de la nariz.

– Pues no me gusta -repuso ella sin poder reprimir una sonrisa.

El teléfono sonó en la mesita de noche.

– ¿Qué hora es? -gruñó ella, cubriéndose los oídos.

– Cerca de la una -repuso él-. ¿Diga?

– ¿Dónde demonios estabas? -le gritó Nathaniel al otro lado de la línea.

– Cenando y después en la playa. ¿Por qué?

– Porque estás ha punto de perder quinientos millones de dólares, por eso.

Alex se sentó rápidamente, pensando de nuevo como un hombre de negocios.

– ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde estás?

– David es lo que ha ocurrido. Y aún estoy en Nueva York.

– ¿David?

Emma también se sentó.

– ¿Qué pasa con David? ¿Está Katie bien? -preguntó, alarmada.

Alex levantó un dedo para hacerla callar.

– David, ese canalla zalamero, está intentando vender el hotel de la isla de Kayven -le dijo Nathaniel-. Por favor, primo, dime que ya eres el director de los hoteles McKinley. Dime que ya se han firmado todos los papeles. Dime que Katie y Emma ya no tienen el control de la compañía.

Alex miró a Emma.

– ¿Qué pasa? -le preguntó ella.

– ¿Alex? -insistió Nathaniel.

– Los abogados están preparando los documentos ahora mismo.

– ¿Me estás diciendo que no hay nada firmado?

– Sólo el préstamo para la empresa McKinley.

– ¡Maldición!

– ¿Qué es lo que está pasando? -le preguntó Alex.

– David aduce que tiene un poder notarial firmado por esas dos mujeres.

Pero eso no tenía ningún sentido.

– Espera -repuso Alex, tapando el teléfono.

Emma lo miraba con impaciencia y confusión.

– Nathaniel me está diciendo que David Cranston tiene un poder notarial.

– ¿Para qué? -preguntó ella.

– Has firmado algún documento para él?

– No -contestó ella-. ¡Espera! Sí firmamos algo, una autorización para redecorar un hostal en Knaresborough, pero no es nada importante. Es un sitio muy pequeño.

Alex volvió su atención al teléfono.

– Me dice Emma que sólo tiene autorización para redecorar un hostal.

– Pues no está redecorando. Y no se trata de un hostal. El hombre tiene autorización para vender cualquiera de las propiedades de los McKinley. Está en negociaciones con Murdoch, de Dream Lodge. Y su comisión en la venta es obscena.

– ¿Cómo sabes…? No, no me contestes -dijo Alex mirando de nuevo a Emma-. ¿Leíste con cuidado el documento?

Emma abrió mucho los ojos y palideció.

– ¿Lo leíste?

– Ya habíamos hablado de ello. Y con lo de la boda y todo eso… Tuve mucho trabajo los últimos días y había mucho que firmar.

Alex soltó una palabrota que la dejó temblando.

– Sí -le dijo Nathaniel-. Ya estás reaccionando. Métete ahora mismo en un avión y vuelve.

Pero aún persistía la fuerte tormenta tropical.

– ¿Puedes ralentizar las cosas?

– Ya he paralizado a todo su equipo legal, haciendo que declaren que existe un conflicto de intereses. Ahora tiene que encontrar nuevos abogados. No sabes cuánto me ha costado.

– ¿Has hablado con Katie?

– Por supuesto.

– ¿No puede parar todo eso?

– No sin Emma.

Alex cerró los ojos y rezó para que dejara de llover.

– Iremos tan pronto como nos sea posible.

– ¡Venid ahora mismo! -ordenó Nathaniel antes de colgar.

Emma lo miraba con atención.

– Alex…

– David está intentando vender este hotel -le dijo, mirándola a los ojos.

– ¿Por qué?

Se le hizo un nudo en el estómago al oír su pregunta.

«Porque su valor está a punto de subir hasta quinientos millones de dólares. Supongo que se me olvidó comentártelo antes de que accedieras a casarte conmigo», pensó él, angustiado.

Emma había entendido las palabras, pero no entendía el porqué.

David iba a redecorar el hostal de Knaresborough y, que ella supiera, no sabía nada del hotel de Kayven.

– ¿Por qué iba a hacer algo así? -repitió ella. Sabía que algo iba mal, pero no podía hacer encajar las piezas del puzzle.

– Porque quiere la enorme comisión que le ha prometido Murdoch -le dijo Alex, pasándose la mano por el pelo-. ¿Cómo no vio Katie que…?

– ¡Espera! -lo interrumpió Emma, dejando la cama y poniéndose un albornoz del hotel-. ¿Murdoch?

– Murdoch pagó a David para que encontrara la forma de venderle Kayven.

– ¿Tanto deseaba comprar este complejo hotelero? Era un hotel muy agradable, pero no era rentable.

Las tarifas eran altas y estaba vacío la mitad del tiempo. Nadie estaba enriqueciéndose con esa propiedad.

Alex comenzó a vestirse.

– Tenemos que ir al aeropuerto.

– ¿Con este tiempo?

– Mejorará tarde o temprano. En cuanto pare de llover nos vamos.

– Pero ¿qué te ha dicho Nathaniel? -le preguntó ella mientras empezaba a vestirse.

– Lo que acabo de contarte.

– No me has dicho nada.

– David os engañó a las dos para que firmarais un poder notarial que, de alguna forma, le permite vender Rayven. Nathaniel está intentando pararle los pies, pero tenemos que volver a la ciudad.

– ¿Qué es lo que no me estás contando?

– Nada.

– ¿Ya lo han vendido?

– No.

– Porque si ya ha ocurrido, tampoco pasaría nada. No es el fin del mundo.

Alex se quedó helado.

– No pasaría nada. Sólo espero que haya conseguido un precio razonable.

Alex se giró para mirarla.

– Tu empleado, el novio de tu hermana, está intentando engañar a la empresa para la que trabaja y ¿tú dices que no pasa nada si al menos consigue un buen precio?

– Si tienes miedo de decirme que ya ha ocurrido…

– No tengo miedo. No ha ocurrido aún.

– Entonces, ¿por qué estás tan alterado y actúas de una manera tan extraña?

– No estoy actuando de manera extraña. Ahora no, antes sí.

Sus palabras la golpearon con fuerza. Se preguntó si todo habría sido una ilusión y el Alex simpático y tierno había desaparecido para siempre. No sabía si estaba enfadado con ella porque había cometido un error.

Pensó en Katie. Seguro que estaba destrozada. Fue hacia el teléfono.

– ¿Qué haces?

– Voy a llamar a mi hermana.

– No puedes hacerlo.

– Claro que sí -repuso ella, fulminándolo con la mirada.

– Emma…

– Déjame en paz.

– Tenemos que hablar -le dijo Alex.

– Podemos hacerlo en el avión.

– No, tenemos que hablar antes de que llames a tu hermana.

La mirada de Alex hizo que se echara a temblar.

– ¿Le ha pasado algo malo?

– No. Katie está bien.

– Entonces, ¿qué demonios ocurre?

Alex tragó saliva antes de hablar.

– Hay algo que no sabes sobre la isla de Rayven -le dijo, tomándole las manos entre las suyas-. El gobierno local va a instalar un muelle especial para cruceros en la isla.