– ¿En qué isla?

– En ésta. Por eso quiere Murdoch el hotel y por eso ha sobornado a David.

– Porque el valor se…

Emma no pudo terminar la frase. En un segundo lo entendió todo. Supo lo que le había pasado.

– ¡Alex!

– Sí, yo también lo quería -confesó él.

Ella se zafó de sus manos y fue hasta la cama.

– ¿Me has ocultado todo esto?

– Sí.

– Podía… Podía habérselo vendido a Murdoch…

Alex asintió.

– Y entonces no tendría por qué haberme casado contigo.

El asintió de nuevo.

– ¿Y no me lo dijiste? -preguntó ella, casi llorando.

– Se trataba de negocios.

– ¿Negocios?

– Tenía información e hice lo mejor para mi empresa.

De repente le faltaron las fuerzas para luchar. El había hecho en todo momento lo mejor para su empresa. No había dejado nunca de lado sus intereses.

– ¿Y tienes el valor de criticar a David?

– No soy como él. David es un delincuente.

– Sí -asintió Emma-. Conquistó a Katie para quitarle el hotel de Kayven.

Emma nunca se había sentido tan mal. A lo mejor tenía que seguir casada con él una temporada, pero eso no quería decir que tuviera que volver a hablar con él.

– ¿Quién eres tú para criticarlo cuando has hecho lo mismo? -le dijo, saliendo de la habitación y de su vida para siempre.


A Emma se le olvidaron los problemas que tenía con Alex en cuanto vio la cara de su hermana.

Eran las seis de la tarde cuando llegaron a las oficinas de McKinley.

– ¡Cariño! -exclamó, abrazando a Katie. Alex y su primo comenzaron a hablar en voz baja en cuanto llegaron.

– ¡Te he metido en un lío terrible! -exclamó Katie entre sollozos.

– No es culpa tuya -le dijo su hermana-. Sólo eres culpable de confiar demasiado. A las dos nos han engañado unos delincuentes.

– Tenía que haberme dado cuenta…

– ¿De qué? -repuso Emma sin dejar de mirar a Alex-. ¿De que un hombre puede hacerte el amor y al minuto siguiente traicionarte por la espalda?

Emma tampoco se había dado cuenta de lo que ocurría, pero se prometió que no volvería a pasarle.

– Lo importante ahora es arreglar las cosas -le dijo, mirando a Katie.

– Sí. Las dos tenemos que firmar una revocación del poder notarial. Los abogados…

Alex se acercó en ese instante.

– Los abogados ya lo han preparado y nos están esperando.

– ¿Y después? -le preguntó Emma a Nathaniel.

– Después hacemos copias certificadas y se las entregamos a un policía. Este se las dará a Murdoch y a David mañana por la mañana.

– ¿Y ya está?

– Así es.

– ¿Ves? -le dijo Emma a su hermana-. Todo va a salir bien -añadió, abrazándola de nuevo.

Nathaniel y Alex las dejaron solas.

– Soy una tonta -le dijo Katie.

– No es verdad.

Katie había cometido un error que pronto podrían resolver. Emma en cambio le había entregado a Alex la mitad de sus propiedades y no había marcha atrás.

– Hemos dejado de ganar millones por mi culpa -le dijo Emma.

– Bueno, los negocios son así.

– ¿Estás defendiendo a Alex?

– Podía haber ofrecido un préstamo y no dejarnos formar parte de la empresa.

– También podía habernos dicho la verdad.

Se dio cuenta de que Katie no sabía lo que iba a pasar en Kayven. No sabía hasta qué punto Alex la había herido, haciéndole incluso pensar que estaba enamorado de ella. Ella le había entregado su corazón y él lo había despedazado.

A las ocho y media de la mañana, Alex esperaba ansioso a que llegara el policía. No podía más.

– ¡No lo aguanto! -le dijo a Ryan-. Voy a llevar los documentos en mano.

– Espera, Alex. No creo que sea buena idea. No queremos que nuestros abogados pierdan el tiempo teniendo que defenderte por un par de lesiones.

– David no estará allí.

– Pero Murdoch sí.

– Sólo quiero verle la cara, no voy a pegarle. Le dije que yo era con quién tenía que hablar, y me ha ignorado. Es algo personal.

– ¿No es Emma la que hace que sea algo personal? Por cierto, ¿qué tal la luna de miel?

– Muy corta.

– No hiciste ninguna llamada desde el hotel. A nadie. ¿Fue todo bien?

– Eso ya no importa ahora que sabe lo de Kayven. Intentó no pensar en ella. Estaba dolida, pero creía que lo superaría. El tenía lo que quería, un anillo en su dedo y la mitad de McKinley.

Tomó su maletín y se levantó. Tenía que recuperar la mejor propiedad de la empresa.

– ¿Estás bien? -le preguntó Emma a su hermana en la cocina del dúplex.

– ¿Y tú?

Se habían pasado casi toda la noche hablando, y Emma le había contado su luna de miel.

Cerró los ojos y suspiró. Pensaba que Alex, Narthaniel y Ryan estarían riéndose a su costa.

Sentía que la había utilizado, fingiendo interés por ella. Creía que nunca la había deseado, sólo quería controlarla por el bien de sus negocios.

– Ni siquiera puedo divorciarme de él, perderíamos una fortuna.

– Entonces nos iremos a algún sitio. Serán unas vacaciones muy largas.

Emma asintió. Había acordado vivir con Alex y que él la exhibiera como un accesorio más, pero no lo habían firmado. Estaba muy dolida. Había empezado a creerse la vida que Alex le había ofrecido, aunque fuera de manera temporal.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Había llegado a creer que la quería, que podía ser para siempre, y ella se había enamorado perdidamente de él.

Capítulo 12

Alex había decidido hacer bien las cosas y conseguir que Murdoch se arrepintiera de haberle ignorado.

– ¿Qué es esto? -preguntó Murdoch al ver el sobre que Alex le había dejado en la mesa.

– Nuestra contraoferta. Para tu información, David Cranston ya no está autorizado para representar a los hoteles McKinley.

– Pero… Ya hemos acordado un precio con él.

– Eso queda en el pasado. Esta es la nueva oferta. Murdoch miró los papeles y se quedó helado. Alex temió que fuera a sufrir un infarto.

– ¡Es una locura!

– Se trata de negocios. Lo toma o lo deja. Ya le había advertido que McKinley no vendía nada.

– Porque lo querías todo tú.

– Es verdad -consintió Alex-. Y lo tengo todo.

– Espero que la chica mereciera la pena…

Alex se levantó de un salto y agarró al hombre por las solapas.

– No se atreva a…

– Venga ya. Todos sabemos que sólo era un truco publicitario y que ese acuerdo sólo te beneficia a ti. Te has aprovechado de ella en más de un sentido.

Se moría de ganas de darle un puñetazo. El problema era que Murdoch tenía razón. Había usado a Emma y la había mentido.

Era un ganador en los negocios, pero había perdido mucho por el camino.

Soltó a Murdoch y volvió a sentarse. Creía que era tan canalla como ese hombre o como David.

Sabía que quería más a Emma que a la propiedad de Kayven, más que todo el dinero y más que nada. Sólo quería tenerla en su vida, que redecorara su casa y organizar fiestas y más fiestas que llenasen de alegría y risas su fría mansión.

Pero ya no podría tenerlo. Respiró profundamente.

– Le venderé el hotel. Por el doble de su oferta, pero sin más condiciones. Es mi única proposición. Acéptela o no.

Pensó que le daría el dinero a Emma y le devolvería su mitad de la empresa. Así podría librarse de la deuda. Sus socios tendrían que aceptar su decisión. Lo peor que podían hacer era echarle de su puesto.

Si lo hacían, aprendería a vivir con ello. Sólo quería ser justo con Emma.

Dos días y dos litros de helado de chocolate después, Emma decidió que no iba a sufrir más. Tenía que aceptar que ella había perdido y Alex había ganado.

Al menos aún tenían la mitad de la empresa. Y Alex era su socio, pero nada más.

No iba a divorciarse de él, pero tampoco vivirían juntos.

Tenía ganas de verlo, en su despacho, para demostrarle que lo había superado.

– Acaba de llegar un paquete para ti por mensajería urgente -le dijo Katie, entrando en su oficina.

– ¿De qué se trata? -preguntó Katie mientras ella leía los documentos.

Pero estaba demasiado atónita para contestar de inmediato.

– Alex ha vendido el hotel de Kayven a Murdoch.

– ¿Qué? Pensé que tratábamos de evitar que eso sucediera. ¿Cuánto…? -preguntó, mirando por encima de su hombro-. ¡Dios mío! ¿Y nos devuelve el dinero?

– Dice que deberíamos usar el dinero de Murdoch para pagar las deudas -leyó con voz entrecortada-. Y que después podemos quedarnos con todo. Sin deudas ni compromisos.

– Y va a romper el acuerdo prematrimonial -leyó Katie-. ¿Qué es eso de redecorar la casa?

– Es una broma. Cuando estábamos en Kayven…

Pensó que cuando estaban allí todos sus sueños se habían hecho realidad. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Quería darle una segunda oportunidad, pero no sabía qué Alex había escrito la carta. Podía ser el hombre tierno y sexy de su luna de miel o el que la había engañado.

Nunca podría estar segura.

– Sabes lo que esto quiere decir? -le preguntó Katie, mirándola a los ojos.

– Que la empresa es de nuevo nuestra -repuso Emma.

– Quiere decir que quiere que redecores su casa.

– Eso sólo fue una broma, ya te lo he dicho.

– ¿Una broma? Un hombre que renuncia a tantos millones de dólares no bromea sin más. Creo que te quiere.

– Entonces, ¿por qué rompe el acuerdo prematrimonial? Sin él, puedo divorciarme cuando quiera. Quiere que lo haga.

Katie parecía frustrada.

– No. Quiere que vayas a él porque tú quieres, no porque tengas que hacerlo. Te ha dado la libertad, pero menciona que quiere que redecores su casa. Emma, abre los ojos.

El corazón comenzó a galoparle en el pecho y se preguntó si Katie tendría razón.

– ¿De verdad crees que…?

– ¡Vete ahora mismo a verle! Yo me voy al banco -repuso, mirando de nuevo el cheque-. ¡Dios mío!


Emma abrió la gran puerta de roble de la mansión y entró.

– Señora Garrison, me alegro mucho de verla.

– Lo mismo digo, señora Nash. ¿Está Alex en casa? Pensó que si su hermana estaba equivocada, fingiría que sólo había ido a verlo para darle las gracias por su gesto.

– Sí, está en la parte de atrás.

Fue hacia allí con el corazón en un puño y rezando para que Katie hubiera estado en lo cierto.

Salió a la piscina y se lo encontró bajo una sombrilla, leyendo el periódico. Se levantó de un salto al oírla entrar.

– Emma…

Llegó a su lado. Había perdido todo su arrojo y no sabía qué decir.

– Hola, Alex.

– ¿Has recibido mi carta?

– Sí, gracias -repuso ella, asintiendo. El se acercó un poco más.

– Sólo se trataba de negocios, ¿de acuerdo? Nada personal.

Se le cayó el alma a los pies. Se sentía fatal y temía que él se diera cuenta.

– Lo sé -le dijo en un hilo de voz.

– Tenía información e intenté conseguir el mejor acuerdo posible para mi empresa.

– Ya me lo habías dicho… -dijo ella, arrepintiéndose de haber ido a verlo.

– No había razón para decirte lo que pasaba. No se llega muy lejos en los negocios revelando secretos a la competencia, ¿verdad?

– Claro -repuso Emma, deseando irse de allí-. Bueno, sólo quería…

– Pero, entonces te pedí que te casaras conmigo y las reglas cambiaron un poco -añadió él con mayor suavidad.

Emma se quedó helada.

– Y me casé contigo -continuó él mientras tomaba su mano y acariciaba el diamante Tudor-. Después, me enamoré de ti. Eso sí que cambió las reglas del juego. Ya no tenía derecho a tratarte como a una adversaria en los negocios.

Emma no podía articular palabra.

– ¿Te enamoraste de mí?

– Sí, eso es lo que quería decirte en la habitación del hotel y tú no me dejabas.

No pudo evitar sonreír.

– ¿Creías que lo que pasó en la playa fue sólo parte de un juego, de una artimaña?

– No, en la playa no.

En la playa lo había creído y soñado con que estaban iniciando una vida juntos, igual que se sentía en ese instante.

– Lo de la playa fue real -le dijo él-. El momento más real de toda mi vida.

También lo había sido para ella. Se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Te quiero, Emma -susurró él mientras levantaba la mano para besársela con ternura.

No pudo evitar sonreír de nuevo. Alex la amaba.

– ¿Y bien? -preguntó él con impaciencia.

– ¿Qué?

– ¿Tengo que obligarte a decirlo?

Ella sonrió con picardía.

– Sí.

– Pero tendrá que ser más tarde -dijo Alex al ver que la señora Nash llegaba con un montón de gente tras ella.

– Espero que tu ama de llaves no tenga nada en contra de los decoradores italianos -le dijo Emma, sonriendo.

– ¿Vamos a redecorar la casa? -preguntó él, entusiasmado.

– Así es. Todos estos diseñadores tienen algunas propuestas para que las veas.