– Entonces ya no tienes que decirlo -le dijo él.

– ¿Por qué no?

– Porque acabas de demostrármelo -repuso él, tomándole la mano.

– ¡Vaya! Oblígame a decirlo de todas formas.

Alex se agachó y la besó en los labios. Era un beso lleno de ternura, amor y esperanza. Junto con la promesa de una vida en común.

– Te quiero -susurró ella contra su oído.

– Me lo has puesto demasiado fácil.

– Contigo siempre soy fácil -repuso Emma, abrazándolo.

– ¿Sabes qué? Tenemos una luna de miel pendiente.

– Supongo que sí -contestó ella, sonriente.

– El barco que inauguramos el otro día sale de crucero hacia las islas Fiji esta noche. Conozco a alguien que puede conseguirnos un camarote.

– Conozco esos camarotes. Son geniales.

– Yo también tengo buenos recuerdos.


Cuando el barco comenzó su andadura separándose del muelle, Emma ya estaba desnuda entre los brazos de Alex.

Escondió la cara en el cuello de su marido y respiró su masculino aroma.

– Te quiero -le dijo en un susurro. El la besó en la frente.

– Me pregunto qué otras cosas puedo conseguir que hagas o digas.

– Ahora mismo, casi cualquier cosa. Pero que no tenga que moverme, ni pensar, ni permanecer despierta.

– ¿Tienes hambre?

– No, no tengo hambre.

– ¿Tienes sed?

– Tampoco. Estoy completamente satisfecha, gracias por preguntar.

El rió con ganas.

– Eso es lo que quiero oír de los labios de mi mujer.

El teléfono sonó en la mesita.

– ¡No puede ser! ¿Qué puede haber pasado?

– ¿Diga? -dijo Alex al contestar el teléfono. Escuchó un momento.

– Entonces, ¿ya está hecho? Otra pausa.

– ¿Será público?

Emma se incorporó para observar su expresión.

– Gracias -dijo Alex, sonriendo-. Te debo una. El colgó el teléfono.

– ¿Quién era?

– Nathaniel.

– ¿Y?

– ¿Qué pasa?

– ¿Es un secreto?

– No -repuso él, riendo-. Por lo visto, cuando el gobierno local supo que la empresa de cruceros Kessex tenía reservas sobre la estabilidad del muelle en Kayven, decidió ponerlo en otro sitio.

– ¿Qué? -preguntó ella, sorprendida.

– Lo llevan a otra isla, a unos mil kilómetros al este.

– ¡No puedo creerme que hayas hecho eso!

– No he hecho nada -respondió él con fingido gesto inocente.

– Acabas de decirle a Nathaniel que le debes un favor…

– ¡Ah! Eso… Bueno, verás… Vale, lo he hecho yo. Murdoch tiene que saber que es mejor tomarnos en serio y no meterse con nosotros.

– Eso me recuerda que será mejor que no me meta contigo.

– Tú puedes hacerlo cuando quieras.

Ella se acercó a Alex seductoramente.

– ¿Incluso ahora?

– Pensé que estabas cansada.

– He cambiado de opinión. Supongo que me excitan los tipos vengativos como tú.

– Espero que no haya otros tipos así a bordo del barco -repuso él, acariciándole las caderas.

– Será mejor que me vigiles de cerca, por si acaso.

– No lo dudes -dijo él, besándola-. Por cierto, he hecho una inversión en nombre de los hoteles McKinley.

– ¿Qué has hecho?

– He comprado una propiedad. Un pequeño hostal en la isla de Tannis, a unos mil kilómetros al este de Kayven… No es muy impresionante, pero creo que valdrá una fortuna dentro de unos días.

Emma estaba atónita y no pudo evitar reír.

– ¡No me creo que hayas hecho eso!

Alex la miró con ternura y un amor que envolvía a Emma por completo.

– Puedes apostar lo que quieras.

Barbara Dunlop


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