– ¿Por qué tienen distintos colores las fichas?
– No te preocupes por eso.
Hizo su apuesta, y el crupier les entregó una carta a cada uno, colocándola boca arriba.
– Pero pueden ver mis…
– No pasa nada. Sólo juegas contra el crupier -la tranquilizó Alex.
– Pero el crupier también me ve las cartas. No es justo…
– Confia en mí.
Emma se dio la vuelta. No podía creerse que le dijera que confiara en él. Alex había dejado muy claro la noche anterior que sólo le preocupaban sus propios intereses.
– Emma.
– ¿Sí?
– Mira tus cartas.
Tenía una reina y un as.
– Has ganado.
Sólo se trataba de suerte, pero no pudo evitar sentirse orgullosa de lo que había logrado.
– Apuesta más esta vez -le dijo él.
Hizo lo que le decía y colocó tres fichas en vez de dos.
– Va a ser una noche muy larga si apuestas así…
– Entonces, ¿por qué no lo haces tú?
El se acercó y le tocó el hombro.
– Porque queremos que todo el mundo vea cómo gastas mi dinero, ¿recuerdas?
Se giró y su nariz rozó la mejilla de Alex. Su especiado aroma la rodeaba e intoxicaba, igual que el contacto de su mano acariciando su hombro.
Decidió hacer lo que le decía y colocó un montón de fichas en el cuadrado blanco.
– Así me gusta -le dijo él.
– ¡Dios mío, Emma! -exclamó su hermana-. Acabas de apostar diez mil dólares.
– ¿Qué?
Se le encogió el estómago. Alargó la mano para quitar algunas fichas, pero él la detuvo.
– Demasiado tarde. Juega.
– ¿Por qué no me lo dijiste?
– ¿Decirte el qué?
– ¡Alex!
– Juega.
– ¡De eso nada!
Intentó levantarse, pero él la sujetaba.
– Has ganado. Has vuelto a ganar -le dijo, señalando las cartas-. Deberías jugar más a menudo.
– Esto es divertido, ¿verdad, Emma? -le preguntó Katie.
– Yo me estoy divirtiendo -contestó Alex. El crupier volvió a darles cartas.
– ¿Sabes que acabas de apostar otros quince mil? -le dijo su hermana.
– ¿Qué?
Después de un tenso minuto de incertidumbre, Emma volvió a ganar.
– No puedo aguantar esto. No puedo más.
Pero él le sujetaba el taburete para evitar que se levantara.
– Si estás ganando…
– Voy a sufrir un infarto -repuso ella, levantándose. Pero perdió el equilibrio y acabó en sus brazos. Estaban tan cerca, que podría besarlo con sólo inclinar la cabeza. O podría lamer su cuello para ver si sabía tan bien como olía. Por supuesto, no hizo ninguna de las dos cosas, pero la tentación era muy fuerte.
– Bueno, ¿has jugado a los dados alguna vez?
– No. Pero si vamos a jugar, ¿podemos hacerlo con fichas de diez dólares?
– No.
– No puedo apostar quinientos dólares cada vez.
– Pero si ya has ganado varios miles. Si no empiezas pronto a perder dinero, vas a hacer que la Fundación Teddybear se declare en bancarrota.
– Vaya, estoy haciéndolo todo al revés, ¿no?
Se le había olvidado que era una gala benéfica.
– Eres un encanto, ¿lo sabías? -le dijo, besándole la sien de repente.
Se le encogió el corazón al oírlo, pero vio pasar en ese instante a los Waddington y se dio cuenta de que había sido sólo por el bien de la farsa. Recordó que toda la noche era una actuación, que él no era un hombre de negocios agradable y desinteresado, sino que estaba haciendo su papel.
Decidió no volver a dejarse llevar ni imaginar cosas donde no las había. Todo era un juego.
Capítulo 4
Lo intentó con todas sus fuerzas, pero no perdía. Una multitud rodeó la mesa de dados y estallaba en gritos y aplausos cada vez que los tiraba.
Alex estaba detrás de ella y le frotaba los hombros.
– Con una apuesta como ésa, podremos salvar la fundación o comprar un nuevo hotel.
– No necesitamos otro hotel. Esto se está poniendo feo. Maxim me mira mal. ¿Qué tengo que hacer para perder?
– Sacar un siete -susurró él.
Emma sopló sobre los dados y él le rió el gesto teatral, lo que le ganó un codazo en las costillas.
– ¡Eh! Necesito un poco de apoyo.
– ¡Vamos, siete, siete! -murmuró él-. Pero si lo haces perderás doscientos mil dólares.
– ¡No es mi dinero!
Tiró los dados, rebotaron al final de la mesa, todo sucedió a camara lenta. Cuando pararon, Emma vio que había conseguido un seis y un uno. Estaba encantada.
– Deja de sonreír -le dijo él al oído mientras el público se quejaba.
Ocultó la cara en el torso de Alex para que nadie la viera sonreír. El aprovechó para rodearla con sus brazos y acariciarle la espalda. Se había prometido no reaccionar a su sensualidad, pero todo su cuerpo se estremecía bajo el contacto.
– No te preocupes -dijo él en voz alta-. Sólo es dinero y es por una buena causa.
Alex no la soltaba, y a Emma no le extrañó, tenían a un montón de gente mirándolos. Sabía que ese abrazo los beneficiaba así que, durante un segundo, dejó que su cuerpo se relajara entre sus brazos. Había sido una noche muy estresante.
El le acarició el pelo y le besó la cabeza. Era demasiado agradable, tanto que supo que tenía que separarse. Cuando lo hizo, él siguió agarrándole la cintura, y ella no intentó separarse.
Katie y David llegaron en ese instante.
– ¿Qué tal? -le preguntó Katie.
– Acaba de perder todo mi dinero -repuso Alex.
– Bueno, va a una buena causa -añadió Emma.
– Has perdido treinta mil dólares.
A ella se le había olvidado que era tanto dinero, pero lo miró y supo que no le importaba.
– Aprovéchate de las exenciones tributarias y deja de quejarte -repuso ella, intentando apartarse.
Pero él la sujetaba con fuerza. Ella volvió a intentarlo sin suerte, y Alex la sonrió inocentemente.
– Damas y caballeros, si quieren dejar de jugar unos instantes, les espera una sorpresa en los jardines -anunció Maxim.
– Los jardines son preciosos -apuntó Emma-. Vamos a verlos.
– Gracias a la generosidad de un donante -añadió Maxim-. Este año rifaremos un Mercedes descapotable. Compruebe su invitación y el número que aparece en ella. Es su número de la suerte.
Emma tomó a su hermana del brazo y fue hacia los jardines. Quería concentrarse en cualquier cosa que no fuera Alex.
– ¿Está bien David? Parece un poco callado.
– A lo mejor pensó que iba a ganar.
– ¿Cuánto has perdido?
– Unos dos mil. La verdad es que no sé qué le pasa. ¡Eh! ¡Mira qué coche!
– No está nada mal.
Maxim comenzó a anunciar el sorteo del coche.
– Y el ganador de este precioso Mercedes descapotable es… El número siete, tres, dos.
– Es el mío -le susurró Alex al oído-. Ahora vuelvo.
– ¡Ha ganado! -exclamó Emma.
– Veo que tenemos un ganador -comentó Maxim al ver a Alex subiendo al escenario-. El señor Garrison es el ganador de esta noche y uno de los donantes más importantes de la fundación.
– Parece que alguien me ha traído suerte esta noche -comentó Alex-. Me encantaría probar esta preciosidad pero no va a poder ser. Muchas gracias, pero lo dono a la fundación de nuevo para su subasta de septiembre.
Todo el público presente aplaudió, y Maxim abrazó a Alex. Emma se sintió orgullosa. Fuera puro teatro o no, Alex acababa de donar un montón de dinero.
– Quería comentar algo más -dijo él en el micrófono-. Hablaba en serio cuando he dicho que alguien me está dando suerte esta noche. Creo que todo he de atribuírselo a una dama muy especial que me acompaña hoy. A Emma -añadió, mirando en su dirección.
Creía que era un poco exagerado, pero decidió seguirle la corriente y le sonrió con calidez, intentando parecer enamorada. El le devolvió la sonrisa. Los ojos le brillaban.
– Emma, ¿me harías el honor de…? -le dijo con voz entrecortada-. ¿Te casarías conmigo?
Se quedó helada y se le cayó el alma a los pies. Tras un segundo de sepulcral silencio, todo el mundo comenzó a aplaudir. Todos la miraban.
Creía que era peor que lo de la pantalla del estadio porque allí mucha gente la conocía. Katie le dio un codazo y se dio cuenta de que Alex esperaba su respuesta. Vio cómo se sacaba una cajita de terciopelo del bolsillo. Lo había planeado todo.
– Emma, di algo -le susurro su hermana.
– No puedo…
– Pero acordamos hacerlo… Venga, vete hasta el escenario.
No podía moverse. Sus pies no le respondían.
– Emma… -le dijo Alex con suavidad.
– Bancarrota -le susurró Katie.
Era la palabra mágica, la que le hizo andar de nuevo. Despacio, se acercó a él con una dulce y falsa sonrisa en la boca. Cuando llegó al escenario, Alex le tomó la mano con galantería.
– ¿Te casarás conmigo? -repitió él mientras abría la cajita.
Ni siquiera miró el anillo, quería que ese momento pasara cuanto antes.
– Sí. Sí, me casaré contigo.
«Y después te mataré por esto», pensó.
Estaba segura de que él sabía exactamente cómo se sentía. Tomó el anillo y se lo puso. Después, mientras la multitud gritaba y aplaudía, él se inclinó sobre ella.
No podía creer que fuera a hacerlo, pero lo hizo. Intentó apartarse, pero él la abrazó y le susurró una orden al oído.
– Bésame.
Se dio cuenta de que no tenía otra opción. Cientos de personas los miraban y había mucho dinero en juego. Levantó la cabeza y lo vio sonreír. Decidió darle un beso rápido y ligero, pero en cuanto sus labios hicieron contacto, se despertó de repente un deseo que llevaba veinticuatro horas reprimiendo.
Los labios de Alex eran cálidos, firmes y dulces. Tenía que separarse, pero él la agarraba con fuerza. Estallaban fuegos artificiales en su cabeza, tan brillantes como los fiases de los fotógrafos que capturaban el momento. Se dejó llevar y relajó entre sus brazos, cerrando los ojos y abriéndose completamente a él.
Despacio, él aflojó los brazos y se retiró. La gente aplaudía entusiasmada, y Emma se dio cuenta de que iba a ser mucho más dificil de lo que pensaba cumplir su parte del acuerdo e intentar pensar en aquello como algo estrictamente profesional.
Alex no podía creerse lo fácil que había sido todo. Maxim había estado encantado de participar en la trama. A cambio de una importante donación para la fundación, lo arreglaron todo para que él se llevara el premio de la rifa, teniendo así oportunidad de declararse.
Acababa de dejar a Emma en su dúplex y llamó a Ryan desde la limusina.
– Tiene mi anillo en el dedo -anunció Alex en cuanto su socio descolgó.
– ¿Fue todo bien?
– Bueno, dijo que sí.
Eso era, al fin y al cabo, lo importante, lo que había que destacar de la velada, aunque el beso tampoco se había quedado corto. Le había sorprendido y había despertado un deseo en su interior que no esperaba sentir. Pero tenía que concentrarse en el anillo, que le aseguraba un acuerdo comercial excepcional.
– No sólo soy ya un niño bueno, sino que además soy un romántico.
Sabía que a Gunter le encantaría la buena publicidad, pero a él no le hacía ninguna gracia tener que ser célibe durante un tiempo.
– Bueno, me alegro de que hayas sido tú y no yo -repuso Ryan, riendo.
Sabía que el acuerdo le cortaba las alas. Alex oyó a alguien hablando al lado de Ryan.
– ¿No estás solo?
– ¿Tú qué crees?
Alex maldijo entre dientes.
– Piensa en los beneficios que sacas de esto y aguanta -le dijo Ryan.
– En eso estoy pensando.
Pero tampoco podía quitarse de la cabeza el beso de Emma. Le encantaba parecer dura y fría, pero sus labios la contradecían. Y había estado bellísima con su brillante vestido, mostrando gran parte de su suave y cremosa piel.
No había dejado de tocarla siempre que había tenido ocasión. Pero eso había sido un error, porque hacía que pensara en su cuerpo y en sus labios en vez de en el dinero. Yno podía seguir por ese camino, eso nunca debía pasar.
Oyó a una mujer reír al lado de Ryan.
– Anímate -le dijo su socio.
– Ya… -repuso Alex, colgando el teléfono.
Se temía que estaba a punto de enfrentarse a un matrimonio que iba a parecerle muy largo.
La mañana del lunes fue muy dura para Emma, igual que había sido la anterior.
Se maldecía por haberse dejado engatusar para participar en ese engaño con Alex. El acuerdo le había parecido demasiado bueno para ser verdad y había una razón para ello, era más duro de lo que había parecido en un principio. El arreglo les solucionaba muchas cosas económicamente, pero teniendo que pagar a cambio un alto precio personal.
Odiaba ser el centro de atención, pero se estaba dando cuenta de que iba a tener que soportarlo durante unos cuantos meses. Desesperada, salió de su despacho y bajó hasta el balneario del hotel por la escalera trasera.
– Emma -la llamó su hermana.
"Una vida prestada" отзывы
Отзывы читателей о книге "Una vida prestada". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Una vida prestada" друзьям в соцсетях.