– ¿Nos vamos? -preguntó Robert en tono afable.

Volvieron a los coches y regresaron a la casa. Pascale y Diana iban con John y hablaron animadamente de sus planes para «salvar» a Robert de la diablesa Gwen.

– ¿Por qué no le dais una oportunidad y esperáis hasta ver cómo actúa? -dijo John con sensatez, haciendo que las dos mujeres se pusieran furiosas. Se preguntó si no estarían algo celosas de Gwen, aunque no se hubiera atrevido ni a insinuarlo.

Lo único que dijeron era que estaban preocupadas por Robert y que tenían que protegerlo de alguien que, según ellas, no era digna de él. Se lo debían a Anne.

Al llegar a la casa se desearon buenas noches. Mandy ya había vuelto y estaba acostada. Pero Pascale, echada en la cama, no dejaba de pensar en la pesadilla que se les venía encima y se volvió hacia John con aire preocupado.

– ¿Y qué pasará con los paparazzi? -preguntó ansiosamente.

– ¿Qué pasará? -dijo él sin comprender.

No tenía ni idea de qué le hablaba. Parecía que la imaginación de su esposa se hubiera desbocado.

– No nos dejarán en paz, si esa mujer viene aquí. No volveremos a tener ni un segundo de paz durante el resto de las vacaciones.

Era una idea válida y algo en lo que ninguno de ellos había pensado.

– No creo que haya mucho que podamos hacer en ese sentido. Estoy seguro de que ella está acostumbrada y que sabrá cómo manejar la situación -dijo y no sonaba preocupado-. Debo admitir que estoy sorprendido de que la haya invitado a venir, especialmente con Diana y tú arremetiendo contra él -dijo, con aspecto divertido.

– No estábamos arremetiendo contra él -dijo Pascale, soltando chispas y con un aire muy francés-. Nos preocupamos por él. Es probable que no se quede más de un día, cuando vea la casa -dijo Pascale, esperanzada-. Puede que se marche, cuando se dé cuenta de que sabemos qué pretende. Robert puede ser un inocente, pero los demás no lo somos.

John se echó a reír al oírla.

– Pobre Robert. Si supiera la que le espera cuando ella llegue… Supongo que nunca nos acostumbraremos a la idea de que haya otra persona en su vida -dijo John, reflexivamente-. Cualquiera que no sea Anne nos parece una intromisión enorme. Pero él tiene derecho a hacer lo que quiera. Es un hombre adulto y necesita compañía femenina. No puede quedarse solo para siempre. Mira, Pascale, si le gusta esta chica, ¿por qué no? Es guapa, es joven. Él disfruta de su compañía. Podría ser peor.

En realidad, a él le parecía estupendo, más de lo que hubiera reconocido ante Pascale.

– ¿Estás loco? ¿Qué has bebido? ¿No sabes qué es? Es una actriz, una zorra, y tenemos que salvarlo de ella.

Era un punto de vista muy radical, por decirlo suavemente. Pascale sonaba como si fuera Juana de Arco iniciando una cruzada.

– Ya sé lo que piensas, pero me preguntaba si tenemos derecho a inmiscuirnos. Es posible que él sepa lo que hace. Y es posible que solo sean amigos y, si es más que eso, es posible que esté enamorado de ella. Pobre Robert. Lo compadezco.

Pero ¿hasta qué punto era posible compadecerlo? Una de las máximas estrellas de Hollywood venía a visitarlo. Aunque solo fuera por eso, no cabía duda que era mucho más emocionante de lo que había sido su vida con Anne.

– Yo también lo siento por él. Es un inocente. Y esa es, justamente, la razón por la que tenemos que protegerlo. Además, Mandy se horrorizaría si lo supiera.

– No creo que tengas que decírselo -dijo John, muy en serio-. Lo que Robert le diga a su hija sobre esa mujer es asunto suyo.

– De cualquier modo, acabará por descubrirlo -dijo Pascale en tono agorero-. Que se divierta un poco después de tocia la tristeza que ha sufrido por la pérdida de Anne. Además, es probable que solo se trate de eso, de pasar un buen rato. Más adelante, ya encontraremos alguien adecuado para él -concluyó tajante.

– Bueno, no es que lo esté haciendo mal, él sólito -le recordó John-. Diablos, es un monumento y una de las actrices más famosas del país.

– Precisamente -dijo Pascale, como si él hubiera probado que ella tenía razón-. Y esa es la razón por la que debemos protegerlo. No puede ser una buena persona, de ninguna manera, teniendo todo eso en cuenta -dijo Pascale enfáticamente.

– Pobre Robert -repitió John con una sonrisa.

Mientras se iba quedando dormido, acurrucado contra Pascale, John sabía que tenía que compadecerlo, pero, pese a los alarmantes augurios de Pascale, seguía pensando que no estaba nada mal.

Capítulo8

El resto de la semana fue pasando lentamente. Cenaban en casa o salían a cenar fuera, descansaban y tomaban el sol, nadaban y navegaban. Mandy se marchó el sábado, solo un día antes de lo planeado. Pese a todo, ella y su padre lo pasaron muy bien juntos. Él le había dicho, sin entrar en detalles, que iba a venir alguien a visitarlo a la semana siguiente y ella se alegró de que estuviera rodeado de amigos. Tenía intención de preguntarle quién era, pero con el jaleo de los preparativos para la marcha, se le olvidó. Dio por sentado que sería algún compañero de la judicatura y no se le ocurrió que pudiera ser una mujer y no un hombre.

El domingo por la noche, mientras Pascale y Diana preparaban la cena, había un ambiente de expectación por la llegada de Gwen al día siguiente. Robert no había dicho mucho más sobre ella, pero cuando la mencionaba, era evidente que tenía muchas ganas de verla. Pascale y Diana, y también hasta cierto punto John y Eric, seguían sintiendo curiosidad y desconfianza hacia ella. Pese a todas sus ideas preconcebidas, no estaban seguros de qué esperar.

Robert les parecía un niñito perdido en medio del bosque. No había tenido una cita en muchos años y, menos aún, con alguien como aquella mujer. Su mundo le era totalmente desconocido. Era famosa y sofisticada y llevaba una vida que desaprobaban, por principio. Como decía Pascale, no era «respetable», estaba divorciada y no tenía hijos, lo cual era señal, según ellas, de cierto egoísmo y egocentrismo. Era evidente que estaba totalmente dedicada a sí misma y a su carrera. Pascale no había podido tener hijos. Estaban seguras de que Gwen detestaba a los niños. Encontraban mil y una razones para odiarla, incluso antes de ponerle los ojos encima.

Gwen llamó el lunes por la mañana para decirle a Robert que llegaría en coche a la hora de almorzar. Estaban seguras de que aparecería en una limusina, probablemente con un chófer vestido de librea o algo igualmente absurdo. Habían hecho que Marius le arreglara la cama, en el dormitorio donde había dormido Mandy, pero no les hubiera importado que se rompiera otra vez. Eran como niñas en un campamento o en el internado, dispuestas a torturar a la nueva alumna.

Robert se duchó y vistió antes de que ella llegara, sin darse cuenta de nada. Vestía pantalones cortos blancos, camisa deportiva también blanca y sandalias marrones y tenía un aspecto muy atractivo. Era un hombre apuesto y con el bronceado tenía mejor aspecto que nunca; parecía más joven y sano que en muchos meses o incluso años.

Gwen había dicho que no la esperaran para almorzar; Robert dijo que él tampoco almorzaría y que la llevaría a comer a un bistrot en Saint-Tropez, si tenía hambre. Le parecía más cortés por su parte que desatenderla y almorzar con los demás. Pero les instó a que comieran sin él. Se mostraba tan tranquilo y amable como siempre, sin tener ni idea de lo resentidos que estaban con Gwen. De haber sospechado lo que la esperaba, nunca le hubiera pedido que fuera.


Pascale estaba preparando el almuerzo cuando oyó que llegaba un coche y miró por la ventana de la cocina, pero lo único que vio fue un diminuto Deux Chevaux y, a continuación, una bonita pelirroja que salía de él vestida con una minifalda vaquera, camiseta blanca y sandalias también blancas. Parecía muy corriente, pero, al mismo tiempo, lozana, sana y limpia. Llevaba el pelo recogido en una trenza y, por un momento, Pascale pensó que se parecía un poco a Mandy, solo que más bonita. Al principio, se preguntó quién sería y luego comprendió, con sobresalto, que era Gwen. No había ninguna limusina a la vista, ni chófer ni paparazzi. Gwen miró a su alrededor, mientras cogía una gran bolsa de paja y una única maleta pequeña.

Casi sin querer, Pascale le pidió a Marius que fuera a ayudarla. Mientras miraba cómo se dirigía hacia ella, vio que Robert salía de la casa. Debía de haber estado vigilando su llegada desde una ventana del piso de arriba, como un chaval que espera que llegue una amiga.

En cuanto vio a Robert, a Gwen se le iluminó la cara e incluso Pascale tuvo que admitir que tenía una sonrisa deslumbradora, una piel maravillosa y unas piernas espectaculares con la minifalda y las sandalias. Tenía un tipo extraordinario y parecía feliz y relajada con Robert mientras se encaminaban, lentamente, hacia la cocina. Al cabo de un momento, Pascale la tenía frente a ella y Robert se la presentaba, sonriendo orgulloso.

– Encantada de conocerte -mintió Pascale-. Hemos oído hablar mucho de ti.

– Yo también he oído hablar mucho de vosotros -dijo Gwen con simpatía-. Tú debes de ser Pascale. ¿Qué tal la casa?

Le estrechó la mano y no pareció darse cuenta de lo fría que era la recepción que le ofrecían. Era de trato fácil, nada afectada y, sorprendentemente, nada pretenciosa. Se había ofrecido para llevar su maleta arriba ella misma, pero Robert le había pedido a Marius que la llevara él. Entonces Gwen se ofreció para ayudar a Pascale y se dirigió directamente al fregadero. Se lavó las manos y pareció dar por sentado que iba a trabajar con Pascale.

– Yo… no… esto… está bien. No hace falta que me ayudes.

Así que Gwen se quedó allí, con Pascale y Robert. Él le estaba contando, animadamente, todo el trabajo que Pascale había hecho en la casa y lo confortable que la había dejado para todos ellos.

– Tendrían que pagarnos por estar aquí -dijo Robert con admiración, justo cuando John entraba en la cocina.

– Secundo esa moción -dijo John, mirando a la mujer y preguntándose quién podía ser y pensando para sí que, quienquiera que fuese, era increíblemente guapa.

Entonces vio la cara de su mujer y comprendió con quién estaba hablando. Al principio, no la había reconocido y lo que más le sorprendió fue que no esperaba que tuviera un aspecto tan humano, tan encantador, tan joven.

Ciertamente, no representaba los cuarenta y un años que tenía, pero Pascale se preguntaba si eso sería natural o si se habría «hecho algo». Llevaba muy poco maquillaje y parecía asombrosamente natural en todos los sentidos. Actuaba con sencillez, sin pretensiones, con una amabilidad y calidez naturales y su aspecto físico era fabuloso. Al mirarla atentamente, a John le resultó imposible ver en ella a la diablesa que su mujer le había descrito y hasta la propia Pascale parecía sorprendida e incómoda ante el evidente encanto de Gwen.

Diez minutos después, el almuerzo estaba en la mesa y aparecieron los Morrison, que se detuvieron en seco en cuanto vieron a la amiga de Robert. No se parecía en absoluto a lo que habían imaginado. Era mucho más bella y natural y, cuando habló con ellos, les pareció genuinamente cálida. Pero incluso así, Diana se dijo que era una actriz y que podía engañar a cualquiera.

Sin percibir ninguna de las malévolas ideas que tenían sobre ella, Gwen se sentó a la mesa con ellos, después de llevar varias bandejas desde la cocina. Se había incorporado al grupo directamente, ayudando a Pascale sin vacilaciones ni reservas. Robert le había ofrecido llevarla a almorzar a un restaurante, pero ella dijo que prefería quedarse con sus amigos. Dijo que Robert hablaba tanto de ellos que estaba muy contenta de conocerlos por fin. Al oír esto, Pascale y Diana cruzaron una mirada cómplice. Seguían convencidas de que, debajo de aquel exterior tan atractivo, se escondía una bruja.

Cuando se sentaron a almorzar, Robert le preguntó a Gwen qué tal le había ido en Antibes. Parecía estar muy cómodo con ella. Ella le contestó que lo había pasado bien, que había leído mucho y tomado mucho el sol. Comentó que estaba agotada cuando llegó.

– ¿Qué has leído? -preguntó, interesado, mientras los demás la observaban, fascinados y algo incómodos.

Había algo irreal en estar allí sentados, charlando con ella, después de haberla visto en la pantalla tantas veces. Gwen le dijo a Robert, contestando a su pregunta, que había leído una serie de novelas nuevas y muy buenas y le dio los títulos. Eran los mismos libros que Pascale y Diana acababan de leer.

– Siempre confío en sacar una película de las cosas que leo, pero no es fácil encontrar nada nuevo de calidad. La mayoría de los guiones son muy sosos y aburridos -dijo a modo de explicación.

Dijo que hacía poco que había trabajado en una película basada en una novela de Grisham y que le había encantado. Ni Pascale ni Diana querían reconocer que estaban impresionadas, pero la verdad es que sí lo estaban.