·No me hiciste daño -insistió ella con firmeza.

· -Pero algo te preocupaba -dijo él, con delicadeza-.

· Me gustaría que me lo contaras.

Por un momento pensó que Helena confiaría en él y su corazón se iluminó, pero entonces ella le sonrió y supo que se había cerrado a él una vez más. La sonrisa era su armadura.

– Lo único que me preocupa es el hecho de que ganaste… por el momento.

·Que yo sepa, sigues en el negocio.

– No me refiero al negocio. Me dijiste… que contigo disfrutaría mucho. Y lo hice -alzó su copa de vino-. Enhorabuena por tu victoria.

·¡Cállate! No hables así.

Antes se habría regocijado al oír esas palabras, pero ahora lo atormentaban. Ella dejó su copa y lo miró protegida por su armadura, aunque él enseguida cambió el tono para decirle:

– Entonces serás mi invitada en mi barco para la festa y después en mi casa para el banquete que celebraré.

– Bueno…

– Y si has aceptado la invitación de otra persona, puedes decirles que has cambiado de opinión.

·Así mejor, ahora ya vuelves a ser tú.

Estaba preocupado y ese sentimiento estaba empezando a serle familiar desde que se había levantado de la cama de Helena tras una unión que lo había desconcertado de un modo que no lograba entender.

Él estaba acostumbrado a hacer el amor únicamente con el cuerpo sin entregar su corazón. Por muy misteriosa que le pareciera una mujer, todo ese misterio desaparecía una vez que la había llevado a la cama y que después ella reaccionaba como todas, aferrándose a él, queriendo prolongar la relación y hablando de amor a un hombre que no quería oír esa palabra, que se aceptaba a admitir la realidad.

Pero Helena se había dado la vuelta, le había dejado marchar y se había mostrado indiferente, dejándolo embargado por unos pensamientos que nunca antes lo habían atormentado y de los que había intentando huir marchándose de la ciudad. Durante su ausencia, ella le había enviado la cabeza de cristal, pero no había hecho más intento de contactar con él. Estaba desconcertado. Helena había dicho que no tenía un corazón que entregar y él estaba empezando a preguntarse si sería verdad, aunque eso nunca antes le habría importado. -Mi familia desea conocerte. Después de todo, eres una de nosotros. Sí, entiendo por qué me lanzas esa mirada de desconfiada, pero hay muchos Veretti y no todos son tan malos como yo. Al menos dales la oportunidad de darte la bienvenida.

– Por supuesto. Estaré encantada de conocer a la familia de Antonio.

Se hizo el silencio. Ella se echó hacia atrás, cerró los ojos y disfrutó de la sensación del sol cayendo sobre su rostro mientras él la miraba preguntanclose en qué estaría pensando.


– Helena…

Lo miró a los ojos y descubrió que ambos compartían los mismos pensamientos. Tan intensa fue la experiencia que casi pudo sentir las manos de Salvatore en su cuerpo, tocándolo como nunca antes lo habían hecho, como ella nunca le había permitido a nadie acariciarla.

De pronto se sintió furiosa. ¿Cómo se atrevía él a hacer que el tiempo y la distancia desaparecieran y a llevarla a una nueva dimensión sólo con mirarla? ¿Pero uién se había creído que era?

– Helena…

·¿Sí? -preguntó ella fríamente.

Me gustaría… Me gustaría enseñarte mi barco y explicarte lo que ocurrirá durante la festa. ¿Te parece bien mañana?

– Me temo que tendrá que ser otro día. Espero unas visitas en la fábrica.

– Otro día, entonces.

Ella se levantó, le dirigió una brillante sonrisa y se marchó.

Salvatore la vio alejarse. Helena acababa de informarle de que ella haría el siguiente movimiento y que lo haría esperar.

Otra nueva experiencia.

Capítulo 8

UNOS días después, durante los que no hubo ningún acercamiento, Helena pasaba por el vestíbulo del hotel cuando el joven del mostrador de información la llamó

– Como se apuntó a la excursión a Larezzo, signora, he pensado que podría estar interesada en la excursión a Peronni. Saldrá en diez minutos.

– ¿Hoy es miércoles, verdad?

·Así es, ¿hay algún problema, signora?

Sabía que Salvatore siempre estaba en la fábrica los miércoles.

·No, en absoluto. Haré la excursión.

Tenía que admitir que la fábrica de Salvatore era impresionante. En un momento de la visita guiada vio a dos trabajadores dándose un codazo y mirándola. Salvatore se enteraría de que estaba allí en cuestión de minutos.

·Éste es el nuevo horno y ninguno de nuestros competidores tiene uno igual.

·Pero me atrevería a decir que Larezzo tendrá uno mañana -dijo una voz tras Helena, que se giró y vio allí a Salvatore-. ¿Haciendo espionaje industrial? -le preguntó tomándola del brazo-. Deberías habérmelo dicho y habría sido tu guía personal.

·Me parecía mejor hacerlo en secreto. Pensé que, si venía un miércoles, nunca te enterarías.

Pero a Salvatore no lo engañaba.

·Como agente secreto tienes mucho que aprender. Ven conmigo.

Durante las siguientes dos horas le mostró todas las partes de la fábrica a la vez que se lo explicaba todo en detalle sin miedo a que ella pudiera robarle sus secretos profesionales. Pero cuando Helena vio lo moderna que era la maquinaria lo entendió todo. Hacía años que no se invertía en Larezzo y la fábrica había sobrevivido porque su producto era mejor, pero necesitaba muchas mejoras y Salvatore sabía que no tenía nada que temer.

Sin embargo, Helena decidió que eso iba a cambiar. -Gracias. He aprendido mucho. Ahora debo irme y pensar.

– ¿Has encontrado alguna idea útil que robarme? -preguntó él con tono alegre.

·Las ideas que merezcan la pena robar estarán bien protegidas, ¿o es que crees que no lo sé? -comentó entre risas.

– No, yo nunca te subestimo.

– He visto una o dos que podría mejorar.

– ¿Sólo una o dos? Cena conmigo esta noche y me lo cuentas. Y dame tu número de móvil. Te estás convirtiendo en un personaje tan peligroso que voy a tener que tenerte vigilada.

·Lo mismo digo.

Intercambiaron los números y se citaron en el mismo restaurante de la última vez.

·Nos vemos allí -le dijo Helena-. Hay demasiados cotillas en el hotel.

·B i en.

– Me marcho ya.

– Me temo que tu grupo se ha marchado sin ti. Pediré una barca.

·No, ya que estoy en Murano me pasaré por mi fábrica para asegurarme de que no se ha hundido todavía dijo con sarcasmo.

Caminó la corta distancia que la separaba de Larezzo y se encontró con Emilio en su despacho.

– He tomado una decisión, pero primero tengo que hacer una llamada urgente y después te lo contaré todo.

Salvatore fue el primero en llegar al restaurante y ver que Helena se retrasaba, comenzó a sospechar. Al instante recibió un mensaje en el móvil: «Siento no por ir. El trabajo me reclama y estaré en mi despacho. Helena de Troya».

Contempló las palabras con una sonrisa, intrigado, concluyó que tenían un mensaje oculto.

Llamó a casa para asegurarse de que tenía su lancha motora preparada y corrió al palazzo. Diez minutos más tarde ya estaba llegando a Murano.

Había luz arriba y encontró la puerta trasera de la fábrica abierta. Una vez dentro fue hacia la habitación donde procedía la luz, pero algo lo hizo detenerse. Había un hombre hablando.

Se quedó de pie, entre las sombras, donde podía ver sin ser visto, y entonces apareció el propietario de esa voz.

Era un hombre joven, de no más de treinta años y tremendamente guapo.

·Vamos, cielo. No me lo pongas difícil.

– No te lo estoy poniendo difícil, Jack -se oyó a Helena decir entre risas-. Es sólo que no estoy acostumbrada a hacerlo de este modo.

– Entonces deja que te enseñe.

Vamos, hazlo como te he dicho antes. Pon los brazos sobre la cabeza y échate hacia atrás… así mejor.Aún estás demasiado vestida. ¿Puedes quitarte algo?

·No, esto es lo máximo a lo que estoy dispuesta a llegar. Vamos, date prisa y hazlo

– Pero si…

·Vamos, hazlo… así, sí… otra vez…

Salvatore se agarró con fuerza a la barandilla de la escalera, estaba furioso, pero entonces oyó el sonido de una máquina de fotos y a Jack diciendo:

– Genial, mírame…

·Ahora así.

·Sí, así. ¡Maravilloso!

·Me pregunto si… ¡ Salvatore!

Al verlo, Helena fue hacia él con los brazos extendidos y una sonrisa. Él la abrazó.

– Está bien, chicos, ya hemos terminado. Podéis iros-gritó Helena al fotógrafo y a los chicos de iluminación.

Llevaba un largo vestido blanco de seda con dos rajas a los lados y por lo que Salvatore podía ver, aunque no estaba del todo seguro, parecía que no tenía ropa interior.

– Asi que prefieres su compania antes que la mia, ¿eh? -le dijo Salvatore una vez estuvieron solos.

·No, pero voy a ganar dinero con esas fotos.

·¿En este lugar? -preguntó Salvatore mirando a la habitación, una estructura de madera sin la más mínima decoración.

– No van a mirar el lugar, sólo a mí -fue hacia una viga que iba del suelo al techo, se apoyó en ella y lentamente colocó sus brazos sobre la cabeza.

– Así -dijo-. Y así -alzó una rodilla para que la seda del vestido se abriera y dejara al descubierto la pierna más perfecta que él había visto en su vida.

– ¿Y cuánto pagarán por verte así? -preguntó Salvatore yendo a su lado y agarrándola por las muñecas.

– Espero que mucho.

El le echó las muñecas sobres sus hombros y la llevó hacia sí.

·¿De verdad no te importa que los hombres te miren por dinero?

·Son sólo fotografías. No me importa lo que piensen

·¿Y te importa lo que yo estoy pensando?

·Si estás pensando en lo correcto, no -le susurró.

·Quiero llevarte a la cama y hacerte el amor hasta que nos volvamos locos. Quiero que me hagas el amor para saber que soy el hombre que necesitas. ¿Te parece eso lo correcto?

– Oh, sí.

Ella lo rodeó con su pierna.

·Strega -Bruja.

– Claro que lo soy. Remuevo mi caldero todas las noches mientras preparo hechizos para atraerte.

Las manos de Salvatore encontraron las aberturas del vestido a los lados y subieron por sus piernas hasta llegar a un tanga de encaje extremadamente fino. La agarró por las caderas y con un movimiento rasgó la delicada tela de la prenda.

Ahora ya no había nada entre ella y sus dedos, que encontraron lo que buscaban, la cálida humedad que decía que estaba lista para él. Helena gimió.

·Ahora -le dijo con la respiración entrecortada-. No quiero esperar… ¡Ahora!

El se fue desprendiendo de ropa hasta quedar medio desnudo y se adentró en ella con un poderoso.y rápido movimiento que le produjo tanto placer a Helena que tuvo que agarrarse a él para no caerse; lo rodeó con sus piernas como si quisiera aferrarse a él para siempre.

Para siempre. No quería que ese momento acabara, un momento de puro placer que hacía que todo lo demás pareciera irrelevante. Y cuando los dos habían llegado al clímax, no le importó decir:

– No te atrevas a parar.

Había un sillón en el despacho contiguo. Salvatore la llevó en brazos hasta allí, donde terminaron de desnudarse el uno al otro.

Como si recordaran la última vez, las manos de Helena se dirigieron hacia los mismos lugares que podían volverle loco y, una vez allí, una especie de magia les indicó cómo acariciarlo y acariciarlo hasta hacerle perder el control.

Entró en ella con un poderoso movimiento que al instante se hizo menos intenso. La miró a la cara mientras se movía dentro de su cuerpo, con insistencia, pero delicadamente.

– Mírame -le susurró, y la vio abrir los ojos, asombrada-. Háblame. Háblame.

Pero Helena no podía hablar, sólo podía mirarlo, indefensa.

– Háblame -volvió a pedirle él.

Pero la excitación los envolvió y le hizo moverse más deprisa hasta que ella gritó y se abrazó a él como si no fuera a soltarlo jamas. Y el descubrió que deseaba que eso sucediera.

Cuando todo volvió a la calma, Salvatore apoyó la cabeza sobre ella, asombrado por lo que había pasado, por cómo lo había hechizado. Ella podía hacerle querer protegerla. Ella podía hacerle reír. Ella era la mujer más peligrosa que había conocido.

– Strega -volvió a murmurar.

– Te estás repitiendo mucho.

– Lo sé, pero es la palabra más adecuada. No tengo más que decir.

Helena se rió y suspiró y, al verla, al sentir su cuerpo vibrar contra el suyo, él estuvo a punto de perder el control y tomarla de nuevo.

– Me pregunto quién ha ganado esta vez -dijo ella mientras le acariciaba la cara.

«Tú», pensó él. «Has chasqueado los dedos y he venido corriendo porque me he pasado la última semana hechizado por ti, sin poder dormir por ti, furioso contigo porque aunque no estabas a mi lado, no podía apartarte de mí. La otra noche sucedió algo que no comprendo. Lo único que sé es que he estado esperando a que te decidas. Ahora parece que lo has hecho, pero aún no sé qué pasa por tu cabeza y eso me preocupa demasiado, aunque a ti no parece preocuparte nada. Sí, sin duda, has ganado tú».