Sin embargo, le respondió en voz alta:
– Digamos que es un empate.
Unos días después hablaron sobre el festival mientras cenaban en un pequeño restaurante cuyas pizzas eran de las mejores de Venecia.
– Mi secretaria te recogerá en el hotel. Las barcas zarpan desde San Marcos y después vamos a la Isla de Lido.Una vez que se ha lanzado el anillo al mar, desembarcamos y se celebra una pequeña ceremonia en la iglesia de San Nicolo.
·¿De verdad se lleva celebrando desde hace mil años?
– Desde hace más. La idea original era recordarle al mundo que la República de Venecia siempre estaría por encima de todo.
– Y tú sigues pensando que domináis el mundo, ¿verdad?
De eso no hay duda. Y si el mundo lo olvida, hay que recordárselo. Pero estábamos hablando del festival. Después hay fuegos artificiales, conciertos y la gente celebra cenas. Tú asistirás a la del palazzo Veren y tendrás una habitación preparada ya que espero que te quedes a pasar la noche. Cuando todo termine, será muy tarde como para que vuelvas al hotel.
– Claro, además, mi hotel está tan lejos, ¿verdad?comentó ella con ironía.
Él sonrió.
– Tienen muchas ganas de conocerte -le dijo a pesar de que en el fondo temía que la familia pudiera compartir la opinión de su abuela y llegar a insultarla, algo ante lo que él reaccionaría defendiéndola y revelando algo que aún no estaba preparado a afrontar.
– Seguro. ¿Ya tienen los misiles preparados? ¿Se los darás tú o ya se han abastecido ellos?
·No sé por qué hablas así.
·Mentiroso, sabes muy bien por qué hablo así -respondió ella con una sonrisa.
·Te malinterpreté una vez, pero eso forma parte del pasado.
·¿Quieres decir que le has contado a tu familia cómo son las cosas entre nosotros? ¿Cómo son… exactamente?-al ver el gesto de Salvatore, se echó a reír y añadió-: Perdona, no quiero meterme contigo, pero no puedo evitarlo. Bueno, sigue contándome qué pasará cuando me echen a los leones.
Él intentó describir a sus familiares y le contó que muchos de ellos se desplazarían desde otras zonas de Italia sólo para la ocasión.
– ¿Cuántos primos tienes?
– El número te asustaría, pero están fascinados contigo. Mi prima pequeña, Matilda, está obsesionada con el mundo de la moda y dice que está deseando conocer a una «celebridad de verdad».
– Pero creía que en tu familia hay mucha gente importante.
·Y así es, pero para Matilda tú eres una celebridad de verdad. Y no es la única que lo piensa. Desde que nos han visto juntos mis acciones se han disparado.
Helena le agarró las manos.
·¿Crees que te causo muchos problemas? ¿Debería irme? ¿Debería vender la fábrica y marcharme para siempre?
– ¿Lo dices en serio? -le preguntó él mirándolo fijamente a los ojos.
·No.
Mejor.
Salvatore no dijo nada más, pero tampoco le soltó la mano mientras contemplaron el sol ocultarse tras el agua del Gran Canal y desprendiendo un intenso brillo escarlata.
Pero ese brillo escarlata acabó desvaneciéndose y ese momento mágico protagonizado por el sol llegó a su fin.
·¿Tienes frío? -le preguntó Salvatore un instante después.
– Sí, no sé por qué, pero de pronto…
·Vamos.
La acompañó al hotel y cuando llegaron a la entrada vio a Clara, que los saludó con entusiasmo.
– Querida Helena. Esperaba encontrarte aquí…
– Yo me despido -dijo Salvatore apresuradamente-. Me pondré en contacto contigo para decirte cómo quedamos. Encantado de verla, condesa.
Y con esas palabras se marchó.
Helena invitó a la condesa a subir a su habitación, pero ella insistió en quedarse en el bar del hotel sugiriendo que su objetivo era que la vieran con la celebridad del momento.
Comenzaron su charla conversando sobre la fiesta de recaudación de fondos para el hospital.
·Aún me sorprende lo que Salvatore hizo en la subasta -dijo Helena.
Siempre puedes contar con que Salvatore dé mucho dinero, pero nada más.
– ¿Qué quieres decir con eso? Si ofrece mucho dinero, ¿no es eso lo que importa?
– Oh, sin duda. Y sí que da mucho dinero, no sólo a mi obra benéfica, sino a muchas otras. Pero nunca ha visitado el hospital, por ejemplo. Para él lo fácil es dar dinero. Tiene reputación de ser generoso sin dar nada de sí mismo.
Si bien Helena ya había tenido esa sensación una vez, se mostró algo molesta por el comentario.
– Pero la generosidad consiste en darle a la gente lo que más bien les hace. Si con su dinero se puede comprar un equipo que le salve la vida a un niño, pregúntale a la madre de ese niño si cambiaría eso por una visita de Salvatore al hospital.
·Bueno, lo defiendes con mucha pasión y espero que él lo aprecie.
·¡No se lo digas! No le gustaría nada.
·Claro que sí -dijo Carla riéndose-. Y tú eres muy sensata al guardártelo. Todas hemos estado un poco enamoradas de Salvatore, pero al final acabas superándolo.
·No tengo nada que superar. Sólo pensar en enamorarme de él me da ganas de reír.
– Eso es lo que dicen todas, pero muy pocas acaban riendo. No te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo.
– No hay ningún secreto y deja de intentar hacerme decir cosas que te den algo de que hablar.
Clara se rió.
– Es que no puedo creerme que haya conocido a la única mujer que es inmune a sus encantos.
– Pues créelo.
– Está bien, lo haré.
Clara se terminó su copa y se levantó.
·Ahora tengo que irme. Me ha encantado hablar contigo -dijo dándole un beso en la mejilla.
Arriba, en su habitación, Helena se dejó caer en la cama y miró al techo pintado.
Lo que Clara había dicho era una tontería. Estaba demasiado bien armada contra Salvatore como para sucumbir a la emoción. La abrasadora pasión que despertaba en ella era otra cosa distinta; no tenía nada que ver con el amor y se alegraba de poder separar las dos cosas.
Pero entonces recordó cómo le había molestado oír que difamaban a Salvatore, tanto como para salir en su defensa y hablar sin pensar. Había querido protegerlo. ¿Protegerlo? ¿Al hombre que estaba intentando arruinarla cuando no intentaba someterla a su pasión? ¿Estaba loca?… Tal vez.
Una vez fuera del hotel, Clara sacó su teléfono móvil y llamó al amigo que estaba esperando su llamada y que a su vez llamó a otros amigos haciendo que, en diez minutos, la noticia ya hubiera recorrida toda Ve necia.
– Acabo de hablar con ella -dijo- y es obvio que no sabe nada… No, en serio, cree que es un hombre de honor, pobre inocente. No, no le he dicho nada, esperaremos hasta que ella descubra lo que Salvatore ha hecho… Oh, Dios mío, ¡será un gran día! ¡Se va a armar una buena!
Capítulo 9
AHORA todo el mundo reclamaba a Helena de Troya y voló a Inglaterra para una sesión de fotos que ofrecía demasiado dinero como para rechazarla. A su regreso, le dio a cada trabajador una paga extra, y una especialmente generosa para Emilio, cuya lealtad había mantenido la fábrica a flote.
La única pega que veía era que Salvatore no podía celebrarlo con ella ya que había tenido que salir en viaje de negocios.
– Estoy deseando verte en la festa mañana -le dijo él cuando la llamó por teléfono-. Mi secretaria, Alicia, te irá a buscar.
Al día siguiente, Salvatore la esperaba junto a su barco, pintado en color oro y con remeros vestidos con ropa medieval. Ya estaba lleno de gente que ella supuso serían su familia y que la miraron con interés, especialmente los más jóvenes. Uno de ellos silbó.
– ¡Esos modales! -le reprendió Salvatore.
– Pero no pretendía faltarle al respeto -protestó el chico-. Sólo era un cumplido.
– No me ha molestado -dijo Helena riendo.
Pero el, enfado de Salvatore no pareció aplacarse. -Esta señora es nuestra invitada y la trataremos como se merece.
Le dio la mano para ayudarla a subir a bordo y la llevó hasta un asiento. Al verlo tenso, casi furioso, se quedó desconcertada y se preguntó si le preocuparía haberla invitado.
La música a lo lejos indicaba la llegada de la procesión que se dirigía al Bucintoro, el barco en que viajaría el alcalde de la ciudad y tras el que todos los barcos zarpáron.
– Esta es mi abuela -le dijo Salvatore-. Estaba deseando conocerte.
La mujer la observó y la saludó en veneciano y, cuando Helena respondió en la misma lengua, la signora no pareció muy contenta, como si le hubiera salido mal la jugada.
A ella la siguió una procesión de sobrinos, primos e hijos, tantos que Helena perdió la cuenta. Cuando terminó de saludarlos fue hacia la proa, desde donde podía contemplar la laguna mientras sentía el viento en su cabello. Al girar la vista vio a Salvatore, que la estaba observando y que al instante giró la cara para mirar al horizonte, como si quisiera ocultarle lo que estaba pensando.
– ¡Maldita sea! ¿Qué están haciendo aquí? -gritó Salvatore de pronto, al ver una lancha motora con fotógrafos.
– Lo que hacen siempre -comento un hombre mayor que tenía al lado-. La prensa local y la televisión siempre cubren la festa y en esta ocasión tienen algo especial en lo que centrarse -añadió a la vez que le guiñaba un ojo a Helena, que le devolvió el mismo gesto.
·Salvatore, preséntame a mi prima -dijo el hombre.
·No sois primos exactamente…
– Bueno, es un término que cubre muchos significados -respondió el hombre riéndose-. He venido hoy para ver a qué se debía tanto revuelo y me alegro de haberlo hecho. Ya que Salvatore no lo hace, me presentaré yo. Soy Lionello. Apreciaba mucho a su marido y le doy la bienvenida a la familia.
– ¡Mucho gusto en conocerle! -exclamó ella-. Antonio me habló de usted y de todas las travesuras que hicieron juntos.
El hombre, encantado, le presentó también a su esposa.
·Qué amable ha sido la familia al recibirme tan bien -le murmuró Helena a Salvatore.
·Bueno, parte de ella. Todas las mujeres que hay aquí te estrangularían con mucho gusto. Tal vez esto no haya sido tan buena idea.
– Tonterías, ¿qué puede pasarme si tú estás aquí para protegerme? -le preguntó riéndose.
La Isla de Lido podía verse en el horizonte. Pronto estaban acercándose a un extremo de ella, al punto donde se celebraría la ceremonia. Cuando todos los barcos estuvieron allí, el alcalde tomó el anillo y lo arrojó al mar diciendo:
– Ricevilo in pegno della sovranitá che voi e i successori vostri avrete perpetuamente sul mare.
– ¿Lo has entendido? -le preguntó Salvatore a Helena en voz baja.
– Ha dicho: «Recibe este anillo como muestra de soberanía sobre el mar que tú y tus sucesores tendréis eternamente».
Pero el alcalde tenía algo más que añadir:
– Lo sposasse lo mare si come l'omo sposa la dona per essere so signor.
– ¡Vaya! -dijo Helena.
·Supongo que eso lo has entendido también.
· -Oh, sí.
«Cásate con el mar como un hombre se casa con una mujer y pasa a ser su señor» -dijo Lionello-. Aunque estoy seguro de que Antonio nunca la trató como si fuera su señor.
– Ni siquiera lo intentó -respondió Helena mientras recordaba al esposo que había amado de un modo que la mayoría de la gente no entendería.
·Supongo que era usted la que estaba al mando -se atrevió a decir el hombre.
– Por supuesto. Ésas eran mis condiciones. Una sumisión completa por su parte.
Eso es porque es una mujer moderna. Yo siempre he insistido en ser el amo y señor en mi matrimonio.
– Anda, ven aquí, viejo tonto -le dijo su mujer.
Sí, querida. Ya voy, querida.
Cuando se habían ido, Helena miró a Salvatore, que le preguntó:
·¿Así que sumisión completa?
– Eso siempre lo has sabido.
Tal vez sí.
Ella sonrió, animándolo a compartir la broma, pero la sonrisa que Salvatore le devolvió fue algo forzada.
– Antonio tenía sentido del humor.
– ¿A la vez que se mostraba sumiso?
– No seas tonto. Nos turnábamos.Él siempre se reía y me gastaba bromas y al final yo normalmente acababa haciendo lo que él quería.
– ¿Normalmente?
– No siempre, pero sí muy a menudo. Me encantaba su actitud. ¿Sabes? Si más hombres se dieran cuenta de lo mucho que nos gusta a las mujeres reírnos…
·-¿Más hombres harían el payaso para complacerte? dijo él fríamente.
Ella suspiró y decidió dejarlo pasar. No había nada pudiera hacer para cambiar ese carácter.
La multitud comenzó a desembarcar en dirección a la iglesia y cuando la ceremonia comenzó, Helena miró a su alrededor y recordó lo que Antonio le había contado sobre momentos como ése.
– Los niños nos aburríamos y nos portábamos mal hasta que nos echaban de la iglesia y nos íbamos a jugar a la playa. Siempre fui un chico bastante malo.
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