Respiró hondo para controlar la voz antes de hablar.

– ¿Qué dijo esa adivina sobre mí?

– Que yo me sentía muy atraído por ti. No podía haber sido más certera. Y que el sentimiento era recíproco.

– Una adivina inteligente.

Él esbozó una sonrisa lenta y conquistadora. Santo cielo. ¿Qué no podía hacer con una sonrisa? Estaba impaciente por descubrir lo que era capaz de realizar con un beso. Le entregó la bolsa que llevaba.

– Te olvidaste esto en la tienda.

Él la aceptó y rió al ver el hipopótamo de peluche en el interior.

– Gracias. Aunque no me sorprende haberlo olvidado. La adivina me distrajo mucho -le indicó el reservado acogedor-. ¿Quieres sentarte? Riley asintió, luego, agradecida, se deslizó en el asiento curvo, ya que no sentía muy sólidas las piernas. Él se sentó a su lado y la rozó con el muslo, provocándole una sacudida de excitación. Mientras dejaba la bolsa que le había dado junto a los pies, ella observó la botella de vino que se enfriaba en una cubitera junto a la mesa y sonrió.

– ¿La gitana predijo que me gusta el vino blanco?

– De hecho, lo hizo. ¿Te sirvo una copa?

– Gracias.

Mientras servía dos copas, Riley tomó notas de los pros y los contras en su lista mental. En el lado positivo, era caballeroso y educado. Y había elegido un excelente chardonnay. Él la miraba como si fuera la mujer más deseable que jamás hubiera existido. Además de que hacía que sus hormonas femeninas no pararan de realizar triples saltos mortales. Por el lado negativo… nada, hasta el momento. Excelente.

– Por las predicciones que se hacen realidad -brindó él, entregándole una copa.

– Por las predicciones que se hacen realidad -convino Riley, entrechocando con suavidad la copa con la suya. Bebió un sorbo para enfriar el calor que la consumía.

Dejó la copa en la mesa y lo miró, quedando atrapada en su mirada. Sus ojos la llenaron de deseo. Y curiosidad. El corazón siguió un ritmo desbocado cuando él le enmarcó el rostro con las manos antes de inclinarse más.

– Hay cientos de cosas que quiero preguntarte, saber de ti -musitó con voz ronca-. Pero no puedo esperar más para esto…

Sus labios le rozaron la boca una, dos veces, caricias experimentales que la dejaron jadeando por más y afanándose por acercarse. Él le rodeó la cintura y la acercó; Riley le rodeó el cuello con los brazos. Su boca, su hermosa boca, se ladeó sobre la de ella, y con un suspiro hondo y placentero, abrió los labios y lo invitó a explorar más.

El sabor de él era delicioso. A hombre cálido y vino frío. Su lengua realizó una danza seductora y lenta, provocando una fricción deliciosa que le encendió todo el cuerpo. No hubo nada apresurado en el beso… de hecho, la devastó con su absoluta falta de prisa, como si tuviera la intención de tomarse horas para disfrutarla, descubrirla. Lentamente, le acarició la espalda, generándole una cascada de adorables temblores por la columna vertebral.

Ella introdujo la mano en la mata de pelo grueso y sedoso. Luego bajó los dedos por la columna fuerte del cuello para meterlos por el cuello de la camisa. El pulso de él latió con fuerza bajo sus dedos y le encantó que el beso le resultara igual de excitante que a ella.

Despacio, él se echó para atrás y puso fin al beso; Riley se obligó a abrir los ojos. La miraba con una expresión vidriosa que sabía que debía de ser reflejo de la suya propia.

– Vaya -musitó Riley con una voz que no reconoció.

– Lo mismo digo -convino él con tono trémulo-. Ha sido… No sé, creo que la palabra «increíble» no empieza a hacerle justicia -inclinó la cabeza y posó los labios en la piel delicada justo debajo de la oreja.

Ella se reclinó en el círculo de sus brazos y sonrió. Era evidente que sabía cómo besar.

– Tienes una boca preciosa. Y sabes cómo usarla.

– Gracias. Tú y tu boca preciosa me habéis inspirado.

– Y tú me inspiras a olvidar que prácticamente no sé nada de ti -así como estaba dispuesta a entregarse a su diablesa interior, no tenía intención de ser irresponsable-. Aunque estoy más que satisfecha de informar de que puedo incorporar que besas increíblemente bien a mi breve lista de lo que sé de ti, necesito saber más antes de llevar esto al siguiente estadio -apartándose para establecer algo de espacio entre ambos, tomó la copa y bebió otro sorbo de vino.

Él extendió las manos.

– Pregúntame lo que quieras. Soy un libro abierto.

– Un buen lugar por el que empezar, sería tu nombre -pidió con una sonrisa-. Y dónde vives, cómo te ganas la vida, si estás buscado por la ley. Ya sabes, lo básico.

Él rió.

– Nos saltamos esa parte, ¿verdad? Bueno, no hay orden de busca y captura. Vivo en Nueva York y trabajo para Prestige Residential Construction, que patrocinó la feria en la que conocí a Madame Omnividente.

– ¡Bromeas! Yo trabajo para Prestige aquí en Atlanta -sonrió sorprendida.

– El mundo es un pañuelo -manifestó con asombro complacido. Extendió la mano-. Me llamo Jackson Lange.

Riley se quedó de piedra. Luego sintió que su sonrisa se desvanecía poco a poco. Todo en su interior gritó un sentido «nooooo». Era imposible que ese hombre fuera el odiado Tiburón Lange.

– Oh, oh -la sonrisa de él se ladeó-. A juzgar por tu expresión, parece que mi reputación me ha precedido -alzó las manos en fingida rendición-. Todo es mentira. Soy un tipo agradable. Pregúntaselo a mi madre.

– No hace falta. Ya sé qué clase de tipo eres -se alejó de él y luego le dedicó una mirada gélida-. Yo soy Riley Addison.

De haber sido capaz de reír, lo habría hecho ante la expresión de incredulidad de él.

Jackson se pasó la mano por el pelo y la miró como si tuviera dos cabezas. El silencio se extendió entre los dos.

Finalmente, ella le preguntó:

– ¿Qué estás haciendo en Atlanta?

– Marcus me invitó a pasar el fin de semana. Quería que asistiera a la feria de hoy, que cenáramos mañana y que el lunes visitara las oficinas de Atlanta.

Riley suprimió un gemido. Si mañana iba a cenar con Marcus, eso significaba que iba a asistir a la reunión de la casa del lago. Lo que le faltaba.

Él volvió a mover la cabeza con aturdida incredulidad.

– No te pareces en nada a lo que había imaginado.

– Tampoco tú. Te imaginaba con una barriga de bebedor de cerveza, dientes amarillentos y pelos en la nariz y las orejas.

– Cielos, gracias. Aunque no puedo sentirme muy insultado, ya que yo te imaginé sin dientes, el pelo blanco recogido en un moño severo y afición por el tipo de zapatos que usan las vigilantes de prisiones -entrecerró los ojos-. Desde que empecé aquí me has hecho difícil el trabajo.

– ¿Y tú crees que has sido un encanto? Desde el día que entraste en Prestige, mis niveles de estrés han alcanzado cotas inimaginables.

– No habría sido así si hubieras cooperado, en vez de oponerte a mí en cada paso que daba.

– Estaría mucho más inclinada a cooperar si no realizaras demandas descabelladas y esperaras resultados instantáneos. Das la impresión de creer que debería enviarte un cheque en blanco de la empresa.

– Y tú pareces creer que puedo encabezar una nueva campaña de marketing para tentar a Elite Builders a negociar casi sin disponer de ningún recurso. ¿Eres siempre tan tacaña… o sólo conmigo?

– ¿Eres siempre tan exigente y arrogante… o sólo conmigo?

– Si soy exigente, es porque trabajo con muy poco dinero y con severos límites de tiempo.

– Igual que todos. Los demás funcionaban de forma agradable y educada. Nunca tuve problemas con Bob Wright, el anterior jefe de marketing.

– Yo no soy Bob Wright.

– Triste, pero cierto.

– Ni soy arrogante.

Ella soltó un bufido poco femenino.

– ¿No lo crees? ¿Cómo te describirías?

– Decidido. Ambicioso. Seguro.

– De acuerdo, lo que tú digas. Y a propósito, no soy tacaña. Soy fiscalmente responsable.

– Noooo. Yo creo que eres fiscalmente tacaña. Hay una diferencia. ¿Le echaste un vistazo a la hoja de cálculo que te envié ayer por correo electrónico?

– Sí. La respuesta es no.

– No a qué parte.

– A todo. Es ridículo pensar que aprobaría un presupuesto en el que lo único que has hecho ha sido duplicar todas las cifras del año pasado. Necesito informes y explicaciones detallados para esos aumentos. El presupuesto que desarrollé con Bob se mantiene.

– Eso es, sencillamente, inaceptable. Las necesidades del departamento han experimentado cambios drásticos. El presupuesto necesita reflejar eso. No puedes rechazar mi petición de antemano.

– Puedo y lo hago -se adelantó y lo miró con ojos centelleantes-. Te diré lo que haré… envíame una petición razonable, que no sea de un incremento del cien por cien, y le dedicaré el tiempo y la consideración que merece.

Él imitó el gesto y también adelantó el torso.

– Simplemente, dobla el presupuesto. Devolveré cualquier excedente.

Riley lo estudió, luego movió la cabeza.

– Lo qué de verdad asusta es que puedo ver que vas en serio.

– Sí. Eso no habría planteado ningún problema en mi antigua empresa.

– Entonces es una pena para todos que no te quedaras allí. Mi departamento no trabaja de esa manera.

– ¿No podemos alcanzar un compromiso respecto al presupuesto que ya te envié? No tengo tiempo para ahondar en las nimiedades de cada gasto proyectado hasta el último céntimo.

– Es una pena… para ti. No puedo establecer un compromiso con números nebulosos que te has sacado del sombrero. No estamos en un mercadillo en el que regateamos y nos ponemos de acuerdo en algún punto intermedio. Necesito cantidades exactas y justificadas.

– Y yo necesito un aumento de presupuesto. Hace cinco minutos.

– Hablando de cinco minutos atrás; es cuando debería haberme ido.

Se deslizó hacia el extremo del asiento curvo, pero se detuvo cuando él posó la mano en su antebrazo.

– Riley, espera.

Apretó los dientes con irritación al sentir que la recorría un hormigueo cálido. Ese hombre era Jackson Lange, y eso cancelaba cualquier cosa positiva que pudiera tener. Por desgracia, sus hormonas no habían recibido el mensaje.

– ¿Esperar qué? -inquirió-. Ya tienes mi respuesta. Además, oficialmente estoy fuera de servicio. Las horas de oficina empiezan a las nueve de la mañana del lunes. No quiero hablar de trabajo hasta entonces.

– Pues no lo hagamos.

Algo en su voz la inmovilizó y lo miró con cautela. Él la observaba con una expresión que no podía descifrar.

– ¿De qué otra cosa podemos hablar? -preguntó despacio, sintiendo como si se moviera por un, campo de minas.

– De cualquier cosa. No nos faltaban temas de conversación antes de presentarnos.

– Es cierto. Y eso fue porque no nos habíamos presentado. Si hubiera sabido que eras Jackson Lange, créeme, tu lectura de la palma de la mano habría sido bien distinta.

Algo parecido a una chispa de diversión se encendió en los ojos de él.

– Sí, puedo imaginar qué clase de futuro espantoso me habrías predicho. No obstante, no puedes negar que hasta hace unos momentos, realmente nos llevábamos bien.

– Físicamente, supongo que sí -la obligó a reconocer su conciencia.

– ¿Lo supones? No hay nada de suposiciones al respecto. Tú sentiste la misma chispa que yo.

– Bien. La sentí. En pasado.

– No estoy de acuerdo.

– No me sorprende, ya que hemos estado en desacuerdo desde el primer día.

– Esto no tiene nada que ver con el trabajo -la miró-. Bueno, ¿qué hacemos ahora?

Ella enarcó las cejas.

– ¿Ahora? ¿Bromeas? Yo me largo de aquí.

– ¿De modo que no quieres comprobar adonde conduciría ese beso?

Eso la frenó en seco y le hizo maldecir la suerte que había hecho que ese hombre resultara ser Jackson Lange. Claro que quería saber adonde habría conducidos el beso… pero no con él.

No obstante, preguntó:

– ¿Doy por hecho que tú lo quieres saber?

Él clavó la vista en sus labios y Riley sintió como si fuera una caricia encendida.

– Sí, quiero. Me siento confuso, pero no puedo negar que me gustaría saber adonde conduciría -pudo ver por su expresión que ella pensaba que no estaba siendo sincero, y añadió-: Sin importar todo lo demás que puedas pensar de mí, no soy un mentiroso. Me sentí atraído por ti en cuanto te vi. Aunque deseara lo contrario, me sigues gustando. Mi mente sabe que eres Riley Addison. Enemiga Pública Número Uno, pero me temo que mi cuerpo aún no lo ha asimilado.

Ella parpadeó. Las palabras eran casi un reflejo exacto de lo que ella pensaba. Supuso que también debía aportar su grado de sinceridad. Respiró hondo.

– Escucha. Sé exactamente adonde nos llevaría ese beso. Al desastre.

– ¿Por qué?

– ¿Necesitas preguntarlo? Somos como aceite y agua. Trabajamos para la misma empresa. En departamentos antagónicos. No nos gustamos. Como sé muy bien que lo sabes, tienes fama de ser un tiburón y, con franqueza, es un rasgo que no admiro. Una mayor intimidad haría que una relación laboral ya difícil se convirtiera en algo imposible.