– ¿Y qué ocurrió?

– Se puso a gritar -el dolor oscureció sus ojos-. No me pegó pero, en cierto sentido, fue peor. Me dijo que era una inútil y que se arrepentía de haberse casado conmigo, pero que lo soportaría porque era lo que debía hacer. Y ya nunca volví a sentirme fuerte.

Tanner sentía que iba cediendo su enfado.

– ¿Estaba enamorada de él?

– No -susurró, como si temiera que Christopher pudiera oírla-. Al principio pensé que sí, pero no me duró mucho tiempo. Me asustaba. Yo intentaba que no se diera cuenta, pero supongo que se lo imaginaba. Al cabo de un tiempo, decidí ignorarlo y vivir mi propia vida.

– ¿Y fue entonces cuando empezó a trabajar con los niños?

Asomó a sus labios una sonrisa.

– Sí, fue con ellos.

– ¿Se alegró de divorciarse?

– Sí -contestó con fiereza-. Me arrepiento de haberme casado con él y de haberme creído sus mentiras. Ya no lo odio. Odiarlo supone demasiada energía y esfuerzos y me niego a perder el tiempo con él. Sencillamente, quiero que salga para siempre de mi vida.

– ¿Le ha escrito alguna vez a Christopher pidiéndole que le permita volver a su lado?

– No.

Contestó sin vacilar pero, en realidad, Tanner ya sabía la verdad. Quizá siempre la hubiera sabido. Su reacción a aquellas cartas había sido visceral, como si alguien a quien quisiera lo hubiera traicionado. Y había sido lo inesperado de aquel sentimiento lo que le había hecho reaccionar.

– Lo siento -se disculpó.

– No tiene por qué. Me ha salvado la vida. Él iba a matarme, ¿sabe? Creo que lleva mucho tiempo queriendo hacerlo. Jamás me ha perdonado lo de esa familia.

– ¿Qué familia?

– La que llevé a casa -sacudió la cabeza y sonrió-. La familia Middlewood. Recuerdo que pensé que era un nombre muy británico, pero en realidad era una familia de Mississippi. Jenny había nacido sin algunos huesos en la cara y yo conseguí que la citaran para una operación. Pero surgió un problema con el alojamiento, era un fin de semana de vacaciones y no tenían dónde ir, así que me los llevé a mi casa. Christopher se puso furioso. Empezó a gritar de tal manera que agarré a toda la familia y al final nos alojamos en un hotel de San Bernardino. Pensé que iba a matarnos.

Se quedó mirándolo fijamente.

– Entonces comprendí que todo había terminado. Que nuestro matrimonio estaba muerto y que si no me iba, terminaría muriendo yo también. Entonces no pensaba que pudiera matarme físicamente, pero sabía que me iría debilitando hasta hacerme desaparecer. Yo no escribí esas cartas.

– Lo sé.

– Yo sólo quiero vivir mi vida, sin él. Con mis niños… -volvió a sonreír-. Son geniales. Dulces, fuertes y decididos. No les preocupa la operación ni tampoco la fase de recuperación. Nunca se quejan del dolor. Lo único que quieren es ser normales y yo puedo ayudarlos a conseguirlo. Y cuanto más trabajo con esos niños, más fuerte me siento.

Sus palabras lo avergonzaron. Madison era todo lo que decía ser y él estaba demasiado concentrado en su propio dolor como para advertirlo. Había abusado de la posición que ocupaba en su vida. A su manera, no era mejor que Hilliard.

– ¿Por qué la preocupa tanto ser fuerte?

– Porque tengo que ser fuerte. Nunca he querido ser una inútil, ni frágil, ni loca.

– Usted no está loca.

– Pero siempre está ahí el miedo a volverme loca algún día. Acechando, respirando como una enorme bestia a mis espaldas. Me llama, pero yo no le hago caso. Ignoro sus susurros.

– ¿Qué susurros?

– Los que me dicen que soy como mi madre. Que yo también estoy loca.

– Su madre murió hace mucho tiempo. ¿Qué tiene que ver con todo esto?

– Era una mujer débil -susurró Madison-. Estaba loca. Desaparecía de casa durante largos períodos de tiempo. A mí me decían que se había ido a descansar. Cuando era pequeña, solía preguntarme por qué mi madre estaba siempre tan cansada y con el tiempo, comprendí que me ocultaban la verdad. Estaba encerrada en un psiquiátrico.

– No tenía por qué haberme contado eso -dijo Tanner, arrepintiéndose de haber preguntado.

– Era tan hermosa… -comentó Madison como si no lo hubiera oído-. Todo el mundo lo decía. También decían que me parezco a ella, pero no es cierto. Cuando estaba en casa y se encontraba bien, jugaba conmigo, me vestía, me peinaba… Pero cuando estaba enferma… -Madison cerró la mano en un puño-. Entonces aprendí a alejarme de ella. Estaba tan callada, tan quieta que me asustaba. Era como si estuviera intentando desaparecer -bajó la mirada hacia su regazo-. Al final de su vida, estaba más contenta de lo que la había visto nunca. Por eso fue tan horrible su muerte. Mi madre era feliz. Fuimos juntas al cine, algo que no habíamos hecho nunca. Los médicos tenían esperanzas y mi padre habló de tomarnos unas vacaciones. Pero una tarde, cuando llegué a casa al salir del instituto, lo encontré todo lleno de sangre. Mi madre había muerto. Siempre he pensado que esa era la razón por la que estaba tan contenta. Porque por fin había comprendido lo que debía hacer.

– Déjelo ya.

– Christopher solía decir que yo era como ella. Que era débil, y que con el tiempo, terminaría suicidándome. Yo le decía que no era verdad, pero a veces lo dudaba.

Tanner se levantó y la ayudó a levantarse a ella también. Madison tenía problemas para mantener el equilibrio, así que la hizo recostarse contra él y la rodeó con sus brazos.

– Lo siento -susurró contra su pelo-. Siento estar haciendo esto. Debería haberla creído desde un principio.

– Estaba enfadado -respondió Madison-. Pero ya no.

Tanner se inclinó y la levantó en brazos. Madison se relajó inmediatamente contra él.

Durante el corto trayecto a la habitación, Madison no dijo nada. Tanner la dejó en la cama y le apartó el pelo de la cara.

– Ahora debería dormir -le dijo-. Intente descansar. Dentro de un par de horas, habrá desaparecido el efecto de la droga y se sentirá mucho mejor.

Antes de que hubiera podido marcharse, Madison le agarró la mano.

– Me gustaría haber muerto yo en lugar de su amigo.

Le soltó la mano y cerró los ojos. Tanner se acercó a la puerta, donde permaneció observándola durante algunos minutos. La había rescatado y la estaba protegiendo de su marido, pero eso no justificaba lo que había hecho. Y lo peor de todo era que ni todos los arrepentimientos del mundo servían para dar marcha atrás.

Capítulo 9

Madison se despertó con la sensación de haber perdido la noción del tiempo. La habitación estaba a oscuras, de modo que sabía que había perdido la mayor parte de la tarde, pero no sabía las horas que había pasado durmiendo. Era como si tuviera un enorme agujero negro en la memoria.

Se sentó en la cama y se hizo una serie de preguntas. Sí, sabía quién era y dónde estaba, pero entonces, ¿a qué se debía aquella sensación de que había ocurrido algo malo?

No encontró ninguna respuesta. Se levantó lentamente, tambaleándose un poco. La habían… Y entonces recuperó la memoria. No del todo, sólo lo suficiente como para recordar que había tenido una discusión con Tanner. Estaba enfadado y ella no quería que la drogara. Pero no recordaba nada de lo que había pasado. Y peor aún, no recordaba nada de lo que le había dicho.

Se llevó la mano a la frente. Tenía la sensación de haber sido violada mentalmente.

Salió de la habitación y comenzó a caminar por el pasillo. Tanner estaba sentado en la cocina con una taza de café frente a él. Cuando la oyó llegar, alzó la mirada.

– ¿Cómo se encuentra?

– No recuerdo nada de lo que ha pasado.

– Es normal.

– ¿Pero recuperaré la memoria?

– No.

Así que aquel vacío sería permanente.

– Tiene que comer algo -le aconsejó Tanner-. La comida la ayudará a eliminar las drogas de su cuerpo.

Madison escrutó su rostro, buscando en él alguna pista que pudiera indicarle lo que había pasado. Pero no encontró nada.

– Prepararé una sopa y unas tostadas. No puede comer nada más fuerte.

Lo dijo sin mirarla, procurando evitar sus ojos. Si se hubiera tratado de cualquier otra persona, Madison habría dicho que se sentía culpable.

– ¿Qué me ha hecho? -le preguntó-. ¿Por qué ahora tengo miedo?

Tanner se levantó y la miró.

– Es por el efecto de las drogas. Durante algunos días estará nerviosa.

– No. Es por usted -se obligaba a respirar lentamente-. ¿Ha averiguado lo que necesitaba saber?

Tanner asintió.

– ¿Me ha preguntado más de lo que debería?

– Ha hablado más de lo que debía.

Madison se obligó a permanecer donde estaba cuando se dio cuenta de que lo que en realidad quería era retroceder y alejarse de él. ¿Qué habría dicho? ¿Qué secretos habría compartido con él?

– ¿Usted ha intentado impedírmelo? -le preguntó.

Tanner se volvió hacia la cocina.

– Salga al patio, le llevaré algo de comer.

Madison deseaba salir corriendo de aquella casa y no volver nunca más. Pero sabía que no podría ir a ninguna parte sin el permiso de Tanner.

Tanner preparó sopa y unas tostadas, tal como había prometido. Colocó todo en una bandeja junto con una taza de té y lo llevó fuera.

Madison estaba sentada a oscuras, al lado de la mesa del jardín. Aunque había luz en el jardín, ni siquiera había intentado encenderla. El sol se había puesto hacía más de una hora, pero todavía hacía calor.

Madison no alzó la mirada ni hizo ningún gesto que indicara que era consciente de su presencia. Tanner sentía su desaprobación, al igual que su propia culpa.

– Lo siento -le dijo, mientras colocaba la bandeja frente a ella-. Estaba enfadado por lo de Kelly y lo pagué con usted.

– Confiaba en usted.

– Lo sé.

– Y ha traicionado mi confianza.

– Sí, pero tiene que comer -empujó la bandeja hacia ella-. Se encontrará mejor.

– ¿Y por qué voy a tener que hacerle caso?

– Porque soy lo único que le queda ahora mismo.

Por fin lo miró. E incluso en medio de aquella oscuridad, Tanner pudo distinguir el dolor de su expresión.

– Vaya, eso dice muy poco a favor de mi vida.

– Madison… -la tuteó.

– Váyase.

Probablemente debería haberse ido, pero no pudo. En cambio, se sentó frente a ella y se reclinó en la silla.

– A lo mejor has notado que tengo ciertos prejuicios en contra de las mujeres ricas.

– No, ¿de verdad?

– Ahora sí sé que estás mintiendo.

Madison se encogió de hombros y alargó la mano hacia el té.

– Pero tengo una buena razón para ello -continuó diciendo Tanner, a pesar de que Madison hacía todo lo posible por ignorarlo-. Crecí en un barrio de Los Ángeles, a unos veinte kilómetros de aquí. Prácticamente, era el único niño angloamericano de mi clase y de mi barrio. Mi madre murió de una sobredosis cuando yo tenía cinco años y nunca he conocido a mi padre. Me crió mi abuela, una mujer muy religiosa que vivía atemorizándome porque podía perder mi alma.

Sonrió al pensar en aquella sorprendente mujer.

– Pero no pudo evitar que me uniera a una banda a los doce años y me arrestaran más veces de las que éramos capaces de contar. Cuando cumplí dieciocho años, había pasado más de tres en centros de menores y en la cárcel. No esperaba llegar a cumplir veintiún años. La vida en esas bandas es dura y peligrosa. Pero mi abuela estaba decidida a convertirme en una de las raras excepciones que lo conseguían. Insistía en que fuera a la iglesia un par de veces a la semana con ella cuando no estaba encerrado y jamás dejó de rezar por mi alma.

Madison lo miraba sin decir nada. Tanner se decía a sí mismo que su silencio era una buena señal. Normalmente, él no hablaba de su pasado con nadie, pero sabía que le debía algo a Madison.

– Me suplicaba que dejara la banda, que buscara otro objetivo, algo que pudiera proporcionarme un futuro. Dos semanas antes de que cumpliera dieciocho años, Nana fue fatalmente herida en medio de un tiroteo. Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Y yo ni siquiera podía vengarme porque el chico que la había disparado era de mi propia banda. Cuando me enteré de lo que había pasado, lo único que pude hacer fue sostenerle la mano mientras ella se desangraba lentamente.

– Lo siento.

– Yo también. Ella era… -vaciló un instante, como si estuviera pensando qué decir-. Es la única persona a la que realmente he querido y la única que me ha querido de verdad. Le dije que intentaría hacer las cosas bien, pero no sabía cómo. No podía matar a alguien que era de mi propia banda, aunque estaba deseando vengar su muerte. Ella me dijo que me olvidara de la banda y de las calles, que me marchara. El mismo día de su muerte, me alisté en el ejército.

– Y parece que las cosas han salido tal y como ella quería.