– Quizá porque no quiere. Tú misma me dijiste que no le gusta complicarse la vida.

Madison asintió.

– Si fuera capaz de ver a Christopher como lo que es, todo cambiaría. Pasé toda una época de mi vida deseando hacer feliz a mi padre. Incluso estudié matemáticas y física durante los primeros años de universidad, pero él ni siquiera se dio cuenta. Al final, dejé de intentarlo.

– ¿Querías participar en el negocio de la familia?

– No lo sé. En realidad no era una opción. Mi padre siempre ha creído que soy como mi madre.

– Y si Hilliard continúa alimentando la historia de que tienes alguna debilidad mental, jamás podrá creerse que estás bien.

– Exacto.

– Pero quizá las cosas cambien.

– Quizás. Yo podría… -en ese momento apareció un nuevo mensaje en su buzón-. A lo mejor es otra noticia sobre la fusión.

Marcó el mensaje y se sorprendió al ver que era de Christopher. Inmediatamente sintió frío y el miedo se transformó en un nudo en la boca de su estómago. Tanner se levantó, agarró la silla más cercana y se sentó a su lado, dispuesto a ayudarla.

– Adelante, estoy contigo.

Madison abrió el mensaje.

“Madison, sé que piensas que todo esto es un truco, pero tu padre está muy enfermo. El problema es que está empeorando su corazón. Ésa es la razón por la que por fin se ha mostrado de acuerdo en fundir las empresas. Quiere que lo hagamos antes de que sea demasiado tarde. No sabes lo preocupado que está por ti. Tu ausencia lo está matando. Si no me crees, ponte en contacto con su médico y pregúntale por su última cita. Me parece bien todo lo que puedas pensar de mí, pero tienes que ver a tu padre. Es posible que no te quede mucho tiempo.”

– Es muy bueno -reconoció Tanner.

Madison no podía hablar. Se le había secado la boca y apenas podía respirar.

– No… no es cierto, ¿verdad? -preguntó en un susurro.

– Sabes que no. Tu padre está bajo vigilancia y sabemos que no ha ido al médico. Hilliard está jugando sucio.

– Quiero creerte, Tanner.

– ¿Cómo puedo convencerte, Madison? ¿Quieres que consiga una copia de sus informes médicos?

– ¿Podrías hacerlo?

– Claro. Me llevará un día o dos, pero lo conseguiré. No dejes que todo esto te afecte, Madison. Forma parte de su juego.

– Lo sé y no quiero preocuparme, pero no puedo evitarlo. Mi padre es la única familia que tengo. Si le ocurriera algo…

– No le sucederá nada, te lo prometo. Conseguiré esos informes. ¿Y qué más puedo hacer para que te quedes tranquila?

Madison quería pedirle que le permitiera ver a su padre, pero sabía que sería un error que los pondría a los dos en peligro. Sabía además que aunque lo viera, no podría decirle la verdad. Aquella rocambolesca historia sólo serviría para confirmar los peores temores de su padre sobre su salud mental.

– Ya has hecho mucho por tranquilizarme.

– Puedo hacer más.

– No, de verdad, ponte a trabajar.

Se inclinó hacia él para darle un beso antes de que Tanner se acercara su ordenador. Inmediatamente volvió a prestar atención a la pantalla, pero en vez de ver en ella las letras del ordenador, vio el rostro de Tanner ofreciéndole cualquier cosa que pudiera necesitar para tranquilizarse.

Era un buen hombre. Jamás había conocido a nadie como él. Pertenecían a mundos muy diferentes, pero parecían llevarse muy bien en aquellas circunstancias.

Pero, ¿qué sucedería después?, se preguntó. Cuando atraparan a Christopher, ¿volvería Tanner a su vida y ella a la suya? Madison sabía que jamás podría olvidarlo, que Tanner le había hecho cambiar para bien. Se sentía más fuerte después de haberlo conocido. Aquel hombre había sabido llegarle al corazón.

¿Y quería algo más de él? Poco importaba la respuesta. Conociéndolo como lo conocía, comprendía que Tanner siempre viviría en la sombra. Un hombre como él necesitaba una buena razón para salir a la luz. Y no sabía si ella era una razón suficientemente buena.

Capítulo 16

Tanner se despertó a causa de un pitido suave, pero insistente. Tardó un par de segundos en ubicarse y orientarse, pero cuando lo hizo se dio cuenta de que se había quedado dormido en el sofá de la sala de control. No era muy inteligente por su parte, pensó mientras se levantaba y se estiraba para desentumecer los músculos. Pero había querido estar lejos del dormitorio para evitar la tentación de reunirse con ella en su cama. Sabía que su relación era temporal y no tenía ningún sentido acostumbrarse a nada. Así que había decidido quedarse en el sofá y sus doloridos músculos estaban sufriendo las consecuencias.

Siguió la dirección de aquel insistente pitido y sonrió de oreja a oreja.

– ¡Genial!

Su programa de descodificación estaba empezando a funcionar: había conseguido acceder al ordenador portátil de Hilliard. Tenía todos y cada uno de sus ficheros a su disposición.

Pero antes de sentarse a descubrir los trapos sucios de aquel tipo, fue a la cocina a prepararse un café. Mientras el agua atravesaba lentamente el filtro de la cafetera, miró el reloj. Eran las cuatro y cuarto. Taza en mano, regresó a la sala de control y comenzó a descargar la información. En menos de una hora, tenía los datos básicos sobre los componentes del dispositivo y un calendario de pagos. El último, quince millones de dólares, encajaba perfectamente con el secuestro de Madison.

– ¿Qué estás haciendo?

Tanner alzó la mirada y vio a Madison medio dormida en el marco de la puerta. Llevaba un pijama enorme, tenía el pelo revuelto y estaba preciosa.

– Hemos conseguido descifrar su código -contestó, haciéndole un gesto para que se acercara.

– ¿De verdad?

– Sí, ven a echarle un vistazo.

Madison se acercó a él y Tanner la sentó en su regazo.

– Aquí tenemos las diferentes fechas de los pagos.

– ¿De dónde habrá sacado tanto dinero? El primer pago era de veinte millones.

– Vendiendo inmuebles de la compañía.

Madison leyó la información que aparecía en la pantalla.

– ¿Vendió el edificio de Tucson y después se quedó con todo el dinero? Eso no puede ser legal.

– Supongo que no. Para el segundo pago, vendió parte de sus acciones y un Monet.

Madison gimió y apoyó la cabeza en el hombro de Tanner.

– No, el Monet no -alzó la mano-. Lo sé, lo sé. Hay mucha gente que apenas puede pagar su hipoteca y yo me quejo por un Monet. Pero es que me encantaba ese cuadro. Dios mío, ¿te he dicho alguna vez que tengo un pésimo gusto para los hombres?

– En realidad sólo te has equivocado una vez.

– Pero fue una equivocación terrible.

– Eso es cierto -le dio un beso en la mejilla-. ¿Qué te ha despertado?

– El olor a café. Nunca he podido resistirlo -respondió ella.

Tanner le tendió la taza.

– Ya tengo el nombre de su contacto -dijo, señalando la pantalla-. Stanislav. Pero no tengo nada más. Y no será fácil localizarlo.

– Y menos ahora que Christopher está a punto de hacer el último pago.

– No te preocupes. Lo atraparemos.

– ¿Cómo?

– Ahora estoy trabajando en eso. Entre la fusión y la presentación del dispositivo, Hilliard va a tener que pasar unos días durante los que va a ser una persona bastante destacada. Tenemos que utilizar eso a nuestro favor. Tengo algunos amigos en el gobierno. Ahora que disponemos de los datos de Hilliard, puedo hacer algunas llamadas telefónicas para ver si se puede hacer algo al respecto. Al gobierno de Estados Unidos no le va a hacer mucha gracia que una de las empresas con las que trabaja el ejército le esté comprando tecnología a la mafia rusa.

– Sí, parece un buen plan -le devolvió la taza-, pero tengo una pregunta más. Si Christopher ha conseguido que mi padre le venda la empresa y ya tiene todo el dinero que necesita, ¿por qué está intentando hacerme salir a la luz diciendo que mi padre está enfermo?

– Tiene miedo de lo que puedas haber averiguado. Además, es probable que Blaine quiera verte. Christopher no va a poder mantenerte distanciada de tu padre eternamente.

– Supongo que no. Pero a veces creo que quiere que salga para demostrarme que es capaz de hacerlo.

A Tanner no le gustó ver el miedo que reflejaba su mirada.

– Te mantendré a salvo.

– Por ahora. Pero no puedes dedicarte a mí a tiempo completo. Con el tiempo, tendré que volver al mundo real, ¿y entonces qué?

– Entonces ya lo habremos atrapado -afirmó Tanner.

– ¿Estás seguro?

Tanner no contestó porque no tenía la respuesta que Madison deseaba. En su trabajo no había garantías.


Christopher conducía en el interior de un aparcamiento situado al lado de un edificio de oficinas. Siguiendo las flechas, subió hasta al segundo piso y desde allí se dirigió hacia la zona este del garaje. Después de aparcar, apagó el motor y esperó. Menos de diez segundos después, apareció otro coche al lado del suyo y salió Stanislav.

Christopher abrió la puerta y sonrió.

– Tengo el dinero. Hasta el último penique -había vendido sus acciones esa misma mañana.

– Estupendo. Es importante que pagues lo que debes. Admito que estaba preocupado. No me gusta que la gente me decepcione.

Christopher ignoró la amenaza velada de sus palabras. Ya no le importaba. Tenía el dinero y a cambio recibiría los componentes finales. Se acercó al maletero del coche y lo abrió. En su interior había un maletín de cuero negro.

– Quince millones -dijo.

Stanislav llamó a uno de sus hombres.

– Cuéntalo -le ordenó al tiempo que le tendía una bolsa a Christopher.

Mientras el socio de Stanislav contaba el dinero, Christopher examinó los dos componentes que Stanislav le había vendido.

Por fin, pensó. Dedicaría las semanas siguientes a asegurarse de que todo funcionaba y después anunciaría su descubrimiento en una conferencia de prensa. Giró la pieza más grande y se quedó helado. En la parte de abajo había un conector, pero no tenía ninguna otra pieza sujeta a él. Se volvió inmediatamente hacia Stanislav.

– Aquí no está todo.

– No, quizá no.

La furia bullía con fuerza en el interior de Christopher.

– ¡Dijiste que éste era el último pago! Que me entregarías todo el equipo y habríamos terminado.

Stanislav lo fulminó con la mirada.

– Y tú me dijiste que recibiría el pago hace una semana. Esto es un negocio. El tiempo vale dinero. Tú me has hecho esperar. Considéralo como si me estuviera cobrando los intereses.

Christopher no era capaz de dominar su rabia. ¿Cómo podía estar ocurriéndole eso a él?

– ¿Cuánto pides?

– No mucho. Diez millones.

Christopher soltó un juramento. Diez millones de dólares. ¿De dónde podría…? Madison, pensó inmediatamente. Madison tenía acciones y opciones de venta que valían mucho más.

– ¿De cuánto tiempo dispongo?

– De otra semana.

No era mucho tiempo, pero lo único que tenía que hacer era asegurarse de manejar las cosas suficientemente bien para que Madison saliera de su escondrijo. Y en cuanto la tuviera, el dinero sería suyo.


– Gracias, Bill -dijo Tanner mientras se reclinaba en la silla-. Ya te he enviado por correo electrónico todo lo que tengo.

– Todo sería mucho más fácil si tuvieras pruebas -dijo su amigo.

Tanner se cambió de mano el auricular y sonrió.

– No puedo hacer todo el trabajo por ti.

Bill se echó a reír.

– Estoy deseando leer ese material. Hay un capo de la mafia rusa trabajando en la costa oeste al que estoy deseando atrapar.

– Espero que sea el mismo.

– Yo también.

– Estaremos en contacto.

Colgaron el teléfono y Tanner se volvió hacia Madison, que caminaba nerviosa por la habitación.

– Hecho -le dijo-. Bill hablará con su equipo e intentarán averiguar todo lo posible sobre los proyectos de Christopher. La buena noticia es que ya andan detrás de un tipo de la mafia rusa. Es posible que les hayamos dado la información que necesitaban para detenerlo.

– Eso sería magnífico. ¿Bill está en Washington D. C.?

– En San Francisco -advirtió que Madison continuaba paseándose por la habitación, muy nerviosa-. Madison, tranquilízate. Lo atraparemos.

– ¿Pero lo haremos a tiempo? No puedo quitarme de encima la sensación de que pronto va a ocurrir algo malo.

– Madison, la espera es la parte más dura de este trabajo.

– Para mí esto no es un trabajo. Esto es mi vida -suspiró-. Lo siento, estoy irascible porque estoy nerviosa. Necesito hacer algo, pero ya he contestado todos mis correos. Supongo que podría limpiar la cocina…

– O podríamos hablar.

– Te estoy poniendo nervioso, ¿eh?

– Me gusta hablar contigo.

– De acuerdo -se acercó a la silla que había frente a Tanner y se dejó caer en ella-. ¿De qué quieres que hablemos?