– ¿Qué te parece si hablamos de tus niños? Háblame de Kristen.
– ¿Cómo sabes que hay una niña que se llama Kristen?
– Tenías una carta suya en el correo. Hablaba de que había ido a bailar.
– Sí -Madison sonrió-, estaba tan emocionada… La primera vez que la vi tenía una cicatriz horrible. Era hija de unos padres adolescentes que habían decidido quedarse con ella y criarla. Una noche, su padre se la llevó a hacer un recado. Era tarde y tenía prisa, así que no le puso el cinturón de seguridad. Chocaron con otro coche y la niña salió disparada por el parabrisas. Tenía cuatro años.
– Tuvo que ser muy duro.
– Peor de lo que te imaginas. Su padre murió al instante. Cuando la conocí, tenía catorce años y parecía salida de una película de miedo. Pero era una niña muy dulce, divertida e inteligente. Su madre y ella tenían una relación magnífica. Los cirujanos plásticos hicieron un trabajo increíble con ella. Todavía le quedan cicatrices, pero pueden disimularse con un poco de maquillaje.
Madison continuó hablando de Kristen, pero Tanner dejó de escuchar. Prefería perderse en el placer de ver cómo movía los labios mientras hablaba. Y le gustaba ver cómo acompañaba sus palabras con los gestos de las manos. Cada movimiento, cada gesto, le recordaba lo hermosa que era.
Pero no era solo eso, pensó. Era la mujer que tenía en su interior la que lo cautivaba. Aquella mujer capaz de trabajar durante horas y horas a cambio de nada. La admiraba y sabía que no podía decir eso de ninguna de las mujeres con las que había intimado. Madison era una persona especial en el pleno sentido de la palabra.
– No me estás escuchando -lo acusó-. Y podría sentirme ofendida.
– Pero no te sientes ofendida. Además, estaba pensando en ti. Estaba pensando que eres magnífica.
– Oh, por favor…
– Lo digo en serio.
– Vaya, muchas gracias.
– De nada.
Tanner la miró en silencio, sabiendo que no le resultaría fácil olvidarla.
– Voy a echarte de menos -dijo, aunque no tenía intención de expresar aquel pensamiento en voz alta.
Madison se quedó mirándolo fijamente.
– ¿Tanner?
– Ya, ya lo sé, eso no significa nada. Es sólo que me gusta tenerte por aquí. Y eres una mujer increíble. Guapa, fuerte, cariñosa.
– Yo también creo que eres increíble.
Algo que no debería hacer, pensó Tanner. Cuando todo aquello terminara, Madison se marcharía y él se dedicaría a su próxima misión. Ninguno de ellos podía cometer la estupidez de esperar otra cosa.
– Me contratan a cambio de ayuda, nada más.
– En realidad yo no te he contratado. No me has dejado pagarte.
– Porque nos estamos acostando juntos y el dinero lo complica todo.
– Un hombre de principios.
– En los días buenos.
– ¿Y en los malos?
Tanner se levantó, le tendió la mano y la hizo levantarse.
– En los días malos soy mucho más divertido -y la besó.
Madison había hecho el amor con Tanner suficientes veces como para anticipar el placer que se avecinaba. Le bastó sentir su mano en la cintura y su boca en los labios para empezar a derretirse. Se inclinó contra él para poder acariciar todo su cuerpo mientras entreabría los labios.
Tanner sabía a café y a las naranjas que habían tomado después del desayuno. Y su contacto provocó un calor inmediato entre sus piernas que irradiaba desde allí en todas direcciones.
– Nunca parezco tener bastante -susurró Tanner contra su boca antes de interrumpir el beso para desplazarse hacia su barbilla.
Madison lo deseaba. Completamente y en ese mismo instante. Y el dormitorio estaba demasiado lejos.
No acababa de pensar en ello cuando ya estaba alargando la mano hacia su cinturón y empezaba a desabrochárselo. Tanner rió contra su cuello.
– Estamos impacientes, ¿eh?
– Sí, mucho.
Tanner le agarró la camiseta y se la quitó con un solo movimiento. A la camiseta le siguió el sujetador e inmediatamente volcó toda su atención en sus senos.
Los sopesó primero, acariciando cada centímetro de aquella sensible piel. Después, se inclinó para saborear los pezones. Todo el cuerpo de Madison se encogió en respuesta mientras se aferraba a él.
Pero no era suficiente, pensó. Jamás sería suficiente. Madison alzó los brazos. Quería que Tanner se desnudara, pero en aquel momento sólo era capaz de experimentar lo que le estaba haciendo.
– Más… -jadeó, hundiendo los dedos en su pelo.
Tanner reaccionó inmediatamente, abriendo la boca y succionándole profundamente los senos. Al mismo tiempo, desabrochó los pantalones cortos de Madison, le bajó la cremallera y deslizó la mano en el interior de sus bragas hasta encontrar el punto más sensible, que inmediatamente comenzó a acariciar.
Madison ya estaba húmeda y henchida. Y los sabios dedos de Tanner aplicaron justo la presión necesaria.
– ¡Tanner! -gritó, sintiéndose cada vez más cerca del orgasmo.
Tanner continuaba acariciando sus senos y moviendo la mano entre sus piernas. La tensión creció hasta que el clímax se hizo inevitable. Madison se aferró a sus hombros mientras su cuerpo se mecía en un placer absoluto.
Cuando el orgasmo cedió, Tanner alzó la cabeza para besarla en los labios. Y volvió a reavivar el deseo. Madison alargó la mano hacia sus pantalones y terminó de liberarlo del cinturón.
– Desnúdate -le pidió Tanner mientras se separaba de ella para quitarse la camisa, la corbata y los zapatos.
– ¿Aquí? -preguntó Madison con una sonrisa-. ¿En la sala de control?
Tanner sacó un preservativo de los vaqueros y se lo colocó inmediatamente.
– ¿No te excita la alta tecnología?
– No especialmente -contestó Madison entre risas-, pero tú sí.
En cuanto Madison terminó de desnudarse, Tanner la colocó sobre su mesa y le hizo abrir las piernas.
La altura era perfecta, pensó Madison mientras Tanner se deslizaba en su interior con un solo movimiento. La firme dureza de su erección la llenaba por completo. Le rodeó la cintura con las piernas y lo urgió a hundirse más en ella. Tanner obedeció con un lento y profundo empujón, haciendo temblar de placer todas las terminales nerviosas de Madison.
Se fundieron en un beso con el que parecían querer acariciarse el alma. Tanner la llenaba una y otra vez, moviéndose cada vez más rápido y llevándola hasta el límite con aquella lubricada fricción hasta que Madison se rindió completamente a su voluntad y llegó de nuevo al clímax.
Tanner continuó moviéndose hasta que terminó la última contracción y sólo entonces se permitió liberar su propio placer.
Cuando terminaron, Madison se sentía embriagada de sentimientos. No estaba segura de lo que querían decir, ni siquiera de lo que eran. Lo único que sabía era que jamás había estado tan cerca de nadie. Apoyó la frente en la de Tanner y se esforzó en mantener un tono ligero al decir:
– Tengo que reconocer que sabes cómo hacer disfrutar a una chica.
– Tú tampoco has estado mal.
Había, más, pensó Madison. Mucho más que decir. Pero algo la obligaba al silencio. Quizá fuera el ser consciente de lo especial de aquella situación. Se suponía que el peligro aguzaba los sentidos. ¿Sería ésa la explicación de su atracción hacia Tanner? ¿Y cómo se suponía que podía averiguar lo que correspondía a aquel momento y lo que era verdad? Cuando el peligro pasara, ya no estaría al lado de Tanner, de modo que, probablemente, aquello fuera lo único que iban a compartir.
Madison se despertó en medio de la noche. A pesar de que había sido un largo día, no estaba cansada y la inquietud la llevó a levantarse de la cama que compartía con Tanner. Fue hasta la cocina y buscó en el refrigerador, pero no encontró nada que realmente le apeteciera. Después de comerse una galleta que en realidad no quería, volvió a su dormitorio, donde podría jugar con el ordenador. Quizá un par de solitarios la ayudaran a tranquilizarse.
Llevaba demasiado tiempo encerrada, pensó. Necesitaba salir. Hablaría con Tanner sobre ello al día siguiente, pensó mientras conectaba el ordenador. Movió el cursor sobre el programa de juegos, pero decidió comprobar antes el correo. Tenía un solo mensaje esperándola. Lo marcó con el cursor. Era un mensaje remitido desde una dirección desconocida. Tardó un segundo en reconocer que era un nombre combinado con el de la empresa de su padre. Y la que le enviaba la nota era Alison Harris, su secretaria.
¿Por qué demonios la habría escrito? Alison llevaba más de quince años trabajando para su padre, pero nunca había tenido mucho contacto con ella. Comenzó a leer y el miedo le heló las entrañas.
“Madison, por favor, necesito ponerme en contacto contigo desesperadamente. Por favor, llámame en cuanto leas este mensaje. Es tu padre. Ha sufrido un ataque al corazón y está a punto de morir.”
Capítulo 17
Madison clavó la mirada en el mensaje, presa del pánico. Tomó un pedazo de papel y un bolígrafo y apuntó el número que Alison le indicaba. Inmediatamente, corrió a la sala de control y descolgó el teléfono.
– Por favor, introduzca su código.
– ¿Qué? -preguntó.
Recordó entonces que aquélla era la casa de seguridad de Tanner. Allí las cosas funcionaban de otra manera. Colgó el teléfono y miró a su alrededor buscando algo que pudiera ayudarla a averiguar la verdad. Sólo había varios ordenadores. ¿Cómo podría…? ¡El teléfono móvil de Tanner! Podía utilizar su teléfono o pedirle a él que llamara desde el teléfono normal.
Pensó en volver al dormitorio de Tanner, pero se quedó clavada en el suelo mientras el miedo batallaba contra la razón. Tanner le había dicho que su padre estaba bien y le había permitido oír su conversación con uno de sus hombres. Aquello tenía que ser un truco. Christopher estaba intentando engañarla. Pero no iba a hacerlo a través de Alison, pensó al instante.
Aquella mujer llevaba años con su padre. Era imposible que estuviera trabajando para Christopher. Nada tenía sentido. A no ser que su padre no hubiera estado enfermo hasta entonces y aquel ataque al corazón sí fuera cierto.
Corrió al dormitorio de Tanner. Continuaba dormido. Lo miró fijamente, sin estar muy segura de qué hacer y al final decidió no avisarlo. Alargó la mano hacia el móvil y en cuanto lo tuvo entre las manos, corrió hasta la parte más alejada de la casa y marcó el número de Alison.
– ¿Diga? -contestó la secretaria al cabo de unos timbrazos.
– ¿Alison? ¿Eres tú?
– Madison, por fin. ¿Dónde estás? Llevo días intentando localizarte. ¡Dios mío, Madison, tu padre está muy enfermo! Ha sufrido un ataque al corazón. Llevaba días sufriendo síntomas, pero los ignoraba. Ya sabes cómo es. Lo obligué a ir al médico, que le advirtió que se tomara las cosas con calma, pero no le ha hecho ningún caso.
Alison comenzó a llorar suavemente.
– Lo siento. He sido yo la que lo ha encontrado. Estaba preocupada porque no había salido a comer y cuando he ido a buscarlo al laboratorio lo he encontrado tumbado en el suelo -continuaba llorando-. Yo pensaba que estaba muerto.
A Madison se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Sería cierto?
– ¿Estás segura? ¿De verdad está muy enfermo?
– Ha estado a punto de morir. Los médicos han dicho que si lo hubiera encontrado una hora después, habría sido demasiado tarde. Tienes que ir a verlo ahora mismo. Está preguntando por ti.
– ¿En qué hospital está?
Alison le dio el nombre y la dirección.
– Ojalá le hubiera hecho caso al médico -se lamentó Alison.
– ¿Cuándo fue mi padre al médico? -preguntó Madison.
– Hace unos tres o cuatro días.
Después de que Madison hubiera escuchado el informe del hombre de Tanner. ¿Sería todo mentira?
– Gracias, Alison. Voy a llamar ahora mismo al hospital.
Madison terminó la llamada y marcó inmediatamente el otro número.
– Hospital General de Los Ángeles -contestaron.
– Hola, estoy intentando localizar a mi padre, se llama Blaine Adams.
– Espere un momento.
Un par de segundos después, se puso otra mujer al teléfono.
– Hola, soy Sandy. ¿Es usted la hija del doctor Adams?
– Sí, soy Madison.
– Magnífico. Han ingresado a su padre en estado crítico. Los médicos esperan que pueda superarlo, pero todavía no están seguros. Las próximas veinticuatro horas serán decisivas y no deja de preguntar por usted.
Madison no podía dejar de llorar. Su padre estaba enfermo. Podía morir. Christopher le estaba diciendo la verdad y ella no le había hecho caso.
– Voy para allá -le prometió Madison-. Por favor, dígale que aguante, que iré a verlo.
Colgó el teléfono y corrió a su dormitorio. Sólo tardó dos minutos en vestirse. Se metió el móvil en el bolsillo de los vaqueros y corrió hacia la sala de control, donde Tanner guardaba las llaves de la furgoneta. Pero justo cuando las estaba alcanzando, la luz de la ventana se reflejó en el brazalete.
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