¿Cuánto tiempo la mantendría Christopher viva? ¿Semanas? ¿Meses? No conocía sus planes, de modo que no estaba segura de que la necesitara. Y aquella necesidad era su única esperanza.
Oyó un débil ruido procedente del pasillo. Madison se volvió y se preparó para lo inevitable. Para ver a los hombres que querían matarla. Pero en cambio, la puerta se abrió y vio a su rescatador frente a ella.
Era un hombre alto, moreno y de complexión atlética. La autoridad y la confianza lo rodeaban como un aura casi visible. Iba vestido de negro y llevaba una pistola a la cintura. ¿Pretendería utilizarla con ella?
– Siento haberla hecho esperar -le dijo, aunque lo que parecía era enfadado.
– No se preocupe. ¿Cómo está su amigo?
– Todavía está en el quirófano.
– Espero que se ponga bien.
No necesitaba cargar con el peso de las heridas de un hombre sobre su conciencia.
– ¿Tiene hambre? ¿Le han dado bien de comer?
– Estoy bien -era incapaz de imaginarse volviendo a comer otra vez-. Lo siento, no sé cómo se llama.
– Keane. Tanner Keane.
– Señor Keane, supongo que mi familia lo ha contratado para que me rescatara.
– Sí, su marido y su padre vinieron a verme hace unos días. Habían contratado a otra empresa para que la liberara después de su secuestro, pero no habían conseguido nada -se encogió de hombros-. Yo soy el mejor.
Interesante. ¿Por qué iba a contratar Christopher a alguien que no fuera el mejor? Él odiaba tratar con cualquiera que no estuviera completamente cualificado. Intentó concentrarse en aquella cuestión, en encontrarle algún sentido. Pero la falta de sueño se lo impedía. Tenía que ser una cuestión de dinero.
– ¿Cuánto pedían de rescate?
– Veinte millones.
Madison sintió que la cabeza comenzaba a darle vueltas.
– Eso es mucho dinero -se acercó a la cama para sentarse-. ¿Y lo han pagado?
– Tendrían que pagarlo… -Tanner miró el reloj-, dentro de un par de horas. Interceptaremos ese dinero y se lo devolveremos a su familia.
– ¿Lo ha contratado mi padre?
– Y su marido. Ambos estaban muy preocupados. Esta situación también ha sido muy difícil para ellos.
Madison resistió las ganas de echarse a reír.
– Señor Keane, no quiero volver con mi familia.
Tanner arqueó lentamente las cejas.
– ¿Por qué?
– ¿Necesita que le dé una razón? ¿No puede limitarse a dejarme marchar?
– Mi contrato deja claro que debo llevarla con ellos. Debería haberlo hecho inmediatamente, pero la atención médica de Kelly era algo prioritario.
– Lo sé. Es sólo que… -se quedó mirándolo fijamente, preguntándose hasta qué punto sería capaz de comprenderla-. A menos que también pretenda mantenerme cautiva, creo que debería ser libre para marcharme.
– No puedo permitir que salga por las calles sin ninguna identificación.
De acuerdo. Y tampoco llevaba encima ninguna tarjeta de crédito, aunque dudaba que pudiera utilizarla. Christopher podría seguirle el rastro.
Tanner le dirigió una sonrisa que no alcanzó en absoluto sus ojos.
– Señora Hilliard, ha sufrido una experiencia traumática. Estoy seguro de que en cuanto esté de nuevo con su padre y con su marido, se sentirá mucho mejor. Dentro de unas semanas, habrá olvidado esta desagradable experiencia.
– Espero que tenga razón. Desgraciadamente, creo que todavía hay muchas posibilidades de que acabe muerta.
Capítulo 2
Tanner contuvo un gemido. No tenía tiempo ni paciencia para enfrentarse a un drama en aquel momento. Quería que Madison Hilliard saliera de su vida para poder concentrarse en lo que era verdaderamente importante. ¡Maldita fuera! ¿Acaso aquella mujer se creía que era el centro del universo?
– ¿No cree que por esta semana ya tiene bastante con el secuestro?
– Esto no es un juego -respondió Madison-. No puede llevarme con mi familia. Lléveme a cualquier otra parte, por favor.
– ¿A una comisaría, por ejemplo?
Madison consideró esa opción.
Curiosamente, Tanner no pareció sorprendido cuando ella sacudió lentamente la cabeza. Seguramente la policía no era la clase de público que pudiera tener algún interés en ella. Ellos tampoco le seguirían el juego. Tanner la miró con los ojos entrecerrados, preguntándose si en su familia serían frecuentes los problemas mentales.
Madison dio un paso hacia él.
– Ha sido Christopher el que me ha secuestrado. Me atacaron y me drogaron estando en mi casa. No pude ver a nadie, pero reconocí su reloj antes de perder la conciencia. Es un reloj inconfundible, un modelo único.
– ¿Puede demostrarlo?
– Por supuesto que no, pero sé lo que he visto.
– ¿Y por qué cree que su marido podría querer secuestrarla?
– No lo sé, supongo que necesita dinero.
– Pero ustedes ya tienen mucho dinero.
– Christopher no tiene tanto como puede parecer. Y siempre está falto de dinero en efectivo. Ésa es la única razón que explica el exagerado rescate que pidió.
– Veinte millones es mucho dinero.
– Por favor, soy consciente de cómo suena lo que le estoy diciendo. Sé que no tiene ningún motivo para confiar en mí, pero las cosas no siempre son lo que parecen. Christopher vive al límite. Le gusta jugar y pierde mucho dinero. Es amante de los muebles caros y de las obras de arte. Créame, necesita más dinero del que tiene.
– No es nada personal, señora Hilliard, pero no la creo.
– Y tampoco le gusto -dijo Madison-. Y lo acepto. Pero eso no le da derecho a arriesgar mi vida.
– No creo que su vida corra ningún riesgo. ¿Por qué iba a contratar su marido a dos empresas diferentes si de verdad quisiera que la mataran?
– Porque para él valgo mucho más estando viva. Además, es posible que no haya contratado a otra compañía. Podría estar mintiendo.
– Sí, y también usted. Su padre y su marido me contrataron para que la rescatara y eso es lo que he hecho. Además, uno de mis mejores hombres está a punto de morir. No pienso involucrarme en los juegos que se traiga usted con su marido.
Y sin más, se volvió y se dirigió hacia la puerta.
Madison corrió hacia él.
– No estamos casados, ¿eso no se lo ha dicho? Llevamos seis meses divorciados.
Tanner la miró fijamente. ¿Divorciados? Miró su mano izquierda. No llevaba alianza ni tampoco tenía ninguna marca que indicara que la hubiera llevado recientemente. Pero ni Hilliard ni su padre le habían dicho nada del divorcio. De hecho, Hilliard había dejado muy claro que quería tener cuanto antes a su esposa a su lado.
Pero eso no cambiaba nada, se dijo a sí mismo. Divorciada o no, lo habían contratado para que hiciera un trabajo y pensaba hacerlo. Excepto… Maldijo en silencio. Había algo en la desesperación de Madison que conseguía removerle las entrañas. Y la experiencia le había enseñado a no ignorar nunca aquel sentimiento. Madison debió de advertir su renovada atención, porque comenzó a hablar rápidamente.
– Lo dejé hace casi dos años. Se pasó los seis primeros meses intentando convencerme de que volviera y el año siguiente intentando impedir que nos divorciáramos.
– ¿Por qué estaba tan interesado en conservar una mujer que quería divorciarse?
– Por dinero.
– Eso ya lo ha dicho antes, pero su ex está cargado de dinero.
– No, no tiene tanto dinero. Su forma de vida implica muchos gastos. Además, anda metido en algo grande. No sé lo que es, sólo le he oído hablar de ello con mi padre.
– ¿No se llevó una buena cantidad de dinero después del divorcio?
– No. Habíamos firmado un acuerdo prematrimonial -sonrió por primera vez-. Además, yo tampoco tengo tanto dinero. El dinero de la familia está vinculado a Adams Electronics. Mi padre es el principal accionista, no yo. Christopher se quedó con la que era nuestra casa.
– Su padre y él están trabajando juntos en algo. Lo averigüé en mi investigación.
– Sí, lo sé, pero no he hablado mucho con mi padre al respecto. Intenté convencerlo de que dejara de hacer negocios con Christopher, pero no me hizo caso. De hecho, todavía no comprende cómo he podido divorciarme de un hombre tan bueno.
Inclinó la cabeza, dejando al descubierto la cicatriz que marcaba su rostro. ¿Por qué conservaría una mujer tan hermosa una cicatriz como aquélla? Tenía dinero suficiente para pagarse los mejores cirujanos plásticos del mundo.
– Él planeó el secuestro para conseguir dinero. No creo que hubiera otra compañía buscándome. Estoy segura de que eso se lo dijo a mi padre para no preocuparlo.
– ¿Y por qué no acudió su padre a la policía?
– Confía en Christopher. Para él era el yerno perfecto. Mi padre es un científico despistado y prefiere que el mundo real no interfiera en su trabajo.
Tanner recordó entonces la reunión con los dos hombres. Era Hilliard el que hablaba en todo momento. Blaine Adams parecía preocupado, pero no excesivamente.
– En cualquier caso, asegúrese de que le pagan. Mi ex marido tiene la costumbre de pagar en dos partes. Una parte al principio del trabajo y la otra cuando se termina. Pero muchas veces olvida el segundo plazo.
– Hilliard jamás intentaría eso conmigo.
– ¿Por qué?
– Porque lo perseguiría hasta que me suplicara para poder pagarme.
– Le deseo suerte.
Hablaba con la confianza de alguien que conocía la triste verdad. Tanner fulminó a Madison con la mirada. No tenía tiempo para ella ni para su lacrimógena historia. Quería llevarla con su marido y con su padre. Pero no podía cuando sus entrañas le estaban diciendo que todo lo que le había contado era verdad.
– No la creo, pero intentaré investigar lo que me ha dicho.
El alivio de Madison fue tangible. Pero antes de que se relajara demasiado, Tanner se acercó a ella y la agarró del cuello, aplicando la presión suficiente como para que le resultara difícil respirar.
– Si me ha tomado el pelo, haré que se arrepienta, ¿está claro?
Madison abrió los ojos como platos. El color abandonó su rostro, pero su mirada no vaciló. Continuó mirándolo fijamente y asintió. Cuando Tanner la soltó, permaneció firme. Ni siquiera gimió o se frotó el cuello.
– No lo comprende -le dijo con voz queda-. No hay nada que usted pueda hacer que sea peor que lo que Christopher me ha hecho ya. No estoy intentando engañarlo. Lo único que pretendo es continuar viva.
Tanner dejó a Madison en la habitación y regresó a la oficina del almacén que tenía alquilado cerca del aeropuerto. En cuanto presionó las teclas oportunas su ordenador portátil volvió a la vida. Segundos después, estaba navegando por Internet, intentando investigar lo que Madison le había contado sobre su ex.
Dos horas más tarde, tenía un perfil detallado de Christopher Hilliard. Al parecer, Hilliard tenía la costumbre de no pagar sus cuentas, una costumbre curiosa en un hombre de dinero. También había insinuaciones sobre posibles negocios sucios, pero no se especificaba nada en concreto. La información más interesante procedía del empleado de un casino; según él, había contraído deudas con gente muy poco amistosa. ¿Sería ésa la razón por la que necesitaba el dinero del secuestro?
Y hablando de ese dinero… Hizo una llamada rápida y se reclinó en la silla. ¿Qué iba a hacer? Aunque no terminaba de creer a Madison, todavía no le había descubierto ninguna mentira. Por supuesto, no era una persona a la que él respetara, pero eso no significaba que quisiera verla muerta. Y hasta que estuviera seguro, ella continuaba siendo responsabilidad suya.
Pero podría quitársela de encima rápidamente, se dijo a sí mismo mientras alargaba la mano hacia el teléfono. En aquella ocasión llamó a casa de Blaine Adams, que contestó el teléfono al primer timbrazo.
– ¿Diga?
– Soy Tanner Keane.
– Por fin. Espere un momento, señor Keane. ¡Christopher, es el señor Keane, ponte en el teléfono de la biblioteca!
Tanner esperó en silencio. Después oyó un clic y supo que Hilliard estaba en la otra línea.
– ¿Keane? ¿Qué demonios está pasando? ¿Dónde está mi esposa?
«Su ex esposa», pensó Tanner, preguntándose quién estaba jugando realmente con él.
– Está conmigo y está a salvo.
Blaine dejó escapar un sonoro suspiro de alivio.
– Gracias a Dios. Debería haberte hecho caso antes, Christopher. Me dijiste que el señor Keane era el mejor. ¿Madison está bien?
– Está perfectamente, y deseando verlos a los dos.
– Estupendo, estupendo. Buen trabajo -Blaine se aclaró la garganta-. De acuerdo entonces, Christopher, dejaré que sigas hablando tú. Yo tengo que volver al laboratorio. Tengo una reunión y trabajo pendiente…
Su voz se fue alejando como si hubiera abandonado el teléfono, pero se hubiera olvidado de colgarlo. Segundos después, se oyó que alguien colgaba el auricular.
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