Tanner había estado pensando la manera de alejar a Blaine del teléfono, pero al parecer el destino le había sido favorable. Ya sólo quedaban Hilliard y él.
– Debe de haber estado muy preocupado… -le dijo.
– Por supuesto. Todos lo hemos estado. La otra compañía que contratamos estaba formada por incompetentes.
Tanner se reclinó en la silla y se preparó para empezar su juego.
– ¿Cómo se llamaba esa compañía?
– ¿Por qué quiere saberlo?
– La gente me pregunta por la competencia muy a menudo. No quiero recomendar a alguien que no es capaz de cumplir con su trabajo.
Hilliard se echó a reír.
– No creo que usted recomiende a nadie, Keane.
Interesante. Así que Hilliard no iba a decírselo. Lo cual le hizo preguntarse si Madison no tendría razón. Quizá no hubieran contratado a ninguna otra empresa y Hilliard hubiera esperado a que la situación se pusiera difícil para contratarlo. Era la mejor manera de presionar a Blaine para que pagara el rescate.
– ¿Y cómo está ella? Madison nunca ha sido muy fuerte emocionalmente.
– Aliviada. La han golpeado terriblemente.
– ¿Qué? No. No deberían haber hecho algo así.
Tanner asintió lentamente. Aquélla no era la respuesta normal en un marido preocupado.
– ¿Por qué iban a hacer una cosa así? -preguntó Hilliard-. Ellos querían el dinero del rescate, no hacerle daño. Quiero que encuentren a esas personas y las castiguen por lo que le han hecho a mi esposa.
– Yo no me encargo de esas cosas -le respondió Tanner-. Tendrá que contratar a otro para que haga ese trabajo. ¡Ah, casi lo olvidaba! Acerca del rescate… -se interrumpió deliberadamente para hacerle sufrir a Hilliard.
– ¿Sí? El rescate ya está pagado,
– No. En cuanto tuve a Madison conmigo, envié a mis hombres a interceptarlo.
Se produjo un silencio. Tanner esperó. Si Hilliard no tenía nada que ver con el secuestro y no había hecho aquello por dinero, no le importaría lo que había pasado.
– ¿Dónde está ahora el dinero? -preguntó Hilliard en un tono de voz deliberadamente neutro.
Pero Tanner llevaba demasiado tiempo en aquel negocio como para dejarse engañar; sabía que el otro hombre estaba furioso y frustrado. ¡Maldita fuera! Madison tenía razón.
– Haré que envíen el dinero a la oficina del señor Adams. Ya se lo he notificado a su banco para que se haga cargo del dinero.
– Es usted muy considerado -dijo Hilliard, sin disimular apenas su furia.
– Para eso me pagan. Y hablando de pagar, todavía me debe la mitad de lo pactado.
– Sí, por supuesto. ¿Dónde está Madison? ¿También piensa enviarla a la oficina de su padre?
– Muy gracioso -dijo Tanner, disfrutando del momento-. Está muy afectada por todo lo ocurrido, como puede imaginar. Ahora mismo sólo quiere descansar durante algún tiempo.
– ¿Qué significa eso exactamente?
– Que se quedará unos cuantos días conmigo.
Hilliard soltó una maldición.
– No puede hacer eso. Es usted tan perverso como ellos.
– No estoy reteniendo a su esposa en contra de su voluntad, señor Hilliard. Es un requerimiento hecho específicamente por ella.
– Quiero que mi esposa vuelva inmediatamente. Si no me la devuelve, lo denunciaré a la policía.
– Si yo estuviera en su lugar, eso es exactamente lo que haría.
– No puede hacerme esto.
– Lo estoy haciendo.
Tanner colgó el teléfono preguntándose qué iba a pasar a continuación. Si Madison y él estaban equivocados, Hilliard iría directamente a la policía. Pero lo veía poco probable. Allí estaba ocurriendo algo. Algo que le había costado a Hilliard veinte millones de dólares.
Christopher hizo todo lo que pudo por concentrarse en su trabajo, pero le resultaba imposible. La furia se lo impedía. ¿Cómo era posible que hubiera salido todo tan mal?
Sabía que la culpa era de Madison. La muy estúpida había sido un obstáculo durante aquellos tres años. Se había casado con ella esperando contar con una mujer atractiva y sin cerebro con la que decorar su vida, pero Madison había convertido su vida en un infierno.
Sonó el teléfono y se obligó a contestar.
– Hilliard -dijo.
– Ah, Christopher, me alegro de encontrarte -Blaine Adams comenzó a divagar sobre los problemas de una placa base.
Christopher intentó concentrarse en la conversación y ofrecerle algunas sugerencias cuando lo que en realidad le apetecía era preguntarle a aquel hombre cómo podía ser tan estúpido.
– ¡Oh! -dijo Adams cuando terminaron la conversación-, ha venido un hombre muy amable a devolverme el dinero del secuestro. El señor Keane me dijo que me lo enviaría aquí y así ha sido. Tenías razón sobre el señor Keane.
– Sí, es uno de los mejores -dijo Christopher entre dientes.
– Desde luego. Ahora Madison podrá concentrarse en relajarse y olvidar todo este horrible asunto. Estarás a su lado, ¿verdad, Christopher?
– Por supuesto. Ya sabes que Madison es mi vida.
– Sí, sí. Es una pena que sea tan cabezota y decidiera divorciarse. Pero estoy seguro de que conseguirás que vuelva a tu lado. Desgraciadamente, mi hija se parece mucho a su madre. Apenas se puede hacer nada con una mujer tan débil.
– A mí me gusta tal y como es -repuso Christopher.
– Lo sé. Eres un buen hombre. Y para mí eres como un hijo. Bueno, ya es hora de que volvamos a trabajar. Los problemas no se resuelven solos, ¿verdad?
Y sin más, colgó el teléfono.
¿Por qué demonios había tenido que salir todo mal?, se preguntó Christopher mientras colgaba bruscamente el auricular. Necesitaba quince de esos veinte millones para hacerle el siguiente pago a Stanislav. A la mafia rusa no le gustaba esperar. Los otros cinco servirían para saldar sus deudas de juego. ¿Qué demonios se suponía que iba a hacer? Arrojó un jarrón contra la pared y durante un par de segundos, se sintió mejor, pero pronto volvieron la desesperación y el miedo.
Necesitaba conseguir todos los componentes de aquel sistema que permitía eludir cualquier tipo de radar. Ya había organizado una conferencia de prensa para presentarlo y si la cancelaba en aquel momento, pronto correría la noticia de que su programa tenía problemas. No, tenía que conseguir ese dinero.
Volvió a su mesa y miró el calendario. No le quedaba mucho tiempo. Stanislav le había advertido que si volvía a retrasarse, los rusos buscarían otro comprador. Christopher no podía permitir que eso ocurriera. Quería ser el más grande entre los grandes y después acabaría con todos los que le habían dicho que nunca lo conseguiría.
Y quería que Madison volviera. La utilizaría y después la mataría.
Capítulo 3
Madison estuvo caminando por la habitación hasta que las piernas le dolieron y después se sentó en el borde de la cama. Continuaba sin tener ni idea del tiempo que había pasado desde que Keane se había marchado. Lo único que sabía era que la aterraba que la obligara a volver con Christopher. Si algo había aprendido durante los últimos años, era que no quería morir todavía.
Apoyó los codos en los muslos y dejó caer la cabeza entre las manos, pensando en todos los errores que la habían llevado a su situación. ¿Habría sido su primer error el comprometerse siendo todavía una jovencita egoísta y mimada?
Un sonido le llamó la atención. Se levantó, pero se hundió de nuevo en la cama cuando la habitación comenzó a girar a su alrededor. Cuando comenzaba a estabilizarse su cabeza, se abrió la puerta para dar paso a Tanner.
Se obligó a levantarse y a sostenerle la mirada. Quería hablar, preguntarle por su destino, pero tenía la boca seca. El miedo siempre presente creció hasta robarle todo el oxígeno del cuerpo.
– He tenido una conversación muy interesante con su marido -anunció Tanner, apoyándose en el marco de la puerta.
– Ex marido -susurró Madison.
– Es curioso que él no lo haya mencionado, aunque he descubierto que tiene razón, que están divorciados. Pero no la creo -añadió Tanner con rotundidad.
La sangre pareció abandonar el cuerpo de Madison, dejándola completamente fría.
– Y tampoco le creo a él. Hay algo que no encaja. Creo que usted es una actriz muy convincente, pero tampoco estoy convencido de que su ex esté diciendo la verdad. Hay secretos por ambas partes y me gustaría saber cuáles son.
Eran palabras destinadas a herirla, pero en aquel momento, a Madison no le importaba lo que pudiera pensar de ella.
– ¿Entonces no me va a obligar a volver con ellos?
– Todavía no.
Una vez desaparecido el miedo, ya nada la sostuvo en pie. Comenzó a tambalearse suavemente y Tanner la miró con el ceño fruncido.
– ¿Cuándo ha comido o dormido por última vez?
– Hace bastante tiempo.
– Ya sé que se lleva la delgadez, pero no creo que pasar hambre esté de moda.
– No, no es por eso. Allí no podía comer, ni dormir, no estoy a dieta. Es sólo que… -tomó aire-. ¿Lo han secuestrado alguna vez? No es una situación muy relajante.
Tanner no parecía muy convencido y Madison lo encontró reconfortante. Aquel hombre no quería nada excepto la verdad.
– Le pagaré por protegerme el doble de lo que Christopher le ha ofrecido.
– No estoy haciendo esto por dinero.
Madison quiso preguntarle por qué lo hacía entonces, pero comprendió que no tenía sentido presionarlo.
– Me resulta curioso desagradarle tanto cuando ni siquiera me conoce.
– Conozco a las mujeres de su tipo.
– ¿A qué tipo se refiere?
– A las mujeres ricas e inútiles -Tanner se enderezó-. Voy a llevarla a un lugar seguro en el que pueda comer y dormir. Mientras tanto, continuaré investigando a Hilliard. Si en el proceso encuentro alguna prueba que valide su versión, hablaremos y podrá contratarme para que la proteja. Pero si está mintiendo…
– Lo acepto -se precipitó a decir Madison.
– No creo que tenga otra opción.
– Quizá no, pero la acepto en cualquier caso.
– Tendré que vendarle los ojos. El lugar al que voy a llevarla sólo podrá seguir siendo una casa de seguridad mientras nadie sepa que está allí. Si la idea del ir con los ojos vendados la asusta, puedo sedarla.
La idea la aterrorizaba. Era como si estuvieran secuestrándola otra vez. Pero la asustaba todavía más que la drogaran.
– Prefiero ir con los ojos vendados. No me gusta perder el control.
– Ahora mismo vuelvo.
Tanner salió de la habitación, dejando la puerta abierta. Madison fijó la mirada en el pasillo de cemento y se preguntó si sería un gesto destinado a probarla. No importaba. No pensaba escaparse de allí. Tanner era lo único que se interponía entre Christopher y ella y ya sabía de lo que era capaz su ex marido.
Si le hubieran pedido que hiciera un cálculo aproximado, Madison habría dicho que el trayecto a la casa de seguridad había durado unos cuarenta y cinco minutos. La habían subido en la parte de atrás de una furgoneta, sobre un montón de mantas. Se había acurrucado sobre su lecho y había escuchado el sonido del motor. El agotamiento la había vencido en varias ocasiones y se había quedado dormida durante intervalos de dos o tres segundos.
Cuando la furgoneta se detuvo, se irguió. Oyó que se abría la puerta de un garaje. La furgoneta avanzó y la puerta se cerró tras ella. A continuación oyó el clic de la cerradura y el chirrido metálico de la puerta de la furgoneta al abrirse.
– Ya puede quitarse la venda -le dijo Tanner.
Madison se quitó la venda. La falta de comida y de sueño la hacían temblar. Se tambaleó al intentar incorporarse y Tanner la ayudó agarrándola del brazo.
– Ya ha pasado lo peor -le dijo malhumorado-. No se desmaye ahora.
– No lo haré -le prometió, aunque no estaba completamente segura.
– Vamos. Le enseñaré rápidamente la casa y después podrá dormir durante horas.
En aquel momento, dormir le parecía la gloria. Quizá allí, con Tanner vigilándola, se sintiera lo suficientemente tranquila como para conciliar el sueño.
Tanner la condujo hacia el interior de la casa.
Madison no estaba segura de lo que esperaba encontrar. Quizá un espacio moderno decorado en diferentes tonos de blanco, pero se encontró con una casa estilo ranchero en la que habían hecho algunas modificaciones.
Desde el garaje se pasaba a la habitación de la lavadora y desde allí a un pasillo que conducía al cuarto de estar. Había una enorme pantalla de televisión y algunos componentes electrónicos, además de dos sofás de cuero. La casa debía de tener unos cuarenta o cincuenta años, pero la pintura y los muebles parecían nuevos.
Madison alzó la mirada buscando cámaras o algún tipo de monitor, pero no vio nada, salvo un extraño material cubriendo las ventanas, que rápidamente señaló.
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