– De esa forma nadie puede vernos -dijo Tanner-. Y usted tampoco puede ver lo que hay fuera. Pero necesita aire fresco, las ventanas pueden abrirse.

– ¿Y si hay un incendio?

– No lo habrá.

Tanner la condujo hacia una enorme cocina y señaló los electrodomésticos básicos. La nevera estaba llena.

– Disponga de lo que le apetezca -le indicó.

Al lado de la cocina deberían haber estado el salón y el comedor, pero Madison se encontró con una habitación abarrotada de equipos electrónicos. Había pantallas, teclados y ordenadores de todo tipo. Tanner entró y agarró algo de una mesa casi vacía. Madison no supo lo que era hasta que volvió a su lado y se lo colocó en la muñeca.

– ¿Qué es esto? -le preguntó clavando la mirada en el brazalete de metal.

– Aquí yo pongo las normas. Si no las acepta, volverá con su ex.

– ¿Pero por qué…?

– No confío en usted.

Era bueno saber dónde estaba.

– Si quiere, puede dejarme marchar. Puedo arreglármelas sola.

– Si es cierto lo que me ha dicho sobre su marido, la encontrará en menos de veinticuatro horas, ¿es eso lo que quiere?

No, pero tampoco quería aquello, pensó Madison, frotándose el brazalete.

– ¿Para qué sirve esto?

– Para mantenerla a salvo y para obligarla a permanecer aquí.

Madison lo miró y dio un paso hacia delante.

– Acaba de entrar en una zona no autorizada -dijo una voz metálica de mujer-. Por favor, vuelva a la zona autorizada o se activará la alarma.

Madison retrocedió de un salto.

– Puede ir a cualquier parte de la casa, pero no puede acercarse ni a esta zona, la sala de control, ni a menos de dos metros de la puerta de la entrada. Hay un jardín al que se accede desde el cuarto de estar. Puede salir hasta el tejadillo. Ésas son mis reglas.

– Sí, ya lo he entendido.

Tenía elección. Podía aceptarlas o volver con Christopher.

Por primera vez desde que la habían secuestrado, le entraron unas ganas incontenibles de llorar. Quería tirarse al suelo y llorar hasta sentirse mejor. Pero tomó aire y se obligó a ser fuerte. Tanner era su única esperanza y necesitaba tenerlo de su lado.

– ¿Algo más? -preguntó agotada.

– No, su habitación está aquí.

La condujo por el pasillo hasta un dormitorio amueblado con una cama de matrimonio, una cómoda con televisión, dos mesillas de noche y un pequeño escritorio. Había una puerta que correspondía a un armario empotrado y otra que era la del cuarto de baño.

– ¿Por qué no descansa durante tres o cuatro horas? Después podrá comer algo.

– Estupendo.

Tanner se acercó a la puerta y se volvió de nuevo hacia ella.

– Nada de teléfonos ni de contactos con el mundo exterior.

– Así que podría matarme y nadie se enteraría de que he estado aquí ni podrían encontrar mi cadáver.

– Exacto.

– Me alegro de saberlo.

Aquella última muestra de valor la dejó sin fuerzas. En cuanto Tanner se marchó, se dejó caer en la cama. Quería gritar que aquello era injusto, ¿pero qué sentido tenía? Ya no había marcha atrás. Sólo podía mirar hacia delante. Se había metido en aquello porque la alternativa era la muerte y se negaba a dejar que ganara Christopher.

Se tumbó de espaldas y clavó la mirada en el techo. Tenía razón cuando había dicho que nadie sabría dónde estaba. Llevaba doce días secuestrada y al parecer nadie había llamado a la policía. Sin duda alguna, Christopher había inventado algo para justificar su ausencia.

Su padre sabría la verdad, por supuesto, pero habría dejado que su ex yerno se ocupara de todo. Y su padre creería todo lo que Christopher le dijera porque él prefería las cosas sencillas y nada de lo que pasaba fuera de su laboratorio le importaba de verdad.

Acarició el brazalete con el dedo. Aquel brazalete indicaba el lugar en el que estaba en el interior de la casa. Y quizá hiciera otras cosas. Tanner era un hombre que trabajaba a conciencia.

¿Quién sería aquel hombre al que obviamente no le gustaba y que, sin embargo, se había mostrado dispuesto a ayudarla? ¿Por qué le importaba que viviera o muriera?

O quizá no le importara, pensó, cerrando los ojos. Era un profesional, se recordó. Pero al menos, mientras estuviera bajo su protección, no podría ocurrirle nada malo. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, se sentía segura. Y era extraño que un hombre que obviamente la despreciaba pudiera proporcionarle tal sensación de consuelo.

Capítulo 4

Tanner se aseguró de que el sistema de alarma estuviera activado y se sentó a trabajar en su despacho. Cada media hora aproximadamente alzaba la mirada hacia el monitor, pero Madison no se había movido.

El sueño le sentaría bien. Aquella mujer había pasado por un auténtico infierno y Tanner tenía la sensación de que las cosas podrían empeorar, pero estaba perfectamente capacitado para enfrentarse a ello en el caso de que así fuera. De momento le bastaba con que Madison descansara. Más tarde podría proporcionarle más información sobre Hilliard.

Y hablando de Hilliard… Volvió a concentrarse en el archivo del ordenador que acababa de abrir para guardar toda la información sobre el pasado de aquel hombre.

Una hora después, sonó el timbre de la puerta. Tanner miró el monitor de la cámara de seguridad. Ángel llegaba a su hora.

– ¿Cómo ha ido todo? -le preguntó después de dejarle pasar.

Ángel, un hombre alto, moreno y de ojos grises, se encogió de hombros.

– Kelly ha sobrevivido a la operación. El médico dice que se pondrá bien, pero ha perdido mucha sangre.

– ¿Ha sufrido algún daño cerebral?

– Todavía no lo saben.

Tanner tomó el paquete que Ángel le llevaba y le preguntó:

– ¿Va todo bien con el trabajo de Calhoun?

– Claro que sí. Tenemos a tres equipos vigilando al niño. Su tío no podrá acercarse a él.

Jefferson Alexander Calhoun era un niño huérfano de siete años. Sus padres habían muerto en circunstancias que sólo podían ser consideradas como sospechosas, aunque la policía no se había encargado todavía del caso. A la abuela materna del niño le preocupaba que su hijo menor hubiera matado a los padres del niño para hacerse con su considerable fortuna y había contratado a la compañía de Tanner para proteger la vida de su único nieto.

Estuvieron hablando del trabajo durante algunos minutos más y después Ángel se marchó. Tanner agradeció que no le preguntara por su inesperada huésped ni por el contenido de aquel paquete. No estaba seguro de que pudiera explicárselo. Estaba trabajando basándose en muy pocos datos y guiándose por lo que le decían sus entrañas.

Era la peor forma de hacer negocios, pensó mientras dejaba el paquete en el mostrador de la cocina y volvía a su despacho para continuar la búsqueda.

Dos horas después, se tomó un descanso para ducharse y cambiarse de ropa. Cuando regresó a la sala de control, vio que Madison se había levantado. Se acercó entonces al dormitorio y encontró a Madison subida a la silla del escritorio, inspeccionando las molduras del techo.

– No son muy modernas, lo admito, pero no están mal, ¿no le parece?

Madison se sobresaltó al oírlo y se volvió hacia él.

– ¿Qué? Me ha asustado.

Tanner alzó la mirada hacia el techo.

– ¿Algún problema?

– Estaba buscando cámaras. ¿Hay algún lugar en la habitación en el que pueda estar sin ser observada?

Tanner tardó algunos segundos en encontrar sentido a sus palabras. Pero cuando lo descubrió, se puso furioso.

– ¿Cree que la estoy espiando?

– ¿Qué otra cosa podría pensar? -preguntó ella, sacudiendo el brazalete-. Este lugar es más seguro que la caja fuerte de un banco. Tiene un ordenador que me dice dónde puedo ir y dónde no. Hay pantallas especiales en las ventanas para que no pueda escaparme. Soy su prisionera, ¿por qué no iba a espiarme?

– Entre otras cosas porque no necesito excitarme viéndola pasearse en ropa interior.

Dejó caer el paquete sobre la cama, se acercó a ella y la agarró por la muñeca. Antes de que Madison hubiera podido reaccionar, la había bajado al suelo. Madison lo fulminó con la mirada.

– Podría haber bajado sola.

– Estoy seguro.

La arrastró fuera de la habitación a pesar de sus protestas. Cuando se acercaron a la sala de control, presionó el control remoto que guardaba en el bolsillo para desactivar la alarma. Después, la llevó hasta el panel de control, le soltó la mano y lo señaló.

Madison se frotó la mano.

– ¿Hay algún motivo por el que no haya podido pedirme que lo acompañara? Le aseguro que pretendo colaborar. No tiene por qué llevarme a rastras a todas partes.

– ¿Se está quejando del trato?

– Sí.

Lo miró con los ojos entrecerrados.

– Pero no está mirando -le advirtió Tanner, señalando hacia el monitor.

– ¿Adónde? -se volvió lentamente y miró la pantalla.

En la imagen aparecía un plano de la casa con el nombre de cada una de las habitaciones y justamente en el centro, había un punto rojo.

– ¿Yo soy ese punto?

– Ande un poco para que pueda comprobarlo usted misma.

Madison se acercó a la ventana y después a la puerta. El punto de la pantalla se movía con ella.

– Ni siquiera tenemos una cámara -le explicó Tanner.

– ¿Entonces la imagen se transmite desde este brazalete?

Tanner asintió.

– Oh, sí, supongo que es lo más lógico -añadió ella.

Tenía los ojos azules. Tanner lo había visto antes, pero no les había prestado atención. En aquel momento, advirtió que eran de un color intenso, auténtico. Por alguna razón extraña, la cicatriz le pareció entonces más pronunciada. Y volvió a preguntarse cómo se la habría hecho.

Tenía la melena con la que los adolescentes soñaban despiertos, una melena rubia lisa y larga. Incluso con la cicatriz era hermosa. Pero, por supuesto, él no tenía el menor interés en ella.

– Sí, lógico. Pero además no soy la clase de hombre al que le gusta mirar.

Madison arqueó sus delicadas cejas.

– Yo pensaba que en eso todos los hombres eran iguales.

– Quizá en otras circunstancias.

– Es bueno saberlo -miró a su alrededor-. ¿Puedo preguntar para qué sirve todo este equipo?

– Son ordenadores principalmente. Algunos son localizadores. Tengo toda la casa monitorizada.

– Así que nadie puede salir ni entrar de esta casa.

– No, sin mi permiso.

– ¿Ésta es su casa? -preguntó sin dejar de mirar a su alrededor.

– No, ya le he dicho que es una casa de seguridad.

– ¿A quién más ha traído aquí?

– Lo siento, pero ésa es información clasificada.

– Por supuesto. Pero no puedo dejar de preguntármelo. Exactamente, ¿a qué se dedica para tener una casa como ésta?

– Tengo esta casa por si alguno de mis clientes puede necesitarla.

– Y en este momento, ¿quién es su cliente? ¿Christopher o yo?

– En este momento estoy improvisando.

– No me parece la clase de hombre que improvise a menudo.

Tanner se encogió de hombros.

– Intento ser flexible.

Se miraron a los ojos. Tanner leyó muchas preguntas en los de Madison. Pero no había miedo en ellos. Madison no era como él pensaba. Quizá no fuera tan inútil como todas las mujeres como ella. Tenía fuerza y más que un ligero…

Lo sintió entonces. Sutilmente al principio, pero fue creciendo poco a poco. Llenaba la habitación, lo presionaba, le robaba el aire, caldeaba su aliento…

Una nueva conciencia… De Madison. Del irresistible olor de su piel, de su forma de moverse. En un abrir y cerrar de ojos, pasó de ser alguien a quien tenía que proteger a convertirse en una mujer.

¡Maldita fuera!, pensó malhumorado. Aquello no estaba permitido. No podía involucrarse sentimentalmente con sus clientes. Jamás.

– Le he traído algo de ropa -le dijo, y se dirigió hacia la cocina.

La oyó seguirlo y en cuanto estuvo fuera de la sala de control, reactivó el sistema de seguridad y se detuvo en la cocina a buscar el paquete.

– Lo ha traído uno de mis hombres -le explicó.

– No lo comprendo…

– ¿Qué es lo que le parece tan complicado? Uno de mis hombres ha ido a su casa y ha traído este paquete.

– ¿Ha entrado uno de sus hombres en mi casa? -parecía más sorprendida que indignada.

– No creo que se haya pasando mucho tiempo removiendo los cajones de la ropa interior. Lleva días con la misma ropa y he imaginado que le gustaría cambiarse.

– Sí, es cierto, gracias. Pero no estoy segura… ¿cómo ha conseguido entrar?¿Christopher no tiene vigilada mi casa?

– Sí, supongo que su ex tiene a alguien allí, pero no se preocupe, nadie ha visto a Ángel. Adelante -señaló la puerta-. Dúchese y cámbiese de ropa. Después comeremos. Necesito hacerle muchas preguntas sobre su marido.