– De acuerdo -tomó el paquete y sonrió-. Gracias.

Y sin más, se dirigió al pasillo. Tanner esperó a que desapareciera antes de dirigirse a la habitación de control. Observó el pequeño punto rojo moverse en la pantalla. Cuando abandonó el dormitorio para meterse en el cuarto de baño, tuvo que obligarse a mantener la atención en el trabajo y olvidarse de que había una mujer desnuda en la ducha.


Una ducha y una siesta de tres horas bastaron para animar a Madison. El tipo al que Tanner había enviado a su casa le había llevado las prendas básicas: vaqueros, camisetas, un par de camisones y algunos artículos de tocador. Intentó no asustarse ante la idea de que un desconocido hubiera estado hurgando en sus cajones y se recordó a sí misma que, al fin y al cabo, el que un extraño hubiera tocado sus sujetadores y sus bragas era el menor de sus problemas.

Después de lavar las bragas y el sujetador que había llevado puestos durante los últimos diez días, se secó el pelo. Y mientras estaba guardando el secador, advirtió que olía a comida. El delicioso aroma de la salsa de tomate y ajo le hizo la boca agua. Mientras se dirigía a la cocina guiada por aquel olor, se sentía como un muñeco de los dibujos animados siguiendo la estela de un manjar delicioso.

Tanner estaba frente a la cocina. Cuando entró Madison, se volvió hacia ella y sonrió. Madison no estaba segura de qué fue lo que más la sorprendió, si el hecho de que estuviera cocinando o la sonrisa.

Le sonó el estómago. Estaba tan hambrienta que se creyó a punto de desmayarse.

– Creo que debería comer algo…

Tanner señaló la mesa con un gesto de cabeza.

– Entonces, siéntese.

La mesa ya estaba puesta. Madison se sentó justo en el momento en el que Tanner estaba llevando una fuente de pasta y un cuenco de ensalada a la mesa.

– ¿Qué le apetece beber?

– Agua.

– Al ataque -la animó Tanner.

Madison decidió tomarle la palabra. Se sirvió una generosa ración de pasta con carne. La ensalada podía esperar. De momento necesitaba algo más sustancial.

El primero bocado le pareció exquisito. Las especias perfectas y el punto de cocción, exacto.

Tanner regresó con una botella de agua a la mesa y se la dejó al lado del plato. Madison asintió para darle las gracias, pero no dejó de comer. Y hasta que terminó la pasta y se sirvió la ensalada, no volvió a mirarlo.

– Siento estar comiendo de esta manera.

– No sufra -se sentó frente a ella y se sirvió pasta-. ¿Por qué no comía cuando estaba secuestrada?

Madison se encogió de hombros.

– No era algo planeado. Durante el primer par de días, estaba demasiado asustada. Cada vez que intentaba comer, vomitaba. Sólo podía comer una tostada por la mañana o un plato de sopa por la tarde. Hay personas que comen más cuando están estresadas. Yo tiendo a comer menos. Los secuestradores no me creían y me amenazaban con alimentarme a la fuerza, pero nunca lo hicieron.

Tanner la estudió en silencio mientras hablaba. A Madison le habría encantado saber lo que estaba pensando; o quizá no, decidió. Aquel hombre ya le había dejado muy claro que le tenía una especial antipatía. ¿Por qué arriesgarse a oírselo decir otra vez?

Comieron en silencio. Madison se sirvió dos platos de pasta y tres de ensalada. Cuando terminó, se reclinó en la silla y suspiró.

– ¿Se encuentra mejor? -preguntó Tanner.

– Sí, mucho mejor. Gracias por hacer la comida. Ha hecho un excelente trabajo.

– Sí, soy capaz de cocer la pasta mejor que nadie -respondió Tanner con una sonrisa.

Su humor la intrigaba. Hasta ese momento, su anfitrión había sido estrictamente profesional. La sonrisa le suavizaba la expresión y añadía luz a sus ojos. Era casi como si lo hiciera accesible. Continuaba siendo peligroso, pero era agradable saber que se escondía una persona tras aquel duro perfil.

– Tengo algunas preguntas que hacerle -dijo Tanner-. Quiero conseguir toda la información posible sobre su ex marido. Cuanto más me cuente, más me ayudará en la investigación.

– Le diré todo lo que sé.

La sonrisa de Tanner desapareció como si nunca hubiera existido y reapareció el guerrero. Agarró una libreta del mostrador.

– Empezaremos por el principio. ¿Cómo se conocieron Hilliard y usted?

Capítulo 5

– Mi padre trajo a Christopher a cenar a casa una noche -le explicó Madison-. Se habían conocido en un congreso. Christopher era un hombre admirable. Sus padres habían muerto cuando él estaba todavía estudiando, pero aun así, consiguió terminar la carrera y dirigir la empresa de la familia al mismo tiempo. Mi padre admiraba su talento y su entrega al trabajo.

– ¿Y usted qué admiraba?

– ¿Perdón?

– Se casó con él. Supongo que tenía algo que le gustaba.

Sí, por supuesto. Madison consideró la pregunta y se planteó cómo contestarla. Para ella, había pasado toda una vida desde entonces.

– En aquella época era diferente -dijo lentamente. Inquieta, se levantó y comenzó a despejar la mesa-. Christopher era un hombre inteligente, encantador y sofisticado. Me enamoró por completo. Nos comprometimos a los dos meses de habernos conocido y nos casamos dos meses después. No conocí al verdadero Christopher hasta más tarde.

– ¿Quién es el verdadero Christopher?

No había nada en la voz de Tanner que pudiera dar pistas sobre lo que estaba pensando. Madison enjuagó los platos y los metió en el lavavajillas mientras intentaba encontrar una respuesta.

– Christopher tiene un lado oscuro. Le gusta jugar. Puede jugarse un millón de dólares sin pestañear. Y también tiene genio.

– Interesante, pero no son necesariamente las características de una persona que está dispuesta a secuestrar o a matar.

– ¿No me cree?

– Necesito algo más que eso. Hábleme de su empresa. Me ha dicho que se hizo cargo de ella cuando sus padres murieron. ¿Cómo fallecieron?

Madison enjuagó el cuenco de la ensalada y lo metió también en el lavavajillas.

– En un accidente de coche. Habían ido a esquiar y perdieron el control del vehículo en una carretera helada.

– ¿Hubo alguna investigación después de su muerte?

– No, ¿por qué iba a haberla?

– Si usted cree que Hilliard es capaz de secuestrarla y matarla, ¿por qué no iba a hacer lo mismo con sus padres?

– Pero él… -la idea la dejó estupefacta. ¿Sería posible?-. No lo sé. Sí, quizá sea capaz de hacer algo así.

– Hábleme de la empresa de su padre.

Madison limpió las encimeras y volvió a sentarse a la mesa.

– Adams Electronics fabrica equipos de rastreo para el ejército. En cuanto alguien inventa algo, otros intentan averiguar la manera de que ese material quede obsoleto. La compañía de mi padre tiene varios contratos con el ejército.

– Pero supongo que la fortuna de la familia no procede únicamente de esos contratos.

– No. Siempre terminan fabricándose productos derivados de esos descubrimientos y es de ahí de donde procede verdaderamente el dinero.

Tanner continuaba escribiendo. Su actitud impersonal ayudaba a Madison a hablar del pasado.

– Usted es hija única.

– Sí. Mi padre quería tener más hijos. Por lo menos un varón que siguiera sus pasos. A mí nunca me ha interesado mucho el negocio de la familia. No tengo el gen de las matemáticas.

– Nadie lo tiene. ¿Y su madre?

Madison se reclinó en la silla y cruzó los brazos.

– Ella… murió. Murió hace diez años. Tampoco tenía el gen de las matemáticas. Procedía de una familia de dinero de la costa este. Mi padre era un científico que consiguió quitársela a su prometido.

– ¿Y en qué está trabajando Hilliard exactamente?

– En un programa para eludir todo tipo de radares. Por lo que tengo entendido, está trabajando en un dispositivo infalible. Por ejemplo, si alguien estuviera intentando localizar su avión y usted fuera capaz de interferir sus señales de radar, podría volar siendo virtualmente invisible.

– Un dispositivo muy poderoso.

– Si consiguiera sacarlo adelante, valdría millones de dólares.

Tanner tamborileó con el bolígrafo en la mesa.

– Quizá los suficientes como para estar dispuesto a matar por ello.

Algo en lo que Madison prefería no pensar.

– ¿Christopher es suficientemente inteligente como para sacarlo adelante?

– No lo sé. Mi padre cree que sí. Lleva todo un año emocionado con este proyecto.

– ¿Su padre ha llegado a algún trato con Hilliard?

Madison sabía lo que quería decir. ¿Estarían trabajando juntos su padre y Christopher para aumentar las expectativas de mercado? Blaine Adams decía que el día que apareciera un dispositivo que él no fuera capaz de burlar, Santa Claus anunciaría que renunciaba a repartir regalos.

– No creo que mi padre sea capaz de una cosa así -dijo con calma-. Es un buen hombre. Un poco descuidado con las relaciones personales, pero en absoluto con su trabajo. Es un hombre íntegro.

– Eso no significa que no lo puedan comprar.

– Para él el dinero no es importante.

Tanner quería creerla, pero no podía ignorar aquella posibilidad.

– Si Hilliard tiene tanto dinero, ¿por qué no paga sus deudas?

– No lo sé. Casi es una cuestión de honor para él. La mayoría de la gente no toma medidas contra él. Se limitan a enfadarse. Hubo un par de persona que intentaron denunciarlo, pero al final renunciaron.

No estaba pintando una imagen muy amable de aquel tipo, pensó Tanner. ¿Cómo podía haberse enamorado de él?

Madison se inclinó hacia delante y apoyó los brazos en la mesa.

– ¿Cómo está ese hombre al que hirieron?

La preocupación oscurecía sus ojos. Pero Tanner no quería pensar en Kelly y tampoco en el hecho de que quizá no se recuperara.

– De momento resiste. Ha sobrevivido a la operación.

– Siento que lo hirieran.

– Usted no le disparó.

– Pero es como…

Tanner no quería hablar sobre ello, así que la interrumpió:

– Si su teoría sobre el secuestro es cierta, entonces Hilliard debe de estar rabioso por haber perdido veinte millones de dólares.

Madison pareció animarse.

– ¿No ha conseguido el dinero?

– No, lo intercepté y se lo envié directamente a su padre.

– Me alegro -dijo Madison con fiereza.

– ¿Para qué necesita su ex marido ese dinero?

– Para pagar sus deudas de juego.

– No tiene tantas deudas.

– ¿Cómo lo sabe?

– Le he investigado.

– Entonces no lo sé. A lo mejor quiere comprar algo. Quizá esté comprando alta tecnología y diciendo que es suya.

Tanner fijó entonces la mirada en la cicatriz de Madison.

– ¿Cómo se la hizo?

Madison posó la mano en el regazo y clavó la mirada en la mesa.

– No me acuerdo. Sé que suena extraño, pero es la verdad. No sé si me dio un golpe en la cabeza o, sencillamente, he bloqueado ese recuerdo. Estaba peleándome con Christopher. Fue poco antes de dejarlo. No paraba de presionarme para que dejara mi trabajo.

Tanner se quedó mirándola fijamente.

– ¿Usted trabaja?

– Sí. No me pagan, soy voluntaria, pero tengo que ir todos los días para cumplir con determinadas tareas -lo miró a los ojos-. No soy una inútil.

– Déjeme imaginármelo. Christopher le planteó en aquella discusión que su mujer no tenía por qué trabajar.

– Exacto. Y mi padre lo apoyaba. Decían que debería quedarme en casa y concentrarme en ser una buena esposa. Que no era suficientemente fuerte como para hacer las dos cosas.

¿Que no era suficientemente fuerte? Quizá Tanner no fuera un admirador de Madison Hilliard, pero estaba convencido de que era una mujer con gran determinación y fuerza de voluntad.

– Mi padre se marchó y Christopher continuó gritándome. Sé que me abofeteó, pero ya no recuerdo nada más.

– ¿Aquélla fue la primera vez que la pegó? -le preguntó Tanner.

– Sí. Fue la primera vez. Y también uno de los motivos de que lo dejara.

– Me parece motivo suficiente. ¿Y se cayó al suelo cuando él la pegó?

– No. Permanecí de pie, mirándolo a los ojos. Él continuaba gritándome. Creo que ni siquiera sabía lo que hacía.

– Claro que lo sabía -un hombre siempre sabía que estaba pegando a una mujer.

– Lo siguiente que recuerdo es que estaba de rodillas en el suelo. Había atravesado una puerta de cristal y estaba sangrando -se llevó la mano a la mejilla-. Sinceramente, no puedo decirle si tropecé o si él me empujó.

Tanner habría apostado todo su dinero a que aquel canalla la empujó, y no le sorprendía que Madison hubiera bloqueado aquel recuerdo. A nadie le gustaba averiguar que estaba casada con un monstruo.

– Se lanzó sobre mí sin dejar de gritar, pero parecía contento. Me dijo que estaría tan horrible como esos niños a los que intentaba ayudar. Que me lo merecía. Después se marchó. Tuve que ir sola a urgencias. Me dieron unos puntos y me enviaron a casa. Cuando llegué, Christopher había desaparecido. Recuerdo que me alegré. Al día siguiente fui a ver a un abogado para enterarme de cuáles eran los trámites de divorcio. Tardé un par de meses en reunir el valor que necesitaba para marcharme, pero lo conseguí.