Tocó su mejilla y lo obligó a mirarlo a los ojos.

– Nunca te olvidé. Te lo juro -susurró antes de volverse y correr a refugiarse en el área de descanso.


Ty y Lacey se encontraron con Hunter en casa de Ty, en cuanto llegaron al pueblo. Entraron por la puerta de atrás del bar. No hubo torpes saludos cuando Hunter vio a Lacey por primera vez, pensó Ty, envarado, cuando ella cruzó corriendo la habitación para lanzarse en brazos de su amigo.

– ¡Qué alegría verte! -gritó Lacey, emocionada.

Hunter la abrazó con fuerza.

– Lo mismo digo -se apartó y la miró con una sonrisa-. Sigues estando tan guapa como siempre.

Ella se echó a reír y le dio un ligero puñetazo en el hombro.

– Tú estás fantástico.

– Se está esforzando lo suyo -masculló Ty.

Él no había recibido una bienvenida tan efusiva y de manera racional entendía por qué. Lacey no esperaba verlo, así que la había pillado desprevenida. Y después, cuando se había acostumbrado a su presencia, él había dejado caer la bomba acerca de su tío.

Ty era consciente de que intentaba aplacar sus celos y consolarse con obviedades, pero ninguna de aquellas cosas era propia de él. Era, por lo general, un tipo que andaba por la vida con escasos altibajos. Pero, por lo visto, las cosas habían cambiado.

Se aclaró la garganta.

– Vosotros dos, dejadlo de una vez. Tenemos que hacer planes.

Lacey se volvió hacia ellos.

– Como en los viejos tiempos. Bueno, ¿cómo queréis plantear el asunto?

Ty se acercó a ella.

– Supongo que lo primero en el orden del día sería leer con detenimiento las cláusulas del fondo fiduciario para descubrir qué necesitas exactamente para reclamar tu dinero -miró a Hunter-. ¿Estoy en lo cierto, letrado?

El otro asintió con la cabeza.

– Tienes razón. Lo miraré lo antes posible. Pero voy a necesitar un poco de ayuda, porque soy penalista.

– Es asombroso -dijo Lilly, y sus ojos brillaron de orgullo por lo que había conseguido Hunter.

Ty sentía lo mismo.

– ¿Qué tipo de casos llevas? -preguntó ella.

– Un poco de esto y aquello -dijo, y se echó a reír.

– No seas tan modesto -intervino Ty-. Hunter es muy conocido por aquí. Es uno de los mejores criminalistas del estado. Sus clientes son muy notables, incluso para los criterios del interior del estado de Nueva York.

Hunter se sonrojó al oír aquel cumplido.

– Acepto esos casos para ganar dinero y poder permitirme trabajar sin cobrar para gente que de otro modo no podría permitirse una defensa decente.

Lilly cruzó los brazos y asintió con la cabeza, comprensiva.

– ¡Qué orgullosa estoy de ti! Debí imaginar que acabarías ayudando a los demás.

Hunter se puso aún más colorado.

– Ty es el que hacía de salvador mientras que yo sólo iba de acompañante. Supongo que aprendí de él.

– Pues, por lo que a mí respecta, sois los mejores -ella les sonrió-. Gracias por ocuparte de esto -le dijo a Hunter-. No puedo permitirme pagar a nadie sin gastar mis ahorros.

– Eso no importará cuando le quites el dinero del fondo fiduciario a ese caradura que se hace llamar tu tío -dijo Ty.

Ella asintió con la cabeza.

– Aun así, todo es mucho más fácil si se tiene un amigo en quien confiar.

– El mes que viene tengo un juicio importante, pero ahora tengo tiempo. Me encargaré de ello -Hunter se sentó sobre la encimera de la cocina como si estuviera en su casa, y, teniendo en cuenta lo mucho que iba por allí, así era en cierto modo-. Bueno, ¿qué vas a hacer tú mientras yo investigo? -le preguntó a Lilly.

Ty levantó una ceja y la miró.

– Yo también siento curiosidad.

Ella se encogió de hombros.

– Había pensado en volver a familiarizarme con el pueblo. Necesito relajarme y tal vez sentir que vuelvo a pertenecer a este lugar.

– Entiendo cómo te sientes -y Ty la compadecía-. Pero no puedes andar por ahí a plena luz del día y arriesgarte a alertar a tu tío de que has vuelto. Tienes que ser discreta, al menos hasta que informemos a tu tío de que estás viva y dispuesta a hacerte rica.

– Dios, cómo me gustaría ver su cara cuando se entere de que ha esperado diez años para nada -Hunter se frotó las manos. Su excitación ante el batacazo que esperaba a Dumont era comprensible, y compartida por todos ellos.

Lilly se echó a reír, pero Ty creyó notar cierto temblor en su voz. A pesar de su fortaleza, no estaba preparada para el reencuentro. Unos cuantos días de respiro le irían bien.

– ¿Cómo creéis que deberíamos darle la noticia? No puedo presentarme en su puerta, llamar al timbre y decir: «Hola, tío Marc, ¡he vuelto!».

Ty sonrió.

– Puede que no, pero yo pagaría encantado una entrada para ver ese espectáculo.

– Habrá que proceder con más sutileza -dijo Hunter.

– Y supongo que tú tienes la solución -Lilly se acercó a él y apoyó la cadera contra la encimera.

Él asintió.

– Pues sí -dijo crípticamente-. Pero aún no puedo explicároslo. Entre tanto, deberías tumbarte un poco y descansar.

– No, creo que puedo apañármelas. Y voy a empezar ahora mismo. Voy a dar un paseo por ahí detrás. Ven, Digger -llamó a su perra, que se levantó del suelo y corrió hacia ella.

Tras ponerle la correa, les lanzó a ambos una sonrisa visiblemente forzada. Luego salió.

Ty echó a andar tras ella, dispuesto a alcanzarla.

– Deja que se vaya -Hunter le puso una mano en el hombro para detenerlo-. No podemos ni imaginarnos cómo debe de sentirse. Dale tiempo para que se haga a la idea.

Ty apretó la mandíbula al darse la vuelta para mirar a su mejor amigo.

– ¿Desde cuándo eres un experto en Lilly?

– ¿Y desde cuándo eres tú un celoso insoportable? -preguntó Hunter.

– ¿Tan evidente es? -refunfuñó Ty.

– Sólo para los que te conocen -Hunter se pasó una mano por el pelo-. Yo no soy competencia para ti, pese a lo que sintiera por ella antes -dijo, sorprendiendo a Ty al exponer sus sentimientos por primera vez.

– ¿Y ya no? -Hunter negó con la cabeza-. ¿Es porque no quieres competir conmigo? -preguntó Ty, incómodo ante el rumbo que había tomado de pronto la conversación.

Hunter movió la cabeza de un lado a otro.

– Puede que antes fuera por eso. Cuando éramos unos críos, sabía que no podía ganarte. Ni siquiera lo he intentado nunca -le dio una palmada fraternal en el brazo-. Pero esos días pasaron. Si sintiera por ella lo mismo que antes, sólo nuestra amistad se interpondría en el camino. No mi inseguridad.

La confesión de Hunter dejó atónito a Ty. Admiraba a su amigo por conocerse tan bien y admitir la verdad en voz alta.

– ¿Qué pasa, entonces? -preguntó.

Hunter sonrió.

– Estoy concentrado en otra persona.

Y Ty sabía en quien.

– ¿En Molly?

– Me ha dicho tantas veces que no, que tengo suerte de que todavía me quede un poco de amor propio -contestó, y de algún modo logró reírse-. Pero de todos modos sigo pidiéndole salir.

– ¿Te importa que te pregunte por qué no has insistido más para que cene contigo?

Hunter se rascó la cabeza.

– Porque, hasta ahora, emitía vibraciones que me advertían que me mantuviera alejado. Y, ahora que parece más dispuesta a investigar la química que hay entre nosotros, Lilly ha vuelto y tengo otros motivos para querer pasar más tiempo con ella.

Ty se encogió de hombros.

– Explícale la situación. Puede que lo entienda.

– Claro. Y puede que el infierno se hiele y que me cuente por qué me ha dicho tantas veces que no cuando su lenguaje corporal decía que sí.

Ty echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír.

– Lo cual significaba que nunca lo descubrirás por ti mismo. Ninguno hombre en su sano juicio es capaz de leerle el pensamiento a una mujer, por más que se lo crea.

Hunter sonrió.

– Eso es cierto -dijo, y su sonrisa se desvaneció-. Cuando acabe de sonsacar a Molly sobre Dumont, no va querer pasar ni un minuto conmigo -se acercó a la nevera y abrió una lata de Coca-cola.

– Pero ¿vas a hacerlo de todos modos? -preguntó Ty.

– Sí -Hunter se bebió media lata de un solo trago-. Somos los tres mosqueteros. Es sólo que sigo diciéndome que, en lo que respecta a Molly, no puedo perder lo que nunca he tenido. Y no porque no quiera intentarlo… Pero digamos que mis expectativas no son muy altas -apuró la lata y la dejó con un golpe sobre la encimera.

Ty lo sintió por él. Hunter no había tenido ninguna relación duradera, aunque, al igual que él, había salido con muchas mujeres. Y ahora se arriesgaba a perder a la única con la que, obviamente, podía tener algo serio.

– ¿Y si buscamos otro modo de conseguir información sobre Dumont y os dejamos el campo abierto a Molly y a ti?

Hunter movió la cabeza de un lado a otro.

– Si le interesara, habría salido conmigo hace mucho tiempo. Lilly nos necesita y no hay más que hablar -se acercó a la puerta; luego se detuvo y se volvió-. Pero, aparte de mi ayuda, en lo que respecta a Lilly, tú tienes el campo libre.

Ty soltó un gruñido. A veces, Hunter aún mostraba vestigios del chico atolondrado que había sido, que hablaba primero y pensaba después. Por eso él lo quería como a un hermano.

Miró a su amigo.

– La verdad es que hay otro hombre en la vida de Lilly. Se llama Alex.

Hunter frunció el ceño.

– Vaya.

– Sí -y, dado que Ty no era muy dado a conversaciones profundas, no supo qué decir a continuación.

Hunter miró su reloj, un Rolex de oro que había comprado tras ganar un caso importante para un tipo rico acusado de matar a su mujer. Aquél había sido su primer paso para convertirse en un estirado que prestaba sus servicios a los peces gordos.

– Tengo que irme.

– ¿Vas a ver a Molly? -preguntó Ty, y supuso que era una pregunta retórica.

Hunter asintió con la cabeza.

– Creo que es la persona más idónea para saber que Lilly está viva. No me cabe ninguna duda de que se lo dirá a Dumont. Podemos seguir a partir de ahí.

– ¿Crees que nos dará la escritura del fondo fiduciario?

Hunter se encogió de hombros.

– Quién sabe. Con un poco de suerte, nos dirá qué bufete la tiene.

– Buena suerte. Ya sabes dónde encontrarnos cuando acabes -dijo Ty.

– Has dicho «nos». ¿Lilly va a quedarse aquí?

Ty asintió con la cabeza.

– No creo que pueda permitirse un hotel. Además, me parece que no querrá estar sola.

– Ya estás otra vez haciéndote el héroe. Y tomando decisiones por los demás. Salvo que, en este caso, es lo correcto. Si estáis bajo el mismo techo, tendréis ocasión de revisar el pasado y ver lo que podría haber sido y no fue. Lo que todavía podría ser.

Ty sacudió la cabeza.

– Imposible -Lilly había sido una chica muy dulce que lo necesitaba. Ahora era una mujer adulta que no necesitaba a nadie y tenía una vida y a otro hombre esperándola en la gran ciudad.

– Ya sabes lo que se dice. Nunca digas nunca jamás -repuso Hunter antes de salir y cerrar la puerta tras él.


Hunter se detuvo en el pasillo, junto al apartamento de Ty. Necesitaba un minuto para ordenar sus ideas.

Lilly había vuelto a casa y parecía estar mejor que nunca. Ty seguía siendo tan tonto como antaño. Y él… en fin, sus preguntas se habían visto contestadas. Se alegraba muchísimo de ver a Lilly, pero sólo como amiga.

Una amiga por la que haría cualquier cosa, y no únicamente por los viejos tiempos, sino también porque, como abogado, se había convertido en defensor de los desvalidos. Frente a Dumont, Lilly era la desvalida, y a él, por su parte, no le importaría devolver el golpe al hombre que le había causado tanto dolor. No quería, sin embargo, causar ningún disgusto a Molly.

Desde el día en que se habían conocido, Molly y él habían seguido caminos paralelos que parecían no poder cruzarse nunca. En la facultad, ella apenas hacía otra cosa que estudiar. Hunter era igual: estaba concentrado en su éxito. Se había empeñado en graduarse y en llegar a ser alguien, sobre todo porque su padre le había dicho que nunca llegaría a nada. Después de su paso por el correccional, había decidido demostrar a todos los que le habían dado por perdido que se equivocaban. Y lo había hecho, a pesar del padre del que había huido y de la madre que sencillamente no lo quería. Y a pesar de Dumont, que lo había sacado por la fuerza del único hogar que había conocido.

Pese a todo aquello, había triunfado. Y detestaba pensar que Dumont pudiera hacerle perder de nuevo a alguien que le importaba profundamente. Molly y él nunca habían tenido una oportunidad y esa noche sus actos se asegurarían de que nunca la tuvieran. No era que pusiera a Lilly y Ty antes que a Molly: sencillamente, no podía traicionar a su familia. Eran lo único que tenía.