Se detuvo en The Tavern y compró algunas cosas para cenar, incluida una botella de vino, antes de presentarse en casa de Molly. Subió por el caminito de entrada a la casa.

Tal y como había imaginado, Anna Marie, la secretaria del juzgado y casera de Molly, estaba sentada en el balancín del porche. Llevaba el pelo canoso recogido en un moño. Envuelta en un jersey, disfrutaba de la fresca noche de septiembre… y de la posibilidad de vigilar el vecindario en busca de cotilleos. Hunter era consciente de que iba a servirle uno en bandeja.

Aun así, subió por el caminito y se detuvo junto a la puerta de Molly.

– Hace buena noche -le dijo a Anna Marie antes de llamar al timbre.

– Está refrescando. El aire viene frío -ella se ciñó el grueso jersey de punto.

– ¿Por qué no entras, entonces?

– Podría perderme…

– ¿Una estrella fugaz? -preguntó Hunter.

– Algo así -Anna Marie le guiñó un ojo y se recostó en el balancín-. ¿Qué haces en el pueblo a estas horas? Pensaba que, cuando no estabas en el juzgado o trabajando, preferías tu elegante piso de Albany.

Hunter se echó a reír.

– Estoy seguro de que ya sabes qué hago aquí, así que dejémoslo -llamó al timbre bajo el cual aparecía el nombre de Molly.

Molly abrió la puerta bajo la mirada atenta de Anna Marie, y sus ojos se agrandaron al ver a Hunter y la bolsa que sujetaba con un brazo.

– Vaya, esto sí que es una sorpresa.

– ¿El que por fin haya decidido no aceptar un no por respuesta?

Ella asintió con la cabeza, pero el placer iluminó su mirada y, por un instante, Hunter se permitió disfrutar de aquella imagen.

Se recostó contra la pared de la casa y admiró sus vaqueros ajustados y su camisa ceñida de manga larga. Aquella vestimenta distaba mucho de los trajes que solía llevar al juzgado, y así vestida se parecía más a cuando Hunter la había conocido en la universidad de Albany. Sin embargo, ahora que estaba a solas en su casa, los colores vivos que la caracterizaban brillaban por su ausencia. Otra faceta enigmática de Molly que dilucidar. ¿Y no sería eso un placer, en caso de que Hunter tuviera oportunidad de hacerlo?

– Bueno, puedo ser muy persistente cuando quiero. Así que, ¿vas a dejarme pasar? ¿O quieres que Anna Marie siga disfrutando gratis del espectáculo? -Hunter guiñó un ojo a la más mayor de las dos, que saludó con la mano mientras seguía balanceándose.

– Dicho así, creo que no tengo elección -Molly abrió la puerta mosquitera y Hunter entró y cerró la puerta a su espalda-. Francamente, algunas veces creo que está escuchando con un vaso pegado a la pared -dijo, riendo.

– ¿Es que llevas la clase de vida que encuentra emocionante? -preguntó él.

– Eso te gustaría saber a ti -una sonrisa malévola curvó sus labios-. Bueno, ¿qué hay en la bolsa?

– Comida.

Molly le indicó que la siguiera escaleras arriba, hasta el interior de su casa, y se detuvo en la zona de la pequeña cocina.

– No sabía qué te gustaba porque nunca me has hecho el honor de dejar que te invitara a cenar, así que he traído un surtido de las especialidades de The Tavern -Hunter procedió a desempaquetar un bistec bien hecho, un entrante a base de pescado y una ración de pollo marsala-. He traído de todo -dijo.

Sabía que había dejado muy atrás al chico vergonzoso y torpe al que Ty había acogido bajo su ala. Pero, aun así, algunas veces se veía arrojado de nuevo al estado de inseguridad que había sentido antes de superar su experiencia en el correccional.

Molly, sin embargo, no se rió de él. Miró cada plato e inhaló profundamente.

– Me apetece muchísimo probar un poco de todo. ¿Y a ti?

Así de fácilmente disipó la angustia de Hunter y compartieron la cena. El le preguntó por sus padres y su vida, pero, como buena abogada que era, ella desvió sus preguntas con otras de su cosecha. Discutieron con buen ánimo y él disfrutó de su compañía. Pero la conversación no le dio ocasión alguna de preguntarle por Dumont.

– Anna Marie me ha dicho que conoces a mi futuro padrastro -dijo ella por fin mientras Hunter le pasaba los platos y ella los aclaraba.

A fin de cuentas, le había puesto las cosas fáciles al darle el pie que él buscaba. Hunter sacudió la cabeza y se echó a reír.

– Olvidaba que los chismorreos son de dos direcciones.

Molly lo miró de reojo.

– ¿Qué quieres decir?

– Anna Marie me contó con entusiasmo lo de la boda de tu madre. Y luego dio media vuelta y te habló de Dumont y de mí.

– En realidad sólo dijo que había pasado algo entre vosotros. ¿Te importaría contarme algo más?

– Pues sí, la verdad -Hunter apoyó las manos en la encimera de fórmica blanca-. Pero supongo que, si quiero saber algo sobre Dumont, voy a tener que contarte lo que sé.

Molly comprendió al instante que aquella cena había sido, más que un truco para forzarla a aceptar una cita largo tiempo buscada, una artimaña para interrogarla sobre Dumont, y Hunter se dio cuenta de ello.

Los ojos de Molly se nublaron, llenos de decepción.

– Así que no has venido en busca de compañía -Molly puso el paño sobre la encimera y se volvió para mirarlo-. ¿Sabes qué, Hunter? Me sacas de quicio -dijo lisa y llanamente-. Puede que hayamos pasado años tonteando con salir juntos, pero siempre te había tenido por un tipo que, cuando quiere algo, sencillamente lo pide.

A menos que la mujer de la que quería algo le importara, pensó él. No tenía ninguna respuesta que ofrecerle. Ninguna que ella quisiera oír, al menos.

– ¿Qué quieres saber sobre Marc Dumont que es tan urgente que te has presentado aquí esta noche? -preguntó ella, enfadada.

– ¿Te cae bien? -Hunter había pensado en empezar con preguntas sencillas para saltar luego a su gran revelación.

Molly se encogió de hombros.

– Parece un tipo decente. Puede que sea el futuro quinto marido de mi madre, pero es el primero que me ha acogido en la familia, en vez de echarme a patadas.

El mismo hombre que había arrojado a Lilly de su propia casa, ahora decidía darle un hogar a Molly. Qué lío. Hunter desconocía la historia de Molly con su madre, pero ahora tenía algún indicio al respecto. La familia de Molly, al igual que la de Hunter, demostraba que a veces tener padres no garantizaba una buena vida.

– ¿Por qué lo preguntas?

Hunter respiró hondo.

– Digamos que mis experiencias anteriores con Dumont no lo pintan con luz favorable. Pero ¿a ti te cae bien?

– Ya te he dicho que parece un tipo decente. Hace feliz a mi madre y siempre ha sido amable conmigo. Pero no lo conozco muy bien. Su romance, o como quieras llamarlo, ha sido muy rápido. Claro que todos los romances de mi madre lo han sido. Y las bodas más aún.

– ¿Tu madre es…? -Hunter buscó un modo de delicado de hacer su siguiente pregunta, y luego pensó «Qué demonios». Ya había perdido todas sus oportunidades con aquella mujer-. ¿Tu madre es rica? -preguntó.

Molly rompió a reír. No con la risa ligera y musical que solía dedicarle, sino con una carcajada llena de buen humor.

– Santo cielo, no. Bueno, lo retiro. Mi madre se casa con hombres ricos, acaba divorciada con una buena pensión, se gasta el dinero y pasa a su siguiente presa.

– ¿Y Dumont es su siguiente presa, su nuevo novio rico? -preguntó Hunter con incredulidad.

Molly asintió.

– Si no lo es ahora, lo será cuando herede el dinero de su difunta sobrina.

Lo cual explicaba por qué Marc Dumont quería tener a Molly cerca. Necesitaba que, con sus conocimientos legales, lo ayudara a obtener aquella fortuna. ¿Y qué mejor modo de hacerlo que empujar a su prometida a restablecer la relación con su hija, la abogada? Así se haría querer tanto por Molly como por su futura esposa.

Molly exhaló un suspiro y se pinzó el puente de la nariz con los dedos.

Hunter dio un paso adelante y puso una mano sobre su hombro. Ella tenía la piel caliente y febril.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó.

– Sí, estoy bien. Sólo me duele la cabeza. Te agradecería que me dijeras qué relación tienes con Marc Dumont y por qué has venido a interrogarme sobre mi familia. Antes te importaba un bledo -contestó con voz profunda y grave.

– Siempre me ha importado -dijo él en voz tan baja que Molly apenas lo oyó-. Pero no sabía qué hacer al respecto.

– Pues te aseguro que presentarte aquí con una cena y segundas intenciones no es el mejor modo de demostrar tu interés.

A Hunter no le sorprendieron sus palabras. Molly tenía razón.

– En esto vas a tener que darme un respiro. No soy precisamente un experto en lo que se refiere a las relaciones de pareja.

Ella se echó a reír.

– Pues nadie lo diría por los rumores que corren por el juzgado.

Hunter quiso obsequiarla con una sonrisa engreída, pero sólo le salió una auténtica.

– Tú misma lo has dicho. Sólo son rumores.

Nunca había tenido una relación con una mujer que involucrara sus sentimientos. A no ser que contara a Lilly, y ahora se daba cuenta de que, aunque la había querido, no había estado enamorado de ella. Aquella certeza fue un alivio. Siempre estaría ahí para Lilly. La sacaría de apuros o la ayudaría en todo lo que pudiera porque estaban unidos desde hacía años.

Sin embargo, lo que empezaba a sentir por Molly era mucho más fuerte que sus sentimientos hacia Lilly debido a lo que intuía que podía llegar a sentir en el futuro… si se exponía a la posibilidad de resultar herido. Esa noche, la había traicionado. En aquel mismo momento. Porque estaba en su casa, buscando información para ayudar a Lilly, una mujer a la que Molly creía muerta.

La ironía residía en que ambas se parecían mucho y en que Hunter podía imaginárselas siendo amigas. En otra vida o en aquélla, si las cosas fueran menos complicadas.

Pero no lo eran. Y se complicarían aún más cuando Molly supiera la verdad.

Capítulo 5

Hunter se hallaba en la cocina de Molly y le había pedido que le diera un respiro porque las relaciones de pareja no eran ni habían sido nunca lo suyo. No podía creer que hubiera hablado de aquello tan claramente, pero lo había hecho.

Ella apoyó la mano sobre la encimera, con una expresión a medio camino entre la incredulidad y lo que Hunter quiso tomar por esperanza.

Esperanza por ellos dos.

Ella lo observó atentamente.

– ¿Eso estamos haciendo? ¿Forjar una relación de pareja? Porque debo decirte que, si es así, me he perdido.

Él dejó escapar un gruñido.

– ¿Puedo sentarme? -no podía contestar a su pregunta hasta que se lo hubiera contado todo. Luego ella tendría que decidir si lo suyo era posible o no. Y la historia que debía contarle era larga.

Molly le indicó una silla de hierro forjado que había junto a la mesa y Hunter se sentó a horcajadas.

Ella acercó otra silla y se sentó cansinamente a su lado.

Hunter aprovechó aquellos segundos para calmar sus emociones, porque rara vez hablaba de su pasado.

– Yo crecí en hogares de acogida -dijo por fin.

Los ojos de Molly se suavizaron.

– No lo sabía.

Hunter se puso rígido y esperó la dosis de piedad que las mujeres solían ofrecerle cuando se enteraban de aquello. Odiaba aquella piedad porque significaba que sentían lástima por él.

Molly lo miró a los ojos y comenzó a tamborilear con los dedos sobre la mesa.

– Me pregunto si eso es mejor que el que te manden a un internado cuando el padrastro de turno está dispuesto a pagar la factura.

Él se rió, agradecido por su ingeniosa respuesta. Había intuido que Molly era especial. Ahora lo sabía con certeza.

– Entonces, ¿fue muy duro? -preguntó ella.

– No tanto -mintió Hunter-. Sobre todo, en el último sitio. ¿Conoces a mi amigo Ty, el que trabaja en el Night Owl?

Ella asintió con la cabeza.

– Nos presentaste la última vez que fui a tomar una copa con mis amigos después del trabajo.

– Es como mi hermano. Su madre me acogió y me trató como si fuera de la familia. Hizo lo mismo con otra chica de acogida que había en la casa -se detuvo un instante, consciente de que su comprensión y el vínculo que los unía acabaría allí-. Se llamaba Lilly Dumont.

– ¿La sobrina de Marc? -Molly entornó los ojos-. ¿La que murió?

– La que presuntamente murió -contestó él, puntualizando como mejor podía hacerlo hasta que fuera capaz de contarle la verdad. Se inclinó hacia delante y explicó-: En el pueblo casi todo el mundo conoce esa historia, pero tú no creciste aquí. Y obviamente Dumont se ha callado algunas piezas claves si nunca te ha mencionado mi nombre.

Molly se echó hacia atrás con los hombros rígidos.

– Estoy segura de que tendrá sus razones. Pero, ya que no está aquí, ¿por qué no me pones tú al corriente? -sugirió con sarcasmo apenas disimulado.