Ya empezaba a tratarlo como a un enemigo.

Hunter se agarró al frío hierro del respaldo de la silla. Su única esperanza de conquistarla era recurrir a la verdad.

– Ya sabrás que el hermano de Dumont y su cuñada murieron en accidente de tráfico.

Molly asintió.

– Dejaron una finca enorme y millones de dólares en un fondo fiduciario a nombre de Lilly, y nombraron a Marc su tutor.

Hasta ese punto, sus versiones concordaban, aunque Hunter intuía que eso estaba a punto de cambiar.

– Lilly era una chiquilla asustada cuando vino a vivir con su tío. Acababa de perder a sus padres y quería que Dumont cuidara de ella y la quisiera. Pensaba que él lo haría, pero resultó que sólo la quería por su dinero.

Recordaba la versión que Lilly le había contado de los hechos una noche, ya muy tarde, cuando estaban los tres en un viejo columpio que colgaba de un árbol del jardín trasero de la casa de Ty.

Miró a Molly. Su expresión seguía siendo recelosa y escéptica.

Decidió continuar.

– El cariño y la amabilidad que le había demostrado no eran en realidad más que un modo de manipularla para apoderarse de su herencia. Fue un giro muy cruel del destino. Lilly se puso furiosa, se volvió rebelde… y Marc se volvió vengativo. Al ver que no podía controlar a Lilly maltratándola, hizo que la metieran en un hogar de acogida para asustarla y doblegarla. Fue el miedo a volver a casa de su tío lo que causó su «muerte».

– No -Molly sacudió la cabeza.

Hunter casi podía ver cómo la negativa a creerle embargaba a Molly en oleadas mientras ella se mecía en la silla.

– Marc me dijo que Lilly fue difícil desde el principio. Que se negaba a aceptar la autoridad o el hecho de que sus padres hubieran muerto. No podía controlarla y no tuvo más remedio que ceder su custodia al estado.

Hunter apretó con fuerza la mandíbula, aunque no le sorprendieron ni aquella versión retorcida de los hechos, ni el que Molly se la hubiera creído.

– Tú misma has dicho que no conoces muy bien a Dumont, así que no puedes descartar sin más lo que acabo de contarte.

Molly se levantó.

– Puedo y voy a hacerlo. Marc me dijo que Lilly era salvaje e incontrolable. Él era soltero y no sabía nada de niños. Estaba casi desquiciado cuando la mandó al hogar de acogida. Después, se sintió fatal por haber tomado esa decisión y quiso recuperarla y empezar de nuevo, pero ella le robó el coche y…

– No tiene pruebas -dijo Hunter-. No tiene pruebas de que Lilly le robara nada. Lo único que sabe es que su coche acabó en la laguna del barranco y que no se encontró ningún cuerpo.

Molly seguía de pie, a su lado. Con los ojos muy abiertos, luchaba visiblemente por no aceptar su historia, seguramente porque ello perturbaría la frágil tranquilidad que había empezado a encontrar en casa. Una tranquilidad con la que probablemente llevaba soñando toda una vida, pensó Hunter, que la comprendía mejor de lo que ella creía.

– Piensa como abogada, Molly. Eres demasiado lista para creer las palabras de Dumont a pies juntillas -dijo.

Ella se frotó la frente con la mano.

– Necesito tiempo. Un par de días para investigar todo esto -dijo ella sin mirarlo a los ojos.

Hunter se levantó lentamente de la silla.

– No hace fatal que te vayas muy lejos a investigar. Puedes preguntar directamente a la fuente.

Molly se apartó la mano de la cara.

– ¿Qué quieres decir?

Hunter respiró hondo para infundirse ánimos.

– Lilly está viva. Cualquier pregunta que tengas, puedes hacérsela a ella.

En lugar de poner cara de incredulidad, Molly se limitó a sacudir la cabeza.

– Te estás pasando, Hunter. Puede que no te guste Marc, pero inventar que Lilly Dumont ha resucitado no va a servirte de nada. Sé que esto tiene que ver con ese dinero. Y legalmente no puedes impedir que Marc lo reclame.

– Tienes razón. No puedo. Pero Lilly sí.

– Hablas en serio -Molly volvió a sentarse-. ¿Está viva? -él asintió con la cabeza-. ¿Tú la has visto?

– Con mis propios ojos. Ahora se llama de otro modo, pero está vivita y coleando -decidió no mencionar que él había participado en el plan desde el principio.

– Vaya -dijo Molly-.Vaya.

Hunter puso la mano en la silla, tras ella, con cuidado de no tocarla a pesar de lo mucho que lo deseaba.

– ¿Vas a decirle a Dumont que se olvide del dinero?

Ella volvió a pasarse las manos por los ojos.

– Le diré lo que me has dicho. Es lo único que puedo hacer.

– ¿Quieres que te traiga algo? ¿Agua? ¿Una aspirina?

Molly sacudió la cabeza.

– No, nada. Sólo necesito estar sola, ¿sabes?

Él asintió. Molly tenía muchas cosas en las que pensar, gracias a él. Incluido el hecho de que le importaba… si ella decidía creerlo.

Molly bajó con él el largo tramo de escaleras.

– Menuda cita sorpresa -dijo cuando él asió el pomo de la puerta para salir.

Hunter no estaba satisfecho de sí mismo, pero esa noche habían salido a la luz muchas cosas, al menos por su parte. Lo que Molly decidiera hacer con esa información era cosa suya.

– Sabes perfectamente que siempre he querido conocerte mejor. Te he pedido salir otras veces -se sintió impelido a recordarle.

– Pero nunca has insistido, hasta ahora, cuando tenías otras intenciones.

– No ha sido por interés propio.

Molly frunció los labios.

– Sí, eso resulta interesante. Obviamente, se trata de los intereses de Lilly.

– Ahora se hace llamar Lacey.

– ¿Y eres el abogado de Lacey? Porque los fondos fiduciarios y las herencias no son tu especialidad -la voz de Molly sonaba ajena y profesional, señal segura de que se había replegado completamente sobre sí misma.

Hunter dejó escapar un gruñido. Lilly no lo había contratado oficialmente, pero Hunter daba por sentado que sólo contaba con él.

– Puede que tenga que pedir ayudar, pero sí, soy su abogado.

Ella puso los brazos en jarras.

– Lo cual nos sitúa en lados opuestos, en caso de que Marc decida llevar esto adelante.

Hunter levantó una ceja al oírla.

– No tiene nada en que apoyarse. Confío en que consideres este asunto desde todos los puntos de vista, antes de tomar ese camino.

– Discutiré todas las posibilidades con mi cliente -respondió ella con crispación.

Parecía tan dolida, tan traicionada, que Hunter se sintió compelido a dar un paso hacia ella. Quería disculparse, pero mostrar debilidad podía hacer que ella pensara que su caso también lo era.

Sola en el pequeño recibidor, Molly parecía muy cercana y, para ser ella, muy vulnerable. Hunter alargó el brazo y le levantó la cabeza.

– Molly…

Ella se humedeció los labios con la lengua. Hunter deseaba besarla y sabía que no podía.

– ¿Sí? -preguntó ella en un susurro.

– Ya que vas a hablar con tu cliente, tal vez quieras preguntarle a quién culpa de la muerte de Lilly. Y qué hizo después al respecto -ella no contestó-. Nos veremos mañana -dijo Hunter, y bajó la mano antes de que pudiera poner en práctica su deseo.

Nunca se había sentido más lejos de Molly que en ese momento. Era una enorme ironía. Justo cuando sus sentimientos hacia Lilly se aclaraban y lo liberaban potencialmente para poder entregarse a una auténtica relación de pareja, era el regreso de Lilly lo que le impedía acercarse a Molly.

Ella se dio la vuelta sin contestar y subió las escaleras de regreso a su apartamento. Mientras avanzaba, se oía el eco de sus pasos.

Hunter salió a la calle.

Anna Marie había entrado por fin. Aunque Hunter se alegró de no tener que detenerse a charlar, era consciente de que probablemente ella habría intentado escuchar su conversación con Molly. Esperaba que se le hubieran gastado las pilas del audífono, o que el truco del vaso pegado a la pared no hubiera funcionado. Si no, todo el mundo se enteraría de su cita frustrada con Molly. Y su reputación como semental se habría ido al traste a las nueve de la mañana del día siguiente.


Molly cerró su puerta y se apoyó contra la pared, exhausta y nerviosa al mismo tiempo. Siempre había sentido debilidad por Hunter y había disfrutado de la tensión sexual que acompañaba sus contiendas verbales. En la facultad de Derecho, no había salido con él porque tenía un propósito que cumplir.

No tenía tiempo para una auténtica vida social porque estaba empeñada en esforzarse con denuedo, concentrada en sus estudios para convertirse en una abogada independiente. A diferencia de su madre, que necesitaba un hombre para justificar su existencia y mantenerse a flote económicamente, Molly se proponía ser independiente. Por desgracia, lo había conseguido a costa de no tener ninguna relación de pareja.

Pero ahora que se había mudado a Hawken's Cove en un esfuerzo por renovar los vínculos con su familia, había empezado a abrirse a la posibilidad de tener una vida social, y una vida sexual.

Con Hunter. Los muros de él eran, sin embargo, tan altos como los de ella. Aunque la había invitado repetidamente a salir, nunca había insistido. Ahora Molly creía entender por qué. Hogares de acogida. Se estremeció. La reserva de Hunter por fin cobraba sentido para ella. No creía que nadie que se hubiera criado como él estuviera dispuesto a exponerse a un rechazo.

Y ella tampoco estaba segura de poder seguir adelante. Desde niña, había soñado con tener una relación con su madre. Anhelaba tener una madre que se interesara por su vida, por sus amigos y sus estudios. Alguien con quien hablar de chicos y de los tiempos difíciles. Por desgracia, su madre estaba demasiado concentrada en sí misma como para preocuparse mucho por Molly, que había sido un error de su primer matrimonio. Su padre era un rico viticultor californiano de quien Molly había oído hablar pero al que en realidad no conocía. Y tenía otra familia.

Sin embargo, desde que conocía a Marc, la actitud de su madre hacia ella había cambiado, se había hecho más cálida y tierna. Molly no quería arriesgarse a perder eso. Y sabía que Marc se sentiría traicionado si ella empezaba algo con Hunter. Perdería el principio de su nueva relación con su familia.

Lo cual la hizo pensar otra vez en el cenagal en el que se hallaba de pronto metida. Ciertamente, la historia de Marc acerca de su pasado con su sobrina tenía lagunas. El nombre de Hunter nunca había salido a relucir, ni tampoco el de Tyler Benson. Sin embargo, ambos parecían haber desempeñado un papel importante en aquella época. Molly se mordió el labio inferior mientras se preguntaba cómo reaccionaría Marc si lo interrogaba.

Luego estaba Hunter, quien por fin se había decidido a dar un paso adelante y le había llevado la cena (un surtido de platos especiales, nada menos) y que, sin embargo, tenía segundas intenciones. Pretendía recabar información acerca de Marc y hacerle saber que Lilly estaba viva.

Molly se preguntaba dónde había estado Lilly durante aquellos diez años. Y por qué reaparecía ahora, justo a tiempo para impedir que su tío reclamara su fortuna.

Molly se irguió y se dirigió al teléfono para llamar a su madre y a Marc; quería ver si podía pasar a verlos esa misma noche. Porque no obtendría ninguna respuesta a menos que hiciera las preguntas adecuadas.


El sol del atardecer traspasaba las persianas del apartamento de Ty, pero ni siquiera su luz brillante aliviaba la sensación de Lacey de hallarse encerrada. Odiaba estar confinada. Llevaba tanto tiempo viviendo sola, que estaba acostumbrada a ir y venir a su antojo. Había pasado los tres días anteriores sentada por allí, esperando a que Ty volviera del trabajo. Salía con la perra, sí, y daba frecuentes paseos con ella por detrás del edificio donde vivía Ty, pero estaba más aislada que nunca. Hallarse ociosa no era precisamente su idea de divertirse, pero había hecho una promesa. A cambio, Ty y Hunter le habían asegurado que sólo sería temporal.

No querían que la gente del pueblo la reconociera y que se viera obligada a explicar su presencia tan pronto. Las explicaciones no tardarían en llegar. Hunter decía haber hablado con la abogada y futura hijastra de su tío. Había informado a Molly de que Lilly estaba viva y se encontraba bien, y había dejado a elección de aquella mujer que, al parecer, era amiga suya, el informar o no a Marc Dumont. Lacey sabía que Hunter tendría muy pronto noticias de la reacción de su tío, pero aun así, mientras aguardaba, estaba ansiosa y con los nervios a flor de piel.

Echaba de menos su trabajo y su rutina. Para mantenerse ocupada, se había pasado los días anteriores limpiando el piso de soltero de Ty que, obviamente, hacía siglos que nadie limpiaba. El primer día, había limpiado el polvo, pasado el aspirador, fregado el montón de platos acumulado en el fregadero y ordenado la casa. Saltaba a la vista que Ty nunca recogía sus cosas. El segundo día, Lilly ordenó los armarios, y esa mañana había empezado a recoger otra vez.