No lo hubiera creído posible, pero lo cierto era que aquel desastroso piso de soltero le parecía enternecedor, como el propio Ty. Ignoraba si había alguna mujer en la vida de Ty (y no quería pensar en ello en ese momento), pero se preguntaba si habría alguna que se pasara por allí a recoger cuando ella no estaba. Nadie había llamado desde su llegada. Ninguna mujer, al menos, aunque Ty había recibido muchas llamadas de clientes dejándole mensajes.
Lacey recogió el chándal de Ty, que estaba junto a su cama, y lo puso en el cesto de la ropa sucia; después siguió con lo que ya se había vuelto su rutina cotidiana. Normalmente, cuando limpiaba, era para ganarse la vida y solía hacerlo de manera distante y metódica. Había llegado a dedicarse a aquello por accidente y un golpe de suerte, pero su trabajo le iba como anillo al dedo: siempre había encontrado consuelo en el orden.
No podía decir, sin embargo, que lo encontrara allí, en casa de Ty. Porque, además de limpiar, en aquella casa descubría una intimidad de la que no podía sustraerse. Una intimidad en la que nunca pensaba cuando se hacía cargo de las casas de sus clientes.
Estaba aprendiendo cómo vivía Ty cotidianamente, la ropa que se ponía, la marca de calzoncillos que prefería… Sentía un cosquilleo en los dedos cuando tocaba sus cosas personales, y eso nunca le ocurría cuando trabajaba en Nueva York. Ty la hacía pensar en el pasado, en una época en la que se había sentido querida y a salvo. Y la hacía pensar en la intensa atracción sexual que no sentía por nadie más. Ni siquiera por Alex.
Tras llegar a aquella conclusión, Lacey resolvió que ya había pasado suficiente tiempo rodeada por Ty: por su olor, sus cosas, por él. Un corto paseo la ayudaría a despejarse. Llamó a Digger con un silbido y la perra se bajó de un salto del sofá donde se había acurrucado y, unos minutos después, Lacey se dirigió a la puerta con la perra a sus pies.
De pronto llamaron con fuerza y miró la puerta con aprensión. Ty usaba su llave y Hunter solía llamar por teléfono para avisarla de que iba a pasarse por allí. Miró por la pequeña mirilla y contuvo el aliento, sobresaltada.
– Tío Marc -dijo en voz baja. No estaba preparada para enfrentarse a él, pero se negaba a huir. Esos días habían quedado atrás.
Respiró hondo y abrió la puerta para verlo cara a cara.
– Lilly -dijo su tío con incredulidad.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho y asintió con la cabeza. Durante el silencio que siguió, pudo fijarse en su apariencia. Había envejecido. Su pelo se había vuelto de un gris plateado en las sienes y tenía arrugas, algunas leves y otras profundas, en la cara demacrada y enflaquecida.
Digger le olfateó los pies y metió la nariz bajo la pernera de su pantalón.
– ¿Te importaría apartar a ese perro? -su tío retrocedió para alejarse del animal, pero, cada vez que se movía, Digger iba tras él, reclamando su atención.
La aversión del tío Marc por la perra no decía mucho en favor de su carácter. Claro que Lacey siempre había sabido que no había nada bueno que decir.
Podía haber iniciado la conversación, pero una parte perversa de su ser no quería ponerle las cosas tan fáciles. Se quedó callada deliberadamente mientras lo veía removerse, inquieto.
Él la miró con expresión suplicante.
Lacey suspiró.
– Ven, Digger -al ver que la perra no se movía, Lacey tiró de la correa para apartarla y colocarla tras ella. Para impedir que siguiera husmeando e intentando acercarse a su tío, le impidió el paso con su cuerpo y con la puerta entreabierta del apartamento.
– Gracias, Lilly.
– Ahora me llamo Lacey -le dijo ella. Se sentía más poderosa en su nueva vida de lo que se había sentido nunca en la antigua.
La confusión hizo enrojecer a Marc Dumont.
– Bueno, te llames como te llames, estoy perplejo. Sencillamente, no puedo creerlo. Sé que Molly dijo que estabas viva, pero… -sacudió la cabeza, pálido-. Tenía que verlo con mis propios ojos.
– Lamento decepcionarte, pero es cierto. Aquí estoy, vivita y coleando -permaneció a propósito en la puerta, sin dejarlo pasar.
Él bajó la cabeza.
– Entiendo por qué crees que estoy decepcionado, pero no es cierto. Me alegro de que estés bien y me gustaría saber dónde has estado todos estos años.
– Eso no importa ahora -ella se agarró con fuerza el marco de la puerta. No estaba dispuesta a mantener con él una conversación educada y cortés.
– Me gustaría hablar contigo. ¿Puedo pasar? -preguntó él.
– Sólo si quieres que Digger se te suba en las rodillas. Es una perra muy sociable -repuso ella.
Él sacudió la cabeza, resignado.
– Está bien, hablaremos así.
Justo lo que ella esperaba, pensó Lacey mientras hacía un esfuerzo por no sonreír. No sentía ningún deseo de quedarse a solas con él. Le importaba poco que sus sentimientos fueran irracionales o se debieran a un rencor de la infancia. No iba a arriesgarse.
– Cometí muchos errores en el pasado -él alargó una mano hacia ella y luego la dejó caer-. Pero quiero que sepas que ya no bebo. No culpo al alcohol de lo mal que fueron las cosas entre nosotros, pero tampoco ayudó. Yo no sabía cómo hacer de tutor de una adolescente.
Ella entornó los ojos.
– Cualquier idiota se habría dado cuenta de que el maltrato no era el camino a seguir. Sobre todo teniendo en cuenta que sólo querías mi dinero…
– Eso era lo que tú creías. Yo nunca lo dije expresamente.
– Puede que no me lo dijeras a la cara -ella frunció los labios-. ¿Estás diciendo que, si no hubiera vuelto, no pensabas reclamar mi herencia haciéndome declarar legalmente muerta? -sintió una náusea al recordarlo.
Él se encogió de hombros.
– El sentido práctico dictaba que alguien se hiciera cargo de ese dinero -al menos, no lo había negado-. Además, tus padres dejaron dicho que, si morías, el fondo fiduciario debía dividirse entre tu tío Robert y yo. Yo sólo estaba cumpliendo sus deseos.
Alargó de nuevo la mano hacia su brazo, pero esta vez no se retiró.
Lacey sintió el pálpito de su pulso en la garganta. Antes de que él pudiera tocarla, se puso fuera de su alcance.
La mirada de su tío se ensombreció.
Lacey se preguntó si realmente le importaba o si sólo era un excelente actor. Habría apostado a que se trataba de esto último.
– No he venido aquí a hablar del dinero -dijo él.
– Entonces, ¿a qué ha venido? -dijo Ty detrás de él, sorprendiéndolos a ambos.
Lacey no se había sentido tan aliviada en toda su vida. Se había enfrentado a su tío, pero la presencia de Ty era más que bienvenida.
Ty pasó junto a Dumont y se acercó a Lilly. No podía creer que Dumont hubiera tenido el valor de presentarse en su apartamento para enfrentarse a Lilly, y se alegraba de haber vuelto a casa temprano y haberlo sorprendido.
– ¿Estás bien? -preguntó con suavidad.
Ella asintió con la cabeza escuetamente.
Aliviado, Ty se volvió hacia Marc Dumont y rodeó con un brazo la cintura de Lilly. Detrás de él, sintió que Digger metía la nariz entre los dos hasta que consiguió sacar la cabeza entre las piernas de ambos.
Menuda defensora había resultado ser la perra, pensó con sorna. Aunque quería creer que Digger no habría dejado que nada le pasara a Lilly, sabía que la perra era más dada a la ternura que a la lucha. En cuanto a él, no había nada que deseara más que proteger a Lilly, pero ella había vuelto a defenderse sola. Aunque tenía que reconocer que le había parecido muy aliviada al verlo.
Ahora se apoyaba en él, y su piel era suave y maleable, y su fragancia dulce y tentadora. Ty pensó que estaba orgulloso de ella por no haber mostrado debilidad alguna ante Dumont.
Éste se aclaró la garganta.
– He venido a ver por mí mismo que Lilly… quiero decir Lacey… está bien -dijo.
– Ya lo ha hecho, así que puede irse -Ty dio un paso atrás con intención de cerrar la puerta, aunque le diera en las narices con ella.
– Espera. Hay una cosa más -Dumont metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó un sobre rectangular-. Es una invitación. Dos, en realidad. Una para mi fiesta de compromiso, este viernes por la noche, y otra para mi boda el mes que viene.
Lacey aceptó la invitación con mano temblorosa. Estaba visiblemente impresionada y agarró la invitación con tanta fuerza que sus dedos se pusieron blancos.
– No espero que me contestes ahora. Sólo quiero que sepas que me alegro de que estés viva. Siento lo que pasó y esperó que aceptes mi invitación a empezar de nuevo.
– Me lo pensaré -dijo ella, sorprendiendo a Ty.
Por la expresión atónita de Dumont, Ty dedujo que a él también lo había sorprendido con la guardia baja.
– Que te lo pienses es lo único que te pido. Ni siquiera merezco eso. Pero voy a tener una nueva familia y a empezar de cero. Espero que entre nosotros también sea posible -Dumont fijó su mirada en Ty-. La disculpa y la invitación también te incluyen a ti -dijo con algo más de crispación.
Ty se limitó a asentir con la cabeza. No tenía intención de dar ninguna satisfacción a aquel hombre. Suponía que eso hacía de Lilly mejor persona que él. Pero no le importaba.
Durante el silencio que siguió, Dumont dio media vuelta y se alejó.
– Es un canalla -masculló Ty mientras cerraba la puerta tras ellos.
Lilly asintió con la cabeza.
– ¿Cómo puede esperar que olvide que me hizo meter en un hogar de acogida a los diecisiete años? -preguntó con voz trémula.
Y Ty sabía que meterla en un hogar de acogida era una de las cosas menos desagradables que le había hecho Dumont. Ninguno de ellos olvidaría nunca el vuelco que había dado su vida como resultado de aquello.
– Eso al menos tuvo una cosa buena. Me conociste a mí -dijo, intentando bromear.
– Y mi vida nunca volvió a ser la misma -Lilly se volvió hacia él con una sonrisa en los labios-. Parece que otra vez has llegado en el momento justo -lo miraba con sus grandes ojos, menos vulnerables que cuando era más joven, pero igual de atrayentes.
– Me he pasado toda la tarde buscando cosas en el Departamento de Vehículos a Motor -el Departamento estaba informatizado, pero no por ello era menos burocrático.
Ty había estado buscando a un marido desaparecido y haciendo indagaciones acerca de un alias que su mujer creía podía usar en varios estados. Si no hubiera estado ya hastiado de la vida, sus casos de personas desaparecidas y esposas infieles le habrían desengañado agriamente acerca del amor. Tenía, no obstante, sentimientos encontrados en general y desconfiaba del daño que Lilly podía infligirle a su corazón… nuevamente.
El suyo era un caso de manual: un caso de miedo al abandono y al rechazo, causado por un padre en el que no se podía confiar que se había largado, y un sentimiento visceral de que Lilly haría lo mismo.
– Menos mal que me estaba aburriendo y se me ocurrió darte una sorpresa y volver a casa temprano para hacerte compañía.
En realidad, un trabajo que apenas debería haberle llevado tiempo se había alargado durante horas porque estaba preocupado preguntándose qué estaría haciendo Lilly en su casa, a sabiendas de que no podía encontrar mucho más que hacer allí que sacar brillo a los muebles.
– A mi tío le has dado una sorpresa, desde luego. Deberías haber visto su cara cuando ha oído tu voz. Se ha puesto completamente pálido.
Ty había querido distraerla mientras aguardaban la reacción de su tío. Tenía pensado sacarla del agobiante apartamento y hacerla sonreír. Aún quería hacerlo. Pero primero tenía que ocuparse de su tío. Por así decirlo.
– Dame un segundo -se sacó el móvil del bolsillo y marcó el número de Derek-. Soy Ty -dijo cuando el otro respondió-. Necesito que me hagas un favor. Llama a nuestro amigo Frank, de Glen's Falls. Pídele que se ocupe de los casos que tenemos abiertos. Necesito que te ocupes de algo urgente -Frank Mosca era dueño de una agencia de detectives privados de la ciudad de al lado. Su negocio era más grande que el de Ty y tendría personal de sobra.
– Lo que tú digas, jefe.
– Quiero que vigiles a Marc Dumont. Mañana, tarde y noche. Pídele a Frank a uno de sus hombres si lo necesitas. Quiero saber qué anda tramando ese tipo.
– Una misión de vigilancia. Me pondré enseguida con ello. De todos modos, prefiero estar por ahí que ocupándome del papeleo.
– Todo forma parte del juego. Tienes que acostumbrarte a ambas cosas -Ty, sin embargo, estaba de acuerdo con Derek. En el fondo, prefería andar por ahí a estar sentado tras una mesa. Pero hasta que encontraran a alguien que disfrutara de los aspectos más rutinarios de su trabajo, Derek tendría que ocuparse de ellos.
– Quizá pueda convencer a uno de los hombres de Frank para que venga a trabajar con nosotros -Derek se echó a reír.
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