– Tengo que admitir que eres muy distinta a como te imaginaba -la mirada astuta de Molly calibró a Lacey sin pudor.
Al parecer, había llegado el momento de hablar del pasado.
– ¿Te refieres a que no llevo la palabra «problema» estampada en la frente? -preguntó Lacey, riendo.
La otra sonrió.
– Ya no, al menos.
Así que habían llegado al meollo de la cuestión.
– Entonces tampoco era problemática. ¿Qué opinas de Hunter? -preguntó Lacey. Pero aquel cambio de tema venía más a cuento de lo que parecía.
Molly frunció las cejas.
– Me parecía un buen tipo.
– Es un buen tipo. Y supongo que seguirás pensándolo o no estarías aquí conmigo, ¿verdad? -preguntó Lacey. Molly podía tener opiniones sesgadas acerca de ella, pero, si confiaba en Hunter, no creería todas las mentiras que le habría contado Marc Dumont.
– Tengo muchos motivos para querer conocerte mejor. Y no todos están relacionados con Hunter -Molly limpió distraídamente con una servilleta una mancha de café que había sobre la mesa.
Lacey sabía que su tío era otra razón.
– ¿Quieres saber qué sucedió? Puede que te ayude a comprender mejor a Hunter.
Molly asintió con la cabeza, pero miró a Lacey con desconfianza. Saltaba a la vista que no sabía si creer lo que estaba a punto de oír.
Lacey decidió resumirle la historia. Le habló sucintamente de su vida, de la época que había pasado con su tío, de su temporada en el hogar de acogida con Hunter y Ty y de su plan para fingir su muerte a fin de impedir que el estado la devolviera al cuidado de su tío. No pudo evitar, sin embargo, sentir de vez en cuando un nudo en la garganta o que se le quebrara la voz mientras hablaba.
– Dios mío -Molly la miraba fijamente, impresionada-. ¿Tres adolescentes tramaron todo eso?
– Bueno, dos de esos adolescentes sabían mucho de la vida en la calle y otro tenía contactos -Lacey arrugó su servilleta y la metió en su vaso vacío.
– Debías de estar desesperada para huir sola a Nueva York -la voz de Molly sonaba distante, como si le costara comprender-. Y Ty y Hunter se arriesgaron mucho para ayudarte. Quiero decir que, si la policía hubiera encontrado el coche o los hubiera relacionado con el ladrón…
– No fue así.
– Pero ellos sabrían que había cierto riesgo.
– Éramos unos críos. No sé hasta qué punto pensamos lo que íbamos a hacer -dijo Lacey con franqueza.
Odiaba que le recordaran lo ingenuos que habían sido, lo poco que sabían de las consecuencias que tendrían sus actos. Molly tenía razón. A pesar de cómo se había portado su tío con Ty y Hunter, habían tenido suerte de llevar a cabo su plan.
– Supongo que lo que quiero decir es que tanto Ty como Hunter tenían que quererte mucho para hacer lo que hicieron -Molly se levantó con el vaso vacío en la mano y se dirigió al cubo de la basura.
Lacey la siguió y ambas volvieron a salir al centro comercial.
– Nos queríamos mucho, sí -le dijo a Molly.
Mientras se apresuraba para ponerse al paso de su interlocutora, Lacey se dio cuenta de que Molly parecía muy alterada de repente. Se sentía amenazada por su relación con Hunter.
La buena noticia estribaba en que los sentimientos de Hunter hacia Molly eran, obviamente, correspondidos. La mala era que, en lo que se refería a Marc Dumont, Molly aún no había tomado partido. Y para Hunter, Lacey y Ty no había término medio.
– Molly…
– ¿Mmm?
– Espera. ¿Podemos pararnos aquí un minuto y terminar de hablar? -preguntó Lacey. Molly se detuvo y cruzó los brazos sobre el pecho-. No tienes que preocuparte por mis sentimientos hacia Hunter, ni de los suyos por mí. Somos amigos, nada más.
Molly sacudió la cabeza.
– No estoy preocupada. Sólo acabo de comprender la clase de lazo que os une, eso es todo.
Lacey le tocó el brazo.
– A veces se forman esa clase de lazos cuando no se tiene a nadie más.
– Puede ser. Pero yo vi algo especial en sus ojos cuando me habló de ti.
– Y yo apostaría a que eso no es nada comparado con lo que vi yo cuando me convenció para que saliera de compras contigo -Lacey sonrió-. Hablo en serio.
Molly soltó un suspiro.
– Lo siento. No suelo ser tan insegura, pero no he salido con muchos chicos y aunque Hunter me ha invitado a salir…
– A menudo, según creo -la interrumpió Lacey.
Molly se echó a reír.
– Aunque me ha pedido salir a menudo, nunca insistía cuando le decía que no. Se convirtió en una especie de juego entre nosotros y ambos disfrutábamos de la tensión.
– Pero ninguno de los dos hizo nada al respecto.
Molly sacudió la cabeza.
– No hasta el día en que Hunter descubrió que mi madre estaba a punto de casarse con tu tío. Entonces se presentó en mi casa, con la cena y un montón de preguntas en el tintero -dio una patada en el suelo, malhumorada-.Antes de eso, nunca se empeñó en que saliera con él.
– Bueno, tú misma has dicho que le habías rechazado muchas veces. Y el Hunter que yo conozco tenía… -Lacey se mordió el labio inferior rápidamente. No tenía derecho a contar los secretos de Hunter.
– ¿Qué tenía? Háblame de él -dijo Molly.
Lacey arrugó el ceño. Había estado a punto de decir que el Hunter que ella conocía tenía complejo de inferioridad y necesitaba desesperadamente que los demás lo quisieran y creyeran en él. Pero ¿qué sabía ella en realidad sobre Molly? ¿Y hasta qué punto podía confiar en ella para desvelarle el pasado de Hunter?
Respiró hondo.
– Hunter es un gran tipo. Es muy sensible, aunque intenta ocultarlo, y necesita estar rodeado de gente en la que confíe -eso era todo lo que estaba dispuesta a revelar-. Pero yo apostaría a que, si demuestra interés, aunque el mínimo interés, es sincero.
– ¿Tan bien lo conoces después de diez años sin veros? -preguntó Molly.
Lacey asintió con la cabeza.
– Ya te he dicho que es como de mi familia -diez años no podían borrar ese sentimiento-. Así que perdóname por decirte esto. Si estás jugando, si sólo quieres tontear con él, déjalo. No te molestes en hacerte la dolida. Déjalo en paz para que siga adelante.
Los ojos de Molly se agrandaron, en parte por sorpresa y en parte por admiración.
– Os protegéis mucho. Y eso lo respeto.
– A ti te importa Hunter -Lacey pensó que habían hablado tanto que podía decirlo claramente.
– Nuestra relación es complicada -repuso Molly.
– Dime una que no lo sea. El caso es que, si te importa Hunter y confías en su juicio, tienes que saber una cosa más sobre nuestro pasado.
Molly levantó una ceja.
– ¿Cuál?
– Después de que yo me marchara, mi tío se puso furioso por haber perdido cualquier esperanza de acceder a mi fondo fiduciario.
Los hombros de Molly se pusieron rígidos.
Lacey se negó a dar marcha atrás.
– Estaba enfadado y necesita culpar a alguien. Ese alguien resultó ser Hunter. También Ty, pero Hunter se llevó la peor parte. Mi tío hizo que lo sacaran de la casa de la madre de Ty.
– ¿Cómo sabes que fue Marc? -preguntó Molly. Lacey guardó silencio-. Es como tú dijiste antes sobre el robo del coche: no hay ninguna prueba.
– Touché -Lilly sonrió amargamente-. Pero creo que deberías considerar la posibilidad de que mi historia sea cierta. Nuestra historia. Habla con Marc. Pregúntale. Y habla con Hunter. Sé que nunca miente.
Una sonrisa curvó los labios de Molly.
– Lo haré.
Echaron a andar de nuevo, esta vez hacia la salida del centro comercial más cercana adonde habían aparcado. Lacey tenía la impresión de haber adelantado mucho con Molly al decirle la verdad sobre el pasado y dejar abierta la posibilidad de una relación con Hunter. En su fuero interno, creía que, aunque Hunter hubiera sentido algo por ella antaño, ahora la consideraba sólo una amiga.
Salieron por las puertas que daban al aparcamiento.
– ¿Dónde has aparcado? -preguntó Molly.
– Por allí -Lacey señaló la zona donde había dejado el coche de Ty.
– Yo también.
Se dirigieron hacia sus coches. Como era un día de entre semana y la tarde estaba lluviosa, era lógico que el aparcamiento estuviera casi vacío. Aunque había oscurecido, las farolas lanzaban un chorro constante de luz en todas direcciones.
– Espero que estés contenta con el traje que has comprado -dijo Molly mientras caminaban.
– Sí. No podría haberlo comprado si no hubieras estado conmigo para decirme que me quedaba bien -sacudió la cabeza y se rió-. Me pone muy nerviosa ver a todos mis parientes por primera vez, ¿sabes?
– Me lo imagino.
Lacey vio su coche justo delante de ella. Quería preguntar a Molly por el fondo fiduciario antes de que se le pasara la ocasión.
– Oye, sé que vas a ayudar a mi tío con… -de pronto, un coche se dirigió a toda velocidad hacia ellas.
Lacey gritó y se abalanzó hacia Molly, empujándola hacia el cantero de hierba que había a su derecha. Rodó de lado y un coche pasó junto a ellas con un chirrido, envuelto en una nube de polvo. Ambas quedaron temblorosas e impresionadas sobre la hierba.
– ¿Estás bien? -preguntó Lacey, jadeante. El corazón le palpitaba con violencia en el pecho.
– Creo que sí. ¿Qué ha pasado? -Molly flexionó las rodillas y se las abrazó con fuerza.
Lacey sacudió la cabeza. De pronto se sentía mareada.
– Supongo que algún idiota estaba haciendo carreras por el aparcamiento y se le ocurrió dar un susto a las dos únicas personas que había por aquí. Nosotras. ¡Uf! -Lacey se tumbó de espaldas y se quedó mirando el cielo, deseosa de que su pulso volviera a ser normal.
– ¿Te has fijado en el coche? ¿Has visto algo para que podamos denunciarlo? -preguntó Molly, tumbada a su lado.
– ¿Aparte de que era oscuro? No. Sólo he visto cuando se alejaba que la matrícula no era de Nueva York, pero eso es todo. ¿Y tú? -Lacey volvió la cabeza hacia ella.
– No -Molly cerró los ojos y exhaló con fuerza-. No puedo conducir todavía.
– Yo tampoco -masculló Lacey, y ella también cerró los ojos.
– Cuando vine a comprar contigo no sabía qué esperar. Quién sabe -Molly se echó a reír, algo histérica-. Los accidentes ocurren, pero es muy preocupante que nos hayamos librado por los pelos.
– La Gran Aventura de Molly y Lacey -Lacey se estremeció. Accidente o no, estaba nerviosa, pero bien.
Ty decidió aceptar la invitación de su madre para ir a comer. Tras el regreso de Lilly, tenían que hablar. Ty se pasó por la oficina para ver cómo le iba al investigador que los estaba ayudando y al que habían encargado el caso del marido desaparecido mientras Derek se ocupaba de vigilar a Dumont. Luego se fue a casa de su madre. No la había visto desde el regreso de Lilly y temía aquella conversación.
Su madre no sabía aún que Ty había desempeñado un papel importante en la desaparición de Lilly y, aunque ella había hecho un pacto secreto con Marc Dumont, el saberlo no hacía más fácil de soportar la parte de culpa que le correspondía a Ty en el dolor de su madre durante aquellos años.
Ella lo había educado sola. Como siempre decía, había intentado hacerlo lo mejor posible, aunque algunas de sus decisiones hubieran sido equivocadas. El retorno de Lilly obligaba a Ty a ver a su madre bajo una nueva luz. Ella le había guardado un secreto y Ty se daba cuenta ahora de que él, a su vez, había guardado otro.
Cuando llegó, su madre estaba atareada en la cocina. La decoración había cambiado desde que Ty era un niño. Los armarios no eran ya de madera vieja y manchada, sino modernos y de lacado blanco, y los antiguos electrodomésticos, de un espantoso color amarillento, habían sido sustituidos por otros de reluciente acero inoxidable. Como siempre que entraba en la cocina renovada de su madre, Ty tenía que esforzarse por olvidar de dónde procedía el dinero para pagar todo aquello.
– ¡Ty! Qué alegría que hayas venido -su madre lo recibió con un fuerte abrazo.
Llevaba una amplia sonrisa y un delantal que indicaba que había estado cocinando. Era de nuevo la madre a la que él quería, y Ty también la abrazó con fuerza.
– No hacía falta que cocinaras para mí. Pero me alegra que lo hayas hecho -él retrocedió y miró la placa y sus muchas cacerolas borboteantes, cuyo delicioso aroma lo reconfortó.
– Me sigue encantando cocinar para ti. He hecho tu sopa de tomate preferida y un sandwich de queso gratinado con mantequilla en el pan -ella sonrió-. Pero tengo que reconocer que, si estoy tan atareada en la cocina, no es sólo por ti.
¿Eran imaginaciones de Ty o sus mejillas se sonrojaron antes de que se acercaran apresuradamente al horno para echar un vistazo dentro?
– ¿Qué pasa?
– Estoy cocinando para un amigo -ella no se volvió para mirarlo.
– ¿Estás cocinando para un hombre? -preguntó él, sorprendido.
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