Su madre siempre había dicho que estaba demasiado ocupada para volver a tener una relación de pareja. Aunque Ty se había creído aquel argumento mientras crecía, hacía mucho tiempo que sospechaba que su madre lo decía para proteger las ilusiones que él se hacía sobre ella en cuanto que madre. Pero ahora era un hombre adulto y podía afrontar el que su madre saliera con un hombre. De hecho, prefería que no estuviera sola.

– El doctor Sanford me invitó a salir y acepté. Hemos ido al cine una vez y a cenar otra. Esta noche voy a prepararle la cena.

Ty asintió con la cabeza.

– Tengo entendido que es un buen tipo. ¿Va en serio la cosa?

– Podría ser -contestó ella, intentando parecer despreocupada. Se atareó sirviendo la sopa y el resto de la comida y luego se sentó a su lado a la mesa.

– Pues me alegro por ti -dijo Ty. Nadie merecía pasar tantos años solo como había pasado su madre.

Ella sonrió.

– Yo también me alegro por mí. Y por ti. Ahora dime cuándo vas a traer a Lilly porque no creo que pueda soportar un día más sin darle un abrazo y un beso a esa chiquilla.

Ty sabía que el tema saldría a relucir y había ido preparado.

– Sé que la echabas de menos y que te alivia que esté bien, pero, antes de que la veas, tenemos que ponernos de acuerdo en algunas cosas -fijó su atención en la comida. Cuando su madre cocinaba, todo estaba delicioso-. Esto está riquísimo -le dijo.

– ¿Ponernos de acuerdo en qué? -preguntó ella, sin dejar que desviara su atención.

– Lo del dinero tiene que quedar entre tú y yo -Ty había pensado largo y tendido en aquello y, por más que odiara las mentiras que habían brotado entre todos ellos, no veía razón alguna para aumentar el sufrimiento de Lilly contándole la historia que aún lo atormentaba a él.

Marc Dumont había conocido a Flo cuando ella trabajaba de enfermera en un colegio. La había oído decir que era madre soltera y que ojalá pudiera darle a su hijo la vida y las cosas que merecía. Dumont le había pedido que se hiciera cargo de su sobrina y dijera que era una niña de acogida bajo tutela estatal. A cambio, le prometió dinero suficiente para invertirlo en el futuro de su hijo. Para que le diera a Ty las cosas que quería que tuviera, había explicado ella cuando Ty descubrió la verdad, unos años atrás.

– No veo qué bien puede hacer ocultarlo ahora -dijo su madre con el ceño fruncido.

– Lilly ya tiene que vivir con el recuerdo de que sus padres se mataron y su tío la mandó a un hogar de acogida. No sabe que tú recibiste una sustanciosa cantidad de dinero por ese privilegio.

Su madre golpeó la mesa con la servilleta.

– Tyler Benson, sabes perfectamente que yo quería a Lilly como si fuera mi propia hija. Si hubiera aparecido en mi puerta sin un penique, la habría tratado igual de bien y la habría querido tanto como quiero a Hunter. Y el estado me pagaba una miseria por ocuparme de él y darle de comer -su madre se puso pálida mientras hablaba.

Ty puso una mano sobre la suya, muy frágil.

– Cálmate, por favor. No es bueno para tu corazón que te disgustes así -Flo sufría una dolencia cardiaca y, aunque tomaba medicación, desde que unos años antes sufriera un ataque al corazón, Ty estaba siempre nervioso.

– Estoy bien -le aseguró ella.

Irónicamente, había sido su primer ataque al corazón y su subsiguiente paso por el quirófano cuando Ty estaba en su primer año en la universidad lo que había llevado a éste a descubrir el rastro de papeles dejado por el dinero de Dumont. Ty se había hecho cargo temporalmente de las cuentas de su madre mientras ella convalecía, y casi enseguida había descubierto que, para ser enfermera de un colegio, Flo había ahorrado una cantidad de dinero absolutamente desorbitada.

Había ido a visitarla cargado de preguntas y ella le había revelado aquella sórdida historia y se había alegrado de sacar por fin a la luz el secreto. Una vez aclarada la verdad, Ty había comprendido por fin muchas cosas de su propia vida: todo lo que le había comprado su madre, todo lo que le había pagado, incluida la universidad, había sido a expensas de Lilly. Ty comprendía que Lilly no habría estado mejor con su tío. Pero odiaba pensar que él había vivido tan desahogadamente mientras que ella había tenido que fingir su muerte y huir a Nueva York. Sola.

– ¿Seguro que no estás mareada? ¿O aturdida? ¿Algo así? -preguntó Ty, concentrándose en su madre.

– No, estoy bien -dijo ella.

– De acuerdo -él intentó creerla y relajarse-. Por supuesto, no intentaba decir que hubieras querido más a Lilly por el dinero. Lo que digo es que ella no necesita la carga adicional de enterarse ahora mismo. Eso es todo -la miró a los ojos.

Flo asintió con la cabeza. Todavía estaba más pálida que antes y Ty decidió cambiar de tema.

– Bueno. Háblame un poco más del doctor Sanford y sus intenciones.

– Andrew es viudo y no tiene hijos. Está a punto de jubilarse y cree que le gustaría viajar. Puede que a mí también me apetezca -contestó ella con voz más animada.

Ty exhaló un suspiro de alivio. Al cambiar de tema, su madre había recuperado su color. Parecía entusiasmada con Andrew Sanford. Ty se preguntó si no sería necesario que conociera al hombre que hacía tan feliz a su madre.

Sonó su teléfono móvil y se lo desprendió del cinturón.

– ¿Diga?

– Hola, Benson, soy O'Shea.

– ¿Qué ocurre? -le preguntó Ty a Russ O'Shea, un policía al que había conocido en el transcurso de una investigación y con el que desde hacía tiempo jugaba al póquer.

Su madre recogió la mesa mientras él hablaba.

– Ha habido un incidente en The Cove -contestó O'Shea, refiriéndose al centro comercial del pueblo.

Ty se puso rígido.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó de inmediato, convencido instintivamente de que se trataba de Lilly.

– Lilly Dumont y Molly Gifford han estado a punto de ser atropelladas por un coche. Algún cretino estaba haciendo el loco por el aparcamiento y estuvo a punto de llevárselas por delante. Un guardia de seguridad que patrullaba por allí apareció cuando el coche salía del aparcamiento. Ellas dicen que están bien. Se apartaron justo a tiempo. Como se trata de Lilly, he pensado que querrías saberlo.

– Gracias, Russ -Ty cerró el teléfono y se levantó-.Tengo que irme, mamá.

– ¿Va todo bien? -preguntó ella, preocupada.

El asintió con la cabeza.

– Russ quería darme una información sobre un caso en el que estoy trabajando -mintió. Su madre acababa de empezar a sentirse mejor. No podía cargarla con aquella noticia, sobre todo teniendo en cuenta que O'Shea había dicho que Lilly estaba bien.

Pero él tenía que verlo por sí mismo.

Su madre relajó los hombros.

– Bueno, pues no te entretengo más. Me alegro de que hayas venido. Ojalá vinieras más a menudo.

El sonrió. La veía una vez por semana, la llamaba mucho más a menudo.

– A veces creo que las madres fueron puestas en esta tierra para recordar a sus hijos todas las cosas que no hacen -dijo con sorna-. Gracias por la comida. Estaba deliciosa, como siempre -la besó en la mejilla.

Ella le tocó el hombro.

– Te quiero, Ty. Todo lo que he hecho por ti ha sido por tu bien.

– Yo también te quiero, mamá, y pronto traeré a Lilly. Ella también pregunta por ti -pero, hasta ver la reacción de Dumont, habían mantenido su llegada en secreto.

Ty se marchó tranquilamente para no alarmar a su madre, pero en cuanto estuvo en el coche piso el acelerador y se fue volando a casa, con Lilly.


Mucho después de que Ty se marchara, Flo no había logrado aún dejar de revivir el pasado. Sentada en la cocina con una taza de té, pensaba en todas las cosas que había hecho, buenas y malas.

Su hijo no comprendía aún por qué había aceptado el dinero de Marc Dumont a cambio de que Lilly fuera a vivir con ellos. No lograba imaginar por qué había asegurado que Lilly era una niña de acogida cuando no lo era. Pero tampoco había tenido que vivir sin ese dinero extra. Un dinero que no sólo había hecho la vida soportable. Los pequeños lujos de que habían disfrutado, como la cocina nueva, habían llegado después. En aquella época, el dinero había permitido a Flo hacerse un seguro sanitario que cubría lo básico, como una faringitis, un brazo roto o las infecciones de oídos de Ty. Más tarde, cuando a ella la operaron del corazón, el dinero había sido una bendición. Naturalmente, ese mismo dinero le había permitido quedarse en casa y educar a Ty en vez de dejar que se convirtiera en un «niño de la llave» de los que pasaban el día fuera de casa, metiéndose en líos.

Sin embargo, aceptar la propuesta de Dumont no había sido una decisión fácil, al menos hasta que se pasó por la mansión de Dumont y echó un vistazo a aquella niña triste de grandes ojos marrones que deambulaba por los jardines perdida y sola. Marc Dumont aseguraba que era una chica problemática y que necesitaba aprender una lección que él, con mano dura y consejos, no había sabido enseñarle. Un solo vistazo a Lilly y Flo comprendió que aquel sujeto mentía.

Aquella chica necesitaba cariño. Flo necesitaba dinero para criar a su hijo en mejores condiciones. En lo que a ella respectaba, era una situación en la que todos salían ganando. Dumont sugirió que aceptara a un auténtico niño de acogida en su hogar para que el traslado de Lilly pareciera más auténtico. La administración había vacilado a la hora de darle un niño cuando trabajaba tantas horas, pero al fin había accedido, y en el fondo Flo creía que era Dumont quien había movido los hilos para que así fuera.


A ella no le había importado. Los chicos, Hunter y Lilly, la necesitaban y, en su fuero interno, Flo sabía que al acogerlos estaba mejorando sus vidas. A pesar de que la situación de Lilly no fuera muy clara, por así decirlo, su vida había sido más feliz con los Benson que cuando vivía con su tío. Aceptar el dinero no parecía, a fin de cuentas, algo tan malo.

Hasta que Lilly desapareció. Entonces Flo tuvo que convivir con la mala conciencia de no haber vigilado a los chicos más atentamente esa noche. Con la culpa de no haber protegido a Lilly. Aun así, el dinero ya había cambiado de manos y, como temía que Flo desvelara su plan, Dumont no le había exigido que se lo devolviera. Había hecho, sin embargo, que se llevaran a Hunter. Temerosa de que, si informaba a las autoridades, Dumont hiciera lo mismo con su hijo, Flo había aprendido a convivir con lo que había hecho.

Después de eso, había empleado el dinero en Ty, en comprarle mejores ropas y procurarle una buena educación. Al descubrir su secreto, su ira la había asustado. Su hijo vendió el coche que ella le había comprado y dejó la universidad. Durante un tiempo, Flo temió perderlo, pero Ty se quedó cerca porque eran familia y porque se querían y se apoyaban el uno al otro. Siempre había sido así y siempre lo sería.

Flo sabía, de todos modos, que su hijo se había castigado durante todos esos años por culpa de las decisiones de su madre. Confiaba en que, con el regreso de Lilly, eso cambiaría y Ty encontraría la felicidad que se había negado a sí mismo. La felicidad que se merecía.

Capítulo 7

Lacey necesitaba un baño caliente para aliviar las partes del cuerpo que se había magullado al tirarse al suelo. Todavía temblorosa, condujo lentamente a casa de Ty después de que el vigilante del centro comercial, que llegó poco después del incidente, les tomara declaración. Dejó las llaves que le había dado Ty en una bandeja, sobre la estantería de la entrada, apoyó las bolsas contra la pared y se fue derecha al cuarto de baño. Ni cinco minutos después, la bañera estaba llena de burbujas del gel que había comprado en el centro comercial.

Se metió en el agua caliente, hundiéndose entre las burbujas con la cabeza apoyada contra la pared de fría porcelana y dejó que su tensión se fuera disipando. Acababa de cerrar los ojos, sin embargo, cuando oyó cerrarse de golpe la puerta de entrada y la voz de Ty llamándola.

– ¡Estoy aquí! -respondió. Dio por sentado que Ty le hablaría desde el otro lado de la puerta, pero de todos modos miró hacia abajo y vio con satisfacción que las burbujas la cubrían lo suficiente.

Sin llamar a la puerta ni avisar, Ty abrió de par en par.

– Me he enterado de lo que ha pasado en el centro comercial -dijo atropelladamente.

– Ha sido un accidente -ella permaneció inmóvil, consciente de que, si levantaba un brazo para taparse, se arriesgaba a remover aún más las burbujas.

– Pero ¿estás bien?

Ella asintió con la cabeza.

– Gracias por preocuparte, pero estoy bien. Cansada y un poco dolorida, pero bien.

Ty se quedó en la puerta y deslizó la mirada sobre su cuerpo. Sus ojos parecieron oscurecerse como si de pronto se diera cuenta de que la había sorprendido en la bañera. Desnuda.