Se sirvió un vaso de agua con gas. No sería fácil asistir a aquella fiesta en la que fluirían los cócteles, pero su prometida insistía en que los invitados se llevarían un chasco si no había alcohol. El sospechaba que no quería dar pábulo a las habladurías y las especulaciones que causaría una fiesta de abstemios. Así que tendría que refrenarse minuto a minuto, en vez de día en día. O de hora en hora. La tentación de beber seguía siendo fuerte.

Y lo era más aún ahora que las cosas empezaban a desmoronarse a su alrededor.


La casa parecía más grande y más imponente de lo que Lacey recordaba. Por más gente que hubiera dentro, ella seguía sintiéndola tan solitaria como después de la muerte de sus padres. Mientras Ty la llevaba en coche al lugar donde había crecido, el nudo que sentía en la garganta se había ido hizo haciendo más grande y el miedo no había cesado de crecer.

Si cerraba los ojos, podía imaginarse a sus padres: a su madre, que la recibía con un abrazo y un beso, y leches y galletas después del colegio, mientras esperaba a que su padre volviera a casa después de un largo día de trabajo. A él no le importaba que su esposa tuviera dinero. Disfrutaba de su trabajo y Lacey daba por sentado que nunca había querido vivir de su mujer.

– ¿Estás segura de que quieres hacer esto? -preguntó Ty.

Ella lo miró y forzó una sonrisa. Si él podía presentarse en aquel mausoleo vestido con traje y corbata, ella podría arreglárselas para entrar.

– Ya soy mayorcita -le dedicó una risa ligera.

Él sacudió la cabeza.

– No me lo creo. Podemos dar media vuelta ahora mismo y nadie notará la diferencia.

– Yo sí -pero agradecía su ofrecimiento-. Además, si nos vamos, nadie verá lo guapo que estás.

Con una camisa azul claro y una chaqueta negra, Ty no era ya su rebelde, sino el caballero que acudía de nuevo en su auxilio. Aun así, incluso en sueños, nunca se lo había imaginado tan sexy ni tan viril.

– Gracias -dijo él hoscamente. Inclinó la cabeza hacia ella-. Y, como tú también estás guapísima, creo que tienes razón. Debemos entrar.

Lacey sintió un hormigueo al oír su cumplido. Se alegraba de que se hubiera fijado en ella. Había elegido aquel vestidito negro pensando en él. Cuando se había mirado al espejo para verse ya vestida, había imaginado los ojos de Ty observándola. Pero nada la había preparado para la mirada ardiente que él le había lanzado.

Ty apartó lentamente los ojos y volvió a fijarlos en la carretera mientras tomaba la extensa glorieta de la entrada.

Lacey volvió a concentrarse en lo que la esperaba esa noche. Un mayordomo los recibió cuando salieron del coche.

– Cuánto lujo -Lacey se preguntaba cómo iba a pagar su tío aquella fiesta.

Sabía que Dumont tenía algún dinero propio, de los empleos en los que había trabajado a lo largo de los años, pero era también consciente de que nunca se había acercado ni por asomo a la riqueza de sus padres. Los ingresos del negocio de su padre se habían agotado hacía mucho tiempo. Y aunque el fondo fiduciario cubría el mantenimiento de aquella casa, o al menos eso había creído siempre ella, dudaba de que su tío hubiera recibido un estipendio una vez que ya no tuvo a Lilly a su cargo.

Pero como no conocía los términos precisos del fondo fiduciario, sólo podía hacer conjeturas basadas en los datos que le había dado su tío cuando vivía con él.

Las suposiciones iban a acabarse, sin embargo, dado que había concertado una cita con la firma de abogados que, según le había dicho Hunter, estaba en posesión del testamento de sus padres. La información era poder y ella pronto la tendría en sus manos.

Ty le puso una mano sobre la espalda y juntos entraron en la casa. Lacey comprendió al primer vistazo que la decoración seguía exactamente igual a como la recordaba. Los suelos de mármol gris y blanco, las paredes blancas y los muebles con diseños florales eran los mismos, pero el calor que recordaba de su infancia había desaparecido. Ello no le sorprendió. Había aprendido, no mucho después de que su tío se mudara a vivir allí, que era la gente la que convertía una casa en un hogar… o en un cascarón vacío.

– ¿Estás bien? -le susurró Ty.

– Sí -mintió ella.

Se sentía mal en todos los aspectos: el corazón le latía velozmente y las náuseas amenazaban con apoderarse de ella. Quería huir a todo correr, lo cual reforzó su resolución de encarar sus demonios y enfrentarse a los miembros de su familia.

– Lacey, cuánto me alegra que hayas venido -Molly los saludó con una sonrisa.

Su voz amable tranquilizó de inmediato a Lacey.

– Gracias. Aunque no sé si me gusta estar aquí -dijo, y dejó que se le escapara una risa nerviosa.

Molly la tomó de la mano.

– Todo irá bien. Quería que vieras lo distintas que son las cosas ahora. Ven a conocer a mi madre.

Lacey miró a Ty, que se encogió de hombros, y juntos siguieron a Molly a través del vestíbulo y entraron en el espacioso cuarto de estar. A Lacey le pareció estar soñando, porque, en lugar del ambiente austero que recordaba de cuando había vivido allí con su tío, había gente riendo y el mismo hombre que la había maltratado se hallaba sentado al piano de cola y sonreía.

Lacey parpadeó dos veces, pero aquella visión no se disipó. Tal vez fuera cierto que su tío había cambiado.

– Lacey Kincaid, quiero que conozcas a mi madre, Francie. Mamá, ésta es la sobrina de Marc -dijo Molly con firmeza.

Una morena muy guapa, vestida con lo que parecía un traje de Chanel, tomó la mano de Lacey.

– Es un gran placer conocerte. Nos alegramos muchísimo de que hayas venido.

– También es un placer para mí conocerla. Sólo les deseo felicidad -dijo Lacey, y de inmediato se sintió torpe.

– Gracias.

– Y éste es Tyler Benson, el mejor amigo de Hunter. Ya te he hablado de Hunter -dijo Molly.

Ty inclinó la cabeza hacia la más mayor de las tres.

– Encantado de conocerla, señora.

– ¡Lilly! ¡Has venido! -el tío Marc apareció junto a su prometida.

Por suerte, tuvo la sensatez de mantenerse a respetuosa distancia de Lacey y no intentó abrazarla ni darle un beso en la mejilla.

– Ya que tuviste la amabilidad de invitarme, pensé que debía venir. Espero que Francie y tú seáis muy felices -dijo Lacey rígidamente.

Sentía los ojos de Molly fijos en ellos, observando cómo se relacionaban.

– Gracias, querida -contestó Francie por él-. Tengo que ir a ver dónde está el champán. Se supone que tendrían que estar ofreciendo a los invitados Dom Perignon o Crystal -la madre de Molly se dirigió a la puerta, presumiblemente en busca del personal de servicio.

– Dom Perignon o Crystal. A Francie le gusta gastar -dijo el tío Marc con sorna.

– Siempre le ha gustado -murmuró Molly.

– Entonces espero que puedas permitírtelo -nadie hubiera podido malinterpretar la intención de Ty. Marc Dumont no iba a mantener a su futura esposa con el dinero de Lacey.

– Aprobé el examen para ser corredor de bolsa y me ha ido bien con Smith & Jones -dijo Marc, refiriéndose a una empresa de la ciudad.

– Pues te deseamos suerte -contestó Lacey, sin saber qué otra cosa decir.

Su tío asintió con la cabeza.

– Os lo agradezco. Por favor, mezclaos con los invitados. Ve a saludar a tus parientes. Se quedaron todos perplejos al enterarse de tu regreso.

– Sí, eso voy a hacer -Lacey se volvió, ansiosa por apartarse de su tío lo antes posible.

– Vamos a tomar una copa primero -sugirió Ty. Deslizó la mano en la de ella, tomándola por sorpresa, y la condujo hacia el bar.

– ¿Sabe mi tío lo que hicimos y dónde he estado? -le susurró a Ty.

Él se encogió de hombros.

– No sé qué le contó Hunter a Molly, pero no creo que lo sepa. Y tampoco creo que importe. No tiene derecho a que le demos explicaciones.

Lacey sonrió.

– En eso estoy de acuerdo contigo.

Ty se dirigió al barman y un momento después ofreció a Lacey una copa de vino blanco.

Ella bebió un largo sorbo, pero su tensión no se disipó.

– Estar aquí es todavía más difícil de lo que pensaba.

Ty la enlazó por la cintura con firmeza. No la hacía sentirse a salvo, sin embargo, porque el consuelo que le proporcionaba iba acompañado de un temblor de deseo y excitación. Un deseo profundo y devorador que sólo él podía satisfacer.

– Respira hondo y relájate. Y procura recordar que ya no eres una adolescente y que no estás sola ni mucho menos -le susurró él al oído, con voz profunda y áspera.

Sin pensarlo, ella se recostó contra su hombro.

– Menos mal que ahora soy más vieja y más sabia, porque estoy verdaderamente abrumada -por más que intentara convencerse de lo contrario-. El que tú estés aquí significa mucho para mí.

– ¿Alguna vez te he fallado?

Ella negó con la cabeza. Ty siempre acudía en su rescate. Le encantaba hacer el papel de su salvador. No importaba que fuera en algo trascendental, como impedir que regresara con su tío, o que se tratara de defenderla de alguien que se metía con ella en el colegio. Ty siempre había estado ahí.

– ¡Lilly!

Ella se volvió y vio acercarse a un hombre alto y calvo. Sus rasgos, una extraña mezcla de los de su padre y los de su tío Marc, daban a entender que eran parientes. Pero habían pasado tantos años que Lacey tuvo que asegurarse.

– ¿Tío Robert? -preguntó.

– ¿Te acuerdas de mí? -dijo él y, acercándose a ella, la tomó de la mano.

Ella asintió con la cabeza.

– Un poco. Pero el parecido familiar me lo ha puesto fácil -se volvió hacia Ty-. Éste es el otro hermano de mi padre -explicó-. Y éste es Tyler Benson, un viejo amigo -añadió, aunque la palabra «amigo» era una pálida descripción de lo que Ty significaba para ella.

– Es un placer -dijo el tío Robert.

– Lo mismo digo -Ty estudió a aquel hombre mientras se estrechaban las manos.

– ¿Dónde está la tía Vivían? -Lacey no la habría reconocido, pero recordaba que su tío estaba casado.

– Supongo que no lo sabes -la mirada de su tío se nubló y Lacey se dio cuenta de que había tocado un asunto triste-. Sufrió un ataque hace unos años y necesita cuidados constantes. Está en una residencia, en casa.

– Lo siento mucho.

– No te preocupes. Así es la vida -repuso su tío.

Obviamente, había tenido tiempo suficiente para asumir la situación de su esposa.

Siguieron unos segundos de violento silencio.

– Lilly y yo íbamos a salir a tomar un poco el aire -Ty rompió la tensión y empujó a Lacey suavemente con la mano.

– Me alegro de verte -le dijo ella a su tío. Luego lanzó a Ty una mirada agradecida. Se sentía incómoda con su tío, que era prácticamente un desconocido.

Como lo eran el resto de los invitados, los cuales debían de ser amigos de su tío y su prometida, porque no conocía a ninguno. Ty y ella salieron a la terraza, que, gracias a que el tiempo otoñal todavía era agradable, estaba abierta.

– Mi madre solía jugar al bridge con sus amigas aquí -dijo Lacey. Inhaló para llenarse los pulmones de aire fresco y limpio y enseguida se sintió más centrada-. No sé en qué estaba pensando cuando me decidí a venir.

Ty se apoyó contra la barandilla.

– Tenías que ver la casa, la gente… Intentar cerrar una parte de tu vida. Es comprensible, en mi opinión.

Ella inclinó la cabeza.

– Voy a ir al cuarto de baño. Cuando vuelva, ¿te importa que nos vayamos? -preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

– Sí, me importa. Quería ser el último en marcharme -dijo él con una sonrisa.

– Eres un guasón -le dio en broma un puñetazo en los hombros-. Enseguida vuelvo.

Sorprendida y contenta, Lacey dio media vuelta y se abrió paso entre la gente, camino del cuarto de baño. Pero no se dirigió al tocador que había en la planta baja, sino al del recibidor de la planta de arriba, justo al lado del dormitorio donde había crecido.

Capítulo 8

Molly observaba a Tyler Benson por encima del borde de su vaso de Coca-cola light. Lacey se había ido hacia la puerta unos segundos antes, dejándolo solo. Con la bebida en la mano, él se paseaba por la habitación atestada de invitados. Al igual que Hunter, Ty era, obviamente, un hombre reservado, y Molly no podía reprochárselo hallándose en medio de toda aquella gente.

Ir allí no había sido fácil para Lacey, ni para él. Seguramente el pasado los rodeaba hasta el punto de asfixiarlos, pensó Molly. Pero habían ido. Y ella se lo agradecía.

Tal vez fuera tonta, pero confiaba en que pudieran llegar a coexistir todos pacíficamente, del mismo modo que rezaba por que su madre fuera a casarse finalmente por amor y no por dinero. Se preguntaba cuál de aquellos deseos tenía oportunidad de convertirse en realidad, en caso de que alguno la tuviera.