Se acercó al mejor amigo de Hunter.
– Ty… -dijo para llamar su atención.
Él se volvió.
– Hola otra vez -la saludó calurosamente.
Molly disfrutaba estudiando a la gente y Ty, con su cabello oscuro y su expresión reconcentrada emanaba una actitud de rebeldía inconfundible. Estaba en guardia y ella entendía el porqué.
– ¿Te diviertes? -preguntó con sorna.
– Voy tirando -Molly distinguió un asomo de buen humor en su voz.
– Pues yo me alegro de que hayas venido.
– Gracias -él dejó su copa vacía en la bandeja de un camarero que pasaba y luego se metió las manos en los bolsillos-. Tengo entendido que el otro día os llevasteis un pequeño susto en el centro comercial.
Ella asintió con la cabeza.
– Todavía estoy temblando -veía aún aquel coche precipitarse hacia ellas. Menos mal que Lacey tenía buenos reflejos, había pensado una y otra vez desde entonces.
– Es normal. ¿Te importa que te pregunte una cosa? -Ty señaló un rincón vacío de la habitación donde podían hablar en privado.
– Claro que no -ella se dirigió a la zona que él sugería-. ¿De qué se trata? -Ty había despertado su curiosidad.
Él se inclinó hacia ella.
– ¿Cómo se lo tomó Dumont cuando le dijiste que Lilly estaba viva?
Ella intentó no envararse. Procuró no ponerse a la defensiva. Lo intentó y fracasó, aunque Ty tenía derecho a ver respondida aquella pregunta y muchas otras. Pero lo cierto era que ella no tenía las respuestas que buscaba. Le había preguntado lo mínimo a Marc: lo que soportaría oír y nada más. No se consideraba una cobarde, pero, enfrentada a la posibilidad de perder los progresos que había hecho para acercarse a su madre y tener una familia, había descubierto que era decididamente una cobarde y más aún.
– ¿Por qué quieres saberlo? -le preguntó, recelosa.
– Porque sí.
– Porque sí no es una respuesta y tú lo sabes.
Él asintió brevemente con la cabeza.
– Porque la última vez que pasó algo que dio al traste con sus planes, Dumont reaccionó. Y como consecuencia de ello cambiaron las vidas de algunas personas. Puede que esté haciendo el papel del tío arrepentido y amable al invitar a Lilly, pero yo no me lo trago. Y pienso asegurarme de que ella no vuelva a sufrir porque él tenga planes de venganza -Ty se pasó una mano por el pelo y se apoyó contra la pared sin apartar la mirada de la de Molly.
Ella sintió admiración por el modo en que defendía a Lilly y se preguntó si alguien la querría a ella alguna vez lo suficiente como para cuidarla de esa manera. Nunca antes, desde luego, había sentido que así fuera, ni siquiera de niña, lo cual explicaba probablemente por qué ahora luchaba por conservar el cariño de su madre.
– Déjame que te diga una cosa -respondió, concentrándose en las palabras de Ty-. Puede que Hunter y tú penséis que me he dejado convencer por los encantos de Marc, pero no es cierto. Yo sopeso los hechos y decido por mí misma -esta vez, sin embargo, no había hecho preguntas. Pero eso no tenía por qué saberlo Ty.
Él sonrió.
– Me alegra saberlo.
– ¿Por qué sonríes tan de repente?
– Porque eres muy luchadora.
– ¿Y?
– Tú podrías hasta plantar cara a un hombre como Hunter -dijo Ty, y su humor sombrío se aligeró por un instante.
Aquel comentario perspicaz sorprendió a Molly.
– No estamos hablando de Hunter y de mí.
Ty asintió con la cabeza.
– Ojalá habláramos de vosotros. Sería una conversación mucho más divertida.
Ella tuvo que echarse a reír. Luego, dado que él había mencionado a Hunter, decidió decirle la verdad.
– Mira, fui a ver a Marc y le dije que Lacey estaba viva, como Hunter esperaba que hiciera.
– ¿Y? -insistió Ty.
Ella respiró hondo.
– Se quedó de piedra. Al principio se enfadó, pero luego logró controlarse -dijo mientras lo recordaba-. Por fin me pidió que me fuera para poder estar solo. Y eso hice. Es lo único que sé -Molly se pasó la mano por el vestido negro, alisándose unas arrugas inexistentes. Luego se puso a juguetear con los flecos de su cinturón de un vivo color violeta.
Aquella conversación había sido una de las más penosas que había tenido nunca, sobre todo por todas las preguntas que no había hecho. No podía mirar de frente a Ty sabiendo lo que Hunter aseguraba que Marc Dumont les había hecho a sus amigos y a él. Y odiaba sentirse egoísta porque tenía todo el derecho a tener la familia unida que deseaba. ¿Verdad?
Marc se había convertido en una parte importante de su vida. Era en cierto modo una figura paterna, alguien que parecía querer tenerla cerca. Tras verse rechazada toda su vida por los mayores que habían pasado por su vida, aquello le importaba. Incluso aunque tuviera que luchar por reconciliar al monstruo que aquellas personas aseguraban que era Marc con el hombre al que ella conocía.
Miró a Ty.
– Tienes que entender que yo he conocido a Marc en una etapa muy distinta de su vida. Me ha dicho que va todas las semanas a una reunión de Alcohólicos Anónimos y yo le creo. Y sí, sé que hacerse con el dinero de Lacey entraba en sus planes cuando le pidió a mi madre que se casara con él, pero parece haber aceptado cómo son las cosas ahora que Lacey está viva.
– Está bien -dijo Ty al fin.
– ¿Eso es todo? ¿Así de fácil?
Él se apartó de la pared y se irguió.
– Sé que crees lo que me estás diciendo, y con eso me basta por ahora. Pero vigila tus espaldas -dijo a modo de advertencia.
– No te preocupes. Sé cuidar de mí misma.
Él miró su reloj.
– Lilly se fue hace un buen rato.
Molly miró hacia la puerta.
– ¿Por qué no vas a buscarla? -sugirió.
Porque a ella, ciertamente, le hacía falta una bebida más fuerte.
Ty se sentía mal por haber interrogado a Molly, pero necesitaba presionarla para calibrar su postura ante Dumont y ante la situación en la que todos se encontraban. También había querido sondearla por el bien de Hunter. Su amigo sentía algo muy fuerte por aquella mujer, y Ty estaba velando por él. La madre de Molly iba a meterse en un nido de serpientes al casarse con Marc Dumont, y Ty se preguntaba cómo encajaba Molly en la familia.
Lo cual lo indujo a hacerse otra pregunta. ¿Dónde demonios se habría metido Lilly en aquella monstruosidad de casa? No podía imaginar qué sentía ella en ese momento, del mismo modo que no imaginaba cómo sería crecer en un sitio así. La casa era una mansión y los jardines parecían infinitos. Se preguntaba si Lilly podría separar los últimos años que había pasado allí de los años de su infancia y recordar que aquella casa también abrigaba buenos recuerdos. En cualquier caso, estaba seguro de que la ausencia de sus padres le hacía la visita aún más difícil.
Tras mirar en los cuartos de baño de la planta baja, subió las largas escaleras del vestíbulo y comenzó a buscar en las habitaciones vacías de la planta de arriba. Había algunas que parecían llevar años cerradas. Ty miraba en una, la encontraba vacía y seguía adelante. Al final del pasillo, había unas puertas dobles que parecían conducir al dormitorio principal. Se dirigió hacia allí.
Aunque abajo había mucha gente, el suave murmullo de las voces fue remitiendo a medida que se alejaba. Al aproximarse a la habitación, se dio cuenta de que había otro dormitorio a su lado del que salía un leve resplandor.
«Bingo», pensó. Abrió la puerta lentamente y entró.
Lacey estaba sentada en su antigua cama, con un animal de peluche que se había obligado a dejar atrás en brazos. Había pasado el tiempo desde que se había ido de la fiesta deambulando por las habitaciones del piso de arriba. Había pocos cambios, salvo en el dormitorio principal, que Marc había transformado en una habitación de soltero, con colores oscuros y muebles de madera antiguos. Lacey se acordó de la madera clara de sus padres, de los muebles pintados de azul suave y al instante se echó a llorar, no con lágrimas silenciosas, sino con grandes sollozos incontrolables, causados en parte por hallarse en su casa, rodeada de extraños.
Hacía años que no se derrumbaba ni se sumergía en el recuerdo hasta el punto de llorar. No podía permitirse aquella debilidad cuando necesitaba ser fuerte para seguir adelante. Siempre adelante. Para vivir, fuera lo que fuera lo que le saliera al paso.
La transformación completa de la habitación de sus padres la había afectado profundamente, sin embargo, y, al cerrar los ojos, se había sentido embargada por el recuerdo de todo lo que había perdido.
– ¿Lilly? -preguntó Ty suavemente-. Te estaba buscando.
Ella abrió los ojos y se encontró con su mirada sombría.
– Me he entretenido -musitó mientras hundía los dedos en el pelo ajado de su vieja mascota de peluche.
Ty se acercó y se sentó a su lado.
– ¿Ésta era tu habitación? -preguntó. Ella asintió con la cabeza-. No ha cambiado -dijo Ty al tiempo que miraba a su alrededor.
– Sí, lo sé. O mi tío no ha tenido dinero o… No sé por qué.
– ¿Y esas mariquitas de la pared?
– Mariquitas rojas, blancas y azules -dijo ella con orgullo-. Elegí el papel con mi madre -Lacey se mordió el labio inferior-. Ella decía que, con colores alegres, siempre estaría contenta.
Ty miró un poco más a su alrededor.
– Parece un lugar bonito para crecer. ¿Tenía razón tu madre?
– Sí, hasta que ella y mi padre murieron -sin previo aviso, Lacey se levantó de la cama-. Salgamos de aquí, ¿quieres?
– Tú mandas -Ty se levantó y la siguió.
– No mientas. Tú no dejas que nadie más mande -repuso ella.
– A no ser que seas tú -masculló él.
O, al menos, eso le pareció oír a Lacey cuando apagó la luz y cerró la puerta de su dormitorio por última vez.
Lacey estaba junto a Ty cuando éste dio al aparcacoches el resguardo de su coche. En lugar de pensar en la noche que había pasado, pensaba en Ty. El aparcacoches, ataviado con una chaqueta verde, apareció conduciendo el coche americano de Ty. No era un deportivo, ni una camioneta, sino sólo un coche. Ty le dio una propina y se montó. Lacey lo siguió y se acomodó en el asiento del acompañante.
Mientras recorrían la larga avenida de entrada, ella se fijó en el brío y el aire de autoridad que Ty ponía en todo lo que hacía. Por enésima vez, admiró su hermosa estructura facial y la sensualidad de su boca, que, cuando sonreía, tenía en el lado derecho un pequeño hoyuelo. Pero con eso no bastaba, se dijo Lacey.
Ty era complejo en el mismo grado en que eran complejas las cosas que lo rodeaban. Era un hombre profundo que se guardaba sus sentimientos y que, sin embargo, se entregaba con el solo hecho de estar ahí. Parecía presentir cuándo lo necesitaba ella y aparecer en el momento justo, y sabía cuándo darle espacio. Diez años separados y la conocía mejor que Lacey a sí misma.
Ella echó la cabeza hacia atrás y sintió que su tensión se disipaba a medida que se iba alejando de la casa.
– Esta noche me he dado cuenta de una cosa -dijo con suavidad.
– ¿De qué?
Lacey respiró hondo y volvió la cabeza hacia él.
– No es una casa la que hace un hogar, sino la gente que vive en ella. Esa mansión estaba llena de desconocidos y el cuarto de estar no era el mismo sitio en el que mis padres y yo pasábamos las Navidades junto a la chimenea. Sin ellos allí, es sólo el cascarón vacío de algo que ya no existe -le tembló la voz, pero experimentó al mismo tiempo una sensación de paz que la calmó.
Él la miró un segundo y le dedicó una sonrisa comprensiva. Siempre que la miraba así, como si ella fuera la única persona sobre la faz de la tierra que le importara, el pulso de Lacey se disparaba y un estremecimiento de turbación recorría su cuerpo.
– Eso es una gran revelación -dijo Ty con voz algo ronca.
Ella asintió con la cabeza.
– Me ha permitido dejar la casa atrás, porque sé que mis padres siempre estarán conmigo. Aquí dentro -se puso una mano sobre el corazón, que palpitaba rápidamente.
– Me alegro mucho de que estés bien. Sé que ha sido una noche dura.
Lacey se rió.
– Eso es poco decir.
– Bueno, ¿y ahora qué? ¿Quieres volver a mi casa? -preguntó él.
Ella negó con la cabeza. Prefería evitar quedarse a solas con él en el estrecho espacio de su apartamento. La tensión sexual empezaba a hacerse tan densa que no podía soportarla.
– Prefiero que pasemos un rato dando una vuelta, si no te importa.
– Será un placer.
Lacey pulsó el botón de la ventanilla para dejar entrar el aire fresco. Ty hizo lo mismo y pronto se hallaron circulando velozmente. La brisa soplaba a su alrededor y la radio sonaba muy alta. Lacey dejó que el aire frío azotara sus mejillas con su propio pelo y disfrutó de la subida de adrenalina que fluía por su organismo. Pasaron media hora en silencio y, cuando se les acabaron las carreteras secundarias y las salidas de autovía, Ty puso rumbo a casa.
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