Él cerró los ojos y saboreó el deseo que iba creciendo dentro de él. Echó las caderas hacia delante y estuvo a punto de alcanzar el orgasmo.
Deslizó las manos alrededor de Lacey hasta que tocó sus pechos desde atrás y descubrió que sus pezones, duros y tensos, reclamaban sus atenciones y caricias. Ignoraba cómo era Lacey desnuda, aunque se la había imaginado muchas veces y había soñado con ello más veces aún. Necesitaba descubrirlo.
La hizo volverse antes de quitarle el vestido de los hombros y lo vio caer al suelo, alrededor de sus tobillos. La realidad demostró ser mejor aún que sus sueños. Los pechos de Lacey eran más grandes de lo que creía, su sujetador negro los empujaba hacia arriba de modo que parecían a punto de desbordar las copas rematadas de encaje. Ella se sonrojó; su rubor se extendió por su cuello y su pecho y Ty no pudo apartar la mirada.
Lacey se aclaró la garganta y él levantó la mirada.
– Podrías decir algo -dijo ella con dulce y conmovedor azoramiento.
– Puede que me haya quedado sin habla, pero no estoy tan atónito como para no poder hacer esto -Ty la levantó en brazos y la llevó a su dormitorio. Como siempre había soñado hacer.
Capítulo 9
El cuarto de Ty había sido su santuario desde la llegada de Lilly. Después de aquella noche, no podría escapar de ella en ningún rincón del pequeño apartamento. Su olor y su contacto permanecerían con él allí donde fuera.
Entró en la habitación y la depositó sobre el colchón, que se hundió bajo el peso de sus cuerpos.
Ella se echó hacia atrás y se recostó contra las almohadas.
– ¿Hay alguna razón para que sea yo la única que se ha desvestido? -preguntó en tono desafiante mientras su mirada ardiente recorría el cuerpo de Ty.
Él sonrió.
– En mi opinión, todavía llevas demasiada ropa puesta -dijo y él también la miró fijamente, disfrutando de la imagen que presentaba vestida únicamente con unas bragas y un sujetador escuetos. Deslizó la mirada por su vientre plano y sus largas piernas, y acabó en sus pies descalzos.
Su erección luchaba contra su confinamiento y Ty no podía negar que Lacey tenía razón. Se recostó, sentado, y empezó a desabrocharse la camisa, una de las prendas que le impedía acercarse más a Lilly. Tiró la camisa a la alfombra antes de seguir con los pantalones. Se desabrochó el botón y luego metió los pulgares en la cinturilla, se bajó al mismo tiempo pantalones y calzoncillos y los arrojó junto a la camisa.
Completada su misión, añadió también los calcetines y luego se volvió para mirarla.
Lacey se pasó la lengua por los labios, con los ojos clavados en su miembro erecto. El cuerpo de Ty estaba duro como un ladrillo; su deseo había alcanzado el punto de no retorno y, sin embargo, él era consciente de que nunca volvería a haber entre ellos una primera vez. Y habían esperado demasiado tiempo como para precipitarse ahora.
– ¿Quién lleva ahora demasiada ropa? -dijo, devolviéndole el desafío mientras la miraba ladeando la cabeza.
Ella tenía las mejillas sonrojadas, pero una lenta y seductora sonrisa curvó sus labios al tiempo que echaba mano del cierre delantero del sujetador. Giró los dedos para desabrocharlo, movió los hombros y dejó que la prenda se deslizara por sus brazos desnudos. Lo dejó colgando de las puntas de sus dedos provocativamente antes de añadirlo al montón de ropa que había ya en el suelo.
Lilly retenía por completo la atención de Ty, cuya mirada estaba fija en sus pechos desnudos, en aquellos montículos blancos y cremosos, llenos, turgentes y erizados por sus caricias. Pero cuando se acercó a ella y alargó las manos para quitarle él mismo las bragas, ella se echó a reír y le dio un manotazo.
– Ya soy mayorcita -le recordó.
Y cómo, pensó él mientras Lacey meneaba un dedo con aire de reprimenda. Al parecer, ella no había acabado y él se recostó para disfrutar del espectáculo mientras su verga, dura y erecta, aguardaba desesperadamente a deslizarse dentro de su carne húmeda.
– Creo que lo justo es que me tome la revancha. Tú me has torturado, así que yo voy a hacer lo mismo -dijo ella en tono burlón.
Metió los dedos en los finos bordes de sus bragas y se las bajó por las piernas, dejando lentamente al descubierto el remolino de vello negro que ocultaba la seda. Contoneó las caderas de un lado a otro y por fin, cuando aquella última prenda se sumó a las que yacían en el suelo, Ty alcanzó su límite.
Exhaló un largo gemido, tumbó a Lilly sobre el edredón y se tumbó completamente sobre ella. Piel contra piel, sin barreras, sin nada que los separara, Ty logró mantener a raya su deseo y se aferró a aquel instante que llevaba ansiando toda una vida, o eso le parecía.
Un dulce suspiro escapó de la garganta de Lilly. Ty nunca había oído un sonido más placentero. Ella estaba destinada a compartir su cama, a hallarse en sus brazos, a excitarlo y hacerle sentirse completo. Ty pasó las manos por entre su pelo, besó su boca y clavó sus caderas en las de ella, pero su cuerpo le decía que aquello no podía durar.
– Espera -dijo, y se incorporó hacia la mesilla de noche, en cuyo cajón guardaba los preservativos.
– Qué a mano -dijo ella. Sus ojos se habían nublado.
– Lilly…
Ella sacudió la cabeza.
– Ha sido una tontería. Claro que tenemos que tomar precauciones. Pero me gustaría que… que tú… -las palabras se atascaron en su garganta.
– Dilo -insistió él. Aunque sabía lo que estaba pensando, necesitaba oírlo de todos modos.
Ella ladeó la cabeza y el pelo le rozó los hombros. Ty alargó la mano y se enroscó un mechón de su cabello alrededor del dedo con la esperanza de que aquel contacto diera valor a Lilly.
– Es sólo que desearía que hubieras sido el primero -dijo ella en un susurro doloroso.
Ty asintió con la cabeza. La entendía muy bien. Él era hombre de pocas palabras, pero Lilly merecía saber lo que sentía.
– Yo también desearía que hubieras sido la primera.
Dios, cuántas veces había pensado aquello mismo a lo largo de los años y cuan gratificante era que ella sintiera lo mismo. El no había vuelto a ser el mismo desde su marcha. Se había quedado con la sensación de haber perdido algo no sólo precioso, sino importante en muchos sentidos que no alcanzaba a entender del todo.
Y ahora estaba a punto de entenderlo.
Se inclinó hacia ella, rozó sus labios con los suyos y al instante perdió no sólo el control, sino la noción del tiempo y del espacio. Lo único que recordaría después fue que, al final, se tumbó sobre ella y enlazó con una pierna las suyas para separárselas y abrirse un hueco en el líquido ardor que lo esperaba.
Deslizó un dedo dentro de ella y extendió sus jugos sensuales sobre los pliegues hinchados y humedecidos de su sexo. Ella levantó las caderas sin previo aviso y el triángulo oscuro de su pubis, que él había visto antes, se elevó haciendo que su dedo se hundiera más profundamente en su vaina tensa y húmeda. Ty ya no se preguntaba si estaba lista para recibirlo. Ahora lo sabía, del mismo modo que el temblor de su cuerpo le informaba de que él también estaba listo para ella.
Se detuvo lo justo para ponerse un preservativo; después, apoyó las manos a ambos lados de la cabeza de Lilly y se colocó sobre ella.
– ¿Prefieres estar tú encima? -le preguntó, y a él mismo le sorprendió su pregunta.
Con otras mujeres, nunca había tenido aquellas dudas.
No se molestaba en preguntar, estuvieran en la posición que estuviesen, porque el sexo era el sexo. Pero, como siempre había creído, con Lilly era mucho más.
– Contigo me vale de cualquier modo y en cualquier lugar -ella forzó a abrirse a sus párpados pesados mientras hablaba, los sentimientos sinceros que Ty vio en sus ojos lo desbarataron por completo-. Además, estoy segura de que ésta no será la única vez esta noche, así que luego tendré oportunidad de experimentar -una vez más, sorprendió a Ty.
Y cuánto estaba disfrutando él. Con Lilly, todo era perfecto.
Él asintió y se deslizó dentro de ella por primera vez. Lentamente, poco a poco, la penetró y su cuerpo fue tensándose a medida que ella se ensanchaba lo justo para acogerlo perfectamente. Su verga vibraba y su cuerpo luchaba contra el modo en que se refrenaba para dar tiempo a Lilly a aceptarlo y sentirlo.
Dios sabía que él nunca había sentido algo tan intenso.
– ¿Estás bien?
Ella dobló y levantó las rodillas para que la penetrara aún más.
– ¿Qué te parece eso como respuesta? -preguntó con voz profunda y ronca.
Ty captó el mensaje. Se retiró lentamente y ella gimió; su cuerpo temblaba y se estremecía bajo el de él, y lo ceñía con fuerza para retenerlo dentro e impedir que se apartara por completo. No tenía motivos para preocuparse. Lo único que Ty quería era comprobar que la fricción era suave y tersa y, una vez seguro de ello, volvió a hundirse en ella con más fuerza. Con más ternura.
Ella levantó las caderas para salir al encuentro de las suyas, y su pubis rozó la base del miembro de Ty. La excitación y el deseo alcanzaron su cima. El deseo físico volvía loco a Ty. Se hundía en ella, sumergía en su interior cada centímetro de su verga. Luego se retiraba, volvía a privarlos a ambos, deliberadamente, de aquel placer para que el deseo y el ansia crecieran. Dentro, fuera, dentro, fue… Sin previo aviso, ella cruzó los tobillos detrás de su espalda y se ancló contra él para levantar el trasero de la cama y apretar las caderas contra las suyas.
Quería presión, y él se la dio: movió las caderas siguiendo los movimientos de Lilly, hasta que juntos encontraron el ritmo perfecto. El ritmo que los hizo elevarse cada vez más y fue acercándolos al clímax.
Bajo él, ella gemía de deseo. Sus suaves jadeos le suplicaban que la hiciera gozar. Ty deslizó una mano hasta encontrar el sitio donde sus cuerpos se unían, el húmedo lugar que le permitiría excitarla aún más.
– Ty, Ty, Ty…
Ella se deshizo donde Ty siempre había querido que lo hiciera: en sus brazos, jadeando su nombre de tal modo que desató en él un clímax arrollador. Su cuerpo se tensó y un placer perfecto se apoderó de él en oleadas de deseo que quería interminables.
Y, cuando por fin volvió en sí y recobró la consciencia, todavía algo aturdido, se derrumbó sobre ella con su nombre en los labios.
Lacey daba vueltas sin cesar. A su lado, Ty dormía profundamente y ella lo envidiaba por ello. Después de hacer el amor con él no una sino dos veces, tenía tantas cosas en la cabeza que no lograba conciliar el sueño y yacía de espaldas sobre las almohadas, intentando sin éxito relajarse.
Agarró el edredón, se arropó bien y respiró hondo. El olor almizcleño del sexo y de Ty llenó sus fosas nasales. De pronto él se puso a roncar, y aquello casi la hizo reírse a carcajadas. Se volvió para mirarlo mientras dormía. ¿Cuántas veces había soñado con ver al hombre del que se había enamorado a los diecisiete años dormido después de hacer el amor?
No sabía en qué acabaría lo suyo. Y tampoco estaba segura de querer saberlo. De momento, sólo quería disfrutar, pero no podría hacerlo hasta que hubiera resuelto cierto asunto personal que tenía pendiente en Nueva York.
Era tarde, algo pasadas las once. Normalmente estaba preocupada con su trabajo, pero esa noche no. Hablaba diariamente con la mujer a la que había dejado a cargo de su empresa. Era una suerte que Trabajos Esporádicos funcionara conforme a los mismos horarios, al menos semanales, si no mensuales, lo que permitía que alguien se ocupara de todo mientras las tareas cotidianas se llevaban a cabo sin tropiezos. Saber que todo iba bien le había permitido mantener la mente despejada durante su estancia allí, en Hawken's Cove.
También le permitía concentrase en Ty y en lo que significaba hacer el amor con él. Aquello suponía que debía enfrentarse a Alex. Eso, al menos, se lo debía.
Se levantó, entró sin hacer ruido en el cuarto de invitados y cerró la puerta para hablar en privado. Tenía el estómago revuelto mientras marcaba el número de Alex y dejaba sonar el teléfono. Una, dos veces. Él contestó al tercer pitido.
– ¿Diga? -dijo, preocupado, aunque no soñoliento. Solía trabajar en casa hasta medianoche, y Lacey sabía que no lo despertaría.
Ella se lamió los labios resecos.
– Alex, soy yo, Lacey.
– ¡Hola!
Se lo imaginó incorporándose sobre las almohadas de color marfil, con la cama llena de carpetas y archivos.
– No sabes cuánto me alegra oír tu voz. Empezaba a pensar que tendría que mandar a alguien en tu busca -dijo. Sus palabras pretendía ser graciosas, pero su tono no lo era.
Una vez más, Lacey percibió una nota de ansiedad en su voz. Imaginaba que no podía reprochárselo, dado que ella había sido deliberadamente vaga acerca de su viaje repentino y sólo lo había llamado una vez.
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