Capítulo 11
Ty llamó una vez a la puerta de Lilly y entró sin esperar respuesta. Tenían que hablar. Sobre todo, necesitaba estar con ella y saber que se encontraba bien. Pero, cuando entró en la habitación y cerró la puerta, se dio cuenta de que ella dormía profundamente, tumbada sobre su antigua cama.
Ty sonrió, se sentó a su lado y contempló cómo subía y bajaba su pecho. Su rostro era tan apacible, tan bello… Le dolía el corazón con sólo mirarla. Lejos de deshacerse de su obsesión al hacer el amor con ella, se había enamorado más profunda e intensamente. Alargó el brazo, le apartó el pelo de la mejilla y dejó que sus dedos se demoraran un momento sobre su piel suave.
Se preguntaba qué pensaba ella de que hubieran estado juntos la noche anterior. Y tenía curiosidad por saber qué iba a hacer con su novio ahora que había estado con él. Quería encontrar respuesta a todas aquellas preguntas, aunque presentía que ninguna de ellas importaba. Al menos, para su futuro.
Ya siguiera con aquel tipo o no, Lacey tenía en Nueva York un negocio que lo era todo para ella. Una vida que había creado sin él. ¿Qué tenía allí? Recuerdos dolorosos y un tío que parecía quererla muerta. Ty dudaba de que él tuviera suficiente tirón para contrarrestar todos esos obstáculos.
Pero, de momento, tenían cosas más importantes en que pensar que lo suyo. Su prioridad tenía que ser demostrar que su tío se encontraba detrás de las dos intentonas contra su vida.
Un par de llamadas telefónicas que había hecho horas antes le confirmaron que, aunque alguien había entrado por la fuerza en su casa, no había huellas dactilares. Ni pista alguna. Ty sabía que alguien tenía que haber estado vigilando a Lilly, a la espera de su oportunidad para atacar. Su visita a la tienda de esa mañana no había sido rutinaria, así que, a no ser que hubiera alguien fuera del apartamento, nadie habría sabido o podido prever que dejaría sola a Lilly. La policía estaba investigando, pero ello no reconfortaba a Ty mientras el culpable siguiera en la calle.
Lo único que intuían era que, como asesino, su tío estaba resultando ser un inepto. Por suerte.
Ty decidió en ese preciso instante llamar a Derek, su ayudante, y dejar el negocio en sus manos durante una temporada. Hasta que todo aquel lío con Lilly se resolviera, no pensaba moverse de su lado.
Y pensaba empezar enseguida, se dijo mientras se tumbaba sobre las mantas y se ponía una almohada bajo la cabeza. Luego rodeó a Lilly con un brazo, la apretó contra sí y se acomodó para pasar la noche.
Lo siguiente que supo fue que el sol entraba por la persiana subida. Lilly yacía a su lado, de frente a él y, cuando se movió, su rodilla entró en contacto con el muslo de él.
Ella abrió los ojos, lo miró fijamente y una cálida sonrisa curvó sus labios.
– Vaya, qué sorpresa -murmuró.
– Vine a invitarte a tomar leche con galletas en la cocina y a charlar un rato, pero ya estabas dormida.
– Así que decidiste quedarte -la risa bailaba en sus ojos marrones. Su alegría por encontrarlo allí era evidente.
Una oleada de placer inundó a Ty.
– Ésta es mi habitación.
Ella se rió.
– Bueno, ahora al menos sé por qué he dormido tan bien.
– Me tomaré eso como un cumplido -dijo él mientras le acariciaba la mejilla con el dorso de la mano. No veía razón alguna para asustarla diciéndole que pensaba ser su guardaespaldas veinticuatro horas al día-. En serio, ¿estás bien? -preguntó.
Ella asintió con la cabeza.
– Los sanitarios dijeron que sí y, después de la cena de tu madre, estoy aún mejor.
Saltaba a la vista que no quería entrar en detalles, pero tenían que hablar de algunas cosas importantes.
– No me refería a si estabas bien físicamente.
Lacey tragó saliva.
– Lo sé. Intento no pensar en ello -reconoció.
– Ojalá ésa fuera la solución -Ty hizo una pausa y luego preguntó-: ¿Has hecho testamento?
Ella parpadeó, sorprendida por su pregunta.
– Pues sí. Lo hice hace poco. Alex me dijo que cualquiera que tenga un negocio debe prever cualquier eventualidad.
Alex. Otra cosa de la que tenían que hablar. Esta vez, era él quien deseaba evitar aquella conversación. Viniendo de Lilly, el nombre de aquel tipo le recordó mejor que cualquier otra cosa que ella tenía otra vida, y todo dentro de él se heló.
Se aclaró la garganta.
– El testamento asegura que todas tus posesiones pasen a quien tú quieres. Lo que significa que tienes que reclamar el fondo fiduciario enseguida. En cuanto lo hagas, tu tío no tendrá ningún derecho a él. No tendrá razones para matarte con la esperanza de apoderarse del dinero -hablaba en tono serio y profesional.
Luego se incorporó con intención de levantarse de la cama. Estaban demasiado cerca, había entre ellos demasiada intimidad como para que se sintiera a gusto.
Ella le tocó la espalda, y él sintió su mano cálida a través de la camisa.
– Escucha, Ty…
– Tu cita es por la mañana, ¿no? -preguntó él, interrumpiéndola.
– Sí. Luego hablaremos un poco más sobre el fondo fiduciario y sobre mi tío. Ahora, necesito que me escuches -hizo una pausa-. Por favor -añadió en tono suplicante.
Ty nunca podía negarle nada. Volvió a tumbarse y se quedó mirando el techo.
– Te escucho.
Ella respiró hondo.
– Ayer por la noche llamé a Alex después de que te durmieras.
El se volvió para mirarla. Con su pantalón de pijama de franela y su camiseta de hombre, parecía tan tierna y vulnerable que tuvo que recordarse que era él quien tenía la cabeza en la picota.
– Rompí con él -dijo ella, pillándolo por sorpresa.
Ty intentó no reaccionar exageradamente ante la noticia. No podía permitirse abrigar esperanzas de que la decisión de Lilly afectara a su vida. Pero no pudo controlar el brote de esperanza alojado en su pecho.
Las mejillas de ella se cubrieron de rubor mientras explicaba:
– A pesar de lo que ha pasado entre nosotros, no soy de las que engañan a sus parejas.
– Lo sé -al oír a Lilly, Ty se dio cuenta de que él no había vuelto a ponerse en contacto con Gloria. Ni una sola vez desde el regreso de Lilly. Tenía mucha cara por preocuparse por la vida amorosa de Lilly cuando él no había puesto la suya en orden.
Ella se mordió el labio inferior y se quedó pensando un momento antes de continuar.
– Después de estar contigo, no podía fingir que él no existía, ni tampoco seguir como hasta ahora.
– ¿Y cómo era eso? -preguntó Ty.
– Bueno, estaba evitando responder a su proposición de matrimonio y ahora sé por qué.
«Matrimonio», pensó él, y notó que se le encogía el estómago.
– No sabía que fuera tan en serio.
Ella seguía teniendo una mirada solemne y una expresión aún más seria. Asintió con la cabeza.
– Era una relación importante para mí, no puedo negarlo -se puso a juguetear con el edredón-. No tengo muchos amigos íntimos en la ciudad. Mi trabajo no es muy propicio para conocer gente y no suelo ir a los bares. Alex y yo teníamos muchas cosas en común, al menos en apariencia.
Ty odiaba oír hablar de aquel tipo y sin embargo sabía que tenía que escuchar, si quería saber qué movía a Lilly a actuar.
– Entonces, ¿por qué no le dijiste que sí antes de que apareciera yo?
Ella sonrió amargamente.
– Es un buen hombre y me quiere. Y me daría una vida segura y cómoda. Pero siempre he sabido que faltaba algo.
Él se preguntó si se arrepentiría de hacer la siguiente pregunta.
– ¿Y qué era?
– Que Alex no eras tú -Lacey alargó la mano y tocó su mejilla. Aquel sencillo gesto traspasó las barreas de Ty y le llegó al corazón.
Todos sus instintos le decían que se apartara. Él se enorgullecía de poseer una intuición sólida y certera, pero no le sorprendió que Lilly pudiera vencerla. Con un gruñido se tumbó y la estrechó entre sus brazos al tiempo que la besaba.
Sintió desesperación en el beso de Lilly y en el modo frenético en que le tiraba de la ropa. Su deseo era tan fuerte como el de él. Sólo cuando estuvieron desnudos y sus pieles cálidas se tocaron, Ty pudo calmarse un poco. Lo suficiente para recordar que quería sentir cada instante que pasara con ella.
Y así fue, desde los juegos preliminares al clímax, cuando se perdió en su sexo húmedo y caliente y ella le clavó los dedos en la espalda. Se quedaron tumbados un rato, saboreando aquel instante; luego, Ty fue un momento al cuarto de baño y regresó para tumbarse de nuevo en la cálida cama.
Lacey se acurrucó a su lado, de espaldas.
– No puedo creer que tuvieras preservativos -dijo, riendo.
El sonrió.
– Los bomberos dijeron que recogiera todo lo que necesitara porque quizás no pudiera volver al apartamento durante una temporada -se encogió de hombros-. Así que me llevé lo importante.
– Qué malo eres -se echó hacia atrás, apretando con el trasero la entrepierna de Ty, que había empezado a endurecerse de nuevo.
– No, soy bueno. Y listo -le dio un beso en la parte de atrás de la cabeza.
– Y vanidoso -dijo ella en broma-. Pero tenemos que irnos.
Adiós a un segundo asalto, pensó él con sorna.
– ¿Vas a venir conmigo a conocer al administrador?
– Ya le he dicho a Derek que se encargue del negocio unos días. Hasta que descubramos quién hay detrás de los intentos contra tu vida, no voy a apartarme de tu lado.
Sólo deseaba que ella no quisiera apartarse del suyo.
– Te lo agradezco -murmuró Lilly.
Mientras ella volvía a adormilarse en sus brazos, Ty se preguntó por qué no se conformaba con eso.
Lacey se duchó y se vistió rápidamente. Ahora, mientras Ty y ella eran conducidos al despacho de Paul Dunne, el hombre que había administrado el fondo fiduciario desde la muerte de sus padres, no podía evitar estremecerse.
Sabía por el solo hecho de que hubiera sido nombrado administrador que aquel hombre tenía que ser alguien en quien sus padres confiaban. Sabía también que no había tenido relación alguna con él, ni entonces ni ahora. No había pensado mucho en ello cuando era niña, pero ese día sí. Paul Dunne la había dejado al cuidado de su tío y, si alguna vez se había preocupado por su bienestar, lo había hecho desde lejos. Seguramente había aceptado la palabra de Marc Dumont de que era una chica problemática. Pero comprender todo aquello no hacía que sintiera simpatía por aquel hombre, aunque no lo conociera en absoluto.
La mujer que los había recibido en recepción llamó a la puerta cerrada y entró, dejando que Ty y ella esperaran en el pasillo. Un momento después volvió a salir.
– El señor Dunne los recibirá ahora.
– Gracias -Lacey entró seguida por Ty.
Un hombre mayor, con el pelo cano y un traje azul marino se levantó para saludarlos.
– Lillian, es un placer conocerte por fin -rodeó la mesa y le estrechó la mano-. Me alegré muchísimo al saber que estabas viva después de tanto tiempo. Tienes que contarme dónde has estado todos estos años.
Lacey compuso una sonrisa.
– El pasado, pasado está. Prefiero mirar al futuro -le contestó-. ¿No nos hemos reunido para eso? ¿Para que pueda explicarme cuáles eran los deseos de mis padres y qué va pasar a partir de ahora?
Él asintió con la cabeza.
Lacey se tomó aquello como una invitación y se sentó en una de las dos grandes sillas que había frente a la mesa de madera antigua de Dunne. De nuevo, Ty la siguió y tomó asiento en la otra silla. Lacey cruzó las manos sobre el regazo y esperó a que el administrador hablara.
Como si notara su malestar, Ty alargó el brazo y cubrió su mano con la suya, más fuerte y cálida, para darle ánimos. Ella se lo agradeció más de lo que él creía.
Dunne carraspeó.
– Empezaré encantado. Sin embargo, preferiría discutir estos asuntos en privado -dijo con la mirada fija en Ty.
Era evidente que quería que Ty saliera del despacho, pero Lacey decidió que era ella quien mandaba. Estaba demasiado nerviosa para recordar lo que se dijera en aquella habitación y otro par de oídos la ayudaría a retenerlo en la memoria. Además, el aura de frialdad de Paul Dunne le daba escalofríos. Y, por último, quería que Ty estuviera allí por las cosas extrañas que le pasaban últimamente. O estaba con personas a las que conocía bien y en las que confiaba, o no estaba con nadie.
– Ty se queda -insistió.
Dunne asintió con la cabeza.
– Como quieras -se acomodó en su silla y sacó un legajo de papeles con ribete azul-. Éstas son las últimas voluntades de tus padres.
Leyó los términos elementales del testamento y Lacey descubrió que, además de la enorme suma de dinero del fondo fiduciario, la casa de sus padres también pasaría a ella. Asombrada, apenas oyó el resto.
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