Pero era mentira y lo sabía.

– Llevas un buen rato sin prestarme atención -Molly se rió con buen humor.

– ¿Cómo lo sabes?

– Te ha delatado el ceño. Nadie frunce el ceño cuando le hablas de rebajas -Molly volvió a reírse, pero de pronto se puso seria y fijó la mirada en la pareja del rincón-. Supongo que sabes que no es rival para ti.

Lacey se puso colorada.

– No puedo creer que me hallas pillado mirándolos -dijo, avergonzada.

– Es humano sentir curiosidad -Molly tomó un cacahuete de una fuente que había en la barra y se lo metió en la boca-. Pero lo que he dicho es cierto. He visto cómo te mira Ty y ¡uf! -se abanicó la cara con una pequeña servilleta.

Lacey no podía negar las miradas apasionadas de Ty, pero había notado algo perturbador (cierta intimidad) al verlo con aquella mujer.

– Se han acostado juntos.

– ¿Y tú cómo lo sabes? -Molly la miró con curiosidad.

– Intuición femenina -Lacey se estremeció y cruzó los brazos.

– Aunque tengas razón, ya se ha acabado -dijo Ty, apareciendo tras ella.

– Otra vez me han pillado -Lacey se tapó la cara con las manos y soltó un gruñido.

Molly se echó a reír.

– Creo que aquí es cuando me toca excusarme. Veo a unos amigos del trabajo. Es hora de que me reúna con ellos -los saludó con la mano y se alejó, dejando sola a Lacey para que afrontara el chaparrón.

– Siento haberte espiado -dijo ella.

– Yo no. De todos modos, iba a contártelo -Ty apartó el taburete en el que había estado sentada Molly y se sentó junto a Lacey.

Ella tragó saliva.

– Pero no me lo habías contado aún. De hecho, no has hablado ni una sola vez de ella, mientras que yo te lo he contado todo sobre Alex.

A pesar de lo unidos que se sentían, se daba cuenta ahora de que todavía había cosas que no sabían el uno del otro. Aún había secretos entre ellos.

– No te lo he contado porque no había nada que contar. Gloria llenaba cierto hueco en mi vida, del mismo modo que Alex llenaba uno en la tuya -alargó la mano y le puso un mechón de pelo detrás de la oreja.

Su mano era cálida; su caricia, excitante. Ése era el problema, pensó ella. Que podía distraerla con toda facilidad y hacer que se olvidara de todo, menos de él.

Pero Lacey se negó a permitir que la distrajera. Aunque él había dicho que todo había acabado entre aquella mujer y él, todavía había algo que quería saber.

– ¿La querías?

Mientras hablaba, comprendió de pronto cómo debía de haberse sentido Ty al oírla hablar de su relación con Alex. Era doloroso preguntar. Más doloroso aún sería escuchar la respuesta.

El negó la cabeza y Lacey sintió que le quitaban un peso de encima.

– Sólo hay una cosa que debas saber sobre Gloria -dijo él con su voz hosca y sexy.

Ella notó un cosquilleo en el estómago, un cálido aleteo de placer.

– ¿Y cuál es?

– Que no eres tú.

Los ojos de Lacey se llenaron de lágrimas. Se sentía ridícula por reaccionar tan emotivamente, pero no podía controlar su alegría, ni la abrumadora gratitud que la embargaba. No podía hablar, pero supuso que la amplia sonrisa de su cara sería suficiente respuesta.

Ty tomó sus mejillas entre las manos y le echó la cabeza hacia atrás. Lentamente, sin apartar los ojos de ella, bajó la cabeza y dejó que sus labios tocaran y sellaran luego sus emociones. Todas las cosas que no habían dicho, Lacey las sintió en el modo dulce y reverente con que Ty besó su boca.

Él se retiró muy pronto.

– Tengo que volver al trabajo.

Lacey asintió con la cabeza y le dio permiso con un ademán coqueto.

Los dos sabían dónde tendrían que retomar las cosas más tarde.


Hunter estaba repasando las preguntas que pensaba hacerle a un testigo cuando llamó Ty. Aunque de todos modos no habría dicho que no tras oír el tono ansioso de su amigo, le iría bien un descanso. Cuando entró en el Night Owl, eran casi las once. Como después tendría que volver a la oficina, no miró a su alrededor: no quería perder el tiempo charlando con amigos.

Cinco minutos después, Ty, Lilly y él estaban sentados alrededor de una mesita, al fondo del bar. Cuatro universitarios se habían ido al fin dando trompicones, riendo y armando ruido. Hunter no recordaba haber sido tan despreocupado y alegre en sus tiempos de estudiante: estaba demasiado concentrado en «llegar a ser alguien», como llamaba a su búsqueda del éxito.

– No sabía que le habías pedido a Hunter que se pasara por aquí. ¿Sucede algo? -preguntó Lilly.

Hunter levantó una ceja. Creía que Lilly estaba al corriente de todo lo que sabía Ty.

– Hace un rato recibí una llamada de Derek. Me ha dicho que hoy tu tío ha tenido una visita interesante -dijo Ty

– ¿Quién era? -preguntaron Hunter y Lilly a un tiempo.

Ty se inclinó hacia delante en su asiento.

– No mucho después de que nos fuéramos de su despacho esta mañana, Paul Dunne hizo una visita a Dumont. A menos que me falte una pieza del rompecabezas, no se me ocurre una sola razón que la justifique, como no sea que su visita estaba relacionada con la herencia de Lilly.

– Vaya -Hunter se pasó una mano por el pelo.

Lilly, que se había quedado pálida mientras escuchaba a Ty, guardó silencio.

– ¿Sabéis vosotros algo que yo no sepa? ¿Tiene Dumont algún tipo de relación con Paul Dunne? ¿Juegan juntos al golf? -preguntó Ty-. Echadme una mano, porque si no…

– Dejemos de buscar excusas donde no las hay -dijo Lilly por fin-. Todos sabemos que mi tío quería mi dinero hace diez años y eso no ha cambiado. Lo que ha cambiado es que ahora también me quiere muerta.

Aquella palabra reverberó entre ellos.

– Estoy de acuerdo -dijo Ty.

– Yo también. La pregunta es qué vamos a hacer al respecto -añadió Hunter.

– Yo no pienso esconderme -dijo Lilly antes de que alguno de ellos lo sugiriera, aunque Hunter pensaba que no era del todo mala idea.

– ¿Por qué no? ¿Prefieres ser un blanco fácil? Porque seguramente la próxima vez no fallará -Ty se estremeció ante aquella posibilidad.

Lilly arrugó el ceño.

– Estoy harta de esconderme de ese hombre. ¿No es ésa la razón por la que he vuelto? ¿Para enfrentarme a él? ¿Para afrontar mi pasado? Pues eso pienso hacer.

Hunter resolvió que era hora de intervenir. Odiaba ponerse del lado de Ty y fastidiar a Lilly, pero su amigo tenía razón.

Se volvió hacia Lilly, que esa tarde lo había llamado para explicarle los términos del fondo fiduciario.

– No sé si eres consciente de ello, pero teniendo en cuenta las estipulaciones de tu herencia, tienes tres semanas para… ¿cómo podría decirlo delicadamente?… tienes tres semanas para permanecer viva y reclamar tu dinero. No creo que agitar una bandera roja delante de tu tío vaya a ayudarte a conseguirlo -dijo.

– Exacto -Ty enfatizó su opinión dando un puñetazo en la mesa.

Hunter hizo una mueca. Intuía que la actitud autoritaria de su amigo enfadaría a Lilly.

Ella se levantó, pero no alzó la voz.

– Os doy dos opciones. Puedo volver a casa a pasar las próximas tres semanas y volver para reclamar mi herencia el día de mi cumpleaños.

– Y convertirte en un blanco fácil en la gran ciudad, donde nadie conoce a Dumont ni puede vigilarlo -replicó Ty.

– O puedo quedarme aquí y convertirme en un blanco fácil. Sólo tendríamos que ir un paso por delante de mi tío y estar preparados cuando vuelva a atacar.

Ty también se puso en pie.

– Rotundamente no.

Hunter soltó un gruñido.

– ¿Queréis sentaros los dos? Estáis llamando la atención y no es eso lo que buscamos -sorprendentemente, los dos volvieron a ocupar sus asientos-. Creo que Lilly tiene razón -le dijo a Ty-. O hacemos salir a la luz a Dumont manteniendo a Lilly a la vista de todos, o volverá a atacar cuando no estemos preparados.

Ty frunció el ceño.

Hunter conocía bien a su amigo. Al final, le daría la razón, pero no porque temiera la confrontación, sino porque Hunter estaba en lo cierto.

– Sabes que tengo razón. Dumont va a ir a por Lilly de todos modos, así que lo mismo nos da dejar que Lilly haga su vida y estar preparados cuando Dumont aseste el próximo golpe -Hunter miró a Ty fijamente-. ¿Y bien?

– Sí -masculló Ty, malhumorado.

Lilly cubrió sus manos con las suyas.

– Te agradezco tu apoyo -dijo suavemente.

Ty inclinó la cabeza, pero no dijo nada. Lilly, sin embargo, no necesitaba que hablara, ni quería tener razón porque sí, pensó Hunter. Por eso hacían tan buena pareja. Lilly no se regodeaba en sus victorias, ni presionaba en exceso a Ty. Sabía defenderse, pero también respetaba las opiniones de su amigo. Con suerte, tendrían un futuro juntos cuando todo aquello acabara.

Y, con suerte, Molly y él también lo tendrían.

Hunter se levantó.

– Tengo que volver al trabajo. Ojalá pudiera ayudaros, pero el juzgado me tiene atado con ese caso.

Lilly echó su silla hacia atrás y se levantó.

Ty hizo lo mismo.

– Me alegro de que estés aquí para escucharnos -Lilly se acercó a él y le dio un rápido abrazo.

– Estás haciendo justamente lo que necesitamos – dijo Ty, cuya gratitud era evidente en todo lo que no decía.

– Voy un momento al servicio. Enseguida vuelvo -Lilly se dirigió a la puerta, a unos pasos de distancia.

Ty se volvió hacia Hunter.

– Una cosa más. Tengo que pedirte un favor.

– Tú dirás -dijo Hunter.

– Mira a ver qué sabe Molly sobre la relación de Dumont con Paul Dunne. Ese tipo no me ha gustado nada y, si están relacionados de algún modo, puede que haya algo turbio.

Hunter asintió con la cabeza.

– Entendido -Ty se aclaró la garganta-. Siento mucho que Molly tenga que ver con ese cerdo -añadió Hunter-. ¿La policía ha encontrado algo que relacione aunque sea remotamente a Dumont con el incendio?

– No, porque no había nada que encontrar -dijo Molly acercándose a Hunter por detrás. Vestía una camiseta muy ceñida de licra, de color rojo vivo.

Hunter se refrenó para no silbar. Ya estaba metido en un buen lío.

Ty miró a Molly e hizo una mueca.

– He intentado avisarte -le dijo a Hunter.

– Pues no deberías haberte molestado -dijo Molly-. Merezco saber qué piensa exactamente Hunter de mi futuro padrastro -cruzó las manos sobre el pecho y lo miró con enojo.

– Adiós, chicos -dijo Ty y, con una mirada llena de mala conciencia, se alejó y dejó solo a Hunter con Molly.

Ty había hecho lo correcto. El enfado de Molly se dirigía contra Hunter. Era él quien tenía que arreglar las cosas. Por desgracia, no se le ocurría nada para solucionarlo.

Se había quedado sin ideas.

Después de su cita de la noche anterior, aquello era un gran paso atrás, y un dolor semejante a la punzada de un cuchillo le atravesó las entrañas. Le importaba la opinión que Molly tuviera sobre él y, obviamente, había perdido tanto su confianza como su respeto.

Se acercó a ella y dijo suavemente:

– La verdad es que ya sabías que nunca me ha caído bien ese tipo.

Molly irguió los hombros, con las barreras defensivas bien colocadas.

– Pero no creía que fueras capaz de llegar al punto de acusarlo de un intento de asesinato. Mi madre va a casarse con él. Está enamorada de él. Y yo conozco su otra cara, la que tú te niegas a creer que existe. Te aseguro que, hiciera lo que hiciese en el pasado, Marc no es ningún asesino.

Hunter se limitó a asentir con la cabeza, aunque no estuviera de acuerdo con ella.

– Sabes que yo estaba con Lilly en el centro comercial. Marc no ganaría puntos con mi madre atropellándome.

– Yo no he dicho que nuestras sospechas sean impecables. Pero, si contrató a alguien, puede que esa persona no supiera quién eras.

Sabía ya que Molly y él nunca se pondrían de acuerdo en aquel asunto. Era una lástima que ninguno de ellos estuviera dispuesto a transigir.

En lugar de discutir lo imposible, Hunter cambió de tema.

– ¿Qué relación tiene Dumont con Paul Dunne? ¿Lo sabes?

Ella ladeó la cabeza.

– ¿El fideicomisario del testamento de los padres de Lilly? Yo diría que es obvio.

Hunter apreció su coraje.

– ¿Por qué no iluminas a este ignorante? -no conocía otro modo de conseguir que se abriera que irritarla con su sarcasmo.

Ella entornó la mirada, visiblemente molesta.

– Paul Dunne es el fideicomisario -dijo lentamente, enunciando cada palabra como si él fuera idiota-. Eso significa que administra el dinero conforme a los deseos de los padres de Lilly. Lo que a su vez quiere decir que conoce a Marc desde hace más de diez años. Así que, sea lo que sea lo que creas que están tramando, olvídalo.

Al menos estaba contestando a sus preguntas, así que Marc dedujo que podía seguir.