– ¿Y Anna Marie? -preguntó.
– ¿Qué pasa con ella? -el tono de Molly se hizo aún más receloso, si cabía.
– Cuando se entera de algo, ¿a quién se lo cuenta?
Molly puso los ojos en blanco.
– A casi todo el mundo. ¿Por qué?
Hunter no tenía una respuesta directa que darle. Aún.
– Cuando Anna Marie descubre cosas en el juzgado gracias a su trabajo, ¿has oído que alguna vez las repita?
– No estoy segura. ¿Qué clase de cosas? -Molly se sentó en una silla, lo cual indicaba que de momento no iba a ir a ninguna parte.
Aunque Hunter no había conseguido romper sus barreras, al menos había picado su curiosidad. O se debía a eso, o a que había desviado sus preguntas de Marc para concentrarlas en Anna Marie. En todo caso, el brillo había vuelto a los ojos de Molly, que se inclinó hacia él.
Hunter sopesó cuidadosamente su respuesta.
– Cosas como qué juez va a presidir el caso en el que estoy trabajando.
Mientras hablaba, se sentó junto a ella a la mesa, con cuidado de no acercarse demasiado y volver a irritarla. Por más que deseara acortar la distancia que los separaba, sabía que ella no se lo permitiría.
Hizo una pausa antes de continuar y se pinzó el puente de la nariz, ensimismado. Podía confiar en Molly y contarle sus sospechas o podía marcharse. Por Lilly, y sobre todo por el bien de su relación con Molly, en caso de que pudiera salvar la que había, optó por confiar en ella.
– Creo que Anna Marie le habló de mi juicio a Paul Dunne, su hermano, y que él le pidió que intentara adelantarlo para que yo estuviera demasiado ocupado para encargarme de Lilly y de su fondo fiduciario.
Molly arrugó la nariz mientras consideraba aquello.
– ¿Y por qué iba a preocuparse Anna Marie por el dinero de Lilly?
– No creo que se preocupe por el dinero. Ya la conoces. Habla por hablar, sin pensar en las consecuencias. En este caso, sería como los daños colaterales de una bomba, si se tiene en cuenta quién es su hermano y cuál es la relación de Dunne con la herencia de Lilly -Hunter tomó el pimentero, lo puso boca abajo y lo sacudió, dejando que su polvillo se derramara por toda la mesa-. Nunca se sabe qué va a pasar, ni quién va a salir perjudicado.
Con la barbilla apoyada en la mano, Molly observó la pimienta de su analogía mientras reflexionaba sobre las implicaciones de todo aquello.
Hunter disfrutaba viendo funcionar los engranajes de aquel cerebro suyo tan sexy. Su mente le parecía tan fascinante como su cuerpo.
Finalmente, ella levantó la vista y lo miró a los ojos.
– Está bien, así que Anna Marie habla con su hermano de ese caso…
– O puede que su hermano le preguntara en qué estaba trabajando yo -dijo él, ciñéndose a la teoría de que Anna Marie era sólo una cotilla inofensiva-. En todo caso, me han quitado de en medio. Así que sólo quedan Lilly y Ty.
– ¿Qué puede importarle a Dunne quién herede el fondo fiduciario? Es sólo el administrador. El distribuidor de los fondos.
– Ésa es la respuesta que exige contestación -consciente de que había captado su interés y de que Molly tenía tiempo y medios para interrogar a su casera, Hunter hizo una sugerencia-. Tal vez podrías tomar té en el porche con ella y averiguarlo.
– Podría, sí -dijo Molly lentamente-. Pero dejemos una cosa clara. No lo haría por ti. Lo haría para limpiar el nombre de Marc.
Hunter asintió con la cabeza.
– Me parece bien.
Conseguiría la información que Lilly y Ty necesitaban, y Molly descubriría que él tenía razón. Su fe en Dumont estaba equivocada. Aunque Hunter detestaría verla sufrir, convenía que Molly conociera la verdad.
Sin previo aviso, ella apartó la silla y se levantó.
– Tengo que irme.
– Espera -Hunter se levantó, se acercó a ella y la agarró de la mano antes de que pudiera alejarse-. Puede que ahora mismo no estemos de acuerdo, pero estoy de tu lado. Sólo quiero lo mejor para ti y no quiero verte sufrir.
Los ojos de Molly se empañaron y parpadeó para contener las lágrimas.
– Lo siento, pero ahora mismo no puedo agradecértelo. He sido sincera contigo. Sabes lo importante que es para mí la familia. Sabes que ésta es mi primera oportunidad de tener una buena relación con mi madre.
Hunter probó suerte con la lógica pragmática.
– ¿Y no quieres que esa relación sea auténtica y no se base en un intermediario que tal vez no le convenga? -preguntó.
– Claro que sí, y no soy tan tonta como puedes creer. Pero no puedo preguntarme qué pasaría si tuvieras razón respecto a Marc. No quiero imaginarme sola en el mundo otra vez -dio un paso atrás y apartó la mano de la de él. Tropezó con una silla y estuvo a punto de caerse, pero recuperó el equilibrio antes de que Hunter pudiera ayudarla.
Su dolor atravesaba a Hunter.
– Lo siento, Molly.
Ella sacudió la cabeza.
– Puede ser. Pero te preocupa más tener razón que lo que yo necesite. Ya te avisaré si averiguo algo -sin una palabra más, pasó a su lado a toda prisa y se abrió paso entre el gentío hasta perderse de vista.
Capítulo 13
A la mañana siguiente, Lacey se acurrucó en la cama de la antigua habitación de Ty, con Digger a su lado. Abrió su agenda y su listín telefónico y llamó a todos sus clientes para asegurarse de que estaban contentos con el servicio de esa semana y no habían echado nada en falta durante su ausencia. Luego telefoneó a Laura para ver qué tal se las arreglaban sus empleados. Todo iba bien, lo cual fue un alivio para ella, aunque en parte echara de menos que la necesitaran. Llevaba ya fuera unos cuantos días y el negocio al que había dedicado toda su atención y cuidado marchaba perfectamente sin ella.
Un servicio de limpieza profesional estaba limpiando y aireando el apartamento de Ty, y ella no tenía nada útil que hacer allí, al menos según él. Ty, además, se negaba a permitir que saliera sola, aunque fuera a dar un paseo. Él estaba ocupado con un posible cliente en el salón de su madre, y Flo se había ido a pasar el día fuera con el doctor Sanford, su nuevo «amigo», como había dicho al presentárselo. Lacey sonrió porque Flo parecía tan feliz que su alegría era contagiosa.
Inquieta, decidió indagar un poco sobre su tío sin ayuda de Ty. Buscó en su bolso el número que Molly le había dado la noche anterior. Pero cuando marcó el número del trabajo de Molly, su secretaria le dijo que se había tomado el día libre. Lacey intentó entonces localizarla en su casa.
– ¿Diga? -contestó Molly al teléfono.
– Hola, soy Lacey -se incorporó sobre las almohadas-. Creía que estarías trabajando.
– No me apetecía ir.
Lacey frunció el ceño.
– ¿Te encuentras mal?
– Estoy harta de todo -masculló Molly.
– ¿Qué ocurre? Si tiene que ver con mi tío, prometo reservarme mi juicio -dijo Lacey mientras cruzaba los dedos por detrás de la espalda. Al menos, no diría nada que pudiera disgustar a su nueva amiga.
Molly exhaló un suspiro tan hondo que Lacey lo oyó al otro lado de la línea.
– Anoche Hunter lo acusó de estar detrás de los intentos contra tu vida.
– Lo siento -Lacey cerró los ojos. Se sentía mal por ellos dos.
– Bueno, pues fui a ver a Marc y se lo pregunté cara a cara.
Lacey se sentó bruscamente.
– ¿Le dijiste que pensamos que va a por mí?
Molly se quedó callada un momento.
– Si era cierto, saber que sospecháis de él no iba a detenerlo. Además, ninguno de vosotros cree que sea él quien está haciendo el trabajo sucio, ¿no?
– Seguramente -reconoció Lilly-. ¿Qué te dijo? -enredó el cable del teléfono alrededor de su dedo hasta que se le cortó la circulación y aflojó la tensión antes de volver a enrollar el cable.
– Dijo que comprendía que hubierais llegado a esa conclusión, pero que el culpable no es él.
– Y tú lo creíste.
Molly percibió la pregunta implícita en la voz de Lacey. Y no podía reprocharle que preguntara.
– El caso es que quiero creerlo -dijo con suavidad-. Necesito creerlo. Mi madre se ha casado cuatro veces. La primera, con mi padre. El matrimonio duró unos cinco años, si se cuenta el periodo de separación. La siguiente vez yo tenía ocho años y mi madre me hizo quedarme en casa con una niñera. Las siguientes dos veces, yo estaba en un internado y luego en la universidad. Ni una sola vez me pidió que volviera a casa, y menos aún que participara en la ceremonia. Esta vez, cuando se case con Marc, quiere que sea una de las damas de honor -como siempre que hablaba del desamor de su madre, sintió un gran nudo en la garganta, y no pudo seguir hablando aunque hubiera querido.
Que no quería. Ya le había contado suficientes cosas a una persona que era prácticamente una extraña. Claro que Lacey no le parecía una extraña. Hunter tenía razón. Lacey le caía bien, después de todo.
– Lo entiendo -la voz de Lacey viajó por la línea telefónica-. Marc es la primera persona que te ha acercado a tu madre, en lugar de alejarte de ella.
– Exacto -dijo Molly, contenta de que Lacey hubiera establecido aquel vínculo-. Hunter lo sabe e intenta comprenderlo, pero con él no puedo hablar de este asunto.
– ¿Y conmigo sí? -preguntó Lacey con incredulidad-. ¿Cómo es posible, si es precisamente mi existencia la que tiene a todo el mundo desquiciado?
Molly echó la cabeza hacia atrás y se rió. Entendía perfectamente la pregunta de Lilly. Cerró la tapa de la lavadora, entró en la cocina y se sentó en una silla.
– Creo que la respuesta es que, si vivieras aquí, creo que podríamos ser amigas. Pero no tengo ningún vínculo emocional contigo. Así que puedo hablar contigo y podemos estar en desacuerdo y no por ello me siento traicionada o dolida. Y tampoco espero que te pongas de mi parte, ni me llevo una desilusión cuando no lo haces -lo cual parecía suceder cada vez más con Hunter, en lo concerniente a Marc Dumont-. ¿Me entiendes o estoy diciendo tonterías? -preguntó.
– Te entiendo -Lacey se rió-. Pero me gustaría que las cosas fueran distintas para ti y para Hunter.
Molly sonrió.
– Gracias. Bueno, ahora que hemos hablado de mis problemas, ¿qué puedo hacer por ti?
Lacey hizo una pausa tan larga que Molly comprendió cuál iba a ser el tema de su conversación y se armó de valor.
– Bueno, me resulta violento hablar de esto -dijo Lacey al fin, confirmando sus sospechas-. Pero, como tú dices, parece que podemos hablar la una con la otra. Así que ahí va. Tengo un par de preguntas sobre mi tío y el fondo fiduciario. Me gustaría que las contestaras, si no te molesta.
– Veré qué puedo hacer -contestó Molly, a pesar de que cada vez se sentía más tensa.
– Sabes que sólo puedo heredar el fondo fiduciario cuando cumpla veintisiete años, ¿verdad?
– En realidad, no he visto la escritura. Sólo me reuní con Marc para hablar de la posibilidad de que reclamara la herencia. Pero apareciste viva antes de que pudiera echarle un vistazo.
– Bueno, el caso es que heredaré en mi próximo cumpleaños, que da la casualidad de que es dentro de unas semanas. Por eso la persona que quiere matarme tiene que hacerlo antes de mi cumpleaños y de que yo pueda reclamar el dinero. Después de eso, no tendría sentido.
Lacey había dicho diplomáticamente «la persona que quiere matarme» y no había mencionado directamente a Marc. Molly agradeció su intento de ser imparcial.
– ¿Qué puedo hacer para ayudarte? -preguntó.
– Sólo quiero saber qué relación tienen actualmente Marc Dumont y Paul Dunne. Tengo entendido que se vieron ayer, poco después de que nos reuniéramos con Paul en su despacho. Necesito saber por qué. ¿Fue una coincidencia? ¿O están compinchados de algún modo?
– Hunter me preguntó lo mismo anoche y le hice callar -Molly cerró los ojos con fuerza-. Lo averiguaré -le prometió a Lacey.
Porque no podía seguir escondiéndose eternamente de la verdad.
– No sabes cuánto te lo agradezco -dijo Lacey con evidente gratitud.
Molly tragó saliva.
– Una cosa más.
– Claro.
– Dile a Hunter que Anna Marie y yo tomamos café esta mañana y que le pregunté por el caso en el que está trabajando Fred Mercer. Me puso al corriente de todo. Yo no tengo ninguna relación con Fred, ni tenía motivos para preguntar, pero Anna Marie me contó todos los detalles que quise saber -después de lo que le había pedido Hunter, Molly había sonsacado a su casera acerca de un extraño, simplemente por comprobar que estaba dispuesta a dársela-. Dile que, si Anna Mane me dio toda esa información a mí, no creo que tenga reparos en hablar de los casos de Hunter con su hermano -Molly apretó con fuerza el teléfono, consciente de que cada paso que daba la acercaba a alguna revelación que o bien limpiaría la reputación del hombre que le había ofrecido una familia, o destruiría sus esperanzas de tener una.
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