– ¿Molly? -preguntó Lacey.
– ¿Si?
– Eres la mejor -dijo Lacey-. Y sé que Hunter piensa lo mismo.
Molly no supo qué contestar, así que dijo adiós en voz baja y colgó.
Le dolía la garganta de aguantar las lágrimas. De saber que, al prometerle a Lacey que conseguiría la información que necesitaba, le había ofrecido más de lo que le había dado nunca a Hunter. En ese momento, no culparía a Hunter si decidía olvidarse de ella. Aquella idea le dolía, sin embargo. Sabía que estaba tirando piedras contra su propio tejado, pero en ese momento tenía la impresión de no poder hacer otra cosa.
Ty acompañó a la puerta a su nueva clienta, una señora mayor que quería encontrar a la hija que había dado en adopción muchos años atrás. Le prometió que emprendería al menos una búsqueda preliminar y que se pondría en contacto con ella en cuanto tuviera alguna pista. Ty sabía que tendría que delegar parte del trabajo en Frank Mosca hasta que tuviera tiempo para retomar su horario normal. Su vida y la de Lilly estarían en suspenso hasta que ella reclamara su herencia. Después, quién sabía qué pasaría.
Irónicamente, mientras se hallaban en aquella especie de limbo, estaban volviendo a conocerse.
Ty se sentía en parte exultante y en parte cauteloso y desconfiado. Porque, mientras permanecieran en Hawken's Cove, vivían la vida que llevaba él. Ignoraba qué pensaba Lacey del futuro y, con el embrollo en que se había convertido su vida de momento, no habría sido justo preguntárselo.
Si alguna vez llegaban a tener esa conversación, no tendría que haber nada que los atara, salvo el deseo mutuo. Ni fondos fiduciarios, ni amenazas de muerte, ni Alex, pensó Ty, y se preguntó si aquel tipo era de verdad agua pasada o si los sentimientos de Lilly por él retornarían cuando volviera a Nueva York. Pero se negaba a pensar en ello mientras la tuviera allí, con él.
Entró en el dormitorio que ella usaba en casa de su madre y la encontró ensimismada, con la cama llena de papeles. Digger levantó perezosamente la cabeza del colchón, miró a Ty con aire aburrido y volvió a bajar la cabeza. Ya no saltaba a su alrededor como si fuera una golosina nueva y apetitosa. Al parecer, Ty había dejado de ser una novedad para la perra. Confiaba en que Lilly no se cansara de él tan pronto.
Ella llevaba puesto un albornoz blanco que había comprado durante su rápida visita al centro comercial para comprar lo básico. En el tiempo que llevaba allí, Ty había descubierto que le encantaba tumbarse cubierta con un albornoz, lo cual a él le permitía contemplar sus largas piernas. El cinturón de la bata ceñía su cintura y el amplio escote de pico dejaba ver un canalillo que lo volvía loco. El hecho de que se hubiera acostumbrado a aquella imagen no significaba que hubiera dejado de afectarle.
Cada vez que veía a Lilly, tan tierna y accesible, con aquella bata afelpada, se excitaba inmediatamente. Su deseo por ella nunca dejaba de asombrarlo, junto con los hondos sentimientos que ella extraía de lugares de su interior que Ty creía cerrados para el resto del mundo desde hacía mucho tiempo.
– Hola -dijo para que Lilly se diera cuenta de que estaba allí.
Ella lo miró y sonrió alegremente.
– Hola. ¿Ha ido bien la reunión? -preguntó.
Ty entró en la habitación y cerró la puerta.
– Pues sí. Tengo una nueva clienta.
Ella asintió con la cabeza.
– ¡Estupendo! -sus ojos brillaban, llenos de excitación. Luego, de pronto, se apagaron sin previo aviso-. Espera. No puedes dedicarte a un nuevo caso si te preocupas por mí todo el tiempo. Ninguno de los dos había previsto que me quedara tanto tiempo, y tampoco contábamos con que destrozaran tu apartamento por mi culpa, claro -empezó a recoger sus papeles frenéticamente mientras continuaba-. Voy a volver a Nueva York hasta mi cumpleaños. Mi tío no me seguirá hasta allí. Ahora que el departamento de bomberos ha declarado oficialmente que el incendio fue provocado y no un accidente, debe de saber que la policía lo está vigilando. Sería un estúpido si fuera a por mí.
Ty no pensaba dejarla ir a ninguna parte, pero primero tenía que calmarla.
– Para un momento y escúchame -se sentó a su lado y puso una mano sobre la suya para que se quedara quieta. Ella levantó lentamente los ojos-. Primero, la policía tiene nuestras declaraciones, pero no tiene pruebas de que tu tío esté implicado en el caso. Nosotros lo estamos vigilando por nuestra cuenta, pero la policía se quedará al margen a no ser que vuelva a ocurrir algo. No es como si tuviéramos protección policial veinticuatro horas al día. ¿Entiendes lo que digo?
Ella asintió con la cabeza.
– Que no crees que esté segura si vuelvo a casa sola.
– Exacto. Segundo, estamos juntos en esto. Siempre ha sido así. ¿Te he dado alguna razón para pensar que ahora tengas que apañártelas sola?
– No, pero…
Ty la acalló inclinándose hacia ella y posando los labios sobre los suyos. Se demoró allí y paladeó el sabor a menta de su pasta de dientes y el sabor de ella. Su cuerpo reaccionó de inmediato a su cercanía y el deseo creció por momentos.
– Nada de peros -dijo al retirarse-. Ahora cuéntame qué estabas haciendo cuando te he interrumpido -añadió, intentando cambiar de tema.
– Eran cosas del trabajo. Todo va bien, pero iba a hacer algunos cambios de horario para la semana que viene para asegurarme de que está todo cubierto con las chicas que tengo a mano -amontonó los papeles y los puso sobre la mesilla de noche-. Tengo noticias -dijo, y la luz pareció volver a sus ojos.
– ¿Cuáles? -preguntó Ty. Se alegraba de hablar de cualquier cosa que no incluyera su regreso a Nueva York.
– Esta mañana llamé a Molly. Tuvimos una larga charla y me reveló un par de cosas interesantes. Primero, Hunter y tú teníais razón. Anna Marie podría haber pasado información a su hermano Paul. Pero lo más probable es que no lo hiciera a propósito para perjudicarnos. Es posible que su hermano utilizara su afición por el cotilleo para sus propios fines. Que no sabemos cuáles son -golpeó el colchón con el puño, irritada.
Ty se quedó pensando un momento.
– Podría ser para hacerle un favor a Dumont. No hay otro motivo para que Paul Dunne quiera quitar de en medio a Hunter.
– Así que todos los caminos conducen al tío Marc -la tristeza de Lilly llenó la habitación.
– ¿Tenías esperanzas de que hubiera cambiado? -preguntó Ty.
Lacey se encogió de hombros. Se sentía como una niña vergonzosa a la que hubieran sorprendido deseando un unicornio el día de su cumpleaños.
– Sé que es imposible, pero me duele mucho pensar que un familiar mío quiera verme muerta.
– Lo sé -Ty alargó los brazos y Lacey se recostó en él. Necesitaba su comprensión.
Pero, de pronto, no bastaba con la comprensión. Ni con estar cerca. Lacey se volvió hacia Ty.
– Ponte en el centro de la cama.
Él parpadeó.
– De acuerdo -se sentó en medio de la cama y se recostó contra el cabecero, apartando un poco al perro.
Digger se levantó, se desperezó, se bajó de un salto de la cama y volvió a acurrucarse en el suelo.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Ty. La miraba fijamente a los ojos. De pronto el aire crepitaba, lleno de electricidad, a su alrededor.
Ella sonrió sin poder remediarlo.
– Quítate la ropa.
Ty se rió.
– Parece que siempre llevamos demasiada ropa encima.
– No creía que el que te pidiera que te desnudaras fuera tan duro para ti -Lacey se sentó sobre él y empezó a desabrocharle la camisa que Ty se había puesto para la reunión con su nueva clienta.
– No lo es -mientras ella le desabrochaba los botones uno a uno, él desató el cinturón de su albornoz.
Lacey le abrió la camisa. El apartó el cuello de la bata. Ella desnudó su atractivo pecho. Él le bajó la bata por los brazos y ella se la quitó, quedando completamente desnuda ante la mirada ardiente de Ty.
Él inhaló bruscamente y de inmediato se desabrochó los pantalones. Lacey agarró la cinturilla y se los bajó, junto con los calzoncillos.
– Ahora estamos igualados -dijo.
– No, nada de eso -Ty miró su erección y Lacey siguió su mirada y su deseo creció al ver la evidencia del de él.
Se sentía a gusto con Ty y, por ello, se sentía también osada.
– Bueno, ¿qué vas a hacer al respecto? -le preguntó, aunque sus palabras, más que una pregunta, sonaron a invitación.
– Túmbate y te lo demostraré.
El pulso de Lacey se aceleró y una humedad densa y pesada creció entre sus muslos. Se deslizó hacia el centro de la cama y se tumbó de espaldas.
Él movió la cabeza de un lado a otro.
– Date la vuelta -dijo con aspereza.
Cada vez más excitada, ella obedeció y se tumbó boca abajo sobre la cama. Confiaba en él plenamente.
Ty se sentó a horcajadas sobre ella y se inclinó hacia delante; luego le apartó el pelo del cuello y comenzó a besar su piel erizada.
– Mmm -a Lacey le encantaba sentir sus labios en la piel.
Él siguió deslizando su boca húmeda sobre su espalda mientras le masajeaba los hombros. Ella cerró los ojos y permitió que dominara por completo su cuerpo. Ty no la decepcionó. Su lengua se deslizó sobre la piel de ella y un aire fresco la hizo estremecerse con creciente excitación.
Cuando Ty se tumbó sobre ella, su miembro presionó deliciosamente las nalgas de Lilly y su cuerpo la apretó contra la cama. Ello hizo que su pelvis rozara sensualmente el colchón y que un súbito arrebato de placer la atravesara por completo. Sentía un deseo palpitante, un ansia que pedía mucho más.
Él pareció notar cómo se arqueaba su espalda y percibir su deseo, porque de pronto se deslizó hacia abajo e introdujo la mano bajo ella, hasta que uno de sus dedos encontró la abertura resbaladiza del sexo de Lacey. Ella movió las caderas en círculos sobre el colchón y atrapó su dedo en cuanto él lo deslizó en su interior.
Un suave gemido escapó de su garganta, pero ahora que tenía una parte de Ty dentro de sí, ya nada le importaba. Ty comenzó a penetrarla con la mano, con acometidas lentas y firmes. Cada uno de sus suaves movimientos la acercaba más y más al orgasmo. Por fin, todo a su alrededor pareció estallar en una luz brillante y el clímax más intenso que había tenido nunca se apoderó de ella.
Cuando volvió en sí, empezó a cobrar conciencia de lo que la rodeaba. Se dio la vuelta y lo miró.
– Guau -dijo con leve tono interrogativo.
– ¿Eso era una pregunta? -Ty se rió y alargó los brazos hacia ella.
– No, era un guau sin paliativos -Lacey sonrió y un instante después se encontró sobre él.
Ty alargó el brazo hacia la mesilla de noche.
– El otro día guardé unos cuantos aquí -dijo mientras sacaba los preservativos y se ponía uno rápidamente.
– Bien pensado.
Él contestó con un beso largo y profundo; después levantó las caderas de Lacey y la penetró, llenándola por completo.
Ella tomó su cara entre las manos y se inclinó para besarlo en los labios. Ty empezó a moverse dentro de ella con lentas embestidas perfectamente sincronizadas para conducirla de nuevo al clímax.
Lacey comprendió por sus gemidos que él sentía con la misma intensidad que ella, y la ascensión hacia su segundo orgasmo fue aún más fuerte y espectacular que la primera. Y, esta vez, cuando alcanzó el clímax, no estaba sola. Todo estalló a su alrededor y sintió el instante preciso en que Ty se unía a su cabalgada, abrazándole con fuerza la espalda, con las caderas sólidamente encajadas entre las de ella.
Otro orgasmo la inundó, pillándola por sorpresa.
– Te quiero, Ty -desprevenida, aquellas palabras escaparon de sus labios mientras volvía a tierra.
La comprensión de lo que había dicho la golpeó como un mazazo, y se apartó de él bruscamente. A su lado, le oyó quitarse el preservativo y decidió aprovechar la ocasión para escapar.
Nunca se habían dicho que se querían, a pesar de que ella había tenido que refrenarse muchas veces para no pronunciar aquellas palabras en voz alta. No sabía si Ty le correspondía, no la había echado de menos o si pensaba en ella, ni sabía, cuando vivía en Nueva York, si volvería a verlo alguna vez, y mucho menos si llegaría a decir aquellas palabras de viva voz. Después, con el paso de los años, había ido relegando aquellos sentimientos. No le había quedado más remedio para sobrevivir.
Ahora, sin embargo, sabía que seguía queriéndolo. Nunca había dejado de quererlo. Comenzó a llorar y se dispuso a bajarse de la cama antes de que Ty pudiera preguntarle por lo que había dicho.
Pero, antes de que pudiera levantarse, él la agarró del brazo.
– No.
– ¿No qué?
– No te vayas. No huyas. No te marches sin repetir lo que acabas de decir.
Lacey se volvió y se obligó a mirarlo a los ojos. Ty no se había afeitado ese día, y su barba de un día aumentaba su atractivo.
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