– Te quiero -ella tragó saliva-.Tenías que saberlo sin que te lo dijera.

Él negó con la cabeza.

– Algunas cosas hay que decirlas. Hay que oírlas para creerlas.

¿Ty Benson no sabía con certeza lo que sentía por él? A Lacey le costaba creerlo.

– ¿No lo sabías?

– Tenía esperanzas.

Ella parpadeó, aún más sorprendida.

– ¿Sí? ¿Por qué?

– Creía que eso era obvio -su mirada ardiente se posó sobre la suya.

Lacey se pasó la lengua por los labios secos.

– ¿Vas a tenerme en suspenso? -preguntó con un nudo en el estómago.

– Porque yo también te quiero -él la estrechó entre sus brazos para darle un beso tan largo y ardiente como el primero.

Después de hacer el amor otra vez, a ella comenzaron a sonarle las tripas y aquel ruido interrumpió sus tiernos juegos.

– Tienes hambre -dijo Ty.

Ella se echó a reír.

– Sí. Y tu madre va a volver pronto de comer y de ir al cine. Tenemos que vestirnos.

– Somos adultos -le recordó él.

– Pero estamos en su casa.

Él soltó un gruñido.

– Lo sé, lo sé.

Ella sonrió. Incluso cuando habían estado juntos en aquella casa por primera vez, Ty había tenido cuidado de que su madre no los sorprendiera ni los encontrara en una situación que pudiera avergonzarla. Lacey sentía lo mismo.

– Debería ducharme -dijo, aunque no le apetecía levantarse y abandonar el calor y la seguridad de la cama que compartía con Ty.

– Ve tú primero. Yo voy a hacer la cama y ahora me reúno contigo. Luego podemos salir a comprar algo de comer.

– Ty Benson, ¿vas a hacer la cama? El infierno debe de haberse helado -dijo ella en broma mientras se reía.

Él asintió con la cabeza y una sonrisa sexy curvó sus labios.

– Mi madre siempre ha dicho que, por hacer feliz a la mujer adecuada, yo sería capaz de hacer saltos mortales.

Al oírle, una sensación de plenitud se apoderó de Lacey, y se negó a permitir que sus temores y sus dudas embargaran por completo su razón. Pronto tendría que enfrentarse a Nueva York, a su empresa, a su fondo fiduciario y a su otra vida, pero de momento sólo quería disfrutar del presente.

Una hora después, la realidad volvería a hacerse presente. Pero aún no. Esos últimos instantes eran para Ty y para ella.

Asintió con la cabeza y se obligó a levantarse y a meterse en la ducha. Se puso bajo el chorro caliente y esperó a que Ty se reuniera con ella.


Amor. En fin, qué demonios. A fin de cuentas, ya sabía que estaba enamorado de ella. Simplemente, nunca se había permitido pensarlo del todo. ¿Sabía que Lilly siempre había estado enamorada de él? Tampoco había pensado en ello, porque, tal y como sabía muy bien, el amor no lo resolvía todo. Aún quedaban la larga distancia, el negocio para el que ella vivía y la vida que se había labrado en Nueva York. Ty se sentía flotar, pero sabía también que no debía pensar que la vida era perfecta y que todo estaba arreglado.

Estiró la cama como suponía que sólo podía hacerlo un chico, dejando bultos y las almohadas descolocadas, y se dijo que su madre no lo notaría. Luego recogió su ropa y se dirigió al cuarto de baño para reunirse con Lilly, pero el timbre de su teléfono móvil lo detuvo en seco. Hurgó en el bolsillo de sus vaqueros para responder y luego se puso precipitadamente la ropa mientras hablaba con el novio de su madre.

Menos de un minuto después, estaba en el cuarto de baño, hablando con Lilly, que permanecía desnuda bajo el chorro de agua, con el pelo empapado.

– Mi madre está en el hospital -dijo, rompiendo de ese modo la tarde idílica que habían compartido.

El corazón le latía con violencia en el pecho. El miedo se apoderó de él, como había ocurrido al acabar su conversación con el doctor Andrew Sanford.

Lilly dejó caer la pastilla de jabón que tenía en la mano.

– ¿Qué ha pasado?

– El doctor Sanford dice que se mareó en el cine y que un momento después se desmayó y se cayó al suelo. Ha llamado desde el coche. Iba siguiendo a la ambulancia.

– Tienes que ir. Yo llamaré a un taxi y me reuniré contigo allí -dijo ella.

Ty levantó una ceja.

– ¿Es que has olvidado que alguien está esperando una oportunidad para sorprenderte sola? He llamado a Derek. Tardará cinco minutos en estar aquí. Voy a esperarlo fuera. En cuanto llegue, me voy. Tú acaba. El te llevará luego al hospital.

Lilly frunció el ceño.

– ¿Tu madre está consciente? -preguntó.

Ty movió la cabeza negativamente, incapaz de contestar de palabra.

– Entonces márchate, Ty. No va a pasarme nada en los cinco minutos que tarde en llegar Derek. Y te prometo que lo esperaré, ¿de acuerdo?

Ty se sentía dividido, pero el doctor Sanford había dicho que las constantes vitales de su madre no eran estables…

– Vete -dijo Lilly mientras cerraba los grifos y echaba mano de la toalla.

Él asintió con la cabeza, abrió la mampara de cristal de la ducha y le dio un beso fugaz antes de echar a correr por el pasillo, camino de su coche, con la esperanza de llegar a tiempo al hospital.

Capítulo 14

Ty se paseaba de un lado a otro por la sala de espera del hospital. Aunque era un familiar directo, los médicos necesitaban tiempo para atender a su madre, que, gracias a los sanitarios de emergencias, había recuperado la consciencia de camino al hospital. Había sufrido, con toda probabilidad, un ataque al corazón, al menos según el doctor Sanford, pero dado que Sanford era psiquiatra, Ty no estaba del todo convencido. Necesitaba saber que su madre se recuperaría.

Se frotó los ojos y miró el reloj. Supuso que Lilly llegaría en cualquier momento, lo cual aliviaría uno de sus temores.

Levantó la mirada a tiempo para ver al doctor Sanford salir del cuarto donde habían llevado a su madre.

– ¿Qué está pasando?

– La han estabilizado -dijo Sanford, poniéndole una mano en el hombro-. Está fuera de peligro, pero tiene que quedarse ingresada para que la mantengan en observación.

Ty asintió con la cabeza.

– ¿Puedo verla?

– Dentro de un rato -le prometió Sanford-.A mí tampoco me dejan pasar, por si eso te molesta -Sanford hablaba con la comprensión de alguien más mayor, de un hombre con hijos propios.

Ty intentó no poner mala cara, ni mostrar el malestar que le causaba la conversación.

– Le agradezco que diga eso, pero me alegra que estuviera con mi madre cuando… ya sabe.

El doctor Sanford asintió.

– Saldré en cuanto pueda decirte algo.

Mientras Sanford volvía a cruzar las puertas de la otra sala, Ty salió al aire fresco del otoño, abrió su teléfono móvil y lo encendió. Había intentado mantenerlo encendido dentro del hospital, aunque fuera en el modo de vibración, pero una enfermera lo había pillado y le había hecho apagarlo.

Miró el teléfono y vio que Derek había llamado más de una vez. Marcó su número.

– ¿Qué ocurre? -preguntó en cuanto su ayudante contestó.

– La policía ha venido a interrogarme. Parece que Dumont los llamó y denunció que había un individuo sospechoso frente a su casa -Derek hizo una pausa y luego añadió-: Creo que tiene algún amigo dentro del cuerpo, porque me están haciendo perder mucho tiempo.

– ¿Me estás diciendo que aún no te has ido a recoger a Lilly?

– No, pero apuesto a que Dumont sí.

– Voy para allá -Ty cerró el teléfono y entró a decirle al doctor Sanford que volvería en cuanto pudiera y que le mantuviera informado de los progresos de su madre por teléfono.

Luego se dirigió a casa de su madre, donde había dejado sola a Lilly.


Lacey se paseaba por el salón y de cuando en cuando miraba por la ventana por si veía el coche de Derek. Derek le había prometido a Ty que estaría allí en quince minutos. Habían pasado casi veinte desde que Ty se había ido al hospital, que sólo estaba a cinco de allí. La casa de su tío Marc se hallaba a diez minutos en coche. Derek ya debería haber llegado. Cinco minutos más y ella agarraría las llaves del coche que había sobre la encimera de la cocina y se iría al hospital en el coche de Flo.

Dio unos golpecitos en el suelo con el pie y después, incapaz de estarse quieta sin hacer nada, llamó a Digger, que saltó del sofá y corrió hacia ella meneando la cola.

– Vamos, pequeña. Tienes que irte a la cocina -Lacey se dirigió a la cocina, encerró allí a la perra por su propia seguridad y tomó las llaves del coche de Flo.

Dio una última palmada en la cabeza a Digger, recogió su bolso, abrió la puerta de la calle y se encontró cara a cara con su tío Marc. El miedo se alojó de golpe en su garganta. Intentó cerrar la puerta, pero su pie se lo impidió.

– Márchate -empujó de nuevo la puerta, pero él era más fuerte.

– Lilly, tenemos que hablar. Necesito hablar contigo. Es importante.

Ella sacudió la cabeza.

– Ya sé lo que significa para ti hablar. Atropellarme y huir, o provocar un incendio. Gracias, pero no -su corazón volvió a acelerarse y sintió náuseas con sólo mirarlo.

– No fui yo.

– ¿Hay alguien más que quiera mi fondo fiduciario hasta el punto de meterme en un hogar de acogida para asustarme y que volviera suplicando tu ayuda y te cediera mi herencia? ¿Hay alguien más que vaya a heredar si yo muero? -Lacey comenzó a dar patadas a su pie, que seguía sujetando la puerta.

¿Dónde demonios estaba Derek?, se preguntaba, aterrorizada.

Él apoyó el brazo contra el quicio de la puerta.

– Lilly, por favor, escúchame. Da la impresión de que quiero que mueras y entiendo por qué crees que estoy detrás de lo ocurrido, pero no fui yo. Puedo explicártelo. Déjame entrar…

– ¿Para que puedas matarme en la casa y no en la calle?

Él negó con la cabeza.

– Siempre fuiste terca -masculló-. Está bien, hablaremos aquí.

Antes de que pudiera decir otra palabra, un coche apareció derrapando por la calle. Su tío se volvió y un estruendo resonó alrededor de Lacey semejante al petardeo de un coche.

– ¿Qué era…?

Su tío se convulsionó y al caer de espaldas hacia ella estuvo a punto de derribarla.

– ¿Tío Marc? -preguntó Lacey.

Entonces vio la sangre.

Lacey gritó y levantó la vista del cuerpo de su tío. Vio abrirse la puerta del coche. No esperó a ver quién salía de él. Incapaz de encerrarse en la casa porque el cuerpo de su tío bloqueaba la puerta, pasó encima de él y corrió dentro.

Digger ladraba desde dentro de la cocina y Lacey corrió hacia ella y estuvo a punto de tropezar en sus prisas por llegar hasta la perra. Al fondo de la cocina había una puerta que daba al jardín trasero. Justo cuando abría la puerta para dejar salir a Digger, oyó pasos dentro de la casa. Fuera sería un blanco fácil, pero dentro tenía una oportunidad y lo sabía.

Más allá del cuartito donde antes había estado su cama solía haber una despensa con puerta que Lacey había usado como armario cuando vivía allí. No era del todo un armario, pero había espacio suficiente para que se agazapara dentro y el intruso no la viera. En cuestión de segundos, se metió en el cuartito, saltó tras el sofá y se deslizó dentro del pequeño armario.

Si aquel individuo la había visto o no, estaba por ver.

Lacey odiaba los espacios pequeños y oscuros porque le recordaban los lugares sórdidos donde había dormido en sus primeros días en Nueva York. Los bichos, las ratas, los olores fétidos. Se estremeció, se abrazó las rodillas y esperó.

Más allá de la puerta sonaban golpes. Quienquiera que hubiera disparado a su tío la estaba buscando. Temblando, Lacey se abrazó con más fuerza las piernas. Se llevó la mano al colgante de su cuello, pensó en el hombre que se lo había regalado y rezó por que al sujeto de allá fuera no se le ocurriera buscarla allí.

Mientras permanecía agazapada, recordó de nuevo los viejos tiempos. Esta vez, se acordó de su primer apartamento en Nueva York. El de la cerradura rota. Llevaba a rastras la cómoda hasta la puerta para impedir que el borracho de al lado cumpliera su promesa de hacerle una visita nocturna. Se sentaba agazapada en la cama y lo oía merodear por su apartamento dando golpes. Sólo cuando perdía la consciencia y se hacía el silencio, ella era capaz de conciliar el sueño un par de horas cada noche.

El mismo miedo y el mismo asco la llenaban ahora, sólo que eran peores, porque en vez de un borracho que le decía groserías, fuera había un hombre con una pistola que quería matarla. Y ella no sabía por qué.

El ruido de pasos se hizo más intenso. Obviamente, aquel individuo había salido de la cocina, y Lacey comprendió que se estaba acercando al sofá que bloqueaba su escondite.

Temblando, contuvo el aliento al oír que los pasos se aproximaban.

Y se aproximaban.

Esperó a que la puerta se abriera con un chirrido para cerrar los ojos; después lanzó una patada con la esperanza de golpear dolorosamente cualquier parte del cuerpo de aquel extraño, y soltó un grito.